Carlos Chávez, crítico en El Universal
POR IVÁN MARTÍNEZ
No puedo pensar en otro hombre tan prolífico en las artes mexicanas que no sea Carlos Chávez (1899-1979). Personaje inagotable, ha sido nuestro compositor más fecundo, el titular de la cátedra mexicana de composición más fértil y un hombre de poder que creó y refundó las instituciones que marcaron el siglo XX artístico de México: el Instituto Nacional de Bellas Artes y, antes, el Conservatorio Nacional de Música y la Orquesta Sinfónica Nacional. Ese aspecto político de su obra ha sido el más polémico y el que más lo ha marcado en la pichicata valoración que se hace de él hoy en día. Pero hay uno del que poco se habla y desde el que surgen todos los demás, que marca su quehacer dentro y fuera de la sala de concierto: el intelectual. El crítico.
Como en la música, su pensamiento fue precoz, y aunque nunca dejó de publicar con cierta regularidad en otros diarios y revistas –especializados y no– de Estados Unidos, su palabra escrita quedó registrada la mayoría de las veces en las páginas de EL UNIVERSAL, diario que este año llega a su centenario.
Niño prodigio del piano surgido de la clase del maestro Ponce, Chávez debutó como crítico en el número inaugural de la revista Gladios, en enero de 1916, con una reseña operística. Puede ser naive, pero satisface su sed intelectual: era un joven que tenía qué decir y necesitaba hacerlo. Sin espacios para ello, se hace de los suyos; por la misma época, busca a un intelectual (resulta ser López Velarde) para que le dé el espaldarazo al organizar un concierto en el que presentó sus primeras obras. Él mismo es fundador de esa revista y en ese primer artículo se vislumbran las ideas que le inquietan y no lo dejarán, sea sobre la razón de la crítica o sobre el estado de las cosas en México.
A EL UNIVERSAL llega en 1924. Comienza una serie de artículos generales titulados Editoriales de Música. En el primero, del 10 de agosto, suelta su motu: “la Verdad no existe: existen las verdades. Precisamente lo que busco son verdades y no la Verdad”.
De ahí mismo, otra frase que derivará en su definición constante de la crítica: “los humanos tienen dos facultades fundamentales: la facultad de apreciar y la facultad de hacer apreciar”; que más tarde desarrollaría así: “los pocos críticos musicales que hay y ha habido, han tenido siempre la mira de hacer crítica constructiva, pero ha sido constructiva a tal grado, que se ha establecido el sistema de alabarlo todo, (lo cual) ha dado por resultado que todos los que están muy equivocados, poco equivocados o nada equivocados, se sientan por igual en el mismo plano de mérito. El público necesita educarse, (…) es preciso que se comprenda que en estos momentos la crítica constructiva tiene que comenzar por destruir”.
Chávez dedicó sus páginas en este diario lo mismo para filosofar sobre el tiempo que para fijar posturas públicas, para polemizar sobre sus colegas (a Schoenberg lo llamó aquí “germano cuadrado, con talento y sin genio, que hace música sin musicalidad”), para la reseña como corresponsal, para el comentario cultural o político (éste acompañando él mismo una campaña presidencial, hay que decir), e incluso sirvió como activista del arte popular y el arte indígena; habló teóricamente sobre música, sobre literatura y sobre artes plásticas (algunos textos sobre la poesía de López Velarde o el teatro de Shakespeare son de antología), y cuando lo hizo fue con lenguaje fresco, para el público general, lo que está ligado a una de las ideas más constantes en su palabra escrita y en su labor como administrador: la lucha por la educación artística; otro ejemplo, su interés por cubrir en México “la necesidad de buenos ejecutantes de banda, de orquesta, de ópera, de ballet, etcétera, así como de buenos profesores de educación musical media”.
Chávez es también autocrítico con lo que ha legado, desmenuza como pocos musicólogos actuales la música de sus propios alumnos o los errores en las instituciones que dirigió.
Con la misma firmeza, libra batallas públicas: sean mundanas como una contra José Yves Limantour sobre la exigencia de contratarlo como director, sean patéticas como la que le lanzó el mediocre grupo que no participó de su nueva Orquesta, o intelectuales, como las que surgieron para responder a un acabado y obstinado Julián Carrillo, una cuando éste presentó su teoría sobre el Sonido 13 y otra cuando quería destruir el Conservatorio Nacional al no formar ya parte de su dirección.
Comentados por Gloria Carmona, El Colegio Nacional, del que Chávez fue fundador, publicó en el 2000 una antología de los textos periodísticos del maestro. Es un par de volúmenes lo suficientemente completos (uno de 1916 hasta 1939 y otro hasta 1949) para tratarse de un inciso de la obra chavista que ha pasado desapercibida. Repasar lo generado por la mente de Carlos Chávez en EL UNIVERSAL no sólo es anecdótico a la celebración centenaria de esta casa, es acudir a la mente de un visionario, crítico y autocrítico, consciente del pasado y preocupado por el futuro; es un ejercicio que debieran intentar quienes encabezan la nueva reforma a las instituciones culturales de México: sus tesis sobre la finalidad del Estado hacia las artes, la constitución de una ópera nacional, el modelo de financiamiento público y privado para compañías de música y artes escénicas, la preservación del arte nacional, siguen vigentes.
*FOTO: En la imagen, Carlos Chávez dirige un primero concierto de la Orquesta Sinfónica de México (hoy Sinfónica Nacional) a finales de los añso 30/ Especial.
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