Antiguas obsesiones, nuevas búsquedas
POR VICENTE ALFONSO
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En Conversación en la Catedral, Mario Vargas Llosa cita a manera de epígrafe una frase de Balzac: las novelas relatan la historia privada de las naciones. Se trata, al parecer, de una declaración de principios, pues aún cuando el autor se califica como un escritor de intereses diversos, ha dedicado su obra a demostrar la pertinencia de esta frase. Así lo demuestra Cinco esquinas, su novela número dieciocho, que ha llegado a las librerías en el mismo mes en que el autor cumple ochenta años. Armada con procedimientos y técnicas aprendidas de sus héroes literarios, sobre todo de Flaubert y Faulkner, Cinco esquinas es un contrapunto de historias que terminan enlazándose, pero es también un territorio donde confluyen antiguas obsesiones temáticas y nuevas búsquedas de un autor que lleva más de medio siglo de carrera.
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Promovida como “una novela erótica que se convierte en thriller”, Cinco esquinas tiene como tema central las dos caras del periodismo: por un lado como arma para desprestigiar y aniquilar, por otro como instrumento de liberación. Ambientada en el Perú de Fujimori, la historia tiene como telón de fondo una sociedad convulsa en donde los secuestros, la extorsión y los ataques terroristas de Sendero Luminoso son el pan de cada día. En cuanto a los personajes periodistas, sobresalen dos: Rolando Garro y Julieta Leguizamón, alias “La Retaquita”. El primero dirige el semanario Destapes, dedicado a revelar la intimidad de figuras públicas, conocidas y prestigiadas. La segunda, reportera estrella del semanario, es presentada como “una periodista nata (…) capaz de matar a su madre por una primicia, sobre todo si era sucia y escabrosa”.
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Paradójicamente no fueron pocos los reporteros que en la ceremonia de lanzamiento de la novela, el 1 de marzo en Madrid, le hicieron al Nobel preguntas sobre su vida sentimental, que en los últimos meses ha sido blanco de la prensa sensacionalista. Estaban allí los representantes de las revistas del corazón, esos que siguen al novelista a donde quiera que va y que han entrevistado incluso a los empleados de la tintorería donde lleva sus trajes. Acaso por esa aparente coyuntura entre la obra y la vida privada del escritor no faltaron medios que dedicaron a la nota encabezados como “Vargas Llosa, azote de la prensa amarillista” e incluso “Vargas Llosa se desquita”.
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Aunque la imagen de un Premio Nobel mundano, inmediato y revanchista resulte atractiva para muchos, lo cierto es que a los lectores asiduos del novelista nos es difícil imaginarlo comprometiendo su literatura en diatribas mediáticas pasajeras, pues ha dedicado muchas páginas a los riesgos que entraña ese fenómeno que empobrece el mundo de las ideas. Así pues, conviene analizar bien los hechos antes de dar crédito a tales titulares. Si bien es cierto que la presencia de Vargas Llosa en la prensa rosa ha aumentado a últimas fechas, hay que tomar en cuenta que la polémica no es ajena a su carrera: desde 1962, cuando publicó La ciudad y los perros, atrajo un remolino de reacciones en contra y a favor. Como es sabido, aquella primera novela expuso las prácticas podridas de algunos maestros y trabajadores del Colegio Militar Leoncio Prado, y frente a tales denuncias hubo reacciones enconadas: los directivos del Colegio Militar acusaron al escritor de comunista, antipatriota y difamador, pero la metralla verbal no hizo más que acrecentar las ventas del libro.
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Divertidas y achispadas
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“Cada que se viola un tabú sucede algo bueno, vitalizante”, dijo Henry Miller a George Wickes en una entrevista para The Paris Review en 1961. Enemigo de los dogmas, Vargas Llosa parece compartir esta consigna. Como muchos han señalado, hay un segundo tema en Cinco esquinas: la conquista de la libertad sexual, pues desde el primer capítulo se narra con cálida precisión un encuentro lésbico entre dos señoras que pertenecen a la alta sociedad limeña y que, tras un par de copas, se tornan “divertidas y achispadas”. Bajo los nombres de Marisa e Isabel, Vargas Llosa hace un retrato que corresponde a miles de mujeres y hombres en todo el mundo: llenos de fantasías, pero insatisfechos y amordazados por convenciones y prejuicios. Aunque también a ese aspecto han dedicado mucha tinta los periódicos y revistas en lengua española, tampoco el erotismo es novedad en este autor: a los pasajes sexuales contenidos en La ciudad y los perros se suman novelas de fuerte carga erótica como La casa verde (1966), Pantaleón y las visitadoras (1973), Elogio de la madrastra (1988, con su versión perfeccionada Los cuadernos de Don Rigoberto, 1997) e incluso Travesuras de la niña mala (2006). Más que salpimentar, como ha dicho alguien, el factor erótico en la literatura de Vargas Llosa es un ingrediente indispensable que responde a la lucha por eliminar tabúes y prejuicios, pues como él mismo ha escrito, la represión de la vida sexual provoca “innumerables sufrimientos sobre todo a las mujeres y a las minorías sexuales”.
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No ha faltado quien pretende utilizar esta cruzada del novelista para hacerle recriminaciones. Basta recordar que en 1989, cuando era candidato a la presidencia del Perú, se puso en marcha una anti-campaña donde se le tildaba de “pervertido y pornógrafo”. Como parte de esa iniciativa destinada a frenar su creciente popularidad en las encuestas, Elogio de la madrastra fue leída entera en horas de máxima audiencia, a razón de un capítulo diario, en Canal 7 propiedad del Estado. En su magnífica autobiografía titulada El pez en el agua (1993), Vargas Llosa lo recuerda: “Una presentadora, dramatizando la voz, advertía a las amas de casa y madres de familia que retirasen a sus niños pues iban a escuchar cosas nefandas. Un locutor procedía, entonces, con inflexiones melodramáticas en los instantes eróticos, a leer el capítulo. Luego, se abría un debate, en el que psicólogos, sexólogos y sociólogos apristas me analizaban (…) una vez alcancé a seguir uno de ellos y era tan divertido que quedé clavado frente al televisor, escuchando al general aprista Germán Parra desarrollando este pensamiento: ‘Según Freud, el doctor Vargas Llosa debería estar curándose la mente’”.
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Entre reportero y editorialista
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Tampoco el periodismo sensacionalista es una obsesión recién adquirida y mucho menos una vendetta contra la prensa del corazón: ya en 1969 los lectores de Conversación en La Catedral se topaban con Santiago Zavala, joven editorialista que debate con un colega de la fuente policial cuál tipo de periodismo dignifica más la profesión. Curiosamente es Zavala, editorialista, quien se siente avergonzado de redactar artículos de opinión frente al reportero que consigna muertes y catástrofes. Más que tomar partido, Vargas Llosa hace aquí de abogado del diablo, pues se ha acercado de muy distintas formas al oficio: del periodismo de opinión en su columna semanal Piedra de Toque al reporteo directo en zonas de conflicto, tarea que ha ejercido en Palestina y en Irak. De hecho, el reporteo in situ le ha sido esencial para construir novelas como La guerra del fin del mundo (1981), La fiesta del Chivo (2000) y El sueño del Celta (2010).
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El debate entre periodismo informativo y periodismo sensacionalista puede rastrearse en La tía Julia y el escribidor (1977), donde se describen dos estaciones de radio que, a pesar de pertenecer al mismo dueño y ser vecinas, no se parecen en nada “como esas hermanas de tragedia que han nacido una llena de gracias y, la otra, de defectos”. Radio Panamericana tiene ínfulas de modernidad y de aristocracia, y transmite jazz, rock y una pizca de música clásica. Radio Central, en cambio, programa música popular y sobre todo, dramas radiales que con sus tragedias domésticas mantienen enganchados a miles de escuchas. Por supuesto, la segunda estación es el sostén económico de la primera. Pero la discusión va más allá: el trabajo de Varguitas, el joven aspirante a escritor que protagoniza la novela, es dirigir el sistema de información de Radio Panamericana, labor que se traduce en “revolcar” notas de los periódicos para alimentar las cápsulas noticiosas de la estación. Para hacerlo, Varguitas cuenta con la ayuda de Pascual, asistente adicto a las catástrofes y los hechos de sangre. Esta tensión entre el periodismo tremendista y la visión responsable del oficio se evidencia cuando el joven Varguitas dice: “Cuando yo le explicaba que no nos pagaban por entretener a los oyentes sino para resumirles las noticias del día, Pascual, moviendo una cabeza conciliatoria, me oponía su irrebatible argumento: ‘Lo que pasa es que tenemos dos concepciones diferentes del periodismo’”.
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Con todo, el personaje que prefigura más directamente al periodista francotirador de Cinco esquinas es “El Sinchi”, comentarista radiofónico que juega un papel central en Pantaleón y las visitadoras. Garros y “El Sinchi” son personajes gemelos: ambos se dedican a extorsionar a figuras poderosas —empresarios y miembros de la clase política— a cambio de no revelar información comprometedora. Ambos son la encarnación de lo que, en un ensayo publicado en 2012, Vargas Llosa calificó como los productos periodísticos más genuinos de la civilización del espectáculo, es decir, informadores que se caracterizan por poner el entretenimiento en el lugar más alto en la tabla de valores. Como cualquiera puede constatar hojeando los diarios, una de las peores consecuencias de este cambio en la escala es que “la frontera que tradicionalmente separaba al periodismo serio del escandaloso y amarillo ha ido perdiendo nitidez, llenándose de agujeros, hasta en muchos casos evaporarse”.
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Historia privada del Perú
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En sus primeras ficciones, publicadas en 1959, el joven Vargas Llosa retrataba la vida de Lima –la ciudad donde creció– a partir de las vidas de sus habitantes. Tenía entonces 23 años y era un joven inquieto. A medida que su experiencia fue ensanchándose, el universo retratado por su pluma también lo hizo. Vinieron así ficciones ambientadas en el Brasil de la rebelión de Canudos, en la República Dominicana que vio caer a Rafael Leónidas Trujillo, en el Thaití de Paul Gaugin y en el Congo de Roger Casement. Hoy, a punto de cumplir ochenta años, vuelve a su tierra convertido en un gigante literario y un observador preciso de la conducta humana. Pero tal transformación, hay que decirlo, no ha estado exenta de tropiezos, búsquedas, enmiendas. Tal como, en un acto de honestidad intelectual, Mario Vargas Llosa cambió de convicciones políticas hace varias décadas, hoy parece haber modificado sus ideas estéticas respecto al arte de la novela. Porque aquel narrador que en 1979 declaraba como requisito indispensable para que un libro lo hechizara que no fuese demasiado simple, aquel constructor de los complejos andamiajes que sostienen La casa verde y Conversación en La Catedral (que Christopher Domínguez Michael llama con acierto “novelas para escritores”) en los últimos diez años ha refinado su arte con un barniz distinto: desde la aparición de Travesuras de la niña mala, el autor ha simplificado no sólo su prosa, también sus estructuras. Esto provoca que sus novelas parezcan fáciles de escribir. El gran reto, por supuesto, ha sido ganar la agilidad del thriller sin perder la profundidad de la gran literatura. “Para mí, un gran libro es aquel que se introduce en mi vida, perdura en ella y la modifica”, ha escrito. Y ese es otro de los aciertos de Cinco esquinas, que los hechos narrados generan en el lector la clase de dudas e inquietudes que solemos trasladar a nuestro entorno más inmediato: ¿Cuánto de lo que leemos en los diarios es cierto? ¿Qué motiva que la información se presente de una u otra forma?
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En Cinco esquinas se advierten las tribulaciones del autor frente al asedio de una civilización en donde lo trivial gana terreno. ¿Cómo escribir en estos tiempos en que libros y revistas se hojean? Señal de salud es que, luego de haber ganado todos los premios en literatura, Don Mario siga cuestionándose, cavilando frente al teclado, buscando nuevas formas de narrar, consciente del filo que separa la gran literatura de las novelas ligeras que nada exigen a sus lectores. Revitaliza asumir la creación como riesgo permanente. En ese renglón, personaje esencial en Cinco esquinas es Juan Peineta, recitador de poemas que en el momento clave de su vida traiciona su vocación para entrar como patiño en un programa televisivo. “Te vendiste por la codicia, renunciaste a la poesía por la payasada, de puro angurriento le clavaste una puñalada al arte. Ahí comenzó tu decadencia”.
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*FOTO: Mario Vargas Llosa durante su visita a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2009/ Especial.
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