Auvers-sur-Oise, refugio de pintores

Oct 13 • Conexiones, destacamos, principales • 4909 Views • No hay comentarios en Auvers-sur-Oise, refugio de pintores

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Durante la segunda mitad del siglo XIX, varios pintores impresionistas, como Vincent Van Gogh, Charles François Daubigny, Camille Pissarro y Paul Cézanne, encontraron en este pueblo a las afueras de París el tratamiento para sus enfermedades. Los paisajes que plasmaron en sus cuadros han transitado por el tiempo casi inmutables y se han convertido en un punto de peregrinaje para los amantes de la pintura

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POR INGRID DE ARMAS

A apenas 33 kilómetros de París, Auvers brinda a parisinos y turistas el placer de pasearse en el campo a media hora de la capital. La ciudad y la naturaleza que la rodea han permanecido casi intactas desde que varios pintores del siglo XIX descubrieron la región y decidieron residenciarse en ella, a orillas del río Oise.

 

Durante mi visita a Auvers, la alcaldesa Isabelle Mézières subrayó, en nuestra conversación, que tal contexto favorecía la evocación de la obra de los artistas que se dejaron conquistar por su ciudad: “Auvers está a las puertas del magnífico parque natural de Vexin, conocido internacionalmente gracias a los maestros del siglo XIX que pintaron nuestros paisajes. Para mí, Auvers es un pueblo. Insisto en la idea de pueblo, no de ciudad. Al descender del coche o del tren, el visitante se ve inmediatamente rodeado de árboles y caminos. Afortunadamente, Auvers ha sabido salvaguardar su aspecto, sus paisajes, que se conservan tal como los grandes artistas los pintaron. Nuestros visitantes siguen las huellas dejadas por esos maestros y descubren sensaciones e impresiones intemporales. Al entrar en contacto con los paisajes, lo mejor es que cada quien se deje guiar por sus propias representaciones mentales de los cuadros e intente reproducir, revivir, las impresiones que esos grandes creadores nos transmitieron”.

 

Los habitantes de la comuna se enorgullecen de haber acogido a los impresionistas, desde los precursores del movimiento hasta los artistas que cerraron este ciclo pictórico. Charles François Daubigny, Jean Baptiste Corot, Honoré Daumier, Achille Oudinot, Camille Pissarro, Paul Cézanne, Vincent Van Gogh y Emile Boggio vivieron en la ciudad y pintaron sus calles, habitantes, edificios y campos. Algunos de ellos montaron talleres, abiertos a artistas amigos, en los que hormigueaban las ideas y abundaba la creación. Algunos de esos atelieres han permanecido casi como los dejaron los pintores y hoy reciben a los visitantes. Aún flota entre sus paredes algo de la atmósfera que reinó en ellos hace poco más de un siglo.

 

Sin embargo, Auvers no vive en el pasado. Vuelta hacia el futuro, hacia la juventud, la ciudad sigue cultivando su gusto por el arte y el espíritu de apertura que atrajeron a tantos artistas. En esta tónica, fundó un centro para jóvenes pintores, dibujantes, escultores o videastas en el que la municipalidad pone a su disposición treinta talleres para efectuar permanencias y salones de exposición para mostrar sus obras.

Uno de los atractivos de este pueblo a las afueras de París es el estudio del pintor franco- venezolano Emile Boggio. /Crédito: Xavier Boggio

 

La casa-atelier de Charles François Daubigny
Un recorrido a pie por las calles tranquilas y bien cuidadas de Auvers conduce a las viviendas de los grandes maestros, a poca distancia las unas de las otras. Entre ellas, la de Daubigny, que luego de pasar temporadas en la ciudad durante varios años, terminó por comprar un terreno y mandar a construir una casa en 1861. Allí se instaló con su familia y la abrió a sus amigos pintores, que participaron en la decoración de manera activa. Al parecer, la idea de dibujar y pintar directamente en las paredes fue de Jean Baptiste Corot, que concibió el esquema de las obras que se desplegarían en el vestíbulo, el salón, la habitación de Cécile, la hija del artista, y sobre todo en el enorme atelier. Daubigny, sus hijos y colegas ejecutaron los esbozos de Corot, trazados en cartones, expuestos hoy en el Museo de Baltimore. Fueron necesarios diez años de trabajo para concluir el proyecto, que cubre unos 200 metros cuadrados.

 

Michel Raskin-Daubigny, descendiente directo del pintor (Cécile era la bisabuela de su padre) y excelente anfitrión, me acompaña durante la visita y en un alto en el atelier me proporciona múltiples explicaciones. Allí, frente a nosotros, se encuentra el gigantesco cuadro de las garzas, obra reputada de su antepasado. La familia ha habitado la casa durante varias generaciones y todavía le sigue perteneciendo. Actualmente, la madre de Michel Raskin vive en ella y se encarga de recibir a los turistas.

El estanque con garzas, de Charles François Daubigny.

 

De 1861 data también la publicación de las aguafuertes del cuaderno “Viaje en barco”. Daubigny las realizó a partir de croquis hechos durante sus excursiones en los ríos Sena y Oise, a bordo del Botín, la embarcación que concibió expresamente para ese tipo de actividad y que le posibilitó echar el ancla en lugares inaccesibles por tierra. El pintor le agregó una especie de cabaña-taller para poder trabajar a sus anchas los motivos del paisaje que lo inspiraban, a medida que se deslizaba en las aguas de los ríos. Allí podía dormir en sus largos periplos, que lo llevaron hasta Normandía y el estuario del Sena. Toda esta ingeniosidad le permitió plasmar en sus obras las mil formas de ríos, arroyos, estanques y del mar. No en balde fue conocido en su época como el pintor del agua, pasando a la posteridad como el paisajista que supo magnificar las orillas del Oise y abrir la vía al impresionismo. En numerosas ocasiones lo acompañó su hijo Karl, que también se dedicó a la pintura y produjo marinas sublimes.

 

Auvers, ciudad de adopción del pintor, honra su memoria con un museo, instalado en una espléndida mansión del siglo XVII, a pocos pasos del que fuera el último domicilio de Van Gogh. En una de sus salas dialogamos con Agnès Saulnier, responsable del museo, quien recordó las motivaciones de sus fundadores: “Hace más de treinta años, se constituyó una asociación de apasionados por el arte, que lamentaban la ausencia en Auvers de un lugar para homenajear a un pintor tan importante como Charles François Daubigny. Comenzaron por investigar si había familias dispuestas a legar sus obras y poco a poco constituyeron una excelente colección que permitió abrir el museo en 1987. El espacio destinado a la colección permanente, en la planta baja, está dedicado exclusivamente a Daubigny y a su hijo Karl. En la primera planta, se realizan exposiciones temporales y de esta manera ampliamos la visión que ofrecemos de la pintura. A menudo, el punto de partida es Daubigny. Presentamos artistas que lo frecuentaban, sus amigos y alumnos; es decir, pintores de lo que se llama la escuela de la naturaleza, de 1830. Otros museos, como los de las ciudades normandas o de Reims, por ejemplo, nos prestan sus obras para nuestras exposiciones, así como coleccionistas particulares”.

 

Las autoridades municipales no se detuvieron allí: en 2017, para festejar el bicentenario del nacimiento del artista, emprendieron el proyecto de reproducir fielmente, a escala, el Botín, el barco del pintor. Michel Raskin-Daubigny aportó los planos originales, conservados en los archivos de la familia, y una empresa especializada los realizó. Una parte del año, durante la temporada turística, las personas interesadas podrán acceder a su interior y descubrir las astucias inventadas por Daubigny para pintar los rincones del Oise.

 

La última escala de Van Gogh
En mayo de 1890, el célebre artista neerlandés llegó a Auvers. El Dr. Paul Gachet, especialista en las enfermedades del alma, en la melancolía, como se decía en la época, lo recibió como paciente y lo ayudó a buscar alojamiento. Desde ese momento, el pintor residió en el Albergue Ravoux hasta su muerte, el 26 de julio del mismo año, fecha en la que sucumbió al balazo que se tiró en el pecho. En ese corto período –setenta días– el pintor produjo ochenta cuadros, sin contar los que destruyó.

 

Como todo en Auvers, el Albergue Ravoux no sólo sigue existiendo, sino que además está muy bien mantenido, gracias a la iniciativa de su actual propietario, Dominique Charles Janssens, que lo adquirió tras vivir circunstancias muy especiales: “En 1985 tuve un accidente automovilístico en Auvers. Durante mi convalecencia, supe que ocurrió frente a la casa donde vivió Van Gogh. Luego decidí comprarla y la transformé en un lugar de memoria, pero sobre todo de vida porque la gente puede venir y comer, como en la época de Van Gogh. Hay aquí, como digo siempre, alimento para el intelecto y el cuerpo. Cuando los visitantes desean descubrir el alma de Van Gogh pueden subir a su cuarto. No hay gran cosa que ver, lo importante es lo que se siente”.

La iglesia de Auvers-sur-Oise, retratada por Vincent van Gogh.

 

Janssens nos enseña el lugar, donde abrió un restaurante en el que se sirven platos y vinos franceses en la más pura tradición heredada del siglo XIX. El sitio representa una cierta continuidad del antiguo albergue, donde se alquilaban cuartos y se vendían comidas y vinos. Los muebles de la sala principal son a la imagen de los de un albergue decimonónico. Apostaríamos a que a menudo los pulen con cera de abejas, a la antigua. El punto culminante de la visita, la estrella si se quiere, es el cuarto donde vivió, trabajó y escribió el pintor. Unas viejas escaleras de madera conducen a la minúscula habitación, monacal, en la que entra la luz por una claraboya. En su interior, el único objeto es una silla, semejante a las de cualquier café de antaño, de París u otras ciudades. La impresión de que el tiempo se ha detenido es inevitable. Nuestro anfitrión nos da la clave para comprender cómo y por qué ese espacio ha atravesado el tiempo sin cambiar, casi inmutable desde hace más de un siglo: “Conservamos el cuarto tal como lo encontramos. Hicimos trabajos de restauración muy discretos, que no se ven. Permaneció intacto porque era el cuarto de un suicida. Antes, en los albergues, no había agua ni electricidad en las habitaciones y cuando el Albergue Ravoux se modernizó, en todos los cuartos se instaló el confort del siglo XX, con excepción del de Van Gogh. En ese entonces, no se alquilaba la habitación de un suicida porque eso daba mala suerte”.

 

Gracias a la superstición y mucho más tarde a la devoción entusiasta de Janssens, los enamorados del pintor pueden hacer su peregrinación personal al cuarto, que en ciertos casos suscita una identificación entre el visitante y el pintor, una suerte de comunión: “Todos tenemos un jardín secreto en el que cada quien cultiva sus problemas. Van Gogh tenía muchos: era epiléptico, bipolar y sifilítico; también tenía preocupaciones sentimentales y de dinero. Al venir aquí, algunas personas establecen, en su jardín secreto, un lazo entre sus problemas y los del pintor. En ese cuarto vacío hacen un balance de su propia existencia. Es un lugar conmovedor”, concluye nuestro guía.

 

Van Gogh está enterrado en el cementerio de Auvers, al lado de su hermano Theo.

 

 

El Dr. Gachet, un personaje entre luz y sombra
El médico Paul Gachet adquirió una casa en Auvers en 1872. Cercano a muchos pintores, entre sus pacientes se contaban Cézanne, Daubigny, Manet, Pissarro, Oudinot, Guillaumin, Renoir, Van Gogh. Desde finales de 1872 Paul Cézanne se domicilió no lejos de la casa del Dr. Gachet. El médico acostumbraba invitarlos a su residencia, que no tardó en transformarse en un centro de trabajo artístico. Arrastrado por su afición al arte, el Dr. Gachet se lanzó en la aventura de la pintura y firmó sus obras con el seudónimo de Paul Van Ryssel. Instaló en su granero una plancha de grabados y muchos de sus amigos artistas la utilizaron para imprimir sus obras, en especial los fines de semana.

 

El Dr. Gachet constituyó una magnífica colección de cuadros de todos estos pintores. Les compró algunos y otros provendrían del pago de las consultas médicas con pinturas. A la muerte de Gachet, sus descendientes donaron los lienzos al estado francés, que forman parte actualmente del fondo del Museo d’Orsay.

 

En mayo de 1890, Gachet recibió en Auvers a Van Gogh. En poco tiempo, además de las relaciones médicas, entre los dos hombres se tejió una dinámica positiva, al punto de que el pintor, que lo visitaba con frecuencia, le hizo dos retratos al óleo y uno grabado. En el jardín de la casa, abierta al público, aún puede verse la mesa bermellón en la que Gachet se apoya en los cuadros, al lado de una rama de digitalina. A raíz de polémicas en torno a la autenticidad de determinados cuadros de Van Gogh, algunos especialistas han atribuido la falsificación de ciertas obras del pintor al Dr. Gachet, que dicho sea de paso fue uno de los precursores de la homeopatía.

 

El Dr. Gachet asistió a Van Gogh a la hora de su suicidio y pasó los dos días de su gravedad y agonía a su cabecera, en el Albergue Ravoux.

 

Fotografía del Albergue Ravoux, donde residió Vincent Van Gogh./ Erik Hesmerg

 

Emile Boggio, ¿artista latinoamericano o europeo?
Hijo de un inmigrante italiano y de una venezolana, el pintor post impresionista nació en Caracas. Cursó estudios de pintura en Francia, donde expuso sus obras, obtuvo premios y se relacionó con varios impresionistas. Pasó los diez últimos años de su vida en una vieja granja en el corazón de Auvers, donde instaló un enorme atelier que heredó su sobrino-bisnieto Xavier Boggio, a quien su antepasado legó también la sensibilidad artística. Escultor y pintor, Xavier Boggio vive, pinta y esculpe en este sitio privilegiado, rodeado por una jardín paradisíaco. También recibe a los visitantes en el lugar de trabajo de su tío, que cuida casi religiosamente, conservándolo tal cual lo dejó el artista; en un caballete permanece aún el cuadro que pintaba Boggio cuando murió, un manzano en flor. En el taller se encuentran diversos objetos del pintor: varios cuadros, un piano, muebles, pinceles y hasta sus lentes.

 

Los temas de Boggio eran la naturaleza y la vida de todos los días. Su obsesión era captar la luz en sus pinturas. Un año antes de morir, viajó a Venezuela con la intención de exponer sus obras. Allí estableció contactos con pintores locales e inició algunos al impresionismo, a la pintura de vanguardia, transmitiéndoles su pasión por las técnicas novedosas e inoculándoles el deseo irrefrenable de atrapar la luz en sus pinceles. Dejó una huella profunda en la obra de los jóvenes artistas venezolanos de la época.

 

Emile Boggio está enterrado también en el cementerio de Auvers.

 

Un santuario para el hada verde
Entre el museo Daubigny y el castillo de Auvers (siglo XVII), otro museo abre sus puertas a quienes se interesen en la absenta, l’absinthe, la ineludible y terrible bebida de los pintores del siglo XIX, de los impresionistas, clientes asiduos de bares y cabarets. Al principio, producida en unas dos mil destilerías, se consumió en esferas elegantes. Luego, aproximadamente a partir de 1860, se convirtió en una bebida popular, barata, y sus 72 grados aumentaron vertiginosamente los estragos del alcoholismo, hasta su prohibición en 1915, que se prolongó hasta 2011. El museo posee una nutrida colección de litografías de Daumier, grabados, afiches y objetos de época, alusivos al consumo del hada verde, como se denominaba la bebida. “Todo comenzó con una cucharilla”, exclama la propietaria del lugar, que partió de este simple objeto, descubierto hace años en un mercado de pulgas, para constituir una imponente colección de cucharas y de todo el dispositivo utilizado en el consumo del hada verde: la fuente de cristal, las copas y naturalmente la cucharilla para derretir el terrón de azúcar que completaba el rito. Un rito acusado de producir delirios y técnicas pictóricas transgresoras en más de un artista del siglo XIX, incomprensibles en aquel entonces.

 

FOTO: Entre el museo Daubigny y el castillo de Auvers está el Museo de la absenta, bebida frecuente de los pintores y escritores franceses del siglo XIX, acusada de causar delirios. / Especial

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