Andy Warhol, Profeta del arte contemporáneo

Ene 28 • destacamos, principales, Reflexiones • 16145 Views • No hay comentarios en Andy Warhol, Profeta del arte contemporáneo

POR ANTONIO ESPINOZA

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Sucedió el 21 de abril de 1964. Andy Warhol presentó en la Stable Gallery, de la calle 74 East de Manhattan, en Nueva York, sus famosas cajas de Jabón Brillo. Las obras tridimensionales exhibidas eran exactamente iguales al producto comercial que inspiró a su autor: el mismo tamaño de las cajas, los mismos diseños comerciales. Según Arthur C. Danto, con esa exposición la estrella del arte pop demostró que no hay diferencia entre la realidad y el arte (Después del fin del arte, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 1999, p. 57). El filósofo y crítico estadounidense afirma que la fecha de defunción del arte tal y como lo conocíamos se dio con la exhibición de esta serie de objetos artísticos que no podían diferenciarse de los productos comerciales. Como no hay diferencia alguna entre las Brillo Box de Warhol y las Brillo Box de los supermercados, tampoco hay un criterio visual que nos permita definir una obra de arte y diferenciarla de algo que no lo es.

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De acuerdo con Danto, la exposición mencionada significó el fin de la vieja narrativa del arte y el inicio de lo que llama “arte poshistórico”, un arte nuevo que obedece a nuevos parámetros. Coincidamos o no con la visión apocalíptica de este autor, es innegable el papel fundamental de Andy Warhol en el derrumbe del gran edificio del arte que inició Marcel Duchamp. Warhol fue un creador que rechazó la utopía estético-social de las vanguardias y prefirió hacer arte reproduciendo las imágenes frívolas de la sociedad capitalista para exaltar el ideal de vida estadounidense. El hombre que profetizó quince minutos de fama para todos los mortales, fallecido hace treinta años en Nueva York, el “indisputable dignatario del cool que convirtió en objetos a las celebridades y en celebridades a los objetos” (Juan Villoro, Los once de la tribu, México, Aguilar, 1995, p. 25), contribuyó decisivamente a modificar el rostro del arte.

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Genio, farsante, gurú del arte pop, pintor del jet-set, cineasta underground, empresario del escándalo, filósofo de la frivolidad, mercader del arte, profeta del arte contemporáneo. Andy Warhol (1928-1987) fue un hombre cuya vida ejemplifica claramente el “sueño americano”: de niño pobre y enfermizo nacido en un suburbio de Pittsburgh, hijo de inmigrantes checoslovacos, al dibujante publicitario y finalmente al artista comercial, iconoclasta y subversivo que supo crear y alimentar su propio mito. Mirada fría, postura impasible, peluca blanca, cejas teñidas…Warhol construyó su propio mito y el culto a su persona. El mito nació el 9 de julio de 1962, cuando exhibió por primera vez cuadros que reproducían latas de sopa Campbell’s (tasados en cien dólares), en la Ferus Gallery de Los Ángeles. Aquella exposición fue todo un acontecimiento. Warhol llamó poderosamente la atención. Muy pronto su figura se convirtió en la personificación del arte pop, amado por sus admiradores y odiado por sus detractores, en muchos casos pintores indignados por la repentina popularidad de un descarado artista comercial que, en vez de retratar su “mundo interior”, reproducía en sus cuadros simples latas de sopa.

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Pop Art

Surgido paralelamente a la formación de las sociedades de consumo en el mundo anglosajón y como una reacción en contra de la complejidad formal y expresiva de las vanguardias históricas y del expresionismo abstracto, el arte pop impuso una nueva manera de hacer y ver el arte. El arte pop rechazaba las convenciones estilísticas y temáticas de la tradición aristocrática del arte, despreciaba la cultura de museo y el arte institucionalizado. Descubriendo una estética en los aspectos más banales y cotidianos de las sociedades modernas, el arte pop implantó una nueva temática, hasta entonces ajena al arte: anuncios publicitarios, comics, personajes famosos, productos comerciales, etc. El pop: “era arte sobre el consumo, que se presentaba para –y rogaba– que se lo consumiera” (Robert Hughes, Visiones de América. La historia épica del arte norteamericano, Barcelona, Nueva Galaxia Gutenberg, 2001, p. 539).

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Al apropiarse de las imágenes de la cultura de masas y de la sociedad de consumo, Warhol y otros artistas pop cuestionaron los criterios para definir el arte y establecieron la indiferenciación entre los objetos artísticos y los productos comerciales. Auténticos operadores culturales, expertos en la imagen masiva, exponentes de una nueva identidad moderna, los artistas pop se dedicaron a transformar en iconos de la cultura contemporánea los objetos industriales y los productos comerciales de las sociedades de consumo. Conscientes del vacío de las imágenes que conforman el mundo actual, se acercaron a esa realidad para reproducirla en toda su banalidad, aceptando sus manifestaciones de opulencia artificiales y efímeras tal como son, sin intención crítica. La actitud del artista pop era rebelde respecto al arte, pero conformista respecto al sistema. La verdad es que su postura frente al American Way of Life nunca fue crítica (Vid. Anna María Guasch, El arte del siglo XX en sus exposiciones. 1945-1995, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1997, p. 86). De esta manera, cavaron la tumba de las vanguardias históricas con su utopía estético-social, relegaron al pasado las ideas tradicionales sobre la obra de arte y el artista e iniciaron nuestra contemporaneidad artística (Vid. José Jiménez, Teoría del arte, Madrid, Tecnos/Alianza Editorial, 2002, p. 206).

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Cuando Andy Warhol apareció en la escena artística, la corriente dominante era la del expresionismo abstracto, término que engloba la obra de artistas que practicaban el action painting (Willem de Kooning, Robert Motherwell, Jackson Pollock) y el color-field painting (Barnett Newman, Mark Rothko, Clyfford Still). Eran pintores idealistas y románticos, obsesionados por expresar en sus obras sus emociones y vivencias. Este modelo de artista no encajaba ni con la obra ni con la personalidad de Warhol, quien nunca se sintió atraído por esta tendencia. Todo lo contrario: tanto él como los otros artistas pop (Dine, Lichtenstein, Oldenburg, Rosenquist) cuestionaron la “heroicidad” y el “genio” del artista, representado precisamente por el pintor expresionista, así como la trascendencia de su obra, reproduciendo mecánicamente la realidad, siendo fieles al motivo, recurriendo a las técnicas del diseño industrial, la publicidad y la producción en serie. Inconformes con el arte de su tiempo, se posicionaron en la escena artística, impusieron su presencia y el poder de un nuevo tipo de arte.

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Art is Money

Andy Warhol fue la figura emblemática del arte pop. Se distingue de los otros artistas pop por la manera como concibió el arte en su relación con la sociedad y, en particular, con el mundo de los negocios (Vid. Klaus Honnef, Andy Warhol, 1928-1997. El arte como negocio, Alemania, Benedikt Taschen, 1992). Warhol amaba la fama y el dinero, hacía negocios y presumía de ello. Sus numerosas series, sus repeticiones estereotipadas de productos comerciales y personajes célebres, su empresa (The Factory, concebida como un auténtico consorcio) y sus declaraciones a manera de slogans publicitarios, lo convirtieron en un portavoz sumamente eficaz de la sociedad de consumo. Una joya warholiana: “Lo más bello que hay en Tokio es el McDonald´s, lo más bello que hay en Estocolmo es el McDonald´s, lo más bello que hay en Florencia es el McDonald´s. Pekín y Moscú todavía no tienen nada bello” (Citado en Anne Cauquelin, El arte contemporáneo. ¿Qué sé?, México, Publicaciones Cruz O, 2002, p. 84).

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Cierto es que además de los productos comerciales y las celebridades, hay otros motivos en la obra de Andy Warhol. Me refiero a las imágenes relacionadas con la muerte: accidentes, bombas atómicas, disturbios raciales, sillas eléctricas, suicidios. Con respecto a esta obra, Robert Hugues señala: “el lado oscuro de Warhol era el más interesante, puede que el único interesante. Estaba verdaderamente hipnotizado por la muerte, la muerte americana, fuera infligida por el Estado o simplemente en un accidente. Mirar la muerte de los demás era su forma definitiva de voyeurismo, algo de más interés que el sexo o incluso que el dinero” (Hugues, op. cit., p. 554). No sé si las imágenes de muerte sean lo más “interesante” en la obra de Warhol. Lo innegable es que su producción más frívola y rutinaria ha sido la más trascendente.

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No es raro que Andy Warhol haya sido el inventor del adjetivo superstar, aplicado a todos aquellos que alcanzan la cima del éxito. Para él, era más importante ser famoso que ser artista. Menospreciaba el quehacer artístico y decía que lo que hacían los artistas no servía para nada: “Un artista es aquel que produce cosas que la gente no necesita, pero que él –por alguna razón cree que es una buena idea ofrecérselas” (Andy Warhol, Mi filosofía de A a B y de B a A, Barcelona, Tusquets Editores, 2006, p. 154). Consideraba también que el arte era tan sólo un escalón en el camino del artista hacia la fama y el éxito: “El arte de los negocios es el paso que sigue al Arte. Empecé como artista comercial y quiero terminar como artista empresario. Tras hacer lo que se llama ‘arte’, o como quiera que se lo llame, pasé al arte de los negocios. Quería ser un Empresario Artístico o un Artista Empresario. Ser bueno en los negocios es la más fascinante de las artes… hacer dinero es un arte y trabajar es un arte y los buenos negocios son la mejor de las artes (ibidem, p. 100).

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Para Andy Warhol, el arte es un negocio y el artista un hombre de negocios del arte. A diferencia del artista vanguardista, que era un crítico de la sociedad, un rebelde dispuesto a transformar la realidad, Warhol se definía como una persona especialmente pasiva, que aceptaba el mundo tal como era. No hay en su obra una crítica al sistema capitalista sino todo lo contrario: una celebración de la sociedad de consumo. Warhol quería mirar esa sociedad desde arriba, ser uno de los mitos que la alimentan. Para él, el artista ya no debía ser un incendiario dispuesto a cambiar las cosas sino un “empresario artístico” o un “artista empresario”, con el único objetivo de conseguir fama y riqueza. La exigencia de pureza artística era cosa del pasado. Warhol fue el fabricante de un producto llamado Warhol y el publicista que puso en venta el producto. Un producto que era al mismo tiempo un autor, una imagen estelar, una firma comercial, una empresa y una obra: pictórica, gráfica, fílmica, fotográfica y textual.

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Andy Warhol fue un “hombre de negocios” que alcanzó fama, dinero y poder. Más bien un exitoso “artista de negocios”, puesto que los negocios son un arte y, viceversa, el arte es una cuestión de negocios. Llevando esta idea hasta sus últimas consecuencias, rechazaba el papel del pensamiento en el acto creativo y afirmaba el carácter espontáneo e improvisado del mismo. Para él, la pintura no era cosa mental: “Si tengo que pensarlo, ya sé que el cuadro está equivocado. Y decidir el tamaño es una forma de pensar, y lo mismo ocurre con el color. Mi instinto pictórico me dice: ‘Si no lo piensas, es que está bien’. En cuanto tienes que decidir y elegir, es que está mal. Y cuantas más decisiones tomes, peor quedará. Algunos pintan abstracto y entonces se sientan allí a pensar porque el pensar les hace sentir como si estuvieran haciendo algo. Pero el pensar a mí nunca me hizo sentir como si estuviera haciendo algo (ibid., pp. 160-161).

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Andy Warhol transformó las formas de producción artística y cuestionó la supuesta esencia de la obra de arte: su carácter auténtico y único. Para él, la obra de arte era un producto comercial como cualquier otro, un objeto regido por las leyes del mercado. Al igual que Duchamp, Warhol rechazó la estética, despojó al arte de su imagen aurática. A diferencia de Duchamp, para quien el arte no tenía un contenido intencional, no existía sino en relación con el lugar donde se exhibía la obra, siendo la obra en sí un objeto cotidiano, presente ya en el mundo, ya fabricado, Warhol se apropió de objetos ordinarios, para reproducirlos en serie, sin intervención de su parte que realzara el motivo y con una clara intención comercial. Su técnica favorita: la serigrafía.

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Andy Warhol nos muestra lo que ya está allí: objetos públicos, que todo el mundo conoce. El mundo está lleno de imágenes que son obras ya hechas: Coca-Cola, sopa Campbell’s, billetes, superstars. Pero al ready-made de Duchamp, único al ser elegido e intervenido por su autor, el artista pop opuso la repetición en serie, la saturación provocadora. Contrariamente a la obra única y original, Warhol impuso la reproducción mecánica ad infinitum, rechazando el oficio y la “destreza manual” del artista tradicional, con el fin de reafirmar la presencia del objeto en sí, como producto de consumo. El trabajo del artista consiste no en “hacer”, sino en elegir la imagen que va a mostrar; el artista debe elegir la imagen que causará sensación, o bien el medio de lograr que la imagen, cualquiera que sea, resulte sensacional. Y al relacionar su nombre con el objeto en serie conocido por todos, el artista se vuelve tan conocido como la imagen que firma.

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Warhol rechazó la noción del taller del artista como espacio íntimo y sagrado, para recuperar la idea del trabajo colectivo (The Factory) y poner en duda la autenticidad y la unicidad de la obra de arte. En la realización de ésta, se disuelve el concepto de autor y se arriba a una despersonalización que, paradójicamente, es una personalización a ultranza: “Sería formidable que más gente usara la serigrafía; nunca se sabría si mi cuadro es verdaderamente mío o si es de otro” (Citado en Anne Cauquelin, op. cit., p. 81). O sea, que todos los cuadros bien podrían ser suyos: “Creo que todos los cuadros deberían tener el mismo tamaño y el mismo color para que fueran intercambiables y nadie pudiera pensar que tiene un cuadro mejor o un cuadro peor. Y si la única obra maestra fuera buena, todas lo serían” (Warhol, op. cit., p. 160). O sea, que todas las “obras maestras” bien podrían ser suyas. A fin de cuentas, las obras de arte son simples productos comerciales realizados en serie.

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La definición del arte como negocio y del artista como hombre de negocios es, sin duda, una propuesta radical, pero perfectamente coherente con el Warhol’s System. Disolver todo gesto artístico en la esfera del mercado, hacer del artista un businessman y de la obra de arte un simple producto comercial, puede ser algo cuestionable, pero también se debe reconocer que el mundo del arte necesitaba un personaje como Andy Warhol, que cuestionara las cualidades del objeto artístico y abriera ventanas a la imaginación y a la experimentación. Warhol, sin duda, contribuyó enormemente a transformar nuestra idea del arte. En nuestro tiempo, en la aldea global del arte, escenario en el que conviven artistas de todo el mundo, la figura de Warhol brilla con luz propia, como un profeta que anunció el futuro.

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FOTO:  Campbells Soup I”, serigrafía sobre papel, 1968. Museum of  Modern Art, New York

Crédito de foto: Especial

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