¿Detentar el poder?
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“¿Nadie revisa en la Presidencia de la República los documentos oficiales que de ahí salen en calidad de altos ordenamientos?”, se pregunta el autor, para quien el desprecio a la crítica y los errores de comunicación son un sello del nuevo gobierno
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POR JUAN DOMINGO ARGÜELLES
Todos estamos expuestos a cometer errores al hablar y al escribir, pero, como es obvio, tienen más riesgos de cometerlos quienes hablan o escriben bastante, sin pensar mucho en lo que dicen y, en el caso de la escritura, sin auxiliarse, mínimamente, de un diccionario de la lengua. El presidente de México, que habla todos los días ante los medios de comunicación, tiene una mayor exposición pública, tanto por su cargo como por sus dichos, y lo que dice se amplifica para bien y para mal.
Andrés Manuel López Obrador, presidente del país, no es una persona diestra en el manejo del idioma: comete constantes fallas de ortoepía y ortografía, aunque tenga mil recursos, en su repertorio descalificador, para confrontar, desdeñar, despeñar y lapidar a quienes denomina sus “adversarios” por el simple hecho de no ser sus “partidarios”. Gabriel Zaid ya escribió sobre esto un excelente artículo el año pasado (“AMLO poeta”, Letras Libres, junio de 2018), haciendo notar que “las personas que insultan suelen tener un repertorio limitado y repetitivo. No AMLO. Es un artista del insulto, del desprecio, de la descalificación. Su creatividad en el uso de adjetivos, apodos y latigazos de lexicógrafo llama la atención. […] Insulta a diestra y a siniestra, aunque ‘con todo respeto’. Desprecia y descalifica, pero con ‘amor y paz’”.
A qué grado insiste el presidente de México en descalificar al periodismo crítico, que, en enero, la organización Article 19 le pidió no estigmatizar a los periodistas ni a los medios de comunicación que no le sean afines, y especialmente le solicitó que dejara de referirse a esta prensa con el apodo de “fifí”, anacronismo léxico que es la ofensa preferida de López Obrador. Por supuesto, no hizo caso a dicha organización ni ha atendido a otros llamados parecidos ya sean de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) o de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). No encuentra él ni encuentran sus colaboradores (que, al principio, parecían hasta razonables) ninguna ofensa ni elemento de discriminación o escarnio; tampoco aceptan que una estigmatización de esta naturaleza exponga a ciertos medios y a ciertos periodistas a un riesgo mayor en el ejercicio de su profesión, especialmente frente a sus simpatizantes más fervientes y exaltados, que no admiten crítica alguna al Señor Presidente, a quien consideran perfecto.
Jesús Ramírez Cuevas, coordinador de Comunicación Social de la Presidencia y Vocero del Gobierno de la República, incluso antes del inicio del gobierno de López Obrador, salió a decir que el término “fifí”, aplicado a la prensa, “no es ofensivo”, sino descriptivo. No creo que lo crea, pero igual lo dice. Y dijo más: “No creo que debamos tener la piel tan fina como para sentirnos ofendidos. Vamos al debate de ideas, de los términos, de los temas y no quedarnos en la superficialidad de un término que podría gustar o no”.
Ramírez Cuevas es capaz de ponerse de cabeza para, contra toda lógica, presumir de piel muy áspera. Siendo así, los términos “fantoches”, “conservadores”, “hipócritas”, “doblecara”, “momias”, “mafiosos”, “sabelotodo”, “camajanes”, “maleantes” “rufianes”, “pillos”, “tapaderas”, “machuchones”, entre muchos otros que salen de la boca del presidente un día sí y otro también, son descriptivos y no ofensivos ni discriminatorios. Además, los dicterios emanan, ventajosamente, desde el más alto poder, en confrontación, todo el tiempo, con un sector de los gobernados, pero, contradictoriamente, cual pacifista gandhiano, el presidente del país afirma que no se confrontará con Donald Trump, que mantendrá una “relación respetuosa y de amistad”, aunque el presidente de los Estados Unidos ofenda cuanto quiera a México y a los mexicanos.
En cuanto a lo que el presidente de México quiere oír y leer, como parte del ejercicio periodístico, resulta claro que estaría fuera de lugar, aplicado a su persona y a su investidura, un vocabulario con términos equivalentes a los que él usa, todos los días, para apostrofar a la prensa que no lo consiente. ¿Qué debe entenderse cuando el presidente de México celebra que los periodistas que acuden a sus conferencias mañaneras sean “prudentes”, “porque aquí los están viendo y si ustedes se pasan pues ya saben, no, lo que sucede, no”? ¿Qué sucede? ¿Qué saben los periodistas “prudentes”? ¿Quiénes los están viendo? ¿Qué implica que se pasen? Y ese “no” que, léxicamente, no es de negación sino de afirmación, ¿amago de qué es? ¡Vaya advertencia cifrada, cuyo código conocerá al menos el vocero Ramírez Cuevas!
Pero, además de la incongruencia del presidente del país al decir que no quiere la confrontación ni la polarización en la sociedad, mientras ofende, como dice Zaid, “con todo respeto”, el jefe del Poder Ejecutivo mexicano suele caer en desbarres lingüísticos y gramaticales, tanto o más que Peña Nieto, tanto o más que Fox. Entre ellos se dan el quien vive, pero la gran popularidad de López Obrador evita que sus disparates tengan la misma repercusión y merezcan el mismo escarnio que recibieron los de Fox y los de Peña Nieto. En su respuesta a los “imprudentes” cuestionamientos del periodista “fifí” Jorge Ramos (“sabelotodo”, seguramente, y “fantoche” y “machuchón”), el 12 de abril, López Obrador afirmó que, con relación a ciertas cifras de homicidios violentos, “se revertió la tendencia”. No dijo “se revirtió”, sino “se revertió”, y, si esto es así, dijo, con ello, que “se rebosó”, que “se salió de sus términos o límites” (que fue lo que en efecto ocurrió en el primer trimestre de 2019 con las cifras de los homicidios violentos), aunque quisiera decir lo contrario. Ello revela que el presidente de México no sabe la diferencia entre el verbo “revertir” y el verbo “reverter”. El primero se utiliza para, dicho de una cosa, indicar que volvió al estado o condición que tuvo antes, en tanto que el segundo se usa para indicar que algo se ha salido de sus límites (ver el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española).
Otro caso, mucho más grave, es el que tiene que ver con un término que utilizó el presidente de México en su controvertido “Memorándum” del 16 de abril de 2019 y que dirigió a sus secretarios de Gobernación, Educación Pública y Hacienda. Más allá de la discusión sobre su pertinencia jurídica, este “Memorándum” emplea un término opuesto por completo a lo que quiso decir López Obrador, y lo hace desde la Presidencia de la República. Transcribo el párrafo de manera textual: “Así pues, en tanto se alcanza un entendimiento con maestros y padres de familia sobre los cambios constitucionales requeridos y las leyes reglamentarias que deben ser modificadas o, en su caso, abrogadas, y con base en las facultades que me confiere el cargo que detento, me permito presentar a ustedes los siguientes lineamientos y directivas”.
¿Cuál es el cargo de Andrés Manuel López Obrador, firmante del “Memorándum” del 16 de abril? Ni más ni menos que Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Pero el propio presidente afirma que “detenta” dicho cargo (“con base en las facultades que me confiere el cargo que detento”). ¿Nadie revisa en la Presidencia de la República los documentos oficiales que de ahí salen en calidad de altos ordenamientos? Por lo visto no, y si el presidente de México ignora el buen uso del verbo “detentar”, el documento que firma resulta memorable porque dice lo contrario de lo que pretende decir. Veamos.
El verbo transitivo “detentar” (del latín detentāre: “retener”) posee dos acepciones en el Diccionario de la Real Academia Española: “Retener y ejercer ilegítimamente algún poder o cargo público”, y “dicho de una persona: Retener lo que manifiestamente no le pertenece”. Ejemplo: Augusto Pinochet detentó el poder en Chile durante 16 años. De ahí el sustantivo “detentador” (del latín detentātor, detentatōris): “Persona que retiene la posesión de lo que no es suyo, sin título ni buena fe que pueda cohonestarlo”. Ejemplo: Pinochet fue un detentador del poder en Chile durante 16 años.
Tenemos derecho a desconfiar de la información de la Real Academia Española, que tantas metidas de pata comete en su mamotreto. Pero, entonces, vayamos al Diccionario de uso del español, de María Moliner. Ahí leemos: “detentar (del lat. detentāre, retener) tr. Usar o atribuirse alguien una cosa, indebida o ilegítimamente. Detenta un título que pertenece a su sobrino. Detenta una representación que nadie le ha conferido”. El sinónimo que ofrece Moliner para el verbo “detentar” es “apoderarse”.
El Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco, lo dice también con mucha claridad: “detentar. Retener sin derecho una cosa. Es error grave usar este verbo por tener en su poder o en sus manos, disponer de, ocupar o desempeñar. Se puede decir que un dictador detenta el poder, pero no que un boxeador detenta un título ni que los tribunales detentan la administración de la justicia”.
Si todavía se tiene alguna duda al respecto, hay que abrir el Diccionario de usos y dudas del español actual, de José Martínez de Sousa, en cuyas páginas leemos lo siguiente: “detentar. Retener uno sin derecho lo que manifiestamente no le pertenece. En la acepción de ejercer, tener, poseer, retener, tener en su poder, tener en sus manos, disponer de, ocupar, desempeñar, representar, etcétera, es un galicismo reiteradamente condenado. Se puede decir con propiedad que un usurpador detenta el poder, pero no que el primer ministro inglés detenta todos los poderes, que alguien detenta un puesto directivo o una marca deportiva o que un deportista detenta un título. Mutatis mutandis, sea ello aplicado a detentador”.
En 1996, Martínez de Sousa acotaba lo siguiente: “Se ha propuesto la sustitución de detentar por ostentar, pero ninguna de las dos actuales acepciones de este verbo se corresponde con el significado de detentar, por lo que el resultado de tal cambio es también incorrecto”. Sin embargo, en 2014, en la vigesimotercera edición del Diccionario de la Real Academia Española, se introdujo la acepción a la que se refería el lexicógrafo español. De tal forma, hoy, el verbo transitivo “ostentar” (del latín ostentāre), además de significar “mostrar o hacer patente algo” y “hacer gala de grandeza, lucimiento y boato”, significa “tener un título u ocupar un cargo que confieren autoridad, prestigio, renombre, etc.” Ejemplos del propio diccionario académico: Ostenta el récord del mundo, Ostenta la dirección del partido. Resulta claro que, con sus 30 millones de votos, el presidente de México tiene una legitimidad para, sin duda, “ostentar” el cargo y no “detentarlo”.
En el Libro de estilo, del diario español El País, queda zanjada toda duda: “detentar. Este verbo implica ‘retener o poseer algo ilegítimamente’. Por tanto, adquiere siempre un sentido peyorativo”. Nadie que “detente” un cargo lo puede hacer legítimamente. Suponiendo que en la Presidencia de la República de nuestro país no tengan ni el Diccionario de la Real Academia Española ni el Diccionario de uso del español de María Moliner ni el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Manuel Seco ni el Diccionario de usos y dudas del español actual de José Martínez de Sousa ni mucho menos el Libro de estilo del diario El País, tal vez podrían tener, por ahí, inadvertido, sin que nadie lo haya visto, el Diccionario panhispánico de dudas, de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua española, que no es la gran cosa, pero que, en este caso, ayuda a saber que el presidente López Obrador no “detenta” el cargo, sino que lo “ejerce”, lo “desempeña” o bien lo “ostenta”. Dice este diccionario: “detentar. Poseer o retener algo, especialmente un título o cargo, ilegítimamente. Eran los militares quienes detentaban el control del aparato de gobierno. Es incorrecto usar este verbo cuando la posesión es legítima”.
Si el Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos escribe, en un documento oficial, “con base en las facultades que me confiere el cargo que detento”, lo que está diciendo es que dicho cargo no es legítimo, y esto, resulta obvio, no lo dicen ni siquiera los que han llegado al poder sin legitimidad. Sería bueno que, en la Presidencia de la República, antes de emitir un documento, hojearan un diccionario de la lengua española.
Poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Autor de El libro de los disparates: 500 barbarismos y desbarres que decimos y escribimos en español (Ediciones B, 2016) y Las malas lenguas: Barbarismos, desbarres, palabros, redundancias, sinsentidos y demás barrabasadas (Océano, 2018).
FOTO: El 16 de abril, la Presidencia de México envió a las secretarías de Educación Pública y Hacienda sobre la Reforma Educativa donde hace un uso incorrecto del palabra “detentar”. En la imagen, el presidente Andrés Manuel López Obrador. / Berenice Fregoso / EL UNIVERSAL
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