Boone y Volpi: dos libros sobre la pérdida
POR ROBERTO FRÍAS
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El crítico literario vive feliz mientras puede decir que sus ensayos son producto de un concienzudo programa de investigación, como si de un trabajo detectivesco se tratara. Se parte de los hechos (los libros, los cánones, las generaciones, las discusiones coyunturales y, ay, las literaturas nacionales), se formulan tesis, se buscan pistas, se llega a los culpables. Pero la verdad es que muchas veces suceden encuentros casuales, libros que en apariencia cuentan historias distintas, escritos por autores que recorren sendas alejadas, se presentan a veces ante la vista del crítico casi de la misma manera que el escritor o el artista se topan con propuestas artísticas sin haber buscado, como sucede con el objet trouvé. Eso es lo que sucedió cuando entre las más recientes novedades tuve lado a lado Figuras humanas, de Luis Jorge Boone, y Examen de mi padre, de Jorge Volpi.
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En su libro de cuentos, Boone explora las relaciones humanas, el amor en la mayoría de los casos, bajo la luz del conflicto, de la guerra, y las clasifica de acuerdo con las diversas etapas de su acontecer: Tiempos de paz, Tiempos de guerra, un “intermedio” poético: Memorias de la guerra civil, Tiempos de tregua. Tiempos de ocupación y un epílogo, Las guerras floridas. El tiempo de paz ya nos prepara para lo que habrá de ser la tesitura de todo el libro, pues, paradójicamente, la paz de estas historias es tan atribulada que el tiempo de guerra se nos antoja apocalíptico. Desde el joven que ve partir a su novia a otro país, sabiendo de antemano que su historia de amor no habrá de seguir, decepción que lo conduce a preguntarse si no será mejor retirarse de la carrera del amor, hasta el hombre maduro que se refugia en el mismo hotel de siempre tras una pelea con su esposa (“Nuestras peleas eran maratónicas, superlativas, apocalípticas. Ninguno de los dos se detenía a pensar en que, al otro lado de los gritos y los manoteos, seguiríamos casados”.), tan sólo para aceptar que prefiere la paz artificial de su relación que estar solo, pasando por una madre que duda si ha hecho feliz a su pequeña hija, y por el joven que recuerda un fugaz momento de posible armonía con una novia durante un viaje, dejando claro que la memoria es, a un tiempo, el terreno último en el que viven las cosas pero también un terreno acomodaticio, reconstruido para darnos gusto, todos los personajes de los Tiempos de paz nos conminan a aceptar cabizbajos que el silencio es ese momento en que rememoramos y nos resignamos a seguir viviendo con una media sonrisa.
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Quizá así se entienda que los Tiempos de guerra sean los del amor en plena vitalidad, es decir, en pleno enfrentamiento. Los cinco cuentos de esa sección nos exponen a relaciones que sin duda lo ejemplifican: llenas de sexo y de amor, si entendemos el amor, y ahí me parece que radica la despiadada visión crítica de Boone, como una relación asimétrica, voluntaria y enfocada en el poder. Lo cual no la exime de muchos momentos de supuesta felicidad, aunque a sus participantes les tenga sin cuidado que los momentos de tristeza y amargura sean siempre muchos más.
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El intermedio, Memorias de la guerra civil, es un poema, o poemario ultra breve, basado en la temporada dos de la serie televisiva True Detective, que adopta a los personajes centrales para hablar de la paternidad (tema que recorre esta temporada) y el triste resultado de cualquier lección familiar: el mundo es un campo de guerra civil y hay que ganarla como sea. Es este poemario el que exhibe la clave mayor del libro de cuentos, mejor dicho, condensa un tanto lo ya expuesto a la vez que abre la mirada del lector a la cómoda desolación de nuestra condición humana y a lo que el libro expondrá a continuación, pues si la paz es resignarse a que todo deviene guerra, y la guerra es búsqueda de poder, los Tiempos de tregua serán los del alejamiento, única manera de conservar la cordura, parece decir Boone, mientras que los Tiempos de ocupación son los del rumiante cuyo cerebro se halla colonizado por el pasado, lo cual lo obliga a repasar sus actos e interpretar los rescoldos y las ruinas de la guerra una y otra vez.
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Un florilegio de historias atravesadas por emociones, sentimientos, sexo y, como ya dijimos, esa extraña cosa, el amor, casi visto desde el punto de mira de Žižek (el amor es el diablo), y que nos conducen, en la mayoría de los casos, al desasosiego, parecen no ofrecer otra perspectiva que la de una condena tragicómica. Sin embargo, el epílogo, Las guerras floridas, compuesto por un solo cuento, abre una rendija incierta al retratar a una pareja que practica el intercambio en un soberano ejercicio de desprendimiento y falta de celos. No es una respuesta, sino una pregunta final después de tantos “casos” en que vemos una y otra vez la mecánica del poder actuando en nombre del amor. Las otras preguntas urgentes que recorren el libro serían ¿de dónde obtuvimos los modelos de comportamiento para el amor? Y ¿cómo podemos subvertirlos para ser más libres? En ese sentido, el intermedio del libro vuelve a cobrar presencia: de los padres. Ya sea para seguir su ejemplo o para ir totalmente en su contra, los padres son el primer modelo, y quizá el más influyente.
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Lo que Luis Jorge Boone logra en esta brillante y bien trabajada colección de cuentos, es reproducir fragmentariamente el mundo de nuestras aspiraciones y decepciones amorosas sin caer en el nihilismo ni en la desesperación. Su estable pulso narrativo nos lleva por terrenos irregulares y minados, en un claro esfuerzo por sumergirse desde varios ángulos en la profundidad de su objeto de estudio.
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Esta es la relación que se establece con el libro de ensayos (ensayo autobiográfico, biográfico, histórico) de Jorge Volpi: Examen de mi padre. Si Boone es panorámico para mostrarnos la multiplicidad de historias amorosas que se desprenden de nuestra manera de entender lo que heredamos del entorno, Volpi se centra únicamente en la historia de la figura paterna y en la historia del México contemporáneo para explicarse su propia naturaleza. El padre de Jorge Volpi, homónimo, fue un respetado cirujano que trabajó siempre en el sistema de salud pública. Celoso de su deber, al que le entregaba una muy buena parte de sus energías, era también, según nos cuenta su hijo, un entusiasta de la cultura, gusto que inculcaba en su progenie a diario. Al morir, en 2014, el doctor deja un vacío que es, obviamente, el espacio que en el duelo debemos comenzar a llenar con una imagen, una explicación, un sentido. El libro de su hijo es eso, una larga disquisición sobre la naturaleza de su padre mediante diez “lecciones de anatomía comparada”, cada una guiada por una parte del cuerpo que, a su vez, se asocia con un concepto: “El cuerpo, o De las exequias”, “El cerebro, o De la vida interior”, “La mano, o Del poder”, etc. Una disección del padre pero también del hijo y del país en el que ambos crecieron y se formaron, acompañada de fotos de todo tipo. Así, por ejemplo, el cuerpo del padre, postrado por la enfermedad, se relaciona con el cuerpo de México, atacado por la violencia, y con el cuerpo en la historia de la medicina. Otro ejemplo, la historia del estudio del corazón, su confusión con el cerebro y su identificación con las pasiones, nos lleva al amor, el amor de su padre, un amor autoritario que propone dictar a los otros lo que deben hacer y controlarlos, precisamente porque se les quiere. Pero también al amor autoritario de Mamá Rosa. Los amores absolutos que destruyen y nos destruyen porque aspiran al control del otro. El amor sí, pero matizado por la razón. Y por la capacidad de sentir con el otro, por la misericordia, que Volpi describe como un rasgo importante de su padre.
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Como se puede imaginar, cada ensayo de este libro deviene entonces un engañoso discurso errante que en realidad es un paseo, planeado, con sitios de visita muy específicos pero hilvanados con un aire de casualidad de excelente factura que nos remite a la conversación, como si camináramos con el autor por alguna ciudad europea y tuviera este la oportunidad de contarnos su vida, la de su padre y pedirnos que nos detengamos de vez en cuando a admirar este o aquel antiguo manuscrito de anatomía, esta o aquella obra de arte relacionada con el tema.
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Por la mezcla de historia de México, historia de la medicina, biografía, autobiografía y fotografías, por las tensiones entre épica menor y mayor, este libro me hace pensar en terrenos que han explorado Martin Amis, Vikram Seth o W.G. Sebald.
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Distantes en el tiempo (Volpi nació en 1968 y Boone en 1977) y en la geografía (el primero es oriundo de la Ciudad de México mientras que el segundo lo es de Monclova), ambos escritores trascienden estas diferencias, aventuro, por el momento histórico que estamos viviendo. Ya no hablemos de la violencia que reina en México, sino del avanzado nivel de descomposición de su sociedad. Ambas obras están cargadas de una melancolía, para usar la palabra que emplea Volpi y que no podía faltar en su libro, y no sé si los autores son conscientes de ello, que va más allá de sus propios temas de estudio. Un aliento de orfandad flota alrededor de todo, desde los hombres sin brújula emocional de Boone hasta el vacío ante el que se inclina Volpi, creado por la muerte de su padre pero también por la figura de la fosa, trasunto simbólico de México desde 1968 a la fecha. La orfandad llama a evaluar las herencias, la idea de paternidad, el amor filial y el por qué somos como somos. Boone nos muestra con conciencia clínica los resultados de una educación, Volpi se sitúa como parte del experimento y, consciente de afectar su resultado, lo interroga. Pero en ambos casos hay un constante sentimiento de pérdida: del padre, de las parejas, del país. Son libros escritos desde la nostalgia y la certidumbre de la muerte, y por ello son libros valientes. Y ambos podrían ilustrarse con la lámina 22 del De humani corporis fabrica libri septem, I, de Vesalio, que Volpi reproduce en su libro. En ella, un esqueleto, de pie, mira cabizbajo un cráneo que descansa sobre un pedestal. Es un acto de reconocimiento de sí mismo, de la finitud, mientras, muy probablemente, por su mente de cadáver pasen las imágenes de la vida pasada, fijadas por la memoria, que es lo único que queda al final.
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Jorge Luis Boone, Figuras humanas, Alfaguara, 2016, 306 pp./ Jorge Volpi, Examen de mi padre, Alfaguara, 2016, 289 pp.
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