Bailar más allá del Atlántico
POR VERÓNICA SÁNCHEZ
Hamburgo.- En uno de los salones donde ensaya una de las compañías de ballet más prestigiosas de Alemania un bailarín mexicano experimenta un momento creativo.Inspirado en el poema Paraíso Perdido de John Milton traza los pasos de una coreografía que su intuición le va diciendo. A su lado tres bailarinas de China, Sudáfrica y Estados Unidos y un bailarín ucraniano lo siguen con la mirada y el cuerpo.
El mexicano se llama Braulio Álvarez. Baila ballet desde que tenía cuatro años y es parte del Ballet de Hamburgo desde hace seis años. Esta tarde de viernes de enero prepara la pieza para la gala anual donde integrantes de la compañía presentan sus propias coreografías. Una actividad que organizan en sus ratos libres y en la que participan como ejecutantes o como coreógrafos. “En Alemania además de que puedes trabajar mucha técnica, hay algo más que puedes hacer y que es para mi lo importante: crecer como humano, como persona, como artista”, me dice al término del ensayo.
Estamos sentados en la biblioteca del Balletzentrum Hamburg – John Neumeier, un edificio de ladrillos café rojizo que acoge los salones de la escuela y de la compañía del ballet del estado. Braulio se ha cambiado las licras y las zapatillas por jeans, tenis y un saco de mezclilla con una colección de parches (uno de la bandera de México), y está hablando de lo que busca lograr con una coreografía. “Más que crear movimientos que impresionen a la gente, quiero crear una atmósfera, un universo donde la gente se pueda meter, y no sé, mostrar lo que yo tengo en la cabeza, ese sentimiento”.
En 2007, Braulio, entonces de dieciséis años, estuvo en la posición de elegir entre cuatro escuelas de compañías de Estados Unidos y Europa para continuar sus estudios: de Houston, Múnich, Basilea y Hamburgo. Los directores de éstas le ofrecieron becarlo en las audiciones que se realizaron durante el Prix de Lausanne. Un prestigiado concurso de ballet al que acuden futuras estrellas de las compañías del mundo.
Aunque la decisión era un asunto complicado Braulio tenía claro algo: no tomaría la oferta de Houston. “Yo nunca he sido muy acrobático”, confiesa. “Estados Unidos se fija mucho más en lo deportivo del ballet: cuánto puedes girar, cuánto puedes brincar y aquí (en Europa) de alguna forma se fijan más en lo artístico”. Braulio mide 1.85 m y posee lo que él describe como un buen físico. Erguido y con sus músculos marcados en piernas, brazos y abdomen tiene una fina presencia en el escenario. En cada ballet que interpreta se mete a fondo en los personajes aún y cuando muchas veces éstos pertenecen al ensamble.
Braulio escuchó que en Hamburgo enseñaba un profesor famoso por preparar a hombres, Kevin Heien, y decidió venirse al estado del norte de Alemania. Al graduarse a los dos años la compañía lo contrató para integrarse como aprendiz y luego como parte de su corps de ballet. Valoraba su capacidad artística por encima de su número de giros.
El Ballet de Hamburgo es una de las compañías más atractivas para bailarines profesionales de todo el mundo. En la mesa del restaurante de la Deutsche Oper, en Berlín, un sábado de la primavera de 2014, Elisa Carrillo mencionó a John Neumeier, director artístico de la compañía, entre los coreógrafos con los que le interesa trabajar en un futuro. Interpretar su ballet La Dama de las Camelias, me dijo la bailarina principal mexicana del Staastsballett de Berlín, se encuentra en la lista de los que aún le faltan por bailar y le gustaría.
Neumeier es autor de más de un centenar de ballets y es conocido por extraer de cada bailarín no sólo su lado más artístico, sino el más humano. Desde que asumió la dirección de la compañía (hace cuarentaidós años) puso énfasis en el desarrollo de la creatividad de sus bailarines y estableció iniciativas como la gala que ellos preparan cada año. “El entrenamiento de la individualidad es extremadamente importante”, dice el coreógrafo estadounidense en un video del portal del Ballet de Hamburgo. Pero eso no significa que apruebe todo lo que los bailarines van creando. “Hace dos años hice una coreografía con los bailarines de la Compañía Nacional de Danza de México y después quería mostrarla aquí, pero el director me dijo: no me gusta”, recuerda Braulio.
La sobriedad del edificio donde entrena el bailarín mexicano contrasta con el lujo del teatro en el que se presenta cada semana. En la Hamburgische Staastoper hay mujeres que acuden de vestido largo y hombres trajeados con sombrero de copa. En las paredes claras de los estudios no hay más que los espejos, las barras y las cortinas blancas. Una bailarina en arabesque esculpida en bronce y algunos cuadros viejos de Nijinski, un ballet de Neumeier inspirado en su ídolo ruso, Valsav Nijinski, decoran el vestíbulo. “Es un lugar sin pretensiones”, asegura el coreógrafo en el video, “una tierra fértil para crear”.
Braulio creció brincoteando en la escuela de danza de su mamá Irasema de la Parra. Ella preside la Sociedad Mexicana de Maestros de Danza y organiza uno de los concursos más populares de ballet de niños y adolescentes. “Pero no es que ella me haya metido bailar”, me aclara. “También estuve en taewondo, esgrima y en la Escuela Nacional de Música, pero siempre quise regresar al ballet. A los once dije que quería ser bailarín”.
Cuenta que a los catorce acudió con una amiga a la audición que hizo en México una preparatoria de artes de California, la Idillwild Arts Academy y que el director le ofreció una beca. Pero su mamá, dice, escondió la carta de la oferta. “Pensaba que estaba muy chico para irme de la casa”. Durante un año el maestro siguió enviándole invitaciones, pero hasta que cumplió quince, su mamá dio su apoyo para que emprendiera su formación en el extranjero. Dos años después, participó en el Prix de Lausanne y dio el salto al otro lado del Atlántico.
A 656 kilómetros hacia el sur de Hamburgo dos mexicanos más despuntan rápidamente en otra compañía emblema del país germánico: el Ballet de Stuttgart. A sus veintitrés y veintiún años, Rocío Alemán y Pablo von Sternenfels bailan ya en la posición de demi solistas, dos debajo de la más alta en una compañía.
Foto: Cortesía del Ballet de Stuttgart.