“El problema de una juventud inquieta e insatisfecha…”
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En 1968, siendo embajador de México en la India, Octavio Paz reflexionó sobre el valor del Movimiento estudiantil en México y en el mundo, en una carta dirigida al canciller Antonio Carrillo Flores. Este texto forma parte del libro Octavio Paz en 1968: año axial, (Taurus, 2018), una compilación de Ángel Gilberto Adame que comenzará a circular en librerías
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POR OCTAVIO PAZ 1
Nueva Delhi, a 6 de septiembre de 1968.
C. SECRETARIO DE RELACIONES EXTERIORES, DIRECCIÓN GENERAL DEL SERVICIO DIPLOMÁTICO, TLATELOLCO D. F.
Tengo el honor de dar respuesta a la circular No. 51928 del 4 del mes en curso.
Con el objeto de ahorrar tiempo, (según se recomienda en la circular aludida) en lugar de hacer una síntesis de los disturbios más importantes acaecidos en este país, principalmente estudiantiles, prefiero enviar copias de los oficios 786, 827, 842, fechados respectivamente el 21 de octubre y el 21 y 24 de noviembre de 19662. Señalo que el oficio 827 se refiere más bien a otros acontecimientos —motines en Andhra y violenta manifestación contra la matanza de vacas en Delhi3 —pero íntimamente relacionados con los disturbios estudiantiles. En efecto, aunque en un caso los manifestantes eran estudiantes, en otro, grupos de la pequeña burguesía y de la clase obrera, y en el último se trataba de campesinos y fanáticos religiosos guiados por un partido extremista de derecha, todos esos fenómenos no eran inteligibles sino dentro de un cuadro general de inquietud y malestar. Inquietud por la proximidad de las elecciones y, en consecuencia, por la renovada actividad de los partidos políticos y la política indecisa del Gobierno y del Partido del Congreso que en esos días estaba dividido por querellas intestinas. Malestar ante los repetidos fracasos económicos y sociales de la India y del grupo dirigente en los últimos diez años. Recuérdese, además, que 1966 y 1967 fueron años particularmente difíciles para la India en materia agrícola: sequía, carestía y escasez de granos, hambre en Bihar, etc.
Los disturbios estudiantiles en la India —como los de todas partes del mundo— no son fenómenos aislados sino que reflejan, en forma más aguda y violenta, conflictos sociales latentes y que se expresan primero en la forma de desórdenes juveniles y después de una manera más grave. Los sucesos de Mayo en París, en los que participaron no sólo los estudiantes sino los obreros y otras capas de la población, son un ejemplo de la conexión entre las manifestaciones estudiantiles y la situación social general. Lo mismo puede decirse de los desórdenes estudiantiles en los Estados Unidos: son inseparables tanto del problema racial y del descontento de muchos sectores populares entre la agresión norteamericana en Vietnam como de la proximidad de las elecciones.
Por lo que se refiere a las medidas adoptadas por el gobierno de la India para resolver el problema de los desórdenes estudiantiles, señalo a la atención de la Secretaría el último párrafo del oficio No. 786 del 21 de octubre de 19664. Por una serie de circunstancias afortunadas y con gran habilidad política, el Primer Ministro, Sra. Gandhi, logró establecer el diálogo con los estudiantes y tranquilizó los ánimos. Es particularmente notable que en esa ocasión el gobierno de la India no haya vacilado en hacer una autocrítica de los medios de represión empleados y de su política educativa. Es indudable que esa actitud contribuyó al restablecimiento del orden y desarmó ideológicamente a los grupos extremistas. Una actitud análoga adoptó la señora Gandhi después de las protesta contra la matanza de vacas: a los pocos días despidió al señor Nanda, acusado (con razón o sin ella) de haber alentado a los sadúes y santones, principales promotores del motín5. Al mismo tiempo, prometió que estudiaría la posibilidad de reformar la legislación con objeto de convertir en precepto legal positivo la prohibición de matar ganado vacuno en los rastros. Esta promesa, como es natural, afortunadamente, no ha sido cumplida. En fin, en ningún momento el Gobierno de la India proyectó decretar el estado de sitio o de emergencia para reprimir los disturbios estudiantiles. Tengo entendido que tampoco en Francia, en mayo, el Gobierno de ese país apeló a esa medida.
En cuanto a las causas de orden general de los disturbios: la Secretaría encontrará en el oficio No. 842 una traducción resumida (la versión no es muy cuidada, por desgracia) de un artículo del Sr. Pran Chopra6 sobre el problema estudiantil de la India. Este artículo tiene interés porque fue un resumen de muchas opciones que en aquellos días expresaron en la prensa y, asimismo, en el seno de un Comité creado por el Ministerio de Educación para examinar las causas profundas de la situación.
Aunque la calma se ha restablecido, relativamente, surgen con frecuencia, aquí y allá, nuevos brotes de descontento. Por ejemplo, hace unos días hubo necesidad de cerrar la Universidad de Delhi por diez días. El problema hasta ahora es exclusivamente universitario y no parece probable que adquiera proporciones nacionales. Envío a la Secretaría, con este oficio, un artículo del profesor K. N. Raj7, aparecido en el National Herald del 5 del mes en curso, en el cual examina la situación crítica de la Universidad y propone ciertos remedios. (Por cierto, por una curiosa e irónica coincidencia, al pie del artículo del profesor Raj se inserta una noticia de la AFP en la que dice que un grupo de estudiantes de la Universidad de Glasgow ha postulado la candidatura de Daniel Cohn Bendit como rector de esa institución. Los otros candidatos son el senador Eugenio McCarthy y Lady Elliot of Howard.)
Los problemas estudiantiles pueden examinarse desde un punto de vista internacional y/o nacional. Es evidente que estamos ante un fenómeno universal y cuya causa más inmediata reside en el crecimiento demográfico: nunca había habido tantos jóvenes8. A esta circunstancia debe agregarse otra: el acceso de las mayorías a la educación. Ahora bien, ni las aulas universitarias ni el personal docente han aumentado en la misma proporción que el número de los estudiantes. Así pues, la afirmación anterior debería corregirse diciendo: nunca ha habido tantos jóvenes reunidos en tan pocos edificios y con un número tan reducido de profesores. Eso explica el famoso “gap” entre estudiantes y profesores: la imposibilidad real, física, del diálogo. Por supuesto, la explicación cuantitativa del fenómeno es incompleta: hay otros factores de orden histórico, psicológico y moral. Vivimos una mutación. Pero una vez enunciadas las explicaciones de orden universal o internacional, debemos detenernos en las causas específicas, distintas para cada país o grupo de países.
Los problemas de la juventud en la “sociedad de abundancia”9 (Europa occidental y los Estados Unidos) son distintos a los de los muchachos de los países socialistas y a los jóvenes de las naciones subdesarrolladas. En Polonia, Checoslovaquia o Hungría, los jóvenes luchan por el establecimiento de instituciones realmente democráticas; en cambio, en los Estados Unidos los estudiantes han perdido la fe en los partidos políticos tradicionales, que se han convertido en inmensas máquinas burocráticas. Algo semejante sucede en Francia y el resto de Europa occidental: los jóvenes encuentran que la democracia parlamentaria y representativa se ha transformado en un simple instrumento de los partidos políticos. En suma, tanto en la Europa oriental como en la occidental: los jóvenes luchan contra “el sistema” sólo que como se trata de sistemas diferentes, los propósitos y programas juveniles son también diferentes. En los países dominados por la burocracia comunista a los jóvenes —y con ellos la mayoría de la gente— aspiran a implantar regímenes políticos más o menos similares a los de Europa occidental, aunque sin tocar la estructura colectiva de la economía; en Europa occidental y en los Estados Unidos los muchachos son partidarios de formas más activas, sociales y directas de la democracia. En esos países la palabra clave es “participación”, un término que usan tirios y troyanos.
En las naciones subdesarrolladas, como la India, los problemas son muy distintos, según se explica en los oficios que acompañan a esta comunicación. También son distintos los problemas de países que, como el nuestro, han rebasado la etapa del subdesarrollo sin haber alcanzado todavía el estadio de la “sociedad de abundancia”. Sobre el caso partícular de México, me atrevo, a continuación, a confiar a la Secretaría unas cuantas reflexiones. Espero que se me perdone la impertinencia de expresar opiniones que no se me han pedido. Tal vez mi lealtad y mi franqueza contribuyan a disculpar mi atrevimiento.
Las explicaciones de orden general mencionadas más arriba —especialmente la cuantitativa— son perfectamente aplicables al caso de México. Inclusive diré que tanto la UNAM como el IPN son un reflejo del desequilibrado crecimiento de la capital. Es claro que hubiera sido más sano —desde el punto de vista pedagógico tanto como social— impedir la aglomeración de estudiantes en esas dos instituciones capitalinas mientras que, en la mayoría de los casos, los colegios e instituciones de educación superior de las provincias merecen difícilmente el nombre de universidades, de tal modo son reducidos sus recursos y deficiente la enseñanza que imparten. Pero aparte de estas razones de orden cuantitativo y de otras tales como la crisis mundial de la civilización, el abismo entre las generaciones, la influencia no siempre benéfica de la tecnología, el renacimiento del pensamiento revolucionario y libertario en el mundo entero, la amenaza continua de la guerra y la bomba atómica, la brutalidad con que la policía reprime en general las manifestaciones juveniles en casi todo el mundo, la inmoral política internacional de las grandes potencias (Vietnam y Checoslovaquia como ejemplos recientes),10 etc., hay también causas específicamente mexicanas.
Nuestro país ha logrado un extraordinario desarrollo económico en los últimos cuarenta años. Ese desarrollo ha dividido en dos partes al país: la desarrollada y la subdesarrollada. Cada una tiene problemas diferentes. La población subdesarrollada, compuesta principalmente por campesinos, hasta ahora vive con la esperanza de acceder al sector desarrollado. El desarrollo económico y su consecuencia más inmediata —la movilidad social— permiten pensar que, gradualmente, la población subdesarrollada será absorbida e incorporada. En efecto, el sector desarrollado crece día a día y disminuye el subdesarrollado. Todo es problema de tiempo: una evolución demasiado lenta o una suspensión de movilidad social, pondría en crisis la estructura misma de la sociedad mexicana… Los problemas del sector desarrollado son muy distintos y su resolución no implica un cambio de la estructura social sino una reforma. Esa reforma, según se verá, tendría principalmente por objeto adaptar nuestro sistema político a las nuevas condiciones creadas por el desarrollo económico, entre las cuales destacan el nacimiento de una clase media (a la cual pertenecen los estudiantes) y el crecimiento del proletariado urbano.
Desde el punto de vista sumariamente expuesto en el párrafo anterior, los disturbios estudiantiles de México presentan analogías y diferencias con los de los jóvenes de París, Chicago, Milán, Tokio y Berlín occidental. Puede decirse que forman parte de nuestro desarrollo: son la prueba de que hemos progresado y el precio que tenemos que pagar por ese progreso. Un país que es capaz de organizar las Olimpiadas y de industrializarse, es un país que ha de enfrentarse al problema de una juventud inquieta e insatisfecha. Ahora bien, los desórdenes juveniles no son únicamente una consecuencia del estado de agitación e inconformidad de la juventud mundial. Son asimismo una expresión, todo lo confusa que se quiera, de problemas específicos nacionales o, más exactamente, de problemas característicos de países que atraviesan por una etapa histórica parecida a la nuestra.
Una de las razones, no la única, de nuestro extraordinario desarrollo económico ha sido la estabilidad política. Esa estabilidad se inició con la fundación del Partido Nacional Revolucionario que, en el curso de los años, ha cambiado varías veces de nombre, reflejando así los cambios de la sociedad mexicana. El partido ha representado un compromiso, originalmente saludable, entre las necesidades del desarrollo económico y el programa social y político de la Revolución. El Progreso económico ha sido enorme; el social bastante más reducido, aunque de ninguna manera desdeñable; el progreso político, casi nulo. Las revueltas estudiantiles son un síntoma de este desequilibrio de la sociedad mexicana en su sector desarrollado. La crisis afecta sobre todo a la clase media y, en menor grado, a algunos sectores del proletariado y de la población rural, los más avanzados o mejor organizados. No es una crisis social sino política: la gente desea mayor participación en la vida política del país. Esta crisis se inició, hace más de diez años, al final del periodo del Presidente Ruiz Cortines. Encontrar la fórmula y los métodos para resolverla no sólo evitará conflictos más agudos y que podrían desencadenar la verdadera violencia sino que dará a la nación la posibilidad de continuar, por vías originales, su marcha histórica. En el fondo el problema consiste en introducir un equilibrio entre el desarrollo económico, el social y el político. Agrego que la reforma de nuestro sistema político aceleraría el progreso social —o sea: la mejor distribución de la riqueza— sin que esto dañase al desarrollo económico, ya que aumentaría el número y el poder adquisitivo de los consumidores.
Sería presuntuoso de mi parte —sobre todo después de un examen tan somero y superficial— apuntar soluciones y remedios concretos. Es una tarea que requiere, al mismo tiempo que un gran realismo, una imaginación política no menos grande. Digo imaginación porque se trata de problemas que piden soluciones originales y, hasta cierto punto, inéditas. Me explicaré. Es evidente que nuestros jóvenes —y en esto se hacen eco de la actitud de los estudiantes europeos y norteamericanos— no tienen gran fe en la democracia representativa tradicional y tampoco en el parlamentarismo a la europea. No les falta razón. Así pues, es necesario inventar soluciones que correspondan a la situación particular del país tanto como al temple universal de la juventud. Tal vez un paralelo aclarará mi pensamiento. Entre los países socialistas hay uno que ocupa, en un contexto simétricamente inverso al de México, un lugar parecido al nuestro: Yugoslavia11. En términos generales, el régimen yugoslavo puede definirse como un socialismo que no ha temido modificar la estructura política del régimen para satisfacer las aspiraciones democráticas del pueblo. Es un socialismo que admite cada vez más el pluralismo de ideas, intereses y actitudes de los grupos e individuos que componen la nación. La actuación de México, dentro del grupo de los países en donde dominan la economía del mercado libre y la propiedad privada, ha sido semejante a la de Yugoslavia (inclusive por nuestra política internacional independiente, un tesoro que hasta ahora hemos defendido de modo ejemplar). Sin pensar, por supuesto que Yugoslavia sea un modelo, sí podemos considerarla como un ejemplo de flexibilidad. Aunque el régimen mexicano ha demostrado hasta ahora poseer una gran flexibilidad, es natural que, al cabo de cuarenta años, el sistema presente ya ciertos síntomas de rigidez. En el caso de Yugoslavia —el experimento de Checoslovaquia ha sido brutalmente interrumpido— se trata de realizar reformas políticas y democráticas y sociales (autogestión, restablecimiento del mercado libre, etc.) sin alterar fundamentalmente la estructura socialista estatal de la nación. El caso de México, en un contexto distinto, es semejante. Añadiré que, incluso, ese fue y es el programa revolucionario mexicano.
La reforma de nuestro sistema político, según ya dije, requiere no sólo realismo sino imaginación política. Necesitamos encontrar formas de participación política y económica que den a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, ya sean estudiantes u obreros, la posibilidad de discutir los asuntos públicos y de colaborar efectivamente en su resolución. Un ejemplo de estas formas nuevas de participación que debemos inventar: la situación de los medios de información pública en nuestro país. Resulta escandaloso que la radio y la televisión sean todavía propiedad privada y que constituyan un negocio como cualquier otro. Al mismo tiempo, su nacionalización no sería un verdadero remedio: el monopolio del Estado en materia de información no es menos peligroso que el de los negociantes. El ejemplo de Rusia y aún el de Francia no recomiendan la nacionalización. Una solución intermedia consistiría en substituir el concepto de propiedad por el de uso: los que deben dirigir la radio y la televisión son aquellos que efectivamente la usan, es decir, los productores y los consumidores. La creación de consejos u otros organismos que se encargasen de la dirección de los programas de radio y televisión podría ser un experimento en la democracia social de la participación. Estos consejos estarían compuestos por le representación del Estado y, en seguida, por la de los radioyentes y televidentes, los maestros, los hombres de ciencia, los escritores y los poetas, los músicos, los artistas, los técnicos en radio y televisión, los periodistas… en suma, por todos aquellos que participan efectivamente en la función informativa, ya sea como emisores o receptores. Se aseguraría así no sólo la libertad de información sino el derecho que todos los ciudadanos tienen a usar de la facultad humana por excelencia: hablar, oír y responder… el caso de la radio y la televisión es un pequeño ejemplo del tipo de reformas que, aunque sea de manera confusa y poco articulada, desea la juventud mexicana.
Ruego a usted, una vez más, que disculpe mi audacia al presentar, en la última parte de este oficio, reflexiones que nadie me ha solicitado. Diré en mi abono que si me he excedido como funcionario, creo que he cumplido mi deber como ciudadano. Reitero a usted las seguridades de mi más atenta y distinguida consideración.
SUFRAGIO EFECTIVO, NO REELECCIÓN. EL EMBAJADOR,
Octavio Paz.
Notas:
1. Esta carta, dirigida al Canciller Carrillo Flores, fue tomada de “Un sueño de libertad: Cartas a la Cancillería”, Vuelta núm. 256, México, marzo de 1998, p.7, con prefacio de Enrique Krauze (Que encontró las cartas en el archivo del ex canciller).
2. Paz relata los disturbios minuciosamente en esos oficios. Ocurrieron en varios estados del país luego de que los estudiantes de derecho se opusieron a un examen de ingreso a la barra de abogados y en demanda de un pago por servicio social. La violencia para impedir una manifestación se convirtió en una protesta general contra “la brutalidad policiaca” (comillas de Paz). Hubo “varios estudiantes muertos”. Paz juzga que el movimiento “es un síntoma del descontento y desesperación de la nación” y que es lógico que se exprese por medio de “la minoría educada” de la pequeña burguesía (Oficio 783, 21 de octubre de 1966, en el archivo Histórico de la Secretaria de Relaciones Exteriores). Deberá estar recogido en Octavio Paz embajador de México en India: documentos e informes, Instituto Matías Romero y Secretaria de Relaciones Exteriores, México, 2014.
3. Paz relata ese problema en su oficio 827 del 21 de noviembre de 1966: el día 7 de ese mes, liderada por religiosos hindúes (sadhúes) que exigían la prohibición total de sacrificar vacas, una multitud intentó tomar el edificio del Parlamento. Al no conseguirlo, retomó las calles y armó desmanes que fueron reprimidos por la policía, con saldo de varios muertos. Sobre esa historia, véase también “El liberado y los libertadores”, en Corriente alterna, OC 10 p. 587.
4. Dicho párrafo celebra que el gobierno indio “ha tratado de establecer un verdadero intercambio de ideas entre educadores, estudiantes y autoridades”. Y concluye: “La reacción del gobierno ha sido positiva e inteligente. Queda por ver si las buenas palabras y propósitos se traducen en hechos o si, como ocurre con frecuencia, las autoridades se contentan una vez más con dar únicamente una solución verbal al problema”.
5. Un sadú, o sadhú, es un asceta en la religión hindú. Gulzarilal Nanda era el ministro del Interior.
6. Chopra (1921-2013) fue importante periodista indio de izquierda, y amigo de Paz.
7. Kakkadan Nandanath Raj (1924-2010), economista, vicerrector de la Universidad de Delhi, amigo de Paz.
8. El número 12 Plural (septiembre de 1972) estará dedicado a los problemas de población en México. Paz colabora con “Hacia una política de población en México” que, junto con otros dos ensayos, “Entre la píldora y Herodes” (1974) e “Ixtlixóchitl y otros ejemplos” (1976) reunió en “Thanatos y sus trampas”. Se recogen en OC 8, pp.504 y ss.
9. El economista John Kenneth Galbraith –quien se haría buen amigo de Paz– criticó la idea de que el problema de la producción estaba históricamente resuelto y que había llegado la “sociedad de la abundancia”, en su libro The Affluent Society (1958), en el que sostiene que esa “abundancia” produce, de hecho, más desigualdad.
10. Respectivamente invadidos por los Estados Unidos y la Unión Soviética.
11. Se recordará que el mariscal Josip Broz Tito (1892- 1980), presidente vitalicio, había logrado distanciarse de Stalin y preservar el comunismo de la rebautizada República Socialista Federal de Yugoslavia sin someterse a la URSS. En 1968 Tito cedió a algunas de las demandas del movimiento estudiantil local.
FOTO: La marcha del silencio ocurrida el 13 de septiembre de 1968 contó con la participación de miles de personas que caminaron del Museo de Antropología al Zócalo de la Ciudad de México. /Jesús Fonseca / Archivo EL UNIVERSAL
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