Arte para el presidente y la primera dama

Nov 16 • Conexiones, destacamos, principales • 3564 Views • No hay comentarios en Arte para el presidente y la primera dama

POR ANTONIO ESPINOZA

Las miradas de toda la gente se posarán sobre nosotros.

John Winthrop, sermón pronunciado
en el barco Arbella, 1630

Fue una sorpresa muy grata. Era el 21 de noviembre de 1963. Al llegar al Hotel Texas de Fort Worth, el presidente John Fitzgerald Kennedy y su esposa Jacqueline fueron recibidos con una exposición artística montada en la suite donde pasarían la noche. La idea de realizar la exposición para recibir al carismático presidente y a la primera dama fue de Owen Day (crítico de arte del Fort Worth Press), quien se la comentó al coleccionista Samuel Benton Cantey III, quien encabezaba la Fort Worth Art Association. Cantey III la hizo suya y, para realizarla, contó con el apoyo de otros personajes importantes de la comunidad artística local, como Ruth Carter Johnson, Ted Weiner y Mitchell Wilder. En unos cuantos días, lograron reunir 16 obras, provenientes de colecciones públicas y privadas, para montar la exposición que tanto agradó al presidente y a su esposa. Cincuenta años después, aquella muestra ha sido reconstruida.

 

Hotel Texas

 

En efecto, para conmemorar el 50 aniversario del asesinato del presidente John F. Kennedy, se reunieron nuevamente las obras que adornaron ese día la suite presidencial. Así se armó la exposición: Hotel Texas: An Art Exhibition for the President and Mrs. John F. Kennedy, que se presentó del 26 de mayo al 15 de septiembre en el Dallas Museum of Art y que actualmente se presenta en el Amon Carter Museum of American Art de Fort Worth. Se exhiben las pinturas, las esculturas y las obras en papel, realizadas por destacados artistas norteamericanos y europeos, que integraron la muestra original. Asimismo, se presentan fotografías y videos que nos permiten visualizar cómo fueron dispuestas las obras artísticas que disfrutaron el presidente y la primera dama.

 

La exposición original fue concebida en tres partes, con obras distribuidas en cada cuarto de acuerdo a los gustos e intereses del presidente y la primera dama. En el Salón Principal se exhibieron obras de Lyonel Feininger, Franz Kline, Claude Monet, Henry Moore y Pablo Picasso. Del maestro español se exhibió Angry Owl (1951-1953), una escultura en bronce. El cuarto designado a Jacqueline Kennedy (Master Bedroom) fue decorado con obras impresionistas, pues bien conocido era el gusto de la primera dama por ese género. Adornaron su habitación cuadros de Vincent van Gogh, Maurice Brasil Prendergast, Raoul Dufy y John Marin. De Prendergast, pintor postimpresionista norteamericano, se expuso Summer Day in the Park (1918-1923). Por último, el cuarto del presidente (Second Bedroom) fue decorado con un gusto artístico más conservador, con obras de tres pintores norteamericanos: Thomas Eakins, Marsden Hartley y Charles Marion Rusell. Del realista Eakins se expuso Swimming (1884-1885).

 

Al día siguiente, 22 de noviembre, luego del desayuno, la pareja presidencial tomó el Air Force One que los trasladó a Dallas, a diez minutos. A las 12:30 hrs., saludando a la gente a bordo de un descapotable, el presidente cayó sobre el regazo de su esposa.abatido por dos disparos

New Frontier

 

Estados Unidos inició la década de los sesenta como un país orgulloso de sí mismo: un país poderoso, plenamente convencido de que su cultura y su fuerza moral eran únicas en el mundo. Su destino era virtuoso; su riqueza, inmensa; sus problemas internos (desigualdad, pobreza, racismo), totalmente superables; su problema externo (la amenaza comunista), plenamente contenido. El joven candidato presidencial John Fitzgerald Kennedy había anunciado en 1960, en su discurso de aceptación de la candidatura, la “nueva frontera”, sobre la que se levantaría una gran sociedad. Había que dejar atrás la era conservadora y conformista de Eisenhower y buscar un nuevo futuro. De ganar la elección, el político católico conduciría el barco que llevaría al país a la nueva tierra prometida.

 

Luego de una disputada elección, John F. Kennedy se proclamó triunfador. El candidato demócrata tomó posesión del cargo de presidente el 20 de enero de 1961. Millones de ciudadanos norteamericanos vieron por televisión su discurso inaugural y se estremecieron con sus palabras: “Que sepan, desde aquí y ahora amigos y enemigos por igual, que la antorcha ha pasado a manos de una nueva generación de norteamericanos, nacidos en este siglo, templados por la guerra, disciplinados por una paz fría y amarga, orgullosos de nuestro antiguo patrimonio, y no dispuestos a presenciar o permitir la lenta desintegración de los derechos humanos a los que esta nación se ha consagrado siempre” (Samuel Eliot Morison, Henry Steele Commager y William E. Leuchtenburg, Breve historia de los Estados Unidos, Fondo de Cultura Económica, México, 1980, p. 850).

 

Kennedy citó a Isaías: “desmantelar las pesadas cargas… y dejad libres a los oprimidos”. El presidente proponía recuperar el pasado glorioso de Estados Unidos, el sueño libertario que fundó al país. Señaló que no se omitiría ningún esfuerzo en la defensa de la libertad, convocó a luchar contra los enemigos comunes del hombre (la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra) y pidió a los ciudadanos que no se preguntaran qué podía hacer el país por ellos sino qué podían hacer ellos por el país para agradar a Dios (ibidem). Con este mensaje idealista, que buscaba igualmente reafirmar el poder imperial de Estados Unidos, Kennedy se convirtió en el portavoz de “una nueva generación de norteamericanos” que lograrían alcanzar la “nueva frontera”. A nadie debía extrañar que un político católico alentara una vuelta al origen teológico de Estados Unidos, de profunda raigambre calvinista-puritana, pues bien sabido es que esta herencia religiosa modeló en gran medida la mentalidad norteamericana. La ética del trabajo, el individualismo y la primacía de la religión en la vida diaria de ese país dan fe de ello.

 

Pero el nuevo sueño americano se esfumó la tarde del 22 de noviembre de 1963 en Dallas, cuando las balas de Lee Harvey Oswald acabaron con la vida del presidente que había traído aire fresco a la Casa Blanca y prometido un futuro luminoso para Estados Unidos.

 

Many Jackies

 

En su breve período de gobierno, el presidente John Fitzgerald Kennedy fomentó las artes e invitó a arquitectos prestigiados como Mies van der Rohe a diseñar edificios federales en Washington, para mejorar la apariencia de la sede del poder político del país más poderoso del planeta. Kennedy respetaba mucho a los artistas. Era un amante del arte, al igual que su esposa Jacqueline, de ascendencia francesa, nacida en el seno de una familia plutocrática de Newport. La primera dama, por cierto, mandó remodelar la Casa Blanca, para hacer de ella un “bello objeto nacional”. Como un juego macabro del destino, Jacqueline terminaría convertida en un objeto icónico que simbolizaría, más que ningún otro, el fin del ambiente de cambio que había invadido Estados Unidos durante la Era Kennedy. Me refiero, desde luego, a la imagen de la joven y triste viuda que inmortalizó en serigrafía Andy Warhol.

 

Warhol declaró en una ocasión: “todo lo que hago tiene que ver con la muerte” (Robert Hughes, Visiones de América. La historia épica del arte norteamericano, Nueva Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2001, pp. 553-554). No todo pero sí mucho: accidentes, bombas atómicas, sillas eléctricas, suicidios. “Estaba verdaderamente hipnotizado por la muerte”, dice Hughes (ibidem). Y no iba a dejar pasar la oportunidad de recrear la imagen conmovedora de Jacqueline Kennedy llorando junto al féretro de su esposo muerto. Warhol la fijó a perpetuidad en diferentes versiones. Varias tomas fotográficas le sirvieron de modelo. Así, en Sixteen Jackies (serigrafía sobre tela, 1963) reproduce un total de 16 retratos de la entonces primera dama, todos a partir de fotografías tomadas antes del asesinato y durante el posterior entierro. Ahí esta Jackie, sonriendo y llorando, ilustrando la facilidad con la que puede cambiar la suerte. Una versión de Sixteen Jackies, por cierto, fue vendida en la subasta de arte contemporáneo organizada por Sotheby’s, en Nueva York, en mayo de 2011, con un precio de 20.2 millones de dólares.

 

Pero la verdad es que las numerosas serigrafías que realizó Warhol sobre Jacqueline Kennedy (trípticos y polípticos) no sólo cuentan la historia de una joven feliz que, de súbito, se volvió triste: cuentan la historia de una mujer que significó la posibilidad de una simbiosis entre cultura y política, que personificó la esperanza de un país que soñó con volver a sus orígenes y que simbolizó la glorificación nostálgica del pasado. Dice Klaus Honnef: “En estas obras el tiempo se ha parado de forma literal, repiten siempre lo mismo, como si quisieran fijar el instante, una instantánea permanente” (Andy Warhol, 1928-1987. El arte como negocio, Benedikt Taschen, Alemania, 1992, p. 66). Sí, en estas serigrafías warholianas el tiempo se detuvo, agrego yo, para testificar la esperanza frustrada de un país que soñó con recuperar su utopía perdida.

 

 

FOTO:  Jackie Triptych (1964), de Andy Warhol

 

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