Carta Magna, a 800 años

Jun 13 • destacamos, principales, Reflexiones • 3639 Views • No hay comentarios en Carta Magna, a 800 años

 

POR CATALINA PÉREZ CORREA

División de Estudios Jurídicos, CIDE; @cataperezcorrea

 

El rey Juan es una de las figuras más odiadas de la historia inglesa. La crueldad de este monarca, que cometía constantes atropellos contra sus súbditos, es proverbial. Se cuenta que entre otras tropelías mandó aplastar hasta la muerte a uno de sus secretarios porque sospechaba de su deslealtad; encerró a su esposa, Isabel, porque no tuvo hijos y luego la vendió; en una edad marcada por los valores caballerescos intentó violar a la hija de uno de sus barones;   encerró en un calabozo a una de las nobles más conocidas de su época –junto con su hijo– hasta matarlos de hambre. Durante su reinado, los impuestos alcanzaron niveles extorsivos, de ahí la leyenda de Robin Hood, que sucede precisamente en su tiempo. Contrario a las costumbres de la época, Juan aumentó los tributos a la corona sin el consentimiento de los barones, lo que generó enormes descontentos. Cuando los nobles se endeudaban, Juan mandaba detener a sus hijos y los encerraba en calabozos. Por todo el reino tomaba rehenes a voluntad. Su reino es recordado por la brutalidad y los caprichos de un rey que además resultó un deficiente estratega. Sus fracasos militares, que costaron al reino los ricos territorios de Anjou y Normandía, fueron una fuente más de descontento. Juan fue tan odiado que su nombre no ha vuelto a ser usado por un rey inglés desde los casi 800 años desde su muerte.

 

 

La crueldad y arbitrariedad de Juan sin Tierra, sin embargo, son menos conocidas que lo que de ellas derivó: la Carta Magna. A través de este documento los barones, hastiados de los abusos reales y feudales, exigieron, entre otras cosas, el sometimiento del rey a la ley y la garantía del derecho a la justicia. La cláusula 39 establece que “Ningún hombre libre podrá ser detenido o encarcelado o privado de sus derechos o de sus bienes, ni puesto fuera de la ley ni desterrado o privado de su rango de cualquier otra forma, ni usaremos la fuerza contra él ni enviaremos a otros que lo hagan, sino en virtud de sentencia judicial de sus pares o por ley del reino.” La 40 señala que “No venderemos, denegaremos ni retrasaremos a nadie su derecho ni la justicia.”

 

 

A lo largo de los siglos, el contenido de la Carta Magna ha sido modificado y su importancia histórica ha sido inconsistente. Según Jill Lapore, para 1225 contenía sólo una tercera parte del texto original y tuvo que ser confirmada casi 50 veces por carecer eficacia en su aplicación. No fue sino hasta el siglo XVII cuando la Carta Magna cobró un lugar central en la historia inglesa. Durante el siglo XVIII fue también recuperada por los colonos de América como fundamento legal contra el establecimiento arbitrario de impuestos. Pero, a pesar de los altibajos, su perdurabilidad se atribuye a que expresa con claridad la idea del imperio de la ley por encima de la arbitrariedad del soberano. Como escribe David Carpenter, el legado de la Carta Magna no está en los detalles de su texto sino en la afirmación del principio del Estado de derecho. Significa la lucha contra la autoridad que ejerce el poder de forma abusiva, la exigencia de someter al poder a la ley.

 

 

A 800 años de la aparición de la Carta Magna, la vigencia de su espíritu es evidente. Diariamente nos topamos con instancias en las que el poder se rehúsa a ser contenido por los límites de la ley. Encontramos autoridades que usan el poder de forma despótica y arbitraria de forma sistemática. Somos testigos de múltiples casos en los que la justicia es negada, una y otra vez, a importantes sectores de la población. Somos parte de una sociedad tolerante con la ilegalidad e incluso con la brutalidad. Volteamos la cara ante el uso desmedido de la fuerza y el poder público pensando que eso nos devolverá la paz y la seguridad. Sin embargo, la historia muestra que el poder no se limita solo sino que abiertas las puertas, se torna brutal. A ocho siglos de la firma de la Carta Magna, el poder continúa demostrando su naturaleza opresiva y expansiva. Por ello, la importancia de tener a la ley como autoridad suprema se vuelve máxima.

 

 

La conmemoración de la Carta Magna nos invita también a reflexionar sobre el significado del Estado de derecho y de la ley. Lejos están los tiempos en que la ley se entendía como el triunfo de la racionalidad del ser humano, la voluntad del pueblo, y por tanto, como la ausencia de arbitrariedad y abuso del soberano. Pocas personas afirmarán que la ley es la expresión pacífica, objetiva de una voluntad popular coherente. Hoy vemos, más bien, que la ley es la expresión de distintos grupos que coexisten en una sociedad, con diversos valores, deseos y proyectos. El 800 aniversario de la Carta Magna resulta pues un buen momento no sólo para reflexionar sobre la necesidad de someter el poder a la ley, sino también de pensar en nuestro Estado de derecho como el lugar que permite –o debiera permitir– la convivencia y coexistencia de valores y principios plurales, que componen a una sociedad diversa. Permite pues reflexionar sobre nuestra Carta Magna como la herramienta que debe proteger el espacio para que todas las voces puedan hablar y ser escuchadas.

 

*FOTO:  La Carta Magna inglesa se convirtió en una fuente valiosa para la formulación del órden jurídico que sostiene los derechos humanos, se creó en respuesta a los abusos de Juan I de Inglaterra durante su reinado en el siglo XIII/ Cortesía British Library

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