Axioma: el artista enmascarado
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Más que una retrospectiva, Carlos Amorales: axiomas para la acción (1996-2018), en el MUAC hasta septiembre de este año, es el mapa de la óptica conceptual de este artista, definida por él mismo como una dialéctica del espectáculo
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POR ANTONIO ESPINOZA
Portar una máscara y asumir distintos roles para entrar y salir del mundo del arte. Tal podría ser una lectura de los axiomas que integran el texto teórico con el que Carlos Amorales (Ciudad de México, 1970) pretende explicar el núcleo y las distintas líneas directrices de la obra que ha realizado a lo largo de veintidós años de carrera. El texto se despliega en 28 litografías en monotipo que forman parte de la exposición: Carlos Amorales: axiomas para la acción (1996-2018), que se presenta actualmente en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Bajo la curaduría de Cuauhtémoc Medina, la exposición fue concebida como un guión surgido del texto axiomático de Amorales y puesto en escena dentro de los amplios y generosos espacios del museo universitario. No se trata de una retrospectiva con su discurso típico cronológico, individualista, narrativo y progresivo, sino de una muestra que nos revela el trazo de un mapa conceptual, que ha ido cambiando a lo largo de dos décadas, de acuerdo a la máscara que el autor ha portado en los distintos momentos de su trayectoria, y que ha derivado en nuevas acciones e ideas.
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Entre los filósofos griegos, un axioma era algo que parecía verdadero sin necesidad de ser demostrado y a partir del cual se podían emitir una serie de especulaciones y razonamientos que finalmente derivarían en determinadas verdades. Se parte de una premisa calificada de verdadera, luego se infieren otras proposiciones por medio del método deductivo, para llegar a conclusiones coherentes con el axioma inicial. Esta es la idea del texto teórico de Carlos Amorales, que puede interpretarse de distintas maneras, por lo que en otro espacio de exhibición y con otro concepto curatorial, la exposición resultante podría ser diferente. En el MUAC vemos una exposición espectacular (en alguna parte de su texto axiomático, el autor habla de la “dialéctica del espectáculo”), integrada por doce obras, entre instalaciones y videos; una muestra que nos permite apreciar parte del trabajo de uno de los artistas contemporáneos multidisciplinarios más reconocidos.
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Entrar a la sala del MUAC que alberga la obra de Carlos Amorales puede ser una experiencia abrumadora. Todo comienza con la referencia al estudio del artista (Naturaleza negativa, 2012-2018), obra seudo arquitectónica realizada con pintura acrílica aplicada con pistola de aire sobre muro de tablaroca. Sigue con una de las instalaciones más significativas en la carrera del autor: Black Cloud (2007), integrada por 45 mil polillas de papel colocadas estratégicamente en las partes altas del museo. De evidentes resonancias bíblicas, la plaga de mariposas nocturnas se agrupan en formaciones “escultóricas”, anunciando seguramente calamidades, pero dándole un toque poético a todo el entorno. Aquí la parada es obligada, pues hay que leer los 28 monotipos litográficos que integran el texto teórico ya mencionado del autor. Otra instalación: Familia (2015), integrada por ocho trajes de fieltro que irremediablemente nos remiten a Joseph Beuys. Y tres videos, uno de los cuales nos permite escuchar un clásico del rock: “Pretty Woman”, de Roy Orbsison.
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Dos obras nos dan acceso a otro espacio dentro de la exposición: Telaraña transformable (pintura automotiva sobre aluminio, 2008) y Dark Mirror (resina y pintura automotiva, 2008). Aquí podemos apreciar al Carlos Amorales más políticamente incorrecto o, si se quiere, al más radical, en el mediometraje anarco-dadaísta: Las masas (2017) y en la mega instalación: Aprende a joderte (2017-2018), integrada por sesenta dibujos de gran formato, perfectamente alineados, con imágenes de hombres y mujeres medievales que se expresan con lenguaje obsceno. Concluye la exposición con una vuelta a la poesía a través de la instalación: La vida en los pliegues (2017), presentada el año pasado en el Pabellón Mexicano de la Bienal de Venecia. Se trata de una obra compleja, con tres niveles de lectura: musical, textual y visual; un ejercicio de reconfiguración de distintos lenguajes desde una óptica conceptual, cuyo objetivo es descubrir significados ocultos en los pliegues de la vida.
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Insectos, trajes de fieltro, telarañas, espejos oscuros, dibujos obscenos, instrumentos musicales… ¿cuántas máscaras ha portado Carlos Amorales en su tránsito por el mundo del arte? Antes y después de su célebre performance sobre la lucha libre (Amorales vs. Amorales, 1996-2003), el artista se ha puesto y quitado numerosas máscaras. Quizá el trabajo de este autor lo requiere, pues se centra fundamentalmente en utilizar el lenguaje y descifrar sus códigos, para crear nuevas formas de interpretación y de identidad. Vale la pena recordar aquí el “retorno del lenguaje” en Barthes y Foucault, autores indispensables para entender la práctica artística de Amorales. En El grado cero de la escritura (1953) de Barthes y Las palabras y las cosas (1966) de Foucault, el autor desaparece en beneficio de la escritura, pues lo que importa no son los enunciados, sino la enunciación. No importa el “yo” ni la subjetividad del autor, sino el lenguaje que actúa; ni su voz ni su expresión, sino el mero gesto de la firma y la inscripción.
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Sobre el carácter “impersonal” del trabajo de Carlos Amorales, Cuauhtémoc Medina señala en su texto curatorial: “‘Amorales’ es al mismo tiempo un símbolo, una marca, un actor y un gerente de una variedad de agenciamientos artísticos: es el punto de convergencia de un teatro de perpetua escenificación […] ‘Amorales’ no es un individuo ni únicamente su rostro público: es el campo de operación de una serie de actos que constituyen formas de relación social y estética”. Lo que sucede es que en la aldea global del arte sólo es posible la supervivencia portando numerosas máscaras. El nomadismo artístico llegó para quedarse. Es por eso que Carlos Amorales se mueve en el mundo del arte como pez en el agua… y con máscaras distintas. El artista conceptual mexicano vive por derecho propio en el “mundo del arte”, el que el crítico y filósofo norteamericano Arthur C. Danto definió como el lugar de pertenencia de todos los objetos dotados de identidad artística por una concepción teórica concreta.
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FOTO: Carlos Amorales, Black Cloud (2007), polillas de papel colocadas en las partes altas del museo. /MUAC