¿Puede una tierra extranjera convertirse en patria?
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Con este relato a manera de ensayo, Arthur Schnitzler reflexiona en torno al amor a la tierra y el odio latente a la patria que llega a tener un hombre al ser expulsado de su lugar de origen
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POR ARTHUR SCHNITZLER
Caelum, non animum mutant, qui trans mare currunt.
(Quien presuroso atraviesa el mar, mudará de cielo, mas no de alma.)
Horacio
¿Quién posee realmente la capacidad de explicar los sentimientos humanos? Incomprensibles son en sus causas, irresistibles en su poder. ¿Por qué uno de nuestros vecinos nos parece adorable y el otro aborrecible? ¿Quién puede entenderlo? ¿Quién indaga en el insólito encanto con el que la primavera, con su fecunda naturaleza, cautiva nuestro corazón? ¿Quién es capaz de entender en su origen más profundo el peculiar hechizo que reside en el amor a una madre, o el dulce dolor que conlleva el anhelo patrio? Nadie, por mucho que el espíritu humano se resista a reconocer un poder cuyas causas esenciales no está en condiciones de comprender. El ser humano debe doblegarse, no puede resistir lo irresistible. ¿O acaso existen seres humanos capaces de liberarse de tales vínculos? No. No hay nadie vivo que sea tan libre, y aquellos a los que denominamos fríos e insensibles, también sienten, aunque no de forma tan cálida e intensa como otros.
El sentimiento de patria está profundamente arraigado en el corazón de los mortales, y así como aquel que no ha conocido nunca a su madre siente, no obstante, un anhelo por el amor maternal, ensalzado como el más entrañable y verdadero, de igual manera al que llamamos apátrida, el que nunca ha poseído patria, siente un extraño anhelo por ella.
Me pregunto si aquellos tan afortunados de tener una patria podrían encontrar una segunda que les ofreciera todo lo que dejaron en la primera.
Recuerdo una frase de Rahel1 que aparece en una de sus cartas, en la que dice algo así: “Los hombres que fueron desdichados en su tierra natal, no la odian, sino que viven permanentemente el anhelo por la patria que tuvieron que abandonar; pero sí odian su patria los que allí recibieron justos reproches, y a ellos no les gusta regresar”.
Hay una profunda verdad en esta frase, pero me gustaría distinguir a otra clase de personas, además de los desdichados y los malhechores, que se ausentan de su patria durante largo tiempo: son los aventureros, personas que quieren conocer, que buscan experiencias nuevas, para quienes la vida diaria es la mayor prioridad, y que sólo encuentran el verdadero disfrute de la vida en el cambio constante. Para estas personas la tierra extraña se convierte realmente en patria, extraña en el sentido más amplio de la palabra. Se sienten a gusto en todas partes, excepto en la tranquilidad; viajar es su verdadero elemento, la actividad incansable su segunda naturaleza.
¿Y los desdichados? Se sienten bien allí donde no tienen que recordar su país de origen, y sin embargo siempre anhelan el lugar donde pasaron su juventud. Una contradicción aparente y fundada en la esencia más íntima del ser. Estos desdichados son los verdaderamente dignos de compasión entre los apátridas, más dignos de compasión que los malhechores, que con justicia son desterrados de su terruño. Y no sólo son más dignos de compasión por su inmerecida desgracia; no, también debemos compadecerlos más porque la tierra extranjera no puede convertirse en su patria, mientras que por el contrario los malhechores pronto se sentirán como en casa en suelo extranjero.
¿Pero acaso no existen también personas que por convicción no ponen a la patria por delante del país extranjero, y que no sólo reconocen el cosmopolitismo como principio, sino que además están tan convencidos de la verdad irrefutable de este principio, que pueden desprenderse completamente de su sentimiento patrio? Friedrich Rückert2 cuenta de un sabio que a la pregunta de si no recordaba nunca su patria, respondió señalando al cielo. ¿No llama con razón el poeta a este hombre, “sabio”?
Esta es una pregunta que requiere mucha reflexión para ser contestada, y cuya respuesta sólo puede basarse en una convicción interna, no en una objetividad irrefutable.
La leyenda popular ha descrito de forma conmovedora y hermosa los tormentos de vivir sin una patria en la parábola del judío errante. Sólo la muerte puede convertirse ya en la patria de Ajashverosh, pero al judío errante hasta la muerte se le escapa. Y así, debe vagar y vagar sin descanso.
Traducción de Paula Sánchez de Muniain
Notas:
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Rahel Varnhagen von Ense (1771-1833), escritora alemana de origen judío.
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Friedrich Rückert (1788-1866), escritor y catedrático de orientalística en Erlangen y Berlín.
FOTO: Fragmentos de guerra, Arthur Schnitzler Compilación de Hugo R. Miranda. Matadero Editorial / UAQ / UAM / Bundeskanzleramt, Österreich / Foro Cultural de Austria en México. Traducción Paula Sánchez.
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