Barro rojo: el saber de la danza
Referente de la danza contemporánea mexicana, la compañía Barro Rojo Arte Escénico cumple 36 años presentando un programa triple, muestra de su trabajo colectivo
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POR JUAN HERNÁNDEZ
Hablar de Barro Rojo Arte Escénico (fundada en 1982, en Guerrero), implica referirse lo mismo a la tradición que a la actualidad, al entendimiento de la dialéctica de la historia y, sobre todo, al quehacer creativo continuo, en colectivo, para comprender la naturaleza y los elementos que dan, en este caso, identidad a la danza.
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Actualmente dirigida por Laura Rocha, es probablemente la única compañía que mantiene, como base de su hacer, el trabajo colectivo; esa forma de organización de los grupos dancísticos de los años 80 del siglo pasado, que se desvaneció a partir de la década de los 90, con la práctica de la obtención de los estímulos individuales.
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Por eso, resulta altamente motivador observar el trabajo de la compañía, referente indispensable en la danza contemporánea mexicana, luego de 36 años de vida creativa. En este periodo, Barro Rojo ha creado obras emblemáticas, formado a generaciones de bailarines y coreógrafos —concientes de la importancia ética de su quehacer—; y establecido un estilo que hoy podríamos señalar como un clásico de la escena dancística del país, para mantenerse cercano a las inquietudes diversas del público.
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Dos nuevos coreógrafos ven la luz en esta compañía artística: Roberto Solís y Miguel Gamero. El primero, un bailarín virtuoso que incursiona en la creación coreográfica con Instrucciones para después del apocalipsis, cuya narrativa remite a la época finisecular del siglo XX, así como al desencanto de los tiempos que corren.
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La visión de Solís se vuelca en el señalamiento de la utopía de un mundo mejor, que se desvanece frente a la instintiva naturaleza destructiva del ser humano. Pero más allá de esta narrativa, está la manera en la que Solís enfrenta los retos de la escena. Conocedor, gracias a su formación, del poder del bailarín, como elemento central del arte dancístico, el coreógrafo exige una expresión transparente de la sabiduría de los cuerpos, portadores de la memoria.
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Instrucciones para después del apocalipsis está construida, en ese sentido desde el centro de la energía corporal. A partir de ese núcleo se elaboran diseños que trascienden el carácter de la imagen para convertirse en símbolos, en expresión del sentido polisémico de la obra.
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Los brazos entrelazados de los bailarines, en esta puesta en escena, son redes para evitar la debacle que, a la manera de la tragedia griega, se consuma como destino. Los bailarines Julio Hernández, Luis Ángel Cerón, César Zarco, Daniela Carmona y Miguel Gamero, construyen ese paisaje en el que se expresan también las contradicciones de la condición humana.
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Un estandarte cuelga sobre la escena. En él se leen ideas generales sobre el estado del mundo y sus necesidades apremiantes. Palabras como discurso, pensamiento, pero también elemento plástico, adquieren un lugar preponderante en la construcción escénica; roba la atención por instantes, para después devolverla como una reacción a los cuerpos en movimiento que parten del formalismo académico para, luego, liberarse de esa atadura y, desde la memoria de su naturaleza, decir lo que sabe.
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La obra puede ser interpretada como expresión del desencanto, de la destrucción, de la deshumanización, o también de la esperanza y la vindicación de la utopía. Es una obra abierta, a la manera en que Umberto Eco propuso la lectura de la creación artística, la cual se termina en la experiencia del espectador, en este caso, convertida en el suceso vivo de la danza.
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Por otro lado, el coreógrafo Miguel Gameros, quien ha hecho ya varias obras, entre ellas Travesía, de la que es coautor, junto con Laura Rocha y Francisco Illescas —creadores veteranos de la danza— , se perfila como creador de un lenguaje en búsqueda continua, arriesgada, propositiva; camina en el filo del precipicio, con la consciencia de que en la figuración del mundo en la escena, se pone en juego la vida.
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De ahí que no tema al uso de elementos visuales que radicalizan la propuesta conceptual. El joven coreógrafo exige a los bailarines una fuerza expresiva suficiente para hacer un todo con la escenografía imponente, de paneles forrados con hojas de libros, y la música realizada en vivo por Omar Soriano, con el uso del sintetizador y el ordenador.
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Apuntes y anécdotas evade la danza narrativa para adentrarse en la nebulosidad del misterio de la abstracción. Motivos, referencias culturales, construcción plástica, paisaje sonoro y la siempre viva energía de los cuerpos, elaboran un discurso sobre el movimiento perpetuo y la vida, constituida de momentos evanescentes que perviven como tradición.
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En esta coreografía, la escenografía danza, se mueve, transforma el espacio, en el que se proyecta la interpretación de Daniela Carmona, María Clara Rivarola, Roberto Solís, César Zarco, Julio Hernández y Felipe Landa. El programa Tres de cuatro de Barro Rojo, que pudimos apreciar de primera mano, en el escenario del Centro de Artes y Oficios Tiempo Nuevo, en la delegación Tlalpan, finaliza con la obra No me voy, sólo vuelo… de Francisco Illescas y Laura Rocha, sobre la relación paterno-filial, cuya premisa esencial es la ausencia del padre.
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Barro Rojo Arte Escénico es una compañía que hace una danza pertinente para pensar el mundo y al ser humano en el enigma de su naturaleza.
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Foto de Emilio Sabín/Cortesía Barro Rojo
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