Buñuel, el gran provocador

Jul 28 • destacamos, principales, Reflexiones • 7373 Views • No hay comentarios en Buñuel, el gran provocador

POR ARTURO AGUILAR

 

En el imaginario colectivo, el nombre de Luis Buñuel ha crecido automáticamente relacionado con la etiqueta de Director Surrealista. Enmarcar a Buñuel en este movimiento artístico que nació de la práctica de diferentes artes y filosofías, de colaboraciones creativas, con ánimo independiente y de arriesgadas asociaciones y metáforas, resulta incompleto. Antes que otra cosa, Buñuel era un gran provocador.

 

Al inicio y al cierre de su carrera es posible verlo apoyándose en el surrealismo como vehículo natural para proponer estas ideas. Así ocurre en La edad de oro y su mirada revolucionaria sobre las normas de la época detrás de una historia de amor, con escenas en las que los esqueletos de los obispos, aún vestidos con sus trajes, bailan y cantan sobre un acantilado, en una representación de la decadencia y caída de la iglesia, o con el uso de las voces que cambian y una voz en off que aparece y desaparece, como símbolo de la multiplicidad de opiniones sociales a escuchar y asimilar en la sociedad moderna.

 

También lo advertimos en Ese oscuro objeto del deseo, en la que de nuevo una historia de amor nos conduce a una inmersión en las obsesiones humanas, a los límites y excesos de nuestras conductas. En este caso, nada más surreal que mostrar a la mujer protagónica encarnada en dos actrices distintas, haciendo evidente la dualidad  o complejidad de la personalidad femenina y de la imagen de una mujer que podemos tener los hombres y que puede cambiar en cuestión de horas o minutos.

 

Pero es al revisitar con atención toda su filmografía cuando podemos apreciar que, si bien su lado “surrealista” puede aparecer en diferentes grados, su intención de provocador nunca lo hace, así se trate de una sencilla comedia como La ilusión viaja en tranvía o en un intenso drama como Él, en el que desmitifica la imagen del hombre educado y caballeroso, el esposo y partido perfecto que se transforma en un monstruo permitido por la misma sociedad.

 

En Él se observa la dinámica social que estipula para la mujer el rol de madre y esposa, supeditada al hombre, su proveedor y el jefe de familia, lo que le otorga a este un extraño salvoconducto para hacer lo que desee: engañarla, pegarle, maltratarla. A 60 años de la película, según cifras de la Organización Mundial de la Salud y el INEGI de los últimos años, cuatro de cada 10 mujeres ha vivido algún tipo de violencia en nuestro país. Las cosas, pues, no han cambiado tanto: Buñuel ya cuestionaba esa patológica idiosincrasia.

 

Lo extraordinario de Luis Buñuel es que sus películas siguen llevando al espectador a escenarios de reflexión intensa y actual, a más de tres décadas de su muerte y más de siete lustros de su última película. Incluso para los estándares de “atrevimiento” temático o de ideas del cine contemporáneo, las sugerencias reflexivas que nacen con las películas de Buñuel siguen siendo tan provocadoras como entonces, incluso por encima de una gran mayoría de filmes recientes que se catalogan como atrevidos, llámense Spring Breakers (Korine, 2012), Después de Lucía (Franco, 2012) o Crash (Haggis, 2004), pero cuyo atrevimiento va más en la forma que en el fondo cuando se les analiza a detalle.

 

Los ejemplos en Buñuel son muchos: El ángel exterminador y su cruda radiografía de los instintos humanos; Simón del desierto, en el que un hombre moderno se sueña como anacoreta en penitencia que resiste las tentaciones del diablo, encarnado por una sensual Silvia Pinal; o Bella de día,  el retrato del deseo de una mujer por romper con su monótona vida en tanto esposa de un médico, llena de frustraciones y fantasías sexuales que la llevan a buscar experiencias nuevas como prostituta en una casa de citas durante el día; o Nazarín, filme en el que pone en la mesa la pregunta “¿podría Jesús regresar a la Tierra y vivir con los preceptos  y valores descritos en la Biblia, en la sociedad moderna?”

 

En ellas puede apreciarse la actualidad de las ideas provocadoras de Buñuel, a pesar de los innegables cambios sociales de las últimas décadas.  Así, en Ensayo de un crimen, el protagonista es un burgués que siempre ha estado acostumbrado a salirse con la suya y que, como juego, ha venido escalando estos absurdos y excesos a lo largo de los años. Las historias recientes en los medios y redes sociales sobre los personajes bautizados como Gentlemen o Ladies no son otra cosa que la representación generacional de esos burgueses que esta sociedad fue permitiendo y solapando porque se encontraban en círculos de poder y dinero. Ya se trate de gente de clase alta o de funcionarios que abusan de otros sólo porque pueden o por diversión, Ensayo de un crimen ofrece una sátira a la distancia de un particular interés actual.

 

Poco más de 30 años han pasado desde la muerte de Luis Buñuel, el 29 de julio de 1983 en la ciudad de México. Y en estas tres décadas sin él es difícil encontrar a un cineasta con una mayor vocación socialmente provocadora a través de una amplia y diversa filmografía que siempre deja algo en la cabeza, algo para discutir y asimilar.

 

Es permanente su intención por crear una conversación (mental) con su público, de sugerir ideas que cambiaran los escenarios y dinámicas sociales aceptadas, de cuestionar los valores y paradigmas religiosos, y de saber esconder esas ideas en historias que parecen sencillas, y que a años de distancia siguen resultando tan actuales como el día que se estrenaron y siguen permitiéndonos vernos en un espejo crudo, sin inhibiciones, a veces con simbolismos y metáforas de corte surrealista. Eso muy pocos directores en la historia del cine lo han logrado. Buñuel, sin duda, es uno de esos grandes.

 

*FOTOGRAFÍA: Fotograma de la cinta “El”, protagonizada por Arturo de Córdova y Delia Garcés/Colección Fundación Televisa tomada de la revista “Luna Córnea”

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