Boulez en tres partes
POR IVÁN MARTÍNEZ
El pasado cinco de enero murió, en Baden-Baden, una de las figuras más influyentes del mundo musical de la segunda mitad del Siglo XX, Pierre Boulez.
Influyente como compositor, como director y sobre todo como intelectual, queda en mí una frase con que lo definió el pianista y director Daniel Barenboim al compartir su sentimiento ante la partida del maestro: “Boulez ha logrado una paradoja, sentir con la cabeza y pensar con el corazón”.
Su presencia en México es, como la de muchos de los compositores destacados del presente, prácticamente nula y se resume a la escasa programación entre grupos especializados de muy pocos incisos de su música. Su legado aquí puede resumirse al paso de los compositores –y algún instrumentista– mexicanos por el IRCAM en París, instituto creado por él. Así como –indirectamente– su trabajo en la primera etapa de la música electroacústica, disciplina que goza de buena salud por estas tierras.
Ante la vasta ola de obituarios, algunos oportunistas, algunos breves, algunos de antología (el de Paul Griffiths para The New York Times), comparto tres breves momentos de mi historia musical.
I: Chicago
Lo vi una sola vez en persona. Era el invierno de 2008, estaba yo de paso por la ciudad de Chicago y asistí a un concierto de la Sinfónica de la ciudad, orquesta con la que él tenía una larga relación –ya había sido nombrado director emérito– y ésta se encontraba en un momento de mayor cercanía ante la ausencia de un director titular. El programa, integrado por las Quatro dédicaces de Berio, las Imágenes de Debussy y Petrushka de Stravinsky, no me parecía lo más atractivo en ese momento, pero el tiempo me enseñó de lo que realmente se había tratado esa noche: una clase magistral de las cualidades que lo distinguían como director.
Además de la música de sus contemporáneos, si algo había que escucharle a Boulez era precisamente Debussy y Stravinsky. Por un lado, la destreza de su oído para escuchar, y por tanto hacer escuchar, cada detalle en una masa orquestal, era fenomenal. Por otro, su maestría para manejar métricas diferentes en cada mano significaban la destreza de la orquesta que estuviera a su mando en los repertorios más complejos. Quizá no vuelva a escuchar una Petrushka con tal precisión, ni unas Imágenes con más detalle en los colores. Pero esas cualidades, también constituían su debilidad: el exceso de pasión por el pensamiento, por el ser consciente de cada detalle, constituían siempre ejecuciones aburridas, sin emoción. La ultra precisión que olvidó la poesía, una debilidad que se volvía más evidente ante repertorios que (se ha supuesto) requieren más de intuición: los anteriores a su siglo.
II: Mozart
Fascinado por ese cuidado, por esas interpretaciones de ultraclaridad, me conseguí entusiasmado su grabación de la Gran Partita, K. 361 para trece instrumentos de aliento de Mozart con los miembros de su Ensamble Intercontemporain; grupo por alguna buena razón especializado sólo en música acorde a las pasiones intelectuales de su fundador. Significaba una rareza pensar siquiera en la posibilidad y, efectivamente, toda ella es poco menos que un desastre.
Los tempi son, para no ir lejos, osados. Su inicio es demasiado veloz, arrebatado. Sin cuidado de las melodías, más que la precisión virtuosa sin diferenciar los guiños que tan fácilmente hacía presentes en el repertorio impresionista. El sonido es agresivo y las intenciones de expresión, exageradas. Si en Chicago había escuchado a un lector atento que cuidaba cada punto y cada coma, aquí se trata de un intérprete sobreactuado; el fraseo del Adagio es indescriptiblemente burdo. Toda una tosquedad que mal empieza con la calidad del registro discográfico que, en cambio, vale la pena por tener en disco el Concierto de cámara para piano, violín y trece instrumentos de aliento de Alban Berg con los inigualables solistas, Mitsuko Uchida y Christian Tetzlaff.
III Diálogo del hombre doble
Mi mejor recuerdo sobre él está ligado a uno de los músicos mexicanos que más admiro, el clarinetista Manuel Hernández. Hombre de hazañas, Hernández había ya estrenado aquí los dos conciertos más difíciles para su instrumento (Corigliano y Francaix, mientras su debut había sido con Nielsen), por lo que la siguiente fue emprender el Diálogo del hombre doble, de Boulez, que estrenó en el Foro de Música Nueva del 2010 y que enseguida repitió en un concierto organizado por la revista L’Orfeo.
Pieza de 1985 inspirada en una escena de El zapato de raso de Camile Claudel, este tour de forcé para clarinete sólo representa un doble reto para el instrumentista al tocar él y su sombra, en una cinta pregrabada, creando ambos una larga escena dramática de veinte minutos que sigue presente en mi memoria musical por las características de ambas ejecuciones, pero también por la tensión dramática de quien sabe transcribir una escena teatral a la música, el compositor, y quien la sabe interpretar, el clarinetista, con incuestionable destreza técnica.
*FOTO: Como director, Boulez destacó por sus interpretaciones de Bartók, Berg y Mahler/AP.
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