“Beethoven fue el punk de su momento”: entrevista con Eduardo Huchín Sosa sobre su libro “Calla y escucha”
En Calla y escucha el ensayista hace un ejercicio de reflexión sobre los fenómenos de creación y apreciación musical desde el asombro
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
En un momento en el que predominan la fusión y experimentación musical, además de las revolucionarias estrategias de producción y distribución de la última década, la única certeza es la crisis de los géneros. Una posible tabla de salvación en medio de la marejada de propuestas musicales es hacernos las preguntas correctas y labrar aquellas respuestas que se acerquen lo más posible a lo satisfactorio.
Calla y escucha. Ensayos sobre música. De Bach a los Beatles (Turner, 2022), de Eduardo Huchín Sosa, es más que un libro de apreciación musical. A lo largo de sus ocho apartados podemos conocer un ejercicio de reflexión alrededor del acto creativo, de nuestro ejercicio de escucha y la eterna tensión entre los genios musicales con sus productores, un problema que nos lleva a preguntarnos dónde termina el fenómeno musical y dónde comienza el fenómeno comercial.
Músico y escritor, Huchín Sosa (Campeche, 1979) es también periodista cultural. Desde hace 10 años es editor de la revista Letras Libres, trinchera desde la cual ha puesto de manifiesto su curiosidad literaria como reseñista y entrevistador, pero también como ensayista. Quedamos un sábado en el tianguis cultural de El Chopo, epicentro de la contracultura musical de la Ciudad de México, para platicar de Calla y escucha, con música de fondo de Judas Priest, Iron Maiden, un poco de ska y alguna electro-cumbia. A lo largo de la entrevista abordamos algunos temas de su libro: la soberbia de los que dicen saber de música, el falso dilema entre cultura popular/alta cultura, la relación de la creación musical con la esfera visual y la correspondencia experimental entre dos proyectos aparentemente opuestos pero con el mismo espíritu disruptivo: The Beatles y Arnold Schönberg.
Se dice que somos animales racionales. ¿Podemos asumir también que somos animales musicales?
A veces nos clavamos con determinada música. Pero siempre transitamos por varios géneros de acuerdo al momento en que nos sienta bien. Eso forma parte del paisaje de tu vida y alimenta un gusto ecléctico. Buena parte de mi vida ha estado condicionada por música que no podía escoger. En lugar de tomarlo como algo malo me parece satisfactorio.
El primer ensayo es un cuestionamiento a la arrogancia.
La arrogancia no sólo radica en pensar que la música que te gusta es mejor que otra, sino en pensar que conoces más que otras personas. Lo que descubrí en este ensayo es que todos tenemos cierto conocimiento sobre la forma de la música, aunque no sepamos el vocabulario y nuestro conocimiento no esté validado por la academia. El gusto está asentado en cierta idea de la forma de las canciones, aunque no lo sepamos explicar; los gustos de las personas se interrelacionan con lo que dice la letra y cómo está compuesta la música. Por eso quise incluir en ese ensayo el conocimiento de los músicos de jazz, que es conocimiento en la práctica. Me inicié como músico de bar y es cierto que hay un conocimiento de la improvisación. Eso lo vas aprendiendo y tiene que ver con cómo conectas con los otros músicos. Reconocer esos conocimientos te quita la arrogancia.
Hay una actitud de convertirse en predicador del buen gusto.
Es un fenómeno rarísimo el hecho de validar el gusto propio denostando gustos ajenos. Es una tontería muy frecuente. Ahorita el demonio es el reguetón como antes lo fueron las obras de Arnold Schönberg o Stravinski. Decían que eran el demonio. Y eso validaba el gusto de la gente que prefería descalificar estas expresiones nuevas. No somos profetas para decir qué música va a sobrevivir. Sólo podemos hablar de nuestros gustos personales y es muy honesto decir que una música no te gusta. Es también una forma de no pecar de soberbio.
El hecho de no entender una obra no significa que esté mal. ¿Cómo valoramos esta idea en la música?
A veces hay cierta idea de que hay música que se debe entender, o que es muy intelectual, que si no la entendemos mejor ni la aprecias, como la música de vanguardia de inicios del siglo XX. No necesitas entenderla, sólo hacer el intento de escucharla como si fueras un niño. Sorprenderte. Por otro lado, hay una visión anti intelectualista que piensa que ciertas piezas son sólo para gente muy preparada. Y no es así. La puedes disfrutar, te puedes acercar con la misma curiosidad. Si algo pongo en el centro de Calla y escucha es la curiosidad musical.
Hay un cuestionamiento a las ideas de alta cultura y cultura popular.
A mí me enseñó a tocar la guitarra un tío que era sordo. Tenía su máquina que le ayudaba a escuchar un poco. Entre sus piezas instrumentales estaban los compilados de Reader’s Digest, pero también el estudio #10 de Chopin, que en México conocemos como Divina ilusión (interpretada por José José), además de otras piezas clásicas como Tocata y fuga de Bach. Él no hacía distinciones entre un instrumental popular y un instrumental clásico. Entonces reivindico mucho esa idea de que en un punto de tu vida te pudo llegar mucha música clásica que es también popular. La Quinta de Beethoven es popular aunque esté muy bien valorada, al igual que El Danubio azul de Strauss, que se toca en todos los cumpleaños. Hay una mezcla mucho más compleja entre lo popular y lo clásico de lo que muchos quieren admitir. ¿Por qué hacer esas separaciones si en la vida cotidiana no existen?
¿Cómo es la relación entre las experiencias musical y visual?
Un poco llevado por la idea de que la música es el arte más puro, a la manera en que lo veían Schopenhauer o Nietzsche —que la veían como un tipo de triunfo de la voluntad, algo inmaterial—, me pregunté si la música estaba más contaminada de lo que estos filósofos quisieran admitir. Empecé con esta relación de la música con lo visual, lo más evidente: los videoclips. Pero no me detuve ahí. Me pregunté cómo influye en vivo que una pieza la interprete una mujer o un hombre, la relación de la música con el cine, entre otras cuestiones. Descubrí que la relación de la música con la imagen tenía muchos efectos y matices. Y se iba diversificando. Así descubrí que una de esas relaciones está en las partituras, tanto las validadas como las partituras tipo Guitarra fácil, que son otras formas de representar la música. De alguna manera confirmaba esta primera impresión de que la música estaba más mezclada con las cosas de la vida. No es un fenómeno aislado. La música no es una actividad sublime, separada de la vida.
Me gustaría platicar contigo el asunto de la cultura y la contracultura, ahorita que estamos escuchando a Judas Priest. Hace 40 años era de lo más rebelde. Pero al igual que las personas, las tendencias envejecen. ¿Cómo se dan estos ciclos culturales entre la ruptura y la tradición?
Toda la tradición o lo que llamamos cultura termina absorbiendo a la contracultura. Hoy se ve raro, pero Beethoven fue el punk de su momento. Y fue absorbido por la tradición, no sólo en su música, también en su aspecto. Mozart también era un iconoclasta. Nunca maduró, incluso tiene un aria a dos voces que se llama “Bésame el culo”. Esas figuras rebeldes y subversivas son absorbidas por la cultura dominante.
¿Tu ensayo sobre Les Luthiers es una defensa de la irreverencia contra la solemnidad?
En la música clásica el prestigio se sustenta en la solemnidad más que en la música misma, hay ciertos rituales. Les Luthiers es una buena puerta de entrada para entender que no siempre ha sido así ni tiene porqué ser así. Tenemos el caso de Beethoven, que era un desmadre. Hay que recordar esa vez que lo confundieron con un vagabundo. Esto nos habla de cuán descuidado era para que lo confundieran con un vagabundo y su caso se enlaza con una tradición de músicos a quienes les ha ocurrido algo similar. Aquí en México, a Nicko McBrain, baterista de Iron Maiden, no lo querían dejar entrar a su hotel porque pensaban que era un hombre de la calle. Percibimos al artista o la creación musical como cierta obra sagrada, una idea que la deshumaniza. Lo bello de la música es que está conectada con nuestra humanidad. Hay personas que son rebeldes y hay personas más cuadradas. Y todas las formas son válidas. Es variada porque representa muchas formas del ser humano.
Haces una apreciación paralela entre el Concierto #9 de Schönberg con “A Day in The Life” de The Beatles como dos momentos de ruptura.¿Qué buscaba cada uno de ellos en estas obras?
Fue una casualidad. Estaba leyendo El caso Schönberg, de Esteban Buch, y las memorias del ingeniero de sonido de los Beatles, Geoff Emerick. Este último cuenta cómo estaba muy atento a las pretensiones vanguardistas de los Beatles, que representaban una exigencia tecnológica. Al mismo tiempo estaba leyendo cómo Schönberg y sus amigos querían desestabilizar esta idea de que una canción está asentada en ciertos tonos dominantes. Al demoler ciertos supuestos de la música, volvió locos a todos. Fue muy chistoso ver cómo los críticos histéricos de ese momento se preguntaban: “¿Ahora qué viene? ¿Van a entrar sonidos de la calle?” Desde hace 100 años vienen pronosticando la decadencia de la música. Con ese simple giro de la música se abrió la puerta a muchos sonidos nuevos. Y más que eso a una idea de libertad, de no sujetarse a las reglas. Retarlas puede ser muy creativo. De alguna manera, conectando esos dos momentos, uno bastante asumido por la alta cultura y otro bastante naturalizado por la cultura popular, me di cuenta que había muchas más conexiones entre la música clásica y la llamada popular. Ahora son el sonido fresa, son aceptados, forman parte del establishment.
Poco después llegó Black Sabbath. ¿Qué pasó con esa banda? Hay una ruptura.
Son creadores del metal. Todo lo que podemos escuchar en ese género está imbuida por Black Sabbath. No sólo por los sonidos de esta banda –más bajos y tenebrosos– sino también su filosofía de retar a la autoridad, de jugar al ocultismo sin ser eso. El metal y lo que vino después no se puede separar de ese primer momento. Black Sabbath también tenía una actitud. La música no es un hecho aislado, va mezclada con todo lo demás.
La experimentación incomoda. Con los antecedentes de Schönberg, The Beatles y Beethoven, ¿qué podemos entender, los que aún no los entendemos, de C. Tangana y Rosalía? ¿Qué los validará en un futuro?
No había escuchado el disco Motomami de Rosalía hasta que escuché al youtuber Jaime Altozano en el que explicaba algunos aspectos formales de las canciones. Entonces, el interés me vino por alguien a quien le agradó el disco y lo expresó con palabras. Y está muy bueno. No me había enfrentado a este disco por un prejuicio. Lo único que hizo Jaime Altozano fue explicar el disco desde cómo estaba hecho. Calla y escucha no sólo quiere darle foco a los creadores e intérpretes, sino también a los que escuchan. La música es un asunto mucho más complejo y colectivo de lo que a veces se cree.
Me llama la atención uno de los ensayos en el que abordas la historia del creador del sello Motown. Así conocemos la existencia de una industria que produce, tritura y desecha. ¿Cómo podemos verlo en los distintos géneros: grupera, rock, metal, reguetón?
El ejemplo más interesante –no desde el género– de cómo funciona la industria es el cambio de plataformas. Hay noticias de cómo las plataformas le pagan una miseria a los músicos, mucho menos de lo que les pagaban las disqueras, que de por sí ya eran salvajes e inhumanas. Sin embargo, para el escucha es una bendición tener tanta música a tu alrededor en la que ya no sabes cómo guiarte en esa selva de sonidos. Es una paradoja en toda la industria musical. Es terrorífico porque no hay ningún caso de un músico se sienta satisfecho. O le pagana bien pero en una forma de esclavitud porque no pueden hacer otra cosa. Hay casos de cantantes que eran esclavos del emperador. También está el caso de Glenn Gould, que cobraba bien en los conciertos pero ya no se sentía a gusto porque siempre le pedían las mismas canciones y él quería hacer otras cosas y encontró su tabla de salvación en la grabación de discos, una industria que aprisionó a otros, como en el caso de la Motown. Las estrellas de la Motown, como las Supremes, eran casi esclavas de la disquera. Hay una relación bastante complicada y de explotación con los músicos. Hay ciertos márgenes de libertad y creativos que dan como resultado piezas extraordinarias, pero que están sujetas a prácticas terribles de explotación.
FOTO: Eduardo Huchín Sosa formó el dueto musical Doble Vida con la también ensayista Elisa Corona Aguilar/ Carlos Mejía/ EL UNIVERSAL
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