Amarres con la vida
POR GERARDO OCHOA SANDY
Periodista y diplomático; @OchoaSandy
Jorge G. Castañeda abre las puertas de su memoria personal. Elige, para contarla, el título Amarres perros eco al clásico de la cinematografía mexicana Amores perros de Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga. Es la hora de hacerlo, explica a sus 60 años, puesto que todavía hay brío y lucidez, antes de que el temple falle y el detalle se difumine. El itinerario lo organiza en 10 libros, desde la infancia a la etapa actual, divididos en capítulos en los que intercala los interludios “fast forward”, que le permiten seguirle el paso a las oscilaciones de su remembranza. La fórmula es eficaz pues enlaza las distintas facetas biográficas, privadas y públicas, y las venas y arterias entre unas y otras.
Desde el inicio, el relato muestra sus notas distintivas. No es ni una apología ni un ajuste de cuentas, sino un asedio autocrítico inusual en la vida intelectual y política de México, un afán de ponderación que evita las conclusiones categóricas y las posturas ideológicas, una lograda combinación de claridad intelectual y emocional que enfatiza los necesarios claroscuros acerca de las decisiones de vida, las experiencias definitorias, los sucesos que suponíamos bajo control. De tal manera, Castañeda libra la tentación de volverse en un “personaje” de su biografía. El buen biógrafo sabe que solo lo son los demás.
Amarres perros y sus variaciones: las vigorosas figuras de Oma la madre y Jorge el padre, la familiaridad infantil con las vivencias cosmopolitas y el iniciático encuentro con México y su naciente juventud vía los entrañables camaradas del barrio, las mujeres y los hermanos, los amigos y los hijos, los aliados y los rivales. El testimonio clarea las vicisitudes de su condición de académico e intelectual, militante del Partido Comunista de México y secretario de Estado de Vicente Fox, el político ante los economistas y el economista ante los políticos, el nómada arraigado a las vicisitudes locales, que parece fuera de lugar y desde ahí va en busca de un lugar central: un “anfibio”, condición deseable, saludable, e inevitable.
El lector en pos de los asuntos que realzó la cobertura mediática, y que en parte simplifican su perfil, no se desilusionará: en la narración figuran los forcejos con los dinosaurios de izquierda, el espionaje que le impuso la Dirección Federal de Seguridad, su tránsito por las campañas de Cuauhtémoc Cárdenas de 1988 y de Vicente Fox de 2000, la apuesta por “el voto útil”, la malograda “enchilada completa” del acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos, la relación sentimental con la conductora de noticias Adela Micha, la postura de México ante los derechos humanos en Cuba y la invasión de Estados Unidos a Irak, el “comes y te vas” Castro-Fox, las oscilaciones de la amistad con Adolfo Aguilar Zinser y Elba Esther Gordillo, la quema de las naves en pos de la candidatura presidencial independiente, entre otros. La versión de Jorge G. Castañeda resta frivolidad a la cobertura de los medios, otorga sobriedad a tales eventos, completa la visión.
No obstante, el vasto horizonte vital, político e intelectual que recorren sus memorias apunta también a otras cuestiones de más profundidad. El central: la construcción a lo largo de décadas, una suerte de back and forward también, de su visión acerca de América Latina, y la concepción de un programa de gobierno para México: economía y política, democracia y derechos humanos, educación y medio ambiente, seguridad y narcotráfico, la crítica a los monopolios, el nacionalismo y la diplomacia local, mediante lo cual puntualiza sus afinidades y diferencias con sus interlocutores, sus compañeros de viaje y sus contendientes, de derecha, de centro y de izquierda, y el costo político y de vida de tales consensos y desavenencias.
En su biografía, el aprecio por los detalles es una toma de posición historiográfica. Lo confirman los penetrantes, lúcidos y en varias ocasiones entrañables perfiles acerca de los más variados partícipes de su esfera privada y pública, el develamiento de las negociaciones que ocurren en los salones del poder desde la lógica de la realpolitik, la remembranza de las coberturas informativas dentro y fuera del país acerca de su faena, la desenfadada aceptación de su búsqueda por la cercanía y el ejercicio del poder, la atrabancada y legítima búsqueda de una senda personal.
En ocasiones pasaba el balón y no el jugador, y ocasiones el jugador y no el balón, concluye con frecuencia, a cuento de esta o aquella aventura, inspirado en un comentario de Joel Ortega acerca de sus escaramuzas juveniles en el PCM. A resultas de los tropiezos, concluye que su problema ha sido el “timing”, pues justo se equivocaba en el momento de tener razón. Lo cierto es que, parafraseándolo, lo suyo no era dejar de tener razón para no equivocarse. Eso, en la vida, la intelectual y política, no es un mérito de poca valía. La puesta a prueba de lo que se piensa y el pago de las consecuencias, tampoco.
El lector coincide, apela al matiz, pone en cuestión o difiere ante cada uno de sus dichos sobre tal y cual: la conversación a la que se aspira. Indicaría así que es evasiva su opinión acerca del enriquecimiento y el caciquismo de Elba Esther, acaso un tanto categórico sobre el sexenio de Felipe Calderón, hubiera preferido que se demorara más en los dobleces de la comunidad intelectual o no le diera tanta relevancia a los apelativos con los que lo denostan sus adversarios, y que hablan más y mal de ellos. Le objeto a Jorge G. Castañeda, autocrítico sin tregua, que los únicos juicios sumarios en sus memorias sean acerca de su carácter, que ocasionó tempestades, a (la) diestra y a (la) siniestra, pues esa fue igualmente una de sus aportaciones a la desmomificación, si eso es todavía posible, de la política en México. El desdén y las lecturas fáciles, siameses del ninguneo, acaban dándole la razón. Entiendo, no obstante, que lo hace como parte de su búsqueda de autenticidad.
Pues lo que jamás figura en Amarres perros es el doblez. El comprometido esfuerzo autobiográfico es la (a)puesta del pasado en claro. Por lo que hay que decirlo: Amarres perros es un documento de verosimilitud histórica que bien aporta a la dilucidación del cauce de México en las décadas recientes. Es así como, temprano o tarde, será leído. Probablemente no será pronto, o no por su generación, y eventualmente tampoco primero en México, pero ocurrirá así. Entonces el juicio será más genuino, sea magnánimo o severo, y refrendará su validez. Pues hay libros que se leen sentado y hay libros que se leen de pie, y Castañeda escribió su autobiografía plantado en dos pies.
Señala Castañeda que, salvo las de Vasconcelos, Jaime Torres Bodet y Gabriel Figueroa -referiría también a las de Daniel Cosío Villegas, Jesús Silva Herzog y Gonzalo N. Santos, entre otras más-, es débil la tradición autobiográfica en México. Entre tales, las memorias de Vasconcelos serían las más idóneas para aventurarnos en el odioso lance de la comparación.
Las afinidades son obvias: temperamentos que acicatean la polémica, apuestas consideradas como desmesuradas, o logros no reconocidos en su momento. Ejemplifico al paso: la prensa de la época le restó a Vasconcelos el merito de la publicación de los “clásicos verdes”, del mismo modo que Castañeda como titular de la SRE fue linchado por la izquierda cuando apeló por la defensa de los derechos humanos en Cuba, a la que poco le valió que abriera las puertas de México a las organizaciones internacionales ocupadas del tema.
Las dificultades del parangón son claras también: dos Méxicos, el del antes y el después de la Revolución, aunque la diferencia crucial, apelo a Julio Torri, fue la actitud. A Vasconcelos le incomodaba que se aludiera a su cruzada del saber como Ateneo de la Juventud, pues en sus veintes asumía que esa edad dorada había quedado atrás, y luego de su fallida aventura por la candidatura a la Presidencia, se exilió, rumió su derrota, suspendió la conversación con los libros, y se convirtió en un cristiano retorcido y ramplón. Las sentencias, en parte sumarias, de Cosío Villegas y Octavio Paz acerca de su involución, son los epitafios sobre la tumba de su renuncia auto-impuesta. Mientras, en la vía de su sexta década de edad, Castañeda, como parte de su decantación, anda hacia lo que sigue: “Prefiero contemplarme leyendo más y mejor; disfrutando buenas películas en mi casa en buena compañía y no en eternos vuelos transatlánticos; haciendo más ejercicio, y bebiendo y comiendo menos. Podré seguir mandando buenos balones durante algún tiempo. El jugador se habrá replegado ya a la media cancha, sin saber nunca con certeza si esa era su verdadera posición (o vocación), o si los astros no se alinearon más que durante un breve lapso para permitir que pasara con todo y balón. Concluyo con la canción de Edith Piaf: Je ne regrette rien, y el verso de la Montand y Prevert: Tu vois, je n’ai pas oublié. No hubo mal que por bien no viniera, como reza el detestable dicho con el que inicié este cuento de mi vida.”
¿Amarres perros?: los de Vasconcelos.
Lo de Jorge G. Castañeda: amarres con la vida.
Jorge G. Castañeda, Amarres perros, Alfaguara, México, 552 pp.
« De la libertad y la tolerancia Umansky, la muerte de un embajador »