Amin Maalouf: Todo menos miedo

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En El naufragio de las civilizaciones, el escritor libanés Amin Maalouf traza algunas claves para comprender la crisis global entre las potencias mundiales, el totalitarismo del ruido informativo, además de evocar la utopía del Levante, el proyecto laico de convivencia árabe y su conexión con Occidente

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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ

En un fragmento de Samarcanda, una de las novelas emblemáticas de Amin Maalouf (Beirut, 1949), el poeta Omar Jayyám cuestiona a Nizam el-Molk por el maltrato que los pobladores de esa ciudad dan a un discípulo de Avicena. Su protector responde con la claridad de quienes saben descifrar las contradicciones humanas: “Aquí toda violencia es hija del miedo”.

 

Como observador exigente de los hechos –a la luz de la historia milenaria de Medio Oriente, de la que se ha nutrido su obra narrativa–, el escritor libanés ofrece en El naufragio de las civilizaciones (Alianza Editorial, 2019) una guía para entender algunas de las amenazas que los dirigentes de los grandes bloques geopolíticos deberán enfrentar en los próximos años: los discursos nacionalistas y la creciente marginación de sectores sociales, lo que ha llevado a una crisis de la democracia representativa.

 

En entrevista en el Club de Industriales en la Ciudad de México, habla sobre este ensayo político, que abre con una crónica del exilio de su familia en los años 50 en El Cairo, entonces un oasis intelectual en Medio Oriente y que significó la promesa del Levante –la utópica unificación árabe donde la convivencia interreligiosa debía prosperar al cobijo del general Nasser–. Más adelante hace un repaso de fechas clave que han llevado a esta región a convertirse en un polvorín político, del que el colonialismo occidental no se salva en su cuota de responsabilidad.

 

Como hijo del laicismo, Maalouf no parece creer en profecías, sino en pronósticos nacidos de la observación y un criterio basado en la libertad: “Cada generación tiene que hallar un equilibrio entre dos exigencias: protegerse de quienes se aprovechan del sistema democrático para promover modelos sociales que acabarían con cualquier libertad, y protegerse también de los que estarían dispuestos a asfixiar la democracia so pretexto de protegerla”, apunta en una de sus páginas.

 

¿Cuáles son los signos del naufragio?
Se podrían citar aspectos a nivel moral, político y económico, pero un elemento que nos da la sensación de naufragio es la ausencia de un verdadero orden internacional. El orden que en algún momento fue ideal nunca fue perfecto. Esta es una época sin reglas para las relaciones entre las potencias. La superpotencia mundial de los últimos 30 años ha dejado de ser el referente político.

 

 

¿Vivimos un momento dominado por la crisis de la verdad?
Está relacionada con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, que permiten a cualquier ciudadano difundir información como lo hacía cualquier periódico hace 40 años. Esto nos lleva al problema de la gestión de la información. Hoy en día se le pide a todos los ciudadanos que sean capaces de discernir entre los distintos tipos de información, una capacidad de reaccionar a ella. La verdad es que nadie puede ordenar esta cantidad de información. Siento que los ciudadanos somos manipulables. Hay países que se han quejado de la manipulación de su electorado por intereses extranjeros. Es un fenómeno que se está extendiendo. A cada instante surge el interrogante de qué es la verdad. Discernir entre todas estas opiniones e información nos lleva a preguntarnos si estamos equipados para navegar entre el engaño y la manipulación.

 

 

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Las críticas de El naufragio de las civilizaciones, que se presentará en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, tienen dos destinatarios. Uno de ellos es el liberalismo económico, representado por Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Deng Xiaoping; y por otro lado, las corrientes políticas de izquierda. La primera alimentada por la fe ciega de que el libre mercado regulará las desigualdades sociales, aun cuando tuvo su aportación en el impulso del libre mercado y la revolución tecnológica de los últimos 40 años. En lo que toca a la herencia socialista, Maalouf llama a rescatar su tradición humanista, que en algún momento estuvo representada por Enrico Berlinguer, líder histórico del Partido Comunista Italiano y que apeló por una reconciliación con la democracia cristiana, un proyecto que no prosperó por el asesinato de Aldo Moro en 1978.

 

 

¿Cuáles son los reproches que merecen cada una de estas corrientes?
Para empezar, el liberalismo económico impulsado por estos personajes tuvo sus ventajas frente a una burocracia que se estaba instalando en ese momento. Sus aportes fueron la evolución tecnológica y la aceleración económica. Esta corriente tuvo un papel irreemplazable en el desarrollo de países como China y la India. Ese es un aspecto positivo. Pero hay dos elementos negativos, uno es de tipo social por la reducción del Estado protector que afectó principalmente a las clases más marginadas. Se aumentaron las desigualdades que hoy se manifiestan a escala muy grande a nivel planetario. Esto viene acompañado del otro elemento negativo, un aumento en las tendencias nacionalistas. En muchos casos, la forma de este liberalismo desencadenado, sin complejos, ha resultado en una actitud nacionalista que ha resultado en el rechazo a las instancias multilaterales, en la exacerbación de las tensiones identitarias. Por su parte, las corrientes de izquierda se han alejado de su visión universalista y humanista para ir, por otras vías, a esta misma exacerbación identitaria. Hay una insistencia permanente en la defensa de las etnias o grupos que históricamente han sido oprimidos. En sí es un sentimiento bueno, pero a final de cuentas se aleja de la visión universalista. Otro aspecto preocupante es que las fuerzas de izquierda muestran hoy una intolerancia intelectual como lo estamos viendo en las universidades estadounidenses. Otro fenómeno que se extiende a nivel mundial es que cuando hay opiniones contrarias a las nuestras creemos legítimo impedirlas. Es una deriva inquietante que en lo absoluto no se dirige al progresismo de la forma en que la concibo.

 

 

¿Las protestas que hemos presenciado en semanas recientes en varias ciudades del mundo podemos entenderlas como signos un reclamo por la falta de soluciones por parte de estos proyectos político-económicos?
Son fenómenos muy interesantes, aunque muy recientes. Es difícil tomar la suficiente distancia para dar una opinión como tal, por lo que mi observación será una reflexión en voz alta. El elemento común es la forma en que han salido a las calles. Un primer sentimiento es que se trata de una verdadera crisis de la democracia representativa. El hecho de que la gente considere que tiene que salir a la calle para lograr un cambio significa que, a ojos de la mayoría, el voto ya no es suficiente. Las reivindicaciones son muy diferentes según las realidades de cada país. Pero lo que tienen en común es que cada vez más estratos sociales se sienten marginados no sólo a causa del liberalismo, que ciertamente vive sus últimos días. Nos toca imaginar algo diferente al proyecto que establecieron hace más de 40 años Estados Unidos y el Reino Unido, al que se sumaron otros países y que ya llegó a su límite. Nos toca pensar en algo diferente. Ya no vamos a regresar a ese socialismo de antes, pero ciertamente el capitalismo actual ya no puede seguir así. Hay otro elemento presente en otros casos. Es una mezcla de estas reivindicaciones sociales pero con la exigencia de mayor democracia. Los ejemplos más claros son Líbano, Irak y Argelia, donde se acusa a las autoridades de corrupción y de ser unas tiranías que han limitado el desarrollo de esos países. El caso más evidente es Líbano, que está al borde del derrumbe económico y al mismo tiempo tiene un sistema político del que la gente no ha logrado deshacerse. Un tercer factor es el de las reivindicaciones sociales –más relacionadas al tema de los salarios y los derechos de las mujeres–. Estas manifestaciones pueden tener logros más próximos y son el resultado del sentimiento de que los progresos que se han logrado son muy lentos y que no se toma en cuenta la situación de los ciudadanos. Estas acciones pueden tener efectos inmediatos.

 

 

Menciona en otro de los capítulos el proyecto que se gestó en Italia en los años 70 entre Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana, y Enrico Berlinguer, líder del Partido Comunista, para crear una especie de tercera vía a la italiana que habría conciliado las tensiones entre estas dos corrientes dominantes.
En este periodo de la Guerra fría hubo una idea recurrente en el sentido de que el enfrentamiento entre ambos bloques iba a terminal mal. En Italia se tenía la idea de que el capitalismo debía dar más importancia a la dimensión social, como los derechos de los trabajadores, mientras que el comunismo tenía que evolucionar para dar una mayor libertad. La democracia cristiana estaba vinculada con el Vaticano, por lo que tenía una fuerte influencia mundial; mientras que el Partido Comunista en Italia era el más sofisticado en términos intelectuales y era dirigido por una figura muy respetada no sólo en su partido. Lo recuerdo porque seguí este evento muy de cerca. Era muy prometedor porque se tenía la expectativa de que sacaría al mundo de ese enfrentamiento. En la actualidad podemos ver que al menos en el mundo occidental las principales potencias no estaban en esta línea de pensamiento, ni los Estados Unidos ni la OTAN. Es claro que la Unión Soviética y sus aliados no tenían simpatías por Berlinguer. Este sueño de tener una experiencia diferente fue de una minoría que no tuvo la capacidad de imponer esta idea frente a los bloques principales. La tentativa terminó de forma trágica con el asesinato de Aldo Moro, seguida por la muerte de Berlinguer –ésta por razones naturales–. Además, nunca se supo quién lo asesinó. Se presume que fue por grupos influenciados por Estados Unidos o por los soviéticos. Ahora poco importa quién haya sido. A fin de cuentas, ninguna de las dos potencias se sentía a gusto con lo que ellos representaban. Fue una oportunidad perdida para el mundo entero.

 

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Los personajes de Maalouf se distinguen por un temple que va de lo reflexivo a lo pragmático: se entregan lo mismo a la creación como a los trajines de la guerra y las negociaciones diplomáticas. La piedra de Tanios lo llevó a recibir en 1993 el Premio Goncourt, el más alto reconocimiento al que puede aspirar un escritor en lengua francesa, y en 2010 recibió el Premio Príncipe de Asturias (hoy Princesa de Asturias). En su obra existe una permanente conexión con la historia de Medio Oriente, como ocurre en León el Africano (1986), protagonizada por el diplomático e historiador andaluz Hasan bin Muhammed, y en Samarcanda (1988), basada en la vida del poeta Omar Jayyám y su famoso Manuscrito de Samarcanda. Los diálogos entre algunos de sus personajes parecen tener resonancias en la historia inmediata.

 

 

En Samarcanda, Nizam el-Molk revela al poeta Omar Jayyám que el origen de la violencia está en el miedo. ¿Hoy cómo es utilizado el miedo en tanto recurso de dominio político?
El miedo siempre afecta la visión de la libertad. En el libro evoco la pesadilla de George Orwell, ese miedo de un mundo bajo constante vigilancia por una tiranía omnipresente, impuesto por un sistema totalitario de tipo estalinista. Al final, este mundo no es impuesto por un sistema totalitario, sino por el miedo que predomina en la gente. De esta amenaza surge la necesidad de la protección. Esto hace que la gente considere que las libertades son secundarias frente a la necesidad de seguridad.

 

 

Hace unos días, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que buscará clasificar a las organizaciones de narcotraficantes con presencia en México como grupos terroristas. ¿Cómo evalúa esta declaración?
No creo ser el único que se sorprende por las posturas de Trump, sobre todo por la forma en que hace sus anuncios a mitad de la noche y en twits. Es desestabilizador ver cómo sacude al mundo una figura que es el presidente del país más poderoso e influyente del mundo. Conozco menos esta situación de lo que conocen los mexicanos, pero me gustaría mencionar que hay una diferencia entre la toma de una postura impulsiva, instantánea y el proceso legislativo que podría permitirlo. Si realmente decidiera continuar con el proceso frente a las autoridades de su país –como en el Congreso–, las consecuencias serían más grandes, una crisis entre los dos países. En este momento no se puede excluir la posibilidad de que esta declaración tenga intenciones electorales.

 

 

Traducción de Roberto Sánchez Estrada

 

FOTO:  Amin Maalouf presentará su nuevo libro en la FIL de Guadalajara./ Diego Simón/EL UNIVERSAL

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