Acapulco
Roy, un niño radicado en Chicago, arriba a Cuernavaca a descubrir un país rural y un tanto salvaje, que recorrerá en compañía de un par de familiares, que lo ayudarán a cuestionarse sobre su existencia y el lugar que ocupa en la vida
POR BARRY GIFFORD
Traducción de Mauricio Montiel Figueiras.Este relato forma parte de Roy’s World: Stories 1973-2020, que publicará Seven Stories/PenguinRandomHouse
Roy tenía ocho años cuando él y su tío Buck, el hermano de su madre, volaron de Chicago a la Ciudad de México. Iban a visitar al ex suegro de Buck, Doc Wurtzel, a su casa de Cuernavaca. El primo de Roy, Kip, hijo de Buck con su primera mujer, Juliet, hija de Doc, vivía con su abuelo y el ama de llaves, Pilar, desde hacía diez meses, a partir del divorcio de sus padres. Kip ya había cumplido doce y ni Roy ni Buck lo habían visto en todo un año. Juliet había sufrido un colapso nervioso antes del divorcio y Buck viajaba a menudo por su trabajo como ingeniero estructural, sobre todo en calidad de asesor en el diseño o refuerzo de puentes, así que Doc sugirió que Kip se fuera a vivir con él a su villa hasta que la situación resultara más adecuada. Doc Wurtzel era viudo y mineralogista retirado; Buck y él tenían mucho en común y sentían un aprecio mutuo. Ambos acordaron que sería favorable que Kip aprendiera español y se mantuviera alejado de su madre, cuya inestabilidad le impedía prestar la atención necesaria a su hijo. Buck dijo a Doc que creía que la mejor solución era mandar a Kip a una academia militar cuando cumpliera los trece; hasta entonces Doc le podría aportar una valiosa experiencia de vida.
Fue en enero de 1954 cuando Roy y su tío dejaron el helado Chicago en busca del sol de México. Roy había estado en Cuba, donde su padre tenía negocios, y hablaba algo de español, y estaba ansioso por visitar otro país latinoamericano. Pese a los cuatro años que los separaban Kip y Roy siempre se habían llevado bien, al igual que Kitty, la madre de Roy, y Juliet. Ambas mujeres eran bellas e inteligentes, decía Buck, pero conflictivas.
—Tu madre y la de Kip no están realmente capacitadas para criar hijos —dijo Buck a Roy a bordo del avión—. Son demasiado egocéntricas para hacerse cargo de otros. Por ahora Kip está mucho mejor con su abuelo y tú con tu padre.
—¿Qué vamos a hacer con Doc?
—Nos quedaremos con él un par de días en su casa de Cuernavaca, que no está lejos de la Ciudad de México; tiene una piscina muy hermosa, rodeada de enormes piedras blancas y flamboyanes. Yo le diseñé el patio y le ayudé a construir la piscina. Después de eso los cuatro viajaremos en auto hasta Puerto Vallarta y nos iremos a pescar. Doc conoce un sitio especial para cazar marlín. Luego quizá nos detendremos uno o dos días en Acapulco.
—Mamá y papá fueron a Acapulco en su luna de miel, he visto fotos de ellos ahí.
—Será un trayecto rudo. Pero tu padre me dice que eres buen viajero.
—Una vez manejamos de Oriente a La Habana, y buena parte del trayecto fue por montañas. A veces daba miedo. Papá llevaba una pistola en el asiento delantero entre nosotros, una .38. Me enseñó a sostenerla con las dos manos y apuntar justo debajo del blanco antes de apretar el gatillo.
—¿Tuviste que disparar a alguien?
—No. Papá decía que había bandidos en las colinas pero toda la gente que conocimos fue muy amable. En esa zona de la isla la mayoría eran negros, muy distinto de La Habana. Por allá hay muchas chicas lindas.
Buck rio y dijo:
—En todas partes hay chicas lindas, Roy.
La casa de Doc era cómoda y estaba amueblada con sencillez, con sillas de ratán lo suficientemente grandes para acoger a dos personas al mismo tiempo y múltiples puertas que daban al exterior y siempre se hallaban abiertas. A Roy y Kip les dio gusto reencontrarse y Doc era un hombre grande y amigable, de barba blanca y manos enormes. Kip dijo a Roy que su abuelo podía arreglar o construir cualquier cosa y que era un pescador de campeonato. Pilar, el ama de llaves que vivía con Doc, era una joven menuda y robusta de cabello negro, lustroso y muy largo.
—Pilar creció en un pequeño pueblo cerca de aquí —dijo Kip—. Nunca ha ido a la Ciudad de México y no habla inglés. Tampoco habla bien el español y por lo general usa un dialecto local que a Doc le cuesta trabajo entender. Tiene veinticuatro años. A veces Doc duerme con ella y dice que lo hace para mantenerla feliz porque no se ha casado y no tiene novio.
—¿Y si se queda embarazada?
—No lo sé. Supongo que el bebé viviría con nosotros. Los padres de Pilar jamás han dejado su pueblo. Su hermana, Tentación, viene a visitarla a veces. Apenas tiene dieciocho años y ya es madre de dos hijos, un niño y una niña. Su esposo, Pablo, entrena caballos para ganaderos de la región. Lo he visto en una sola ocasión. Es más bajo que yo pero Doc dice que puede domar un caballo mejor que cualquier otro hombre que conozca. Tentación me dijo que Pablo se ha roto cada hueso del cuerpo al menos una vez.
—¿Qué significa Tentación?
—Algo tentador.
Doc y Buck se sentaron a hablar durante dos días, al cabo de los cuales los cuatro cargaron equipo de pesca y campamento en la parte trasera de la camioneta de Doc y enfilaron hacia la costa oeste. El viaje fue tranquilo, sin incidentes, pero Roy disfrutó viendo el aspecto de México. La región que atravesaron no era tan verde como Cuba; Doc dijo que tendrían que ir más al sur, al estado de Chiapas, para entrar en la selva.
—Esa es jungla de verdad —dijo Doc—. Los indios lacandones viven allá y por lo común se mantienen lejos de los demás. No les gustan los extraños. He oído que son huesos duros de roer.
Los hombres se iban turnando al volante y Roy se ponía nervioso cuando Doc conducía porque se la pasaba dando sorbos de tequila, pero Kip le dijo que el secreto de Doc para mantenerse sobrio era chupar limones venenosos mientras bebía. Al cabo de un rato Roy le creyó porque Doc nunca se tambaleaba y manejaba con pericia su Willys personalizada, reforzada con acero, por caminos en mal estado.
—¿Qué tienen los limones que le impiden emborracharse? —preguntó Roy a Kip.
—Veneno, tal cual. Por eso se llaman venenosos.
La pesca en Puerto Vallarta no fue buena. El marlín se escondía debido a lo que Doc dijo que era un inesperado frente frío, pero a él y a Buck no pareció importarles. Todos los caminos alrededor del pueblo estaban sin pavimentar y el buen clima no se mantuvo. En lugar de acampar se quedaron en una casa de huéspedes que no era mucho más que un cobertizo glorificado. Kip enseñó a Roy cómo hacer una resortera usando la rama de un árbol y ambos emplearon piedras para matar lagartijas. Al cabo de tres días de clima húmedo y ventoso y mala suerte en la caza de marlín, Doc decretó que debían empacar y dirigirse a Acapulco. Allá había un casino, dijo, y buenos restaurantes.
En Acapulco, Doc decidió que debían registrarse en un buen hotel para darse un baño y luego buscar el sitio que sirviera los mejores martinis y filetes de la ciudad. Después de la cena, Kip y Roy enfilaron junto a los hombres hacia un edificio frente al océano con múltiples peldaños que conducían a la entrada.
—Ustedes, chicos, esperen aquí —ordenó Buck cuando se hallaban a mitad de los escalones—. Doc y yo regresaremos en un rato.
Los hombres siguieron hasta la puerta principal y Kip y Roy tomaron asiento en los peldaños para observar el Pacífico. El sol ya se había ocultado pero aún quedaba una franja de luz verde en el cielo. Las olas eran entre negras y grises y aumentaban su fuerza.
—¿Es esto un casino? —preguntó Roy a Kip.
—No, es un prostíbulo. Van a coger.
Algunos hombres subieron y bajaron los escalones mientras los chicos permanecían sentados.
—¿Extrañas a tu madre? —preguntó Roy.
—A veces, pero sólo cuando no bebe. Se la pasaba bebiendo antes de que me mandaran con Doc. ¿Tu madre bebe?
—No, en realidad no. Dice que si bebe más de una copa se queda dormida. Aunque tiene otros problemas.
—¿Por ejemplo?
—Se desmaya muy seguido. A veces grita sin mayor razón y su cuerpo se sacude. Mi abuela le da pastillas y la lleva a la cama.
—¿Recuerdas aquella vez que nos mostró cómo jugar a los dados en la acera frente a mi casa y mi madre salió y le gritó y me hizo entrar? Tu madre sólo se echó a reír y recogió los dados, luego se subió a su auto y se marchó.
—Su convertible Roadmaster color marrón.
—Sí. Doc dice que es tan guapa como Gene Tierney, quizá incluso más guapa.
—¿Quién es Gene Tierney?
—La estrella favorita de Doc desde que la vio actuar en El regreso de Frank James. Dice que enloqueció y tuvieron que recluirla en un manicomio.
Al cabo de una hora Doc y Buck salieron del local y bajaron hacia donde los chicos estaban sentados. Roy y Kip se pusieron de pie.
—¿Cómo les fue, Doc? —preguntó Kip.
—Pues sobrevivimos y eso es suficiente. Vamos al casino, les enseñaré a jugar dados.
—Sabemos cómo jugar. La madre de Roy nos enseñó.
—Kitty es mi tipo de mujer —dijo Doc—. ¿No crees, Buck?
Cuando Roy volvió a Chicago, su amigo Jimmy Boyle le preguntó si se la había pasado bien en México. Habían salido de la escuela y se dirigían a casa, caminando contra un viento potente que hacía que sus rostros se sintieran como manzanas cortadas por cuchillos de cocina.
—No sé —dijo Roy—. Me gustó estar con mi tío Buck y en un clima mejor que este.
—¿Ocurrió algo malo?
Roy no respondió. Bajó la cabeza, inclinó el cuerpo a medias y pensó en las suaves brisas que agitaban las hojas de los flamboyanes alrededor de la piscina de Doc Wurtzel.
Cuando él y Jimmy entraron en el vestíbulo de la casa de Roy, este se frotó la cara con las manos y dijo:
—No ocurrió nada malo. Fue sólo que no sentí que perteneciera allí.
—¿Y sientes que perteneces aquí? —preguntó Jimmy.
ILUSTRACIÓN: Barry Gifford
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