Andréi Konchalovski y el ideal deshecho

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Una mujer afiliada al Partido Comunista buscará a su hija desaparecida en morgues y cementerios tras una brutal represión provocada por el mismo régimen que admira

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En ¡Queridos camaradas! (Dorogie tovarishchi!, Rusia, 2020), arrebatado film 21 del imparable moscovita legendario de 83 años Andréi Konchalovski (El primer maestro 65, Siberiada 79, El círculo del poder 99), con guion suyo y de Elena Kiseleva, la severa aunque ínfima jefa cincuentona ultraidealista de un sector regional del Partido Comunista en la mínima ciudad industrial Novocherkassk a orillas del Don en la apertura khruchoviana de junio de 1962 pero apabullada madre soltera Lyuda (Yuliya Vysotskaya crispada a perpetuidad) se levanta con el marido de otra, lidia con su multicuestionante hija proletaria rebelde adolescente Svetka (Yulia Burova), atiende a su excombatiente septuagenario padre aún nostálgico del stalinismo (Sergei Erlish) y se dirige a su trabajo en infinitas verbosas asambleas locales sin sospechar que los signos de malestar por el alza de precios en los alimentos de por sí racionados y otros brotes de insatisfacción por recortes de salarios que la asaltan van a redundar en una agria movilización protestataria que se torna feroz e incontrolable según los altos jerarcas partidarios, por encima de los pronto rebasados controladores locales Loginov (Vladislav Komarov) y el profesor Orodov (Alexánder Maskelyne), al grado de llamar a la intervención de tropas del Ejército Rojo (“Que no dispara contra el pueblo”) y de la temida policía secreta KGB a lo largo de tres días de una visceral e inconcebible huelga intestina dentro del régimen socialista (un escándalo de la dictadura del pueblo para el pueblo), dando como resultado una feroz e inmotivada represión sangrienta por parte de francotiradores policiales apostados en las azoteas, un reguero de cadáveres en la plaza pública y el acarreo de éstos en camiones de carga, su hacinamiento y luego decomiso en la morgue local, y su posterior entierro clandestino en las fosas de las tumbas de otros muertos, todo ello vivido desde el interior por la infeliz angustiada Lyuda al borde del colapso, sólo con el auxilio casi suicida del ocasional amigo solidario Viktor (Andrei Gusev) e ideológicamente conminada a manifestarse en su comité partidario por la exigencia de mayor dureza contra supuestos alborotadores delincuenciales, y obligada a firmar documentos de estricta confidencialidad informativa, mas sin embargo, temiendo por la vida de su hija desaparecida cuando formaba parte de la turbamulta y no hallándola en casa de una amiguita, la infeliz mujer se lanzará a un frenético tour macabro por las morgues y los panteones dentro y fuera del cerco tendido por los soldados en torno a la urbe, en la búsqueda infructuosa de la hija extraviada, mientras contempla los estragos de lo que queda de lo que quedaba de su inveterado ideal deshecho.

 

 

El ideal deshecho recurre con creciente tensión y eficacia acezante a la inefable dramaturgia devastada y devastadora de la fatal bola de nieve que crece sin control al hilo de los días cual imprevista prevista bitácora implacable y al filo de los acontecimientos acumulados al parecer sin razón e irracionalmente fuera de cualquier sentido ni histórico ni sociopolítico, si bien obedeciendo una impecable lógica de las cosas y la revelación de siniestras corrientes subterráneas de amenazas latentes y nuevos intereses creados más bien subrepticios e ineluctables, siguiendo sin duda la turbia necesidad malvada de los hechos cumplidos y la fehaciente confirmación de los peores temores.

 

El ideal deshecho surge de la feliz conjunción en vehemente deseo de recrear un pasado maltrecho e infamante que alguna vez se consideró glorioso y popular cual si por fin estuviese autorizado y pudiera revivirse, una comunicable urgencia de lucidez en medio de otro caos demagógico nacionalista y un nuevo programado derrumbe humanista antihumanista, una excepcionalmente sagrada e inextinguible indignación/autoindignación ante los crímenes de los comunistas en contra de otros comunistas, una insigne capacidad para elaborar con base en el traumático recuerdo candentes estampas y viñetear imágenes de época memoriosas jamás memorables, una prodigiosa fotografía en límpido blanco/negro de Andréi Naydenov que parece en todo momento y atrocidad estar abriéndose paso entre cortinas y barreras blancas como en homenaje contagioso a las texturas con luz natural de la Roma de Cuarón (18), en suma, una decantación tanto por el denso formalismo como por la suave transparencia alígera, tal como ya lo había logrado el mismo Konchalovsky en su obra maestra ignorada: la adaptación como TVminiserie de La Odisea de Homero (97) y su cabal deriva epicotrágica quasi íntima.

 

 

El ideal deshecho narra así para la otra posteridad la crónica vivencial de un tlatelolcazo soviético que deja como póstumas estatuas la figura del abuelo con su desafiante uniforme guerrero condecorado de medallas de héroe de la guerra patria, unas inventivas oportunas al amañado heroísmo beato del premionobel Sholojov acerca de las hostilidades en El Don apacible, el reasfaltado inmediato de las calles para borrar de cuajo la sangre derramada de las víctimas inocentes caídas por aquí y por allá, la chinche en la pared carcelaria improvisada y los cuervos sobre el yermo camposantero, el desquiciamiento ejemplar nunca edificante de una reptante Lyuda rascando una tumba con las uñas desnudas o embriagándose con el vodka de la guantera del auto del único amigo posible para desgarradores y sarcásticos seguir entonando la oda “A toda costa protege a la patria” (de la película de propaganda Primavera de Alexandrov 49).

 

Y el ideal deshecho culmina inesperadamente en la estética narrativa de la tormenta dentro de un vaso de agua, en contraste con el aquí no ha pasado nada dominante, con el todosuperador abrazo de la madre ya para siempre atribulada a la hija milagrosamente reaparecida en la azotea, al cabo de tres inolvidables jornadas de disciplina dogmática e inhumana autorregulación y asumidas complicidades asesinas parciales o totales.

 

 

FOTO: La masacre de Novocherkassk fue investigada hasta 1992/ Especial

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