Andrea Arnold y la deriva milenial

Dic 3 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 4734 Views • No hay comentarios en Andrea Arnold y la deriva milenial

POR JORGE AYALA BLANCO

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En Dulzura americana (American Honey, RU-EU, 2016), idiosincrásico generacional filme 4 de la heterodoxa autora total inglesa de culto de 55 años Andrea Arnold (Carretera roja 06, Fish Tank, vive, ama y da todo lo que tienes 09, y una dispareja afroadaptación superambiciosa de Cumbres borrascosas 11), la indolente mulata dieciochoañera de cenizas rastas ensortijadas y boca en mueca permanente Star (magnética Sasha Lane imantada) pepena embutidos de pollo vencidos, se deja seducir por el guapo forastero que arma tremendo desmadre en un Walmart y le da tentadora cita para la mañana siguiente Jake (Shia LeBoeuf), se sustrae a los bailables avances incestuosos de su progenitor ojete (Johnny Pearce II), escapa por la ventana en la noche al lado de sus dos hermanos pequeñines y se los va a botar a su obesa madre practicante de adiposas coreografías en el saloon (Chasity Hunsaker), para dormir a la intemperie de la carretera, unirse al amanecer a un itinerante grupo de falsos vendedores de suscripciones en camioneta blanca y auto convertible tripulado por la tiránica patrona en bikini promiscuo Krystal (Riley Keough) y someterse desde un primer momento a los rituales de un entrenamiento básico para esquilmar cruel y desalmadamente a cuanta ingenua criatura con billetes se topen por la ruta de Kansas y anexas, incluyendo a un viejo vaquero terrateniente buenaonda (Daran Shinn) al que le gorrea su mezcal con gusano incluido, le aúlla como loba, viendo despertar en los campos idílicos su sexualidad gracias al caldoso amor-pasión-pasón junto al hipertatuado traidor mercenario Jake, tomando lecciones de sabiduría de un trailero ensombrerado (Sam Williamson) y saboreando las mieles iniciáticas de la prostitución con un millonario petrolero nostálgicamente frustrado en sus fantasías genitales (Chris Bylsma), hasta la dolorosa ruptura amorosa y su irrupción inconsolable en la melancolía avergonzada de su propio vacío.

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La deriva millennial estructura de hecho y ya en la práctica su road picture de revelación descubridora-conquistadora-reconquistadora americana, su Americana (dirían tautológicamente los estadounidenses) a través del retrógrado Mid West preTrump, como una novela de crecimiento interior/exterior muy autoconsciente (“Vente a explorar América”) y en forma de minisaga que sería exactamente lo contrario de un stationendrama (calcado sobre las estaciones del Via Crucis), o bien ago que podría calificarse como un stationendrama alegre, compuesto por verdaderas anagnórisis, grandes trozos-episodios-salidas quijotecas-aventuras epifánicas y contradictorias, epifanías exultantes, epifanías donde Star multipropositivamente apodada por sus compañeros Estrella de la Muerte para empezar como la base espacial destructora de planetas de la macrosaga de La Guerra de las galaxias, epifanías que a veces equivalen a números cantados y coreografiados alrededor de una desaforada technomúsica de Earworm y genuinas baladas de moda a lo serie “Glee” como en el seno de una gigantesca comedia musical contrahecha y desviada, epifanías celebratorias y libertarias.

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La deriva millennial se concibe, consuma y consume como un auténtico ensayo viviente y palpitante sobre la mentalidad característica de los millennials, de los jóvenes adultos nacidos desde 20 años antes del arranque del milenio presente, y allí están todas sus virtudes/defectos en tropel: su desapego sentimental, su desarraigo territorial absoluto, su gusto por el amor líquido, su individualismo arrasante, su carencia de valores familiares, su rechazo a devenir padres o madres (les basta por engendrarse sin cesar a sí mismos), su apoliticismo, su curiosidad insaciable, su carencia total de ambiciones nacionalistas, su horror a cualquier forma de compromiso, su ingestión sin culpa de alcohol o enervantes, su voracidad monetaria de la procedencia que sea, y en suma summa sólo faltó su devoradora alfabetización tecnológica, aunque para remediar con creces esta última carencia allí están los prodigios que logra la expandida tecnología fílmica actual, ya sin diferencia expresiva alguna entre los formatos profesionales o democráticamente digitales con cualquier smartphone mugre, las maravillas ahora agresivamente fuera de la antigua doxa que confabuladas en conjunto logran la hiperkinética fotografía de Robbie Ryan, la edición siempre nerviosamente archielíptica interno/externa de Joe Bini (en ello sólo superada por las chuladas hiperfragmentarias de Spring Breakers: viviendo al límite del venusino Harmony Korine 13), la dirección de arte realista de Lance Mitchel al mismo nivel que la gama de planos de la naturaleza infestada por mil bichos.

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La deriva millennial disemina a modo de algo más que leit motiv referencias constantes a los niños y la omnipresencia de perros uncidos, los nuevos abominables vástagos tan potencialmente monstruosos como los hermanitos-cómplices pepenadores de Star del principio y los chavos radicalmente monstruosos como los hermanitos autosuficientes a quienes ella acaba refaccionando con misericordiosos víveres puesto que le cantaban desde ya al placentero asesinato gratuito, porque Star comparte con los niños la perversa irracionalidad freudiana y con los perros la irresponsable bestialidad instintiva, afirmándose así paradójicamente como cine en femenino filmado por una sensitiva cineasta que se solidariza hasta el tope, hasta el colmo homologador en la ignominia.

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Y la deriva millennial, inspirada por el último número musical que entonan a coro todos los compañeros-cómplices de la camioneta blanca, ha llamado irónicamente Dulzura Americana lo que no vendría a ser más que un electrizante sinfín de rudezas, desvíos, atajos afectivos y ternuras ogrescas, para que nuestra sublime Star termine desesperada bañándose en suicidas aguas bautismales y resurja por su propio impulso, como fuego oscuro contra la noche encendida, como golpe de odio contra la faz del asco precoz y el temprano hastío.

FOTO: Dulzura americana, con las actuaciones de Sasha Lane, Shia Labeouf, Riley Keough, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 8 de ciciembre de 2016. / ESPECIAL

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