Alien: la otra odisea del espacio
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A 40 años del estreno de Alien, una cinta que conjugó ciencia ficción y terror, los rastros literarios que señalan directamente a Joseph Conrad permiten entender esta metáfora de la paranoia viral intergaláctica
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POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS
La década de los 70 fue un hábitat ideal para los monstruos de este y otros mundos. Mientras la sociedad bailaba al ritmo de la música disco, siguiendo los pasos de John Travolta en Fiebre de sábado por la noche, cineastas con uno o ambos pies dentro de Hollywood empezaban a explorar y explotar la ciencia ficción y el horror. Estos géneros habían florecido en los años 50 y 60 como reflejo de la inquietud legada por la Segunda Guerra Mundial y la posterior amenaza nuclear, y justo a partir de los setenta se convertirían en una mina de oro aprovechada sobre todo por la industria fílmica de Estados Unidos para conquistar el gusto de la nueva generación de espectadores. Una generación que exigía un mayor impacto visual.
En 1973, tras las huellas del Roman Polanski de El bebé de Rosemary (1968) y el Ken Russell de Los demonios (1971), William Friedkin lanzó El exorcista, piedra miliar que cayó al estanque de la posesión satánica para provocar ondas expansivas que alcanzarían al Richard Donner de La profecía (1976) y a otros directores empeñados en mostrar que el diablo andaba suelto entre los rescoldos de la caldera hippie. En 1974, con un presupuesto de 140 mil dólares que certificó que el talento no depende para nada de las grandes inversiones, Tobe Hooper entregó La masacre de Texas y terminó de abrir la esclusa de los asesinos en serie que entreviera el Alfred Hitchcock de Psicosis (1960). En 1975 Steven Spielberg consiguió que el tráiler homicida de Reto a muerte (1971), su cinta inspirada en y escrita por Richard Matheson (Soy leyenda), se transfigurara en Tiburón en una máquina de matar fabricada por la naturaleza. En 1976 Brian De Palma adaptó Carrie, el debut novelístico de Stephen King, para comprobar que la mezcla de telequinesia y fanatismo religioso deriva en un cóctel sangriento. En 1977 la ciencia ficción dio un gran salto no para la humanidad sino para la producción cinematográfica merced a Encuentros cercanos del tercer tipo, de Spielberg, y particularmente La guerra de las galaxias, de George Lucas: un verdadero acontecimiento pop que reactivaría el filón épico del celuloide e inauguraría la era de los efectos especiales. En 1978, tomando la estafeta de La masacre de Texas, John Carpenter logró con Halloween que los asesinos en serie se transformaran de una vez y para siempre en franquicias sumamente redituables.
La simiente conradiana
Y así llegamos a 1979. Hace 40 años Joseph Conrad, el escritor de origen polaco que revolucionó la literatura en lengua inglesa entre mediados del siglo XIX y principios del XX, experimentó un curioso revival a través de dos películas antitéticas: Apocalipsis ahora, de Francis Ford Coppola, y Alien, de Ridley Scott. Mientras que la primera se basaba con entera libertad en El corazón de las tinieblas, llevando el dilema metafísico del capitán Kurtz de las selvas del Congo colonizado por Bélgica a las junglas del Vietnam invadido por Estados Unidos, la segunda acudía a otra novela de Conrad (Nostromo) para bautizar la nave catedralicia que al recibir una aparente señal de auxilio interrumpe su regreso a la Tierra, se desvía a un planeta desolado (LV-426) y recoge al polizón que con el tiempo deviene uno de los monstruos más célebres de la pantalla. Fruto de la simiente de un parásito con forma arácnida, la saga de este organismo, quizá la más larga de la historia del cine ya que a la fecha abarca tres siglos, está siendo completada por Aliens (James Cameron, 1986), Alien 3 (David Fincher, 1992), Alien: la resurrección (Jean-Pierre Jeunet, 1997), Prometeo (Ridley Scott, 2012), Alien: Covenant (Ridley Scott, 2017) y un par de subproductos: Alien contra Depredador (Paul W. S. Anderson, 2004) y Alien contra Depredador 2 (Colin y Greg Strause, 2007).
Pero volvamos a 1979. Si Apocalipsis ahora replanteó el género bélico al introducir el factor dantesco y alucinatorio en la espesura vietnamita, Alien devoró la ciencia ficción y el horror con lo que J. G. Ballard llama “una frenética red de dientes feroces salida de los cuadros de Francis Bacon” para elaborar un bolo alimenticio que aún nutre a ambos géneros. La deuda conradiana de Ridley Scott, patente en Los duelistas —su debut de 1977 inspirado en un relato del mismo autor—, quedó brillantemente saldada. (Incluso en Aliens, la secuela que Scott se negó a dirigir, Conrad continuaría presente gracias a la nave militar Sulaco, nombrada así en honor al puerto caribeño donde se desarrolla la trama de Nostromo). En las palabras con que Ash (Ian Holm), el científico que revela su condición de androide luego de un brote psicótico, se refiere al intruso alienígena no es difícil oír una alusión sesgada a Kurtz, ese otro outsider del orbe humano en el que late el corazón de las tinieblas:
—Es el organismo perfecto. Su perfección estructural sólo se compara con su hostilidad. Admiro su pureza. Un sobreviviente al que no lo limitan la conciencia ni el remordimiento ni los delirios de moralidad.
Nace una monstruosa estrella
La génesis de la criatura amoral de Alien se remonta a 1975. Ese año Alejandro Jodorowsky, el escritor y cineasta de origen chileno, reunió en París a un grupo integrado por el guionista estadounidense Dan O’Bannon y los artistas Chris Foss (Inglaterra), H. R. Giger (Suiza) y Jean Moebius Giraud (Francia) para colaborar en la adaptación fílmica de Dune, la novela de ciencia ficción de Frank Herbert. El ambicioso proyecto se vino abajo —David Lynch lo retomaría con no muy buena fortuna en 1984— y O’Bannon regresó a Los Ángeles en la quiebra total, por lo que tuvo que pedir asilo a su amigo y colega Ronald Shusett.
O’Bannon, que ya había incursionado en el espacio exterior como coguionista y actor de Estrella oscura (1974), el debut de John Carpenter —su compañero en la escuela de cine de la Universidad del Sur de California—, puso manos a la obra no sólo para encontrar empleo sino para combatir la depresión que padecía. Ayudado por Shusett, rescató un viejo guión inconcluso llamado Memory —que era en resumidas cuentas, declararía posteriormente, la primera mitad de lo que sería Alien— y comenzó a darle una nueva forma inspirándose en uno de los seres del Necronomicón: el libro con imágenes de H. R. Giger que había conocido durante su estancia en París y que lo había seducido con su estética de pesadillas biomecánicas. El título del guión en proceso era Star Beast, hasta que una noche en que revisaba los diálogos O’Bannon se topó con la palabra alien: un sustantivo y a la vez un adjetivo (extranjero, extraño o extraterrestre) que nadie hasta entonces había usado para bautizar una película y que pasaría a ser el nombre definitivo. Mientras seguía trabajando con Shusett en el primer borrador, O’Bannon visitó a otro amigo: Ron Cobb, el ilustrador a cargo del diseño de Estrella oscura que era parte del equipo de La guerra de las galaxias, el fenómeno gracias al que Alien pudo ver la luz en buena medida. Cobb hizo dibujos preliminares y, después de tres meses de escritura, O’Bannon y Shusett empezaron a circular el guión y los bocetos en Hollywood. Pensaban en un filme de bajo costo que podría ser dirigido por el propio O’Bannon.
La respuesta entusiasta que obtuvieron de distintas instancias, sin embargo, superó sus expectativas. Brandywine, la compañía encabezada por el productor Gordon Carroll y los cineastas y guionistas David Giler y Walter Hill, compró el proyecto y firmó un acuerdo con la Twentieth Century Fox. Cuando Hill declinó la silla de director, ya que se hallaba comprometido con Los guerreros (1979), entró en escena Ridley Scott, el flamante talento británico que había ganado el premio al mejor debut en el Festival de Cannes de 1977 con Los duelistas. Al cabo de leer el guión de O’Bannon —Shusett figuraría en los créditos como corresponsable de la historia—, Scott aplicó su experiencia visual adquirida en la publicidad en una detallada serie de storyboards que logró duplicar el presupuesto de la película: de 4.2 a 8.4 millones de dólares. Luego de reclutar como dibujantes principales a Ron Cobb (interior de naves), Chris Foss (exterior de naves) y H. R. Giger (monstruo y planeta LV-426), estos dos últimos miembros del fallido grupo de Dune, Alien estuvo lista para ser lanzada al espacio de los clásicos.
Una saga materna
Como toda gesta que se respete, la de Alien narra la lucha entre dos fuerzas antagónicas, en este caso Ellen Ripley (Sigourney Weaver) y el ente biomecánico cuya identidad —al igual que la de la criatura diseñada por el doctor Victor Frankenstein— se reduce a un nombre genérico; una batalla que traslada el mito de la Bella y la Bestia al campo del terror posmoderno. La biografía de Ripley, que ocupó el octavo lugar en la lista de los 100 grandes héroes del cine estadounidense preparada por el American Film Institute en 2003, sufre varias contradicciones cronológicas pero podría sintetizarse así: nace el 7 de enero de 2092 en Olympia, Luna, bajo el signo de Capricornio. En 2111 tiene a su única hija, Amanda, que fallecerá a los 66 años. En 2121, contratada por la corporación Weyland-Yutani, se embarca en la nave Nostromo. En 2122, de camino a la Tierra, encuentra a su monstruosa némesis en el planeta LV-426 (Alien). En 2179 es rescatada por una estación militar que la devuelve a LV-426 en la nave Sulaco (Aliens), de la que consigue huir sólo para estrellarse en el planeta carcelario Fiorina 161 (Alien 3). En 2379, finalmente, regresa de entre los muertos convertida en un híbrido Bella-Bestia en el laboratorio espacial Auriga (Alien: la resurrección). Pocas sagas se pueden jactar de mantener activo el enfrentamiento entre sus dos personajes centrales a lo largo de casi tres siglos: 257 años, para ser exactos.
Ahora que se sabe que la tercera precuela (Alien: Awakening) tratará de enlazar todo el mundo narrativo de esta aventura fílmica, las palabras de Sigourney Weaver con respecto a la heroína que le dio fama suenan con un timbre de nostalgia: “Ripley está viva y a salvo, espero que no acabe perdida en el espacio para siempre.” Lo que sí se ha perdido, habría que acotar, es el misterio que desde hace cuatro décadas rodeaba con una crisálida al ser en el que confluyen los arrebatos de H. P. Lovecraft, Francis Bacon y H. R. Giger. ¿Cuál fue su origen, cómo llegó a alojarse en el interior del tripulante ciclópeo que en una época desconocida aterrizó en LV-426? Estas incógnitas han comenzado a ser despejadas de manera un tanto irregular en las precuelas Prometeo y Alien: Covenant.
Metáfora de la paranoia viral llevada a extremos intergalácticos, la epopeya alienígena está llena de connotaciones sexuales —el pánico a que la humanidad sea fecundada por una entidad ajena— y funge también como una exploración de la maternidad/paternidad frustrada, no deseada o no asumida del todo. En Alien, Kane (John Hurt) es el primer huésped del parásito que embaraza a sus víctimas haciendo uso de la violencia: “Es su hijo”, murmura Ash al referirse al producto del parto más salvaje del cine, un producto que se desarrollará vertiginosamente para asediar a una Ripley semidesnuda en la secuencia climática. En Aliens, Ripley descubre que su hija Amanda ha fallecido y la remplaza con Newt (Carrie Henn), la niña que sobrevive al exterminio de los colonos de LV-426. En Alien 3 ocurre una suplantación aún más insólita: Newt muere mientras Ripley, hundida en el hipersueño, es preñada por el parásito (“Fui violada”, dice con repugnancia en algún instante). En Alien: la resurrección se cierra el círculo cuando Ripley se da a luz a sí misma: es un clon en cuyas entrañas crece la reina alien, esa madre que busca inaugurar otro ciclo de vida maléfica.
Obra maestra de lo que se podría llamar el horror vacui orgánico, Alien inició otra odisea del espacio en la que el bebé cósmico vislumbrado por Stanley Kubrick como el siguiente paso en la evolución humana fue sustituido por una criatura sin conciencia ni remordimientos ni delirios de moralidad que intenta usurpar, con el poder de su mandíbula retráctil, el lugar que nos corresponde en el universo. Una criatura que, sin que nos hayamos dado cuenta, se incuba desde hace 40 años en las pesadillas que no recordamos claramente al despertar.
Cronología de la saga Alien hasta 2019
2092 – Ellen Ripley nace en Olympia, Luna.
2093 – Expedición Prometheus patrocinada por Weyland (Prometeo).
2104 – Expedición Covenant con destino a Origae-6 (Alien: Covenant).
2111 – Ellen Ripley tiene a su única hija, Amanda, que morirá a los sesenta y seis años.
2121 – Ellen Ripley se embarca en la nave Nostromo contratada por Weyland-Yutani.
2122 – Ellen Ripley llega a LV-426 (Alien).
2179 – Ellen Ripley es rescatada por una estación militar.
2183 – Ellen Ripley es devuelta a LV-426 en la nave Sulaco (Aliens).
2184 – Ellen Ripley llega al planeta Fiorina 161 (Alien 3).
2379 – Ellen Ripley llega al laboratorio Auriga (Alien: la resurrección).
FOTO: Alien, dirigida por Ridley Scott, revolucionó los géneros de la ciencia ficción y el horror en 1979. / Especial
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