Apuntes sobre El Foro
POR IVÁN MARTÍNEZ
Desde hace dos semanas y hasta el 13 de junio próximo, se lleva a cabo la edición XXXVII del Foro Internacional de Música Nueva “Manuel Enríquez”. Ideado por el compositor a quien actualmente se le rinde homenaje al llevar su nombre, El Foro llegó a ser una verdadera fiesta de la creación musical contemporánea, un epicentro festivo donde con gusto se asistía para estar al tanto de cómo andaba el termómetro de la composición actual. Asistíamos los melómanos curiosos, los estudiantes para escuchar a nuestros maestros y aprender de los mejores intérpretes. Desde hace por lo menos una década el encuentro se ha ido desvaneciendo, ya en la baja del estándar de la música que se toca, ya en el poco incentivo que representa estar ahí presente como compositor o como intérprete, ya en la presencia de públicos. Para decirlo con pureza, se ha diluido. Encuentro y trato de entender que una razón puede ser la motivación de dar cabida a un abanico amplio de estéticas, priorizando el ejercicio de las relaciones públicas por encima de la calidad de las piezas elegidas y de los intérpretes invitados a presentarlas.
Empieza mal desde que se publica la lista de piezas seleccionadas tras una convocatoria y nunca se explica por qué está ahí cada obra anunciada, ni mucho menos los errores “editoriales”. Así, lo mismo se vuelven a vender obras como “estrenos” (el cuarteto Con furia de Marcela Rodríguez, por ejemplo, reseñado en octubre pasado en este mismo espacio) que se da vida a un fenómeno que no tendría porqué aceptarse en un circuito que se supone profesional: aquellos grupos escondidos tras la “especialización en música contemporánea”, incapaces de tocar en tiempo y afinación la música tonal más básica.
Las dudas que acarrea su programación no son sobre trayectorias: sino sobre certezas. No es entre fondo y forma, es que no suele encontrarse una ni otra. El resultado es: al foro ya solo asisten los compositores de quienes se toca su obra, sus amigos –que suelen irse tras escuchar la obra en el programa de su interés– y un resto de despistados. A veces a algunos, los menos, nos da curiosidad por conocer cierta obra nueva de algún compositor y ahí seguimos.
Este año he asistido a uno solo de los recitales, el de la Sala Manuel M. Ponce el sábado 30 de mayo, llamado por el interés de conocer al Ensamble Tamayo, un cuarteto formado por el violinista Mykyta Klochkov, el violonchelista Gregory Daniels, el clarinetista Rodrigo Garibay y el pianista Carlos Salmerón, que comienza a tener presencia en ciertos círculos, y de escucharles la pieza de Javier Álvarez que habían estrenado junto a la soprano Irasema Terrazas en diciembre pasado: Un tiempo detenido, con texto de Rubén Bonifaz Nuño.
Se trata del mejor Álvarez, el del Metro Chabacano y Temazcal, el de los contenidos musicales vigorosos y con arraigo, el de las grandes narrativas, no el del errático quinteto para clarinete y cuerdas presentado hace seis años. Sin conocer nada de su música vocal anterior, me sorprendió la vocalidad de su escritura y como siempre encontré la claridad de su maestría en el manejo de la forma. En una escueta nota de programa, el compositor hace alusión a un intento de llevar al pentagrama el sentido rítmico del poema fuente: el poeta estará orgulloso, es una pieza rítmica, llena de energía sutil, y magistral en la elaboración de cada una de las cinco partes. Sobra mencionar el compromiso musical y la impresionante paleta interpretativa de la soprano, además de la extraordinaria capacidad para sobresalir no por sí misma, sino por la manera en que se integra al grupo instrumental cuando aborda repertorios de cámara.
Para disfrutar la pieza de Álvarez, antes tuve que aguantar dos obras de mediocridad tediosa. El cuarteto Concomicante 1, de Alejandro César Morales, una pieza sin forma ni narrativa, escrita como ejercicio experimental que funciona así: como experimento acústico para probar sonidos naturales y armónicos, para jugar con efectos (mal escritos y por ello mal tocados incluso por instrumentistas probados como el clarinetista), pero no para ser llevados a una sala de concierto. Y un trío para clarinete, violonchelo y piano de Alejandro Colavita, OAMAO: cinco sketches que vislumbran algunas ideas muy sueltas que necesitan desarrollarse, urgidas de forma; y sobre todo, al compositor escuchar esos instrumentos para conocer sus posibilidades y salir de la primitiva manera en que los utiliza.
El programa también incluyo al inicio un ciclo preciso –y precioso– de Jorge Vidales, Songs of Experience, escrito sobre cinco poemas de William Blake, para soprano, violín y clarinete, que deberá pronto ser incluido en el pequeño grupo de obras maestras para soprano y clarinete: está ahí la mejor influencia de la escritura vocal y camerística de los Tres Vocalizos de Ralph Vaughn-Williams, la claridad en la traducción letras-música de la mejor tradición de Federico Ibarra o Ned Rorem y sobre todo, un gran instinto tanto emocional como acústico, que no se aprende, para llevar hasta las profundidades la simpleza de un grupo aparentemente simple.
*FOTO: El Ensamble Tamayo fue uno de los participantes en la edición XXXVII del Foro Internacional de Música Nueva Manuel Enríquez / Archivo EL UNIVERSAL
« Farabeuf visto por Salvador Elizondo Irónica visión teatral sobre México »