Anne-Gaëlle Daval y el humor femidoliente
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Lucie, una mujer en sus 40 y tantos años, reinicia sus actividades habituales luego de recuperarse de un cáncer de seno. Agobiada por la soledad encuentra una nueva oportunidad en la amistad de sus amigas y la compañía de un galán de discoteca
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Aún más bella (De plus belle, Francia-Bélgica, 2017), polémica comedieta feminista hipercomercial de la diseñadora de vestuario fantasioso que todavía conserva esa posición en su inspirado debut como autora total fílmica a los 42 años Anne-Gaëlle Daval (corto previo: La cena de Navidad 13), la escurrida cuarentona amargada con remitido cáncer de seno y horrenda peluca posquimios Lucie (Florence Foresti sensacional) trata con descolones hilarantes y se dedica a rehuirle cómicamente durante todo el relato al solicitadísimo ligador de discoteca Clovis (Mathieu Kassovitz el acerbo director de El odio) porque está emocionalmente bloqueadísima y ni siquiera sabe qué hacer con su tiempo ya sin citas clínicas, ni con su poco envidiable vida confortable y predeterminada de madre soltera de la voluminosa quinceañera demasiado enfrascada en la geometría analítica y en su rebeldía visceral Hortense (Jeanne Astier), aunque nuestra atribulada Lucie sea a su vez una hija aún apabullada por su retrógrada anciana madre viuda castrante limpiasepulcros Yvonne (Josée Dreven), además de sobreprotegida favorita de su hermano-médico de cabecera Frédéric (Jonathan Cohen), y por añadidura ayudante ociosa de su estoica hermana dueña de florería con marido invisible Manon (Olivia Bonamy), pero por fortuna esa lastimosa lastimera Lucie reducida por todas partes se topará con la bienhechora comerciante de pelucas coquetas y terapeuta de mujeres deshechas/autodesechables Dalila (Nicole Garcia la exagresiva realizadora heterodoxa de El adversario), quien providencial y redentoramente va a integrarla a un grupo de variopintas féminas freaks en trance de llevar a la escena un retador espectáculo extravagante que a duras penas habrá de culminar en un strip-tease colectivo a lo The Full Monty (Cattaneo 97) ante familiares y amigos, lo que le permitirá a la reticente, escéptica y rechazante heroína enfrentar con admirable entereza la mutilación de ambos senos, a causa de un rebrote canceroso, sin perder su recién conquistado humor femidoliente.
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El humor femidoliente hace el patético retrato femenino moderno y contradictorio de una mujer indecisa al límite, o más bien, de la chava ruca que por explícitas y más que evidentes razones psicológicas y psicoanalíticas no podía decidirse, un personaje muy de fábula masoquista-derrotista según el modelo Woody Allen, de irónica opereta germánica posBrecht épico-didáctico o de comedia musical intelectualista tipo aquella Lady in the Dark de Kurt Weill con canciones de Ira Gershwin llevada al cine en glorioso technicolor hacia 1944 como La que supo amar por Mitchell Leisen (con Ginger Rogers y Ray Milland), una figura bufonesca y desternillante vuelta ejemplar, inspiradora y edificante en clave sarcástica, un prototipo descontinuado hoy prolongándose, erigido casi a nivel de libro de autoayuda, ilustrado con gracia autoirrisoria, aunque oportuna, inteligente, comprensiva, omniaccesible, misericordiosa y nada facilona, gracias a la reapropiación por las mujeres de su propio cuerpo (deforme, repelente hasta para ellas mismas) y de su destino (cercado, sin alternativas, prefijado), a través de ejercicios físicos y mentales, basados en el yoga vuelto mindfulness al despojarse (a lo Jon Kabat-Zinn) de connotaciones religiosas o esotéricas, por temeraria voluntad tornándose pura conciencia receptora del presente con actitud desprejuiciada y abierta.
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El humor femidoliente considera que con la autoconciencia y la abierta confesión del cliché se gana el derecho a inventar y diseminar nuevos clisés inéditos y de resignificar algunos antiguos, o simplemente agigantarlos, sin pudor y con una aparente o real delicadeza, gracias a la sensual fotografía de Philippe Guibert que hurga en todas las sofisticadas poses dentro de la disco para acabar su recorrido en el rictus de la boca hipotética de la heroína, merced a los hallazgos esperpénticos de la edición de Frédéric Baillehaiche y siguiendo los impulsos románticos o satíricos de la música insinuante de Alexis Rault; viejos clisés como el galán insistente a lo más para él tolerable y sin respuesta, por lo que deberá disculpársele si algún día se le halla con otra chava cuando Lucie decide irrumpir en su depto una mañana intempestiva; nuevos clisés como las mujeres asaltadas y vencidas por removedoras frases desarmantes (“¿Cuánto hace que no copulas: tres días, tres meses, tres años?”) o esgrimiendo ellas mismas agudos diálogos proverbiales (“El exceso de virtud es el peor de los vicios”).
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El humor femidoliente neutraliza y rechaza como la peste cualquier patetismo ramplón, así como su contrario perfecto: la ñoñez invertebrada, transformando en rara epifanía cada encuentro de los enamorados en aplazamiento, sea para tomar helados en barquillo o bailando gringa por la noche una melosa música anacrónica como deliberadamente convencional antesala del sexo pero de pronto ya cargada con las piernas colgantes escapando a encerrarse en el mingitorio; cada choque antifamiliar conservador, sea ante la simbólica tumba del sometimiento patriarcal o respaldando los arrebatos de la hija adolescente que reclama su derecho a la estridente pulsión narcisista; o cada difícil asunción del cuerpo propio, sea atreviéndose a danzar desnuda a solas en la penumbra erotizada de la florería-invernadero, o con un plumerío que sube del culo a la cabeza para alcanzar la khátarsis summa.
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Y el humor femidoliente incurre finalmente en algo más que el virtual/virtuoso embellecimiento femenino a ultranza y la metafísica de la autocaricia, con ese surgimiento del varón aquiescente desde un desenfoque del pasillo para ponerle cariñosa y solidariamente la mano sobre el hombro a la enferma recuperada en su interior que, serena y tolerando ya la compañía amorosa, se dirige hacia el quirófano como al matadero, esa mujer que ha dejado de ser espectro de sí misma y arrastrar fantasmas del pasado a este vil reduccionismo chantajista.
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Foto: Aún más bella, protagonizada por la comediante francesa Florence Foresti y Mathieu Kassovitz, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 14 de junio. / Especial
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