Brandon Cronenberg y el doble encarnizado
Muerte infinita sirve como metáfora creativa para alejarse del horror biológico-cienciaficcional que tanto caracteriza a su padre, David Cronenberg
POR JORGE AYALA BLANCO
En Muerte infinita (Infinity Pool, Canadá-Croacia-Hungría, 2023), sincrético film 3 del autor total canadiense cultivador predestinado del cine terrorífico también videoclipero de 43 años Brandon Cronenberg (Antiviral 12, Possessor: controlador de mentes 18; hijo del octogenario mindfucker por excelencia David Cronenberg), el oscuro novelista estadounidense creativamente bloqueado James Foster (aquel desastroso novio sueco Alexander Skarsgard en la Melancolía de Von Trier 11) y su bella esposa con gruesísimos labios de la que depende en todos sentidos Em (Cleopatra Coleman) tienen prohibido alejarse del regio conjunto hotelero donde disfrutan de luminosas vacaciones en la imaginaria isla polinésica La Tolqa, pero, sonsacados por la admiradora rubita Gabi (Mia Goth la ultramaleable lesbiana de la Ninfomanía de Von Trier 13) y su marido Alban (Jalil Lespert), se atreven a ir a nadar en cierta lejana playa paradisiaca donde al ir a orinar la sensual rubia aprovecha para masturbar a James, quien, al regresar ebrio de noche atropella fatalmente a un nativo, es detenido, encerrado en un calabozo gigantesco y condenado a morir a manos del adolescente hijo mayor del difunto (Kristóf Kovács), si bien, de acuerdo con una costumbre entre tradicional y corrupta isleña, se le permite, mediante buena paga, que un doble suyo fabricado exprofeso sea bárbaramente ejecutado en vez de él, pero el sensible varón queda trastornado y esconde su pasaporte para no retornar con su esposa a Estados Unidos, quedando a merced tanto del acosador detective local Thresh (Thomas Kretschmann) como de un perverso grupo de sobrevivientes de otras ejecuciones análogas que se benefician de la anómala práctica exculpadora para seguir cometiendo cada verano crímenes horrendos, portando máscaras espeluznantes y amparados por la impunidad, siendo arrastrado el infeliz e inerme James en una insalvable vorágine de sexo salvaje con la perturbada Gabi, cúmulo de clones sacrificiales, venganza cerval contra el policía enemigo y alucinaciones causadas por una droga ritual, todo lo cual convierte a James en un caótico pelele vulnerado, aunque deseoso de liberación total de inhibiciones y dependencias, descubriéndose de pronto convertido en una lúdica máquina de matar, pero asimismo en un hazmerreír de sus congéneres, que va a ser baleado por la cruel Gabi al intentar huir en avión, vaga por el deserto malherido, se recupera por misericordia en una cabaña y, ya moralmente desintegrado, es recibido en triunfo (y amamantado) por el coro de hostilizadores que ya regresan a sus países de origen, hasta la próxima temporada, gracias a una innoble institucionalización del doble encarnizado.
El doble encarnizado concibe e impone su dramaturgia como una lógica de impactos, una irrefutable sucesión de grandes secuencias-shocking a realizar con inequívoca brillantez y sangre a raudales, con colorista fotografía barroca de Karim Hussain; sin embargo, atraída por perfiles u ojos convulsos en big close-up o por la abstracción postoriental de profusos campos vacíos, con una edición a rajatabla de James Vandewater, una extrañante música hipertrofiada de Tim Hecker, y con una generalizada expresividad autoral más allá de la simple excelencia técnica y del mero alardear del buen oficio, porque es deudora de una erotomanía decadente-apocalíptica del Anticristo Von Trier (09) ya mencionado, tanto como de la imparable ductilidad transformista de Lánthimos (Alps: los suplantadores 11), mediante episodios tan inasimilables como el interrogatorio sadomasoquista seguido por colillas en el piso, la clonación en albercas de monocromas viscosidades gritoneantes, los imparables acuchillamientos del chavo huérfano, la tortura-show al encapuchado que resulta otro clon del héroe, o las percepciones delirantes que remiten a un anacrónico cine lisérgico indie anti-Hollywood (El Trip de Corman 67) para asaltar cósmica y perdurablemente al mismo James.
El doble encarnizado sirve además como metáfora creativa para caracterizar el trabajo mismo de Brandon con respecto al de su padre David: ser un doble clonado de su avasallante progenitor o no serlo, he ahí su shakespeariano dilema fílmico-existencial, alejándose cada vez más del horror biológico-cienciaficcional de Rabia/Crash/eXistenZ (77/96/99), para volverse en cada película, luego de la acre compraventa industrial de enfermedades de famosos por sus fans en Antiviral y tras los controladores implantes cerebrales que orillan a perpetrar homicidios al gusto en Possessor, al mismo tiempo desidealizador, espiritual, fantástico y metafísico, tal como jamás lo fue el mundo truenacocos viscerosófico del genial David: desidealizador de las culturas autóctonas vueltas tan mercenarias y envilecidas como de sus explotadores foráneos al extremo del edén-campo de juego del asesinato permitido e impune a rabiar (en concomitancia ideológica con la célebre Pacifiction de Serra 22), espiritual de signo negativo mentalista que se ensaña con ese patético manipulable seu doescritor embriagado de erotismo orgiástico-psicodélico siempre añorando una imposible fortaleza autónoma y al que su seductora abusiva le espeta con desprecio que nunca ha leído su mugre novela y le asesta celular en mano las malas críticas que cosechó porque “Nada tiene que decir, ni halla las palabras para decirlo”, fantástico a semejanza de la irrealizable idea de una piscina infinita que el cornudo Alban dejó necesariamente inconclusa, y metafísico por excelencia, acechando y extendiendo, acorralando y trastocando esa metafísica del doble/clon/avatar que es el meollo del relato, en el límite de la autoaniquilación transmutada y virtual que podría ser (o está siendo: es ya) real, el doble de la transferencia de culpa y de la catarsis colosal, el clon abismal involutivo.
Y el doble encarnizado acaba contemplando al héroe deliberadamente varado en solitario a la espera del tormentoso monzón tropical, ya por completo irrecuperable.
FOTO: Muerte infinita pertenece al género de cine terrorífico con duración de una hora y 58 minutos. Crédito de imagen: Especial
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