Arnaud Desplechin y el engañadero erótico

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Un escritor autoexiliado en Londres mantiene tórridos encuentros con su amante, quien además le inspira pláticas kafkianas y evocaciones de antiguos amores

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Deception/Engaño (Tromperie, Francia, 2021), portentoso film 12 del estilista verborreico norfrancés de 61 años Arnaud Desplechin (El centinela 92, Reyes y reinas 04, Mis mejores días 15), con guion suyo y de Julie Peyr basado en la novela homónima del gran Philip Roth, el barbón canoso escritor judioneoyorquino redondo de éxito retundo de 59 años Philip (Denis Podalydès antiwoodyallenesco) vive autoexiliado en Londres dentro del confinamiento de un estudio donde mayormente toma notas para futuras novelas y sostiene tórridos encuentros sexuales con una hermosa e instruida e intensa pero malcasada amante inglesa anónima de 34 años (Léa Seydoux genial), mientras relega a su esposa (Anouk Grinberg), recibe aún telefonemas transatlánticos de su angustiada examante con cáncer Rosalie (Emmanuelle Devos graciosa autoirrisoria), recuerda sus efímeros lances con una amante checa harta de su país-prisión (Madalina Constantin) y de una estudiante con heterodoxas perspectivas sobre la realidad miserable y la ficción kafkianas (Rebecca Marder), pero también evoca en su propositivo encierro seudocreador las guiñolescas figuras del feroz amigo celoso patológico Ivan (Miglen Mirtchev) y de su exacerbado padre inmigrante al final paradójicamente antinmigrantes (André Oumansky), si bien dejándose dominar nuestro juntapalabras por un grotesco proceso imaginario-paranoico poskafkiano al que lo sometería una exaltada procuradora feminista árabe (Saadia Bentaïeb) con afanes omnirreivindicadores, hasta que, por la fuerza de las cosas, el buen literato Philip permite respetuoso y abstinente que su inolvidable amante casada inglesa rompa cualquier contacto, quedando a merced del iracundo arrebato de celos de la esposa (“Sólo vas a tu estudio a coger”) que ha hurgado en la libreta de apuntes de ese marido que ahora enloquece de metafísicas autojustificaciones para su irrecuperable engañadero erótico.

 

El engañadero erótico lleva la esclavitud y el veneno del sexo a límites masculinos extremos de humor, delicia, agudeza, cinismo extraconyugal y fantasía jamás remordidos, si bien atemperados y excedidos por el empoderamiento de las mujeres dentro de la pareja galante o marital, para generar una obra clave dentro de un nuevo modelo de adaptaciones al cine, a través de la estructura fragmentaria, de rompecabezas, a la vez vivencial-existencial-imaginario, muy semejante a la del noruego Trier de La peor persona del mundo (21), ahora con un prólogo fabuloso donde el varón le pide a su pareja detallar el depto con los ojos cerrados en planos divagantes y ella en reciprocidad le exige describirla a ciegas como hembra por dura elipsis, más doce segmentos en estilos y resoluciones formales distintas, como el episodio de la doliente demasiado próxima en misericordiosas pantallas simultáneas (“No vas a morirte”), el episodio de la amante londinense al fin vulnerada tanto por su socavadora vida cotidiana como por las hirientes preguntas del satisfactorio circuncidado en los armoniosos bordes de planos abiertos (“Hoy no tengo vagina”), o ese episodio del septuagenario padre histérico cuya acritud jocosamente racista mimetiza su hijo por montaje ante su amante botada de risa (“Se va a casar ¡con una puertorriqueña!”), siempre merced a la fotografía de Yorick Le Saux nerviosamente equilibrada y a la edición de Laurence Briaud que resume los tiempos de manera tan tajante cuanto diversa al ritmo de una música acariciante de Grégoire Hetzel.

 

El engañadero erótico se basa como todos los provocadores filmes anteriores del realizador, en un ejercicio vertiginoso, lúcido y lúdico de expresión verbal caudalosa que, en la vía ultracoloquial abierta por Mi noche con Maud de Rohmer (69) y La mamá y la puta de Eustache (73) acaba ocultando más de lo que denota y connotando más de lo que quisiera, en este caso a propósito de una novela parautobiográfica o pionera autoficcional (aparecida en un remoto 86) del mismo autor que dio origen a Los principiantes/Goodbye, Columbus (Peerce 69) y El lamento de Portnoy (Lehman 72) o La piel del deseo/La mancha humana (Benton 04), en un tono ávido y vehemente donde la realidad se escabulle entre las persecutorio-narcisistas ensoñaciones de un escritor varado y sus experiencias puntualmente anotadas con ayuda de inabarcables féminas a quienes incluso llega a considerar las verdaderas creadoras de su libro en ciernes, porque un imaginario se superpone a otro y da vuelcos hacia otro más, en un juego de espejos y titilantes reflejos y superposiciones infinitas, sin esperanza alguna para la realidad real objetiva ni subjetiva en sí.

 

El engañadero erótico acaba considerando que todo engañadero, que antes se llamaba adulterio, fuese doble o múltiple o en cadena, es en realidad un autoengañadero, y aquí de los más crueles e irrecuperables: el de un yo Philip que es y no es el escritor de la novela, su alter ego caricaturesco pero menos atormentado, un consciente fetichista del verbo o un audiofanático impenitente (“¡No soy capaz de cogerme a las palabras!”, un representante crepuscular de la vieja masculinidad mechocondescendiente espiritual, el único y verdadero protagonista de su propio vacío, en el fin de la literatura (filmada o no) como trayectoria y trasunto personales, razón por la cual el relato ha optado por poner a la amante inglesa en un puesto de mando a cada momento y en todo giro narrativo, con una Léa Seydoux prodigiosa como nunca tras la chica de peluca azul que transformaba La vida de Adèle (Kechiche 13), para erigir un flamante mito fílmico femenino, sublime de lucidez y sin cesar reinventado.

 

Y el engañadero erótico culmina en un epílogo que muestra con cruel parsimonia el reencuentro de los amantes al cabo del tiempo y a la sombra de la obra ¿de ambos? apenas publicada, en pleno arrollamiento lírico-melancólico, en brutales puntos suspensivos hacia ningún destino narrable, antes de salir por la simbólica y protocolaria puerta de entrada.

 

FOTO: Tromperie es una adaptación de la novela Engaño (1990), de Philip Roth/ Especial

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