Cantos del Norte

Jun 17 • destacamos, Miradas, Música • 2254 Views • No hay comentarios en Cantos del Norte

 

A la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León envejecer no le sentó bien, advierte el autor

 

POR LÁZARO AZAR
¡Cuánto ha cambiado la geografía cultural de nuestra patria! José Vasconcelos decía que “la cultura termina donde comienza la carne asada”, y aunque nuestros compatriotas del norte siguen fieles a su gusto por el asador, pocas ofertas gastronómicas hay hoy tan sofisticadas en México como las que pueden degustarse en Monterrey y, de la misma manera, es en los estados ubicados por encima del Trópico de Cáncer donde, actualmente, se ofrece una mayor variedad de opciones para apreciar el canto lírico.

 

Van dos botones de muestra, recién atestiguados: el jueves 8 viajé a Monterrey para escuchar en el Teatro Universitario la Gala de Ópera que, con becarios del MOS (México Opera Studio) y la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León (OSUANL) concertó Alejandro Miyaki, director musical de tan paradigmático proyecto.

 

El programa inició con la obertura de Las vísperas sicilianas, de Verdi. Dicen que las primeras impresiones son las que cuentan, y me apena admitir que mi primera impresión escuchando a la OSUANL no fue grata. Al igual que la mayoría de las orquestas de nuestro país, es una orquesta que ha envejecido y eso, se escucha. Lo triste es que hay orquestas que envejecen peor que otras y ésta es una de ellas. A decir de su titular, el Maestro Eduardo Díazmuñoz, la OSUANL está pasando por un momento difícil: tras la desbandada de su plantilla de atrilistas, los sueldos que ofrece —de los más bajos del país, según averigüé por otro lado— no la hacen muy atractiva para los nóveles músicos que podrían devolverle el lustre.

 

Considerando lo ríspido de los solos escuchados durante dicha obertura y que el programa contaba con cinco solistas que, alternando, daban tiempo de “tomar aire” a sus colegas, omitir los Intermezzos de las óperas Atzimba, de Castro, y Manon Lescaut, de Puccini, habría evidenciado menos a la agrupación. Felizmente, lo variado de la propuesta vocal y el cuidado con que Miyaki arropó a sus solistas dejó mejor sabor de boca: Salvador Villanueva abrió con Ella mi fu rapita!, del Rigoletto, de Verdi y, posteriormente, dicho tenor ofreció Beatriz, puerta del mundo de La hija de Rapaccini, de Catán.

 

La mezzosoprano Mayela Lou cantó O mio Fernando, de La Favorita, de Donizetti, y O ma lyre immortelle, de Sapho de Massenet y hubo dos sopranos: Valeria Vázquez, que abordó Pace, pace mio Dio de La forza del destino, de Verdi, Florencia Grimaldi, no solo soy mi nombre, de Florencia en el Amazonas, de Catán, y Ebben? Ne andró lontana, de La Wally de Catalani, y Carolina Herrera, quien hizo De mi amor, el sol hermoso, de Keofar de Villanueva, y Quando m’en vo de La Bohème, de Puccini. A mi parecer, el barítono Isaac Herrera se llevó la noche con O Carlo, ascolta, de Don Carlo, de Verdi, y una impresionante versión de Votre toast, de Carmen, de Bizet.

 

Intercalados con esto, Valeria y Mayela cantaron el Dueto de las flores de Madama Butterfly; Salvador e Isaac, un memorable Au fond du temple saint de Los pescadores de perlas, de Bizet, y Carolina y Salvador, Toi! Vous!, de Manon, de Massenet; como encore, nos sorprendieran con una vibrante y emotiva versión del cuarteto del tercer acto de La Bohème.

 

Considerando que, por prometedoras que sean sus voces, todavía se trata de estudiantes, es encomiable el empeño del MOS por montar óperas con sus becarios y exponerlos en galas con orquesta como ahora. De hacer una recomendación, sería que se empeñen en pulirles su dicción en otros idiomas —cuestionables su francés y las dobles consonantes en italiano—, hasta llevarlos al nivel de soltura escénica y seguridad con que cantaron. En cuanto a Alejandro Miyaki, y pese a las limitaciones de la OSUANL, le reconozco la sensibilidad, intuición y disciplina para ser, al igual que su Maestro, Enrique Patrón de Rueda, un gran concertador operístico al que, espero, pronto veamos también dirigiendo repertorio sinfónico.

 

Ninguna orquesta en México ha profundizado tanto en el catálogo mozartiano como La Camerata de Coahuila (LCC). Para celebrar su vigésimo noveno aniversario, su titular, el Maestro Ramón Shade presentó Don Giovanni en el Teatro Nazas de Torreón. Asistí a la función del domingo 11 y estas fueron mis impresiones:

 

Encomendada a César Piña, la puesta resultó plana y poco ágil. Burda y sin relieves en los personajes. Y aunque no faltaron sus proverbiales gasas y trapitos, transmutados ahora en un híbrido de medusa con justán que emergía de una plataforma de círculos concéntricos que, más que delimitar espacios, pecó de estorbosa —como cuando tuvieron que sacar el cadáver del Comendador—, no es lo mismo economía de recursos, que pobreza imaginativa. La iluminación también pecó de torpe: fue penoso ver cuántas veces los cantantes se quedaron en la penumbra. ¿Descuido del iluminador, o falta de trazo por parte del regista? Lo peor fue el maquillaje de los varones, cercano a la estética valleinclanesca del esperpento, los redujo a remedos de Cio-Cio San.

 

Salvo por un detalle capital, lo que escuchamos fue memorable: es una delicia percibir cómo Shade cuida que sus atrilistas repliquen el fraseo de los cantantes y equilibra volúmenes con sabiduría y apego estilístico. Hago votos porque, para celebrar sus tres décadas, las pujantes empresas locales contemplen la edificación de un espacio digno para esta agrupación, orgullo de la comarca lagunera, que tiene que presentarse en cines rentados como el Nazas o el Isauro Martínez, a falta de una sede propia.

 

Pasemos al elenco: no tenemos en México un mejor Leporello que Rodrigo Urrutia y lo confirmó desde Madamina, il catalogo è questo, su primera gran intervención. Como Don Ottavio, Edgar Villalva tuvo su mejor momento gracias a su bien dosificado fraseo en Il mio tesoro y, como Masetto e Il Comendatore, Esteban Baltazar y José Luis Reynoso corroboraron que no hay papeles pequeños. El mayor acierto fue la elección de las voces femeninas. No sabría quién estuvo mejor: Leticia de Altamirano lució con la gran agilidad con que cantó las notas picadas de su Donna Anna, Marcela Chacón conmovió durante Mi tradi quell’alma ingrata y Anabel de la Mora se ganó al público mientras su Zerlina curaba pícaramente a Masetto, entonando Vedrai carino, se sei bonino.

 

¿Cuál fue el detalle capital al que me referí líneas arriba? Pues que “para tener un buen estofado de liebre, se necesita una liebre” y aquí, no tuvimos un Don Giovanni. Y no porque Armando Piña no diera el tipo del personaje. De hecho, las señoras sentadas junto a mí han de conocerlo bien, porque al verle seduciendo incautas comentaron “¡vaya que está en su papel, ni lo actúa!” El problema fue que, estilísticamente, no pudo estar más lejano del refinamiento mozartiano. Carente de una tersa línea de canto y de la flexibilidad vocal que su rol exige, acentuaba pesadamente casi sílaba tras sílaba, al grado de que parecía ladrar cada una de ellas y así, ¡bien que se ganó su pasaje al infierno y sin escalas!

 

Y mientras esto ocurre donde empieza la carne asada, los integrantes del Estudio de la Ópera de Bellas Artes harán un numerito dentro de la serie “Entre lenchas, vestidas y musculocas” con que el Teatro de la Ciudad celebra el Mes del Orgullo LGBT y, los cantantes de la Madama Butterfly que se presentará en el Blanquito, ya no pueden con el desconocimiento del libreto y las ocurrencias con que la impresentable Julianita Faesler pretende volver a ejercer su toque de “co-Midas”.

 

Ése es el nivel por estos lares.

 

 

 

FOTO: El Teatro Universitario la Gala de Ópera y la Orquesta Sinfónica de la UANL; dirige Alejandro Miyaki. Crédito de imagen: OSUANL

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