Bertrand Bonello y el vértigo visionario

May 28 • Miradas, Pantallas • 4523 Views • No hay comentarios en Bertrand Bonello y el vértigo visionario

POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Saint Laurent (Francia-Bélgica, 2014), ultraexquisito filme 7 del soberbio estilista francés de 46 años también músico de todas sus cintas Bertrand Bonello (El pornógrafo 01, Tiresias 03, El Apolodionis 11), con guión suyo y de Thomas Bidegain, el frágil pequeñito narigudo diseñador treintón de modas con origen francoargelino y opulento fundador gay del emporio planetario que ostenta aún hoy sus iniciales Yves Saint Laurent (Gaspard Ulliel de alucinadas angulosidades y amaneramiento discreto) se refugia en un suntuoso hotel de la Costa Azul hacia 1974, se registra bajo el literario nombre falso de Swann y se comunica en oscura silueta contra la deslumbrante luz de la ventana con una reportera para confesarle por teléfono las mayores intimidades de su vida oculta de hombre famoso, sus difíciles inicios en el lanzamiento de una conjunción personalísima de alta costura y prêt-à-porter hacia 1968, su dependencia absoluta del hábil colaborador y examante maternal vuelto ángel de la guarda sempiterno Pierre Bergé (Jérémie Renier), su convivencia diaria con la subalterna amiga indispensable Anne-Marie (Amira Casar) y aquella Loulou con inmensos problemas toxicómanos (Léa Seydoux), su reclutamiento a la brava en una disco de la top model de azotante cabellera rubia Betty (Aymeline Valade) y su affaire fatal con el ocioso inspirador erotómano Jacques de Bascher (Louis Garrel) que lo iniciará en la satisfacción del deseo sin trabas y en el anónimo sexo instantáneo sin nombre ni palabras con chichifos de la sordidez urbana, en el imparable alcohol como excipiente y en el consumo abusivo de pastillas psicotrópicas y otras incontrolables drogas degradantes, cuya acción conjunta lo conducirá a la depresión donde ha caído ahora: esa peligrosa confesión telefónica pronto mediatizada con dinero y amenazas como cualquier otra cosa, pero de la que sin embargo YSL emergerá convertido en otro ser (ahora interpretado por lo que queda de lo que quedaba del emblemático actor viscontiano de la archidecadencia sodomita Helmut Berger), restituido a su vértigo visionario, aunque ya indefenso ante la autodestrucción consentida, desbordado por sus auxiliares, despojado de su imperio de la moda, convertido en mera figura decorativa y recluido, si bien superapapachado, en su casa-jaula de oro cual autista mundo aparte, tanto como dentro de sí mismo.

 

El vértigo visionario se esfuerza por demostrar a cada secuencia que YSL era un artesano genial de la reivindicable/reivindicada confección de modas que trabajaba a marchas forzadas para armar sus colecciones de otoño-invierno o primavera-verano, al frente de un ejército de eficaces ayudantes, hasta reventársele la cuerda, pero con dotes de gran artista visual, añorante de Mondrian y de Matisse (rimando con sendas alusiones plásticas a Géricault/Cézanne/Bracusi/Gris/Léger), amigo de Andy Warhol aunque incapaz de diseñarle un vestuario que le solicitaba (las cartas cruzadas entre ambos generan una de las grandiosas escenas ilustradas del relato), absorto en la narcisista megalomanía de su melomanía avasallante (ese arrobador uso de la música de Pergolesi/Bach/Giordano/Mozart/Wagner) y su imitación de Proust, en realidad desentendido de los problemas prácticos de los que alivianadoramente se encargaba el administrativo y financiero Pierre con implacable voracidad sagaz, al interior en un congestionado universo posindustrial donde la invención creadora se había refugiado en el cine y en la publicidad o ahora por supuesto en la moda de YSL liberadora del cuerpo femenino conquistando los atuendos hasta entonces reservados a los varones, con esa secuencia-pináculo sublime de la madura dama privilegiada Duzer (Valeria Bruni-Tedeschi) descubriendo fascinada por fin su propio estilo en la elegancia viril, hasta que los delirios de la costura morigerados por un arrollador glamour de época dejen de transfigurar el sexo mórbido, las drogas y el rocanrol, para situar al inerme disminuido Saint Laurent como la pieza menos valiosa de su propia casa-museo superkitsch presidida por un colosal Buda de oro en silencio impasible e indesentrañable sabiduría engañabobos.

 

El vértigo visionario genera una fulgurante fantasía biográfica parcial que no debe advertirse como tal porque se basa sin mácula explicativa en el gran espectáculo de la creatividad y la decadencia en estado puro, porque se sumerge sin encomio ni compasión en el mundo del autodestruido envejecimiento carente de identidad que se torna exasperante/exasperado para mejor perpetuarse en la memoria colectiva, porque el filme en rigor tiene mucho de los anteriores poemáticas películas-héroe de Bonello como la atroz obsexión de El pornógrafo o como la ceguera cósmica de Tiresias y como el burdel-personaje antibelle époque El Apolodionis, porque el diseño íntimo de la cinta se viste de lujo con momentos intensos y paroxismos significativos que fingen no serlo, sino sólo la recopilación inflamada (montaje de Fabrice Rouaud) de un álbum de imágenes relampagueantes (fotografía de Josée Deshaies) que es capaz de confrontar en pantalla dividida a lo ancho los inmaculados íconos documentales de Mayo ‘68 con las maculadoras colecciones incipientes de YSL, de coreografiar en un antrazo estroboscópico sabrosísimos juegos de insinuantes miradas ligadoras homosexuales con más que lentos barridos de cámara en ida y vuelta, o de triplicar la imagen de la entrada triunfal de YSL a un evento.

 

Y el vértigo visionario acaba traduciendo la alienación-Réquiem por el lamentable protagonista mediante una imagen-diorama compuesta por numerosas minimágenes asimétricas de sofisticadas modelos inasibles y luego lo deja anclado mentalmente en las flamígeras glorias insuperables del glamouroso desfile de su colección ‘76 magnificada por el aria “Vissi d’arte” de la Tosca de Puccini cantada por Maria Callas, siempre dibujando figurines irresistibles, dibujando física, espiritualmente, dibujando, diseñando.

 

*FOTO: Esta cinta, en la que el papel protagónica recae en Gaspard Ulliel, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 2 de junio de 2016/ Especial.

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