Bong Joon-ho y el posapocalipsis ferroviario
POR JORGE AYALA BLANCO
En El expreso del miedo (Buzqiran/Snowpiercer, Corea del Sur-República Checa-EU-Japón-Francia, 2013), trepidante quinto largometraje en 5 idiomas con dispositivo traductor del supremo estilista surcoreano del insuperable cine fantástico oriental de 44 años Bong Joon-ho (Memorias de un asesinato 03, El huésped 06, Medeo 09), basado en la novela gráfica El rompenieves de los franceses Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette, el atormentado pero estoicamente calculador fortachón carismático Curtis (Chris Evans, aquel bobalicón Capitán América) liderea en el mundo congelado de 2031 la enésima revuelta violentísima de los relegados operarios del vagón de la cola, contra los privilegiados del frente del tren, siempre guiado por los sabios consejos del ancianísimo Gilliam (John Hurt) que recibe rojos mensajes junto con las raciones cotidianas en palanqueta de proteína-mierda, siempre secundado por su sacrificial hijo putativo Edgar (Jamie Bell) y pronto auxiliado por el especialista coreano en seguridad ávido de dosis de droga kronol Namgoony (Song Kang-ho) que hibernaba en una gaveta de castigo, logrando total éxito en su insurrección y llegando hasta el declinante Wilford (Ed Harris), creador de ese bólido autosuficiente y cruzapuentes bloqueados que circunvala el globo terráqueo con los últimos humanos, para enfrentarse a él de igual a igual, pero desconcertadora y pírricamente, al precio de sus vidas y de todo el sistema establecido.
El posapocalipsis ferroviario nace al interior de una especie de colusión o convenio entre el cine de acción y el cine de reflexión: he aquí la forma tecnológicamente más avanzada posible hoy en día del thriller de ciencia-ficción, he ahí la forma cataclísmicamente más perfecta posible del opúsculo filosófico filmado, poniendo en crisis a la virtuosística imagen-acción que apenas se adivina a través del oscurecimiento fotográfico (merced al indispensable camarógrafo también coreano Hong Kyung-pyo) y, tras una simbólica lucha providencial y decisiva con antorchas, dando inusitado relieve a la imagen-reflexión a través de la luminosidad, una luz sublimada hasta el encandilamiento, la pavorosa incandescencia del hielo exterior, lo idílico absurdo, o sea, las entidades antinómicas ideales, plenas de elipsis en su proceso de manifestación gracias a una apabullante edición binacional conjunta de Steve M. Choe y Kim Chang-ju, luego de enfrentamientos casi farsescos con la ministra sacerdotal Mason (Tilda Swinton en dientona autoparódica), luego de estrepitosos avances por los estrechos pasillos de los vagones interminablemente sucesivos, luego de zacapelas agresivamente subliminales, para sólo expresar infierno y paraíso, horror y cielo, tinieblas o magnificencia, y nada en medio.
El posapocalipsis ferroviario parece surgir artísticamente de la conjunción o confluencia imaginativa de tres poetas visionarios tan genialmente irreductibles como Dante (su poema La Divina Comedia), Fritz Lang (su ambiguo filme anticipatorio Metrópolis 27) y Ernst Jünger (su premonitoria novela crítica velada pero toleradamente antihitleriana El trabajador 32), al primero se le debe la excelsitud mantuana de esa invención de círculos infernales que son vagones que son secciones del tren (sección de cola, sección de cuarentena, sección de prisión, sección de agua, sección de frente), pero también la añoranza del bistec, del rostro materno, de la tierra olvidada o jamás vista, del póstumo cigarrillo y el postrer cerillo, o de las balas hace años extintas; a Lang y a su paradigmática parábola distópica se le debe sin duda esa atroz segregación plástica de los irremediables trabajadores esclavizados en geométricos grupos compactos para recibir sentados el indoctrinamiento nuestro de cada día, en oposición al beatífico edén glorioso donde vegeta la resplandeciente clase ociosa cuyos vástagos corean videolecciones-slogan dentro de su radioso salón de clase, y encabezados, cual leprosos reptantes escaleras arriba de El tigre de Eschnapur/La tumba india (Lang 59), o cual insurrectos posreplicantes reminiscentes de Blade Runner (Ridley Scott 82), por el héroe y una antiEva Futura vuelta Tanya la afroguerrillera obesa (Octavia Spencer), para arrostrar la represión acometida por intimidantes aunque exterminables guardias inútilmente armados portando cascos semiesféricos que remiten a los policías quemalibros del Fahrenheit 751 de Truffaut (66); y al inclasificable anarca aún hoy polémico Jünger se le deben planteamientos mucho más abstractos sobre la condición y las funciones de los obreros del futuro, sujetos a la disciplina militar, cual autofagia o mordida de cola (disparando autoodiosamente desde las ventanillas de una sección del tren contra otra al atravesar por una curva pronunciada) y afrontando con valor viril su renuncia de antemano a toda solución idealista y humanitaria, cual mera apertura y cerrazón de obsedentes puertas herméticas.
El posapocalipsis ferroviario arremete y se estrella contra la noción de lo divino como una necesidad de orden para controlar e impedir el caos amenazante (esa recurrencia infame en la figura del zapato sobre la cabeza transfigurada y humillada por la iluminación: “Esto no es un zapato, es un caos del número 10”), ese orden de lo invisible de una Máquina prodigiosamente reguladora-preservadora, ese orden impuesto como ecosistema perfecto, sostenido por un necesario régimen clasista, cercano al dominio medievofuturista de Qué difícil es ser un dios del postsoviético Guerman (13), con referencias continuas a la crucifixión y a los brazos extendidos que se miden o son obligados a exponerse a la intemperie por un agujero para evaluar el grado de congelación.
Y el posapocalipsis ferroviario culmina en una radical meditación sobre la sobrevivencia, pues sólo merecerán salvarse un niño-rata que movía por tracción la Máquina autónoma y la jovencita vidente al fin liberada de su droga-atadura familiar.
*FOTO: El expreso del miedo (2013) se basa en la novela gráfica El rompenieves, de los franceses Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette. Está interpretada por Chris Evans, Kang-ho Song y Ed Harris, entre otros/Especial.
« Recorrido iconográfico de José María Morelos Una vida en los cocos »