“Dos clásicos del Boom”
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García Márquez y Vargas Llosa mantuvieron una amistad de muchos años que se reflejó tanto en lo personal como en sus debates literarios; hasta la fecha, no se sabe con certeza la razón de su distanciamiento
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POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA
La mítica amistad entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa ha resucitado a siete años de la muerte del colombiano; vuelven a editarse dos libros legendarios, evidencias de los lazos fraternales y de admiración entre ambos Nobeles que duraron casi la década, del 10 de agosto de 1967 al infame 12 de febrero de 1976: uno, La novela en América Latina: diálogo (1968), que sólo se adquiría en piratería o en fotocopias; y otro, Historia de un deicidio (1971), que se pepenaba de milagro de segunda mano.
Alfaguara, casa editorial actual de Vargas Llosa, publica de manera simultánea ambos títulos en 2021, que aparecieron apenas en abril pasado en su edición española y en la mexicana en mayo, en una suerte de reconciliación virtual del peruano con García Márquez, con quien dejó de hablarse hace 45 años, después de que el autor de La fiesta del chivo diera un puñetazo al colombiano en Ciudad de México.
Historia de un deicidio, el voluminoso ensayo que publicó Vargas Llosa en coedición simbólica España-Iberoamérica, Barcelona-Caracas, Seix Barral-Monte Ávila, cumple medio siglo y con ese motivo se reedita de sorpresa, con beneplácito implícito de su autor, hasta 2006 reacio a la reimpresión. Incluso se difundió el mito de que Vargas Llosa ni siquiera aceptaba firmar los ejemplares en circulación, lo que fue falso pues a este reportero le autografió, aunque haciendo una mueca, su Historia de un deicidio en el 2000, cuando vino a presentar a México, en Perisur, La fiesta del chivo.
Aquel 2006 ya había reaparecido, pero dentro del tomo VI de las obras completas de Vargas Llosa en Galaxia Gutenberg. Este tomo está dedicado a sus ensayos literarios, entre los cuales, con sus 670 páginas, es el más profuso escrito hasta ahora por el intelectual peruano. Esto da una idea del afecto y admiración que sentía entonces por García Márquez, a quien conoció en persona cuando recibió en Caracas el premio Rómulo Gallegos por La casa verde, el 10 de agosto de 1967, aunque durante varios meses antes ambos ya habían entablado correspondencia ágil y constante, que apuntaló aquella fuerte amistad.
Dividido en tres grandes apartados en los que Vargas Llosa analiza la obra de García Márquez en función de su “realidad real”, su “realidad ficticia” y su “estrategia narrativa”, Historia de un deicidio incluso fue su tesis para obtener el título de doctor por la Universidad Complutense de Madrid.
Ya en la primera edición de 1971, Vargas Llosa explicaba que “el propósito de su ensayo no era analizar la vida y la obra de un narrador de talento, sino, más bien, intentar una descripción del proceso de creación, de qué experiencias se alimenta, mediante qué procedimientos transforma los materiales del mundo real en elementos del mundo ficticio y las similitudes y contrastes que estos dos mundos mantienen”.
Añadía que ese propósito “simple y al mismo tiempo atrevido, es mostrar qué es un novelista y cómo nace un mundo de ficción. Es simple porque sólo quiere destacar, en la vida y obra de García Márquez, aquellos aspectos comunes a todo creador de ficciones, y está dispuesto, en aras de este afán ilustrativo del proceso y la naturaleza de la creación narrativa, a relegar a un segundo plano los aspectos más exclusivos de este autor y de esta obra. Es atrevido porque el supuesto básico de este trabajo contradice el principio teórico de moda según el cual la obra literaria debe ser analizada con la prescindencia total de su autor”.
El título procede de la afirmación de Vargas Llosa de que “cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad”. En el libro también desarrolla sus ideas respecto de que un escritor no elige sus temas, sino que los temas lo eligen a él y que las novelas y cuentos de Gabo “pueden leerse como fragmentos de un vasto, disperso, pero al mismo tiempo riguroso proyecto creador”.
Pero muchas de las ideas que plantea Vargas Llosa en su ensayo ya las había esbozado ante el autor de El amor en los tiempos del cólera en Lima, Perú, años atrás; incluso puede decirse que incorporó algunas de las respuestas que García Márquez le dio durante esa mítica conversación pública que justo ahora vuelve a las mesas de novedades en una primera edición comercial del libro que recabó la charla.
La novela en América Latina: diálogo, publicado en 1968 en Lima por Carlos Milla Batres Ediciones/Universidad Nacional de Ingeniería, reaparece 53 años después dentro de Gabriel García Márquez-Mario Vargas Llosa. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina (Alfaguara, 2021), que incluye un prólogo del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, el prólogo de la edición original escrito por José Miguel Oviedo, organizador de la cita en el auditorio de la facultad de Arquitectura, además de fotos, testimonios de asistentes a la charla entre los futuros premios Nobel de Literatura, entrevistas con García Márquez de aquel entonces y fragmentos de otra más con Vargas Llosa de 2017.
Poco menos de un mes después del primer encuentro en Caracas, ambos narradores volvieron a reunirse el 5 y 7 de septiembre de 1967, en Lima, para protagonizar ese legendario diálogo público donde nacieron frases hasta entonces poco usadas: “boom latinoamericano”; “el boom es de lectores, no de escritores”, “sólo escribo para que mis amigos me quieran”; “hace tiempo que los críticos me han obligado a reconocer la influencia de Faulkner, aunque nunca antes lo había leído”; “empecé a ser escritor porque me di cuenta de que no servía para nada”, que repitió Gabo tantas veces y con tanta frecuencia que parecía parte de guion.
Entonces ni siquiera se usaba el término “realismo mágico”, como subraya Vásquez parafraseando el inicio de Cien años de soledad: “el mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre”.
La Universidad Nacional de Ingeniería peruana había invitado a su campus a García Márquez, que apenas en mayo de 1967 había publicado en Buenos Aires su novela que le redituó con el Nobel en 1982 y que de inmediato catapultó al estrellato a su autor. Aunque algunos fragmentos ya se habían difundido en varias revistas de Europa y América Latina, incluso en una local limeña (Amaru), en enero del 67, el público no reconoció al colombiano por la sencilla razón de que en realidad iban a escuchar a su héroe nacional del momento: Vargas Llosa, quien acababa de recibir el Rómulo Gallegos.
Como anécdota, Patricia Llosa, la entonces esposa del autor de Conversación en la catedral e involucrada también en el incidente nueve años después en México que provocó la enemistad entre ambos escritores, estaba embarazada y a punto de parir a Gonzalo Gabriel, que sería el ahijado justamente de García Márquez.
En ese diálogo, dividido en dos días, 5 y 7 de septiembre —aunque uno de los testimonios afirma que sólo hubo un encuentro porque al segundo, dispuesto en el Instituto Nacional de Cultura, Gabo simplemente no asistió y Vargas Llosa se presentó solo—, el escritor peruano sorprendentemente abandonó su protagonismo habitual y fungió sólo como entrevistador anfitrión del colombiano. A García Márquez, reacio como siempre a exposiciones públicas y a los debates, de entrada le soltó la pregunta que retomaría en Historia de un deicidio: “¿Para qué crees que sirves tú como escritor?”
El diálogo fluyó así entre el peruano y el colombiano, dos caracteres distintos, quizás hasta equidistantes, reflejados hasta en la manera de vestir, ante un auditorio abarrotado, donde ya no cabía nadie ni aun de pie. Los testimonios coinciden en que Vargas Llosa, siempre teórico y crítico, no obstante dejó lucirse a García Márquez, que hacía “grandes esfuerzos por defender su imagen de narrador instintivo, casi salvaje, alérgico a la teoría y mal explicador de sí mismo o de sus libros”, como reseña en su estupendo prólogo a la nueva edición el autor de El ruido de las cosas al caer.
En ese diálogo sorprende un García Márquez sentenciando a Jorge Luis Borges como un escritor “vacío”, al que detesta porque su mundo es totalmente de irrealidad y que, no obstante, dice leer a diario. También defendió, en ese sentido, la ideología implícita que un escritor filtra en sus obras y hasta pregunta a Vargas Llosa si cree que Cien años de soledad es “reaccionaria”, como le dijo un argentino.
En una respuesta que dolerá a escritores mexicanos que ruegan por las becas, García Márquez sostiene: “Yo podía haber resuelto mi situación como escritor aceptando becas, aceptando subvenciones, en fin todas las formas que se han inventado para ayudar al escritor, pero yo me he negado rotundamente y sé que es una cosa en la cual estamos de acuerdo los que se llaman los nuevos escritores latinoamericanos. Con el ejemplo de Julio Cortázar, nosotros creemos que la dignidad del escritor no puede aceptar subvenciones para escribir, y que toda subvención de alguna manera compromete”. Y remata al recordar a Vargas Llosa: “…tú y Cortázar y Fuentes y Carpentier y otros están demostrando, con veinte años de trabajo (de romperse el cuerpo, como se dice), que los lectores terminan respondiendo. Estamos tratando de demostrar que en América Latina los escritores podemos vivir de los lectores, que es la única subvención que podemos aceptar los escritores”, expone tras sostener que para un escritor todo lo que no es escribir es secundario, aun tener otros oficios para vivir.
Vargas Llosa, que conoció por primera vez a García Márquez tras leer en París la traducción francesa de El coronel no tiene quién le escriba, se da el lujo de llamar “vedette” a su par por el éxito de la familia Buendía; recuerda en esa amistad que se gestó en las cartas, en la escritura, que ambos habían planeado desde ahí escribir una novela a cuatro manos sobre una guerra tragicómica que hubo entre Perú y Colombia en la región del Amazonas en 1931, pero el proyecto nunca cuajó, porque, dice, “habría sido muy difícil romper la intimidad de lo que cada uno escribía y exhibirlo frente al otro”.
Lo que sí le rompió Vargas Llosa a García Márquez fue la cara, con ese tristemente célebre puñetazo que le propinó nueve años después a la salida de un cine en Ciudad de México, donde el colombiano y su esposa acababan de ver Supervivientes de Andes, que escandalizó al público en 1976 por el canibalismo, un golpe que además de amoratar el ojo del buen Gabo, puso fin a esa amistad, que se refrenda ahora con la publicación de dos libros míticos que nacieron de ella y que estaban perdidos.
FOTO: Portada del libro Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina /Crédito: Alfaguara
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