Catalina, Antonia y Gregoria: tres historias de travestismo colonial

Jun 24 • destacamos, principales, Reflexiones • 15338 Views • No hay comentarios en Catalina, Antonia y Gregoria: tres historias de travestismo colonial

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En la historia de la sexualidad en la época colonial abundan identidades transgresoras. Una de ellas fue Catalina de Erauso, quien en “hábito de hombre” combatió en las tropas de Felipe IV, cortejó a mujeres y retó a duelo a varios contrincantes de amores. Su vida contrasta con la de las mulatas Gregoria Piedra y Antonia Soto, procesadas en el siglo XVIII por torear, pelear, jugar a la pelota y pelear como “bandidas”. Esta es una versión breve de la ponencia presentada en la mesa redonda Nefandos placeres y amores místicos, coordinado por la profesora Diana Roselly Pérez de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM

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POR LUCERO PÉREZ GONZÁLEZ 

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Nací Yo, Doña Catalina de Erauso en la villa de San Sebastián de Guipúzcoa, en el año de 1585”, así comienza la narración autobiográfica de Catalina de Erauso, conocida como la “Monja Alférez” en la sociedad colonial que si bien se escandalizó por su afición a las mujeres, múltiples pleitos y retos a duelo, también reconoció su arrojo en las campañas contra los indios araucanos y sus servicios a la Corona. Vivió como varón la mayor parte de su vida durante la primera mitad del siglo XVII, entre España y Las Indias. Fue reconocida por el rey Felipe IV, el papa Urbano VIII y por su madre, quien la nombró en su testamento “mi hijo Antonio de Erauso”.

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Su nombre alcanzó gran celebridad a partir de la publicación de su autobiografía y de una obra escrita en 1625 por Juan Pérez de Montalván: La comedia famosa de la Monja Alférez. En ella se le dio el trato picaresco que los dramaturgos del Siglo de Oro emplearon al “travestir” a sus personajes femeninos con la finalidad atraer más espectadores a sus presentaciones, como sucede en Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina, Las mujeres sin hombres de Lope de Vega o La vida es sueño de Calderón de la Barca. Éste no era un recurso tan novedoso, pues ya se había utilizado en obras como la comedia anónima Gl’Ingannati; La Calandria de Bernardo Dovizi de Bibbiena; Orlando innamorato de Boiardo, y aun antes en romances medievales. Sin duda, el teatro isabelino de Shakespeare y del Siglo de Oro español están llenos de personajes femeninos travestidos, una herencia que se puede encontrar en los clásicos grecolatinos y Las mil y una noches en la tradición literaria oriental.

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En un rastreo hecho por la filóloga Carmen Bravo-Villasante1 sobre 30 autores españoles, entre 1579 a1720, aparecen 241 obras con al menos un personaje femenino travestido. De todos éstos, Lope de Vega fue el que aportó más personajes con esta característica en 109 de sus obras. En éste identifica tres tipos de personajes femeninos travestidos: Las enamoradas que siguen al amante infiel, o que las ha deshonrado o que se encuentra en peligro; después aparecen las forzadas, quienes huyen de un peligro, quieren estudiar, deben acompañar a sus amas o tienen dificultades económicas. Y, finalmente, las guerreras, defensoras de su patria o familia, vengadoras de una afrenta. En este grupo se incluyen las hombrudas, que buscan fama, aventuras, fortuna, gloria o simplemente cometer delitos. Estas últimas, llamadas bandidas, pertenecían a un estrato económico bajo o a una etnia situada al final de la cadena de castas.

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De Catalina de Erauso sabemos que nació en 1592 (no en 1585, como dijo en su autobiografía) dentro de una familia noble de origen vasco. A los cuatro años ingresó al Convento de San Sebastián, de donde escapó a los 15 años en 1607, misma fecha en que nació su masculinidad: se cortó el cabello y con ovillo, aguja y retazos de tela que robó a su tía confeccionó su “traje de hombre”. Luego de trabajar como mozo con diversos amos –y de robarles casi a todos–, partió como grumete al Nuevo Mundo. Desde ese momento, y durante 16 años, sirvió como soldado al servicio de Su Majestad en las guerras contra los indios “como el más valiente varón”, recorriendo gran parte de los virreinatos de Perú y Río de la Plata en defensa de los territorios de la Corona.

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La Historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma, ilustrada con notas y documentos por Don Joaquín María de Ferrer refiere una serie de acontecimientos exagerados, como sucede en los relatos sobre la vida de soldados, novelas de caballerías y libros maravillosos: arriesgó la vida en varias ocasiones, fue aficionada al juego y a enamorar mujeres que nunca la descubrieron a pesar de permitirse toda clase de toqueteos. Fue aficionada a las malas palabras, a las tabernas y los desafíos a duelo, que solía ganar. Entró al servicio del capitán Miguel de Erauso, su hermano, a quien mató en un desafortunado duelo sin haberse reconocido mutuamente. En una ocasión, herida de gravedad, pidió asilo eclesiástico en Guamanga, Virreinato de Perú. Luego de recobrar la salud, decidió confesar su secreto ante el obispo, quien le creyó hasta que dos comadronas concluyeron que era mujer y, lo más importante, que permanecía virgen.

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En 1620 entró al Convento de la Santísima Trinidad en Lima. Cuando el convento del que escapó de niña confirmó que no había tomado los votos, partió a Santa Fe de Bogotá y en 1624 se embarcó a Cádiz. De ahí pasó por Sevilla, Madrid, Pamplona y Roma. En este viaje de América a Europa decidió exigir un pago por sus servicios prestados como soldado a la Corona. Fue entonces que escribió su autobiografía, que entregó al editor Bernardino de Guzmán en 1625 en Madrid2. Un año después, al escuchar su testimonio, el rey Felipe IV ordenó que se le otorgara una pensión de 800 escudos de por vida y le dio el mote de La monja alférez, doña Catalina de Erauso. En junio de 1626 visitó al papa Urbano VIII, quien le permitió continuar como hombre al conocer su historia y saber que seguía intacta.

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En 1630 regresó a América con una Cédula Real que le permitió entrar sin dar información alguna a nadie. Se estableció en Veracruz con una recua de mulas que utilizó para transportar mercancías a la Ciudad de México. Su fama fue tan grande que dos siglos después Vicente Riva Palacio incluyó testimonios como el siguiente en la enciclopedia México a través de los siglos:

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Llegó a Méjico LA MONJA ALFÉREZ cuando gobernaba la Nueva España el marqués de Cerralbo, y enamorose en el viaje de Veracruz a Méjico de una dama a quien sus padres le encargaron que llevase a Méjico, sabedores de que doña Catalina era mujer, aunque vestía de hombre; aquella pasión le causó grandes disgustos, y a punto estuvo de batirse con el hombre con quien casó la dama. Doña Catalina le desafió en una carta; pero algunas personas de importancia lograron impedir el lance.

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Al morir, en 1650, en Cuitlaxtla, cerca de la ciudad de Orizaba, Veracruz, cuando se dirigía a la Ciudad de México, la fama y el reconocimiento de Catalina por parte de su clase se había materializado no sólo en su autobiografía –que se tradujo a varios idiomas aun en vida de su protagonista–, sino en una serie de retratos, entre ellos uno que se atribuye al pintor Francisco Pacheco, además de la comedia que recogía algunos de sus pleitos y aventuras vividos durante sus años como soldado.

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Pero, ¿por qué las sociedades de España y Las Indias reconocieron a Catalina de Erauso, y no así a mulatas como Antonia Soto y Gregoria Piedra, alias “la Macho”, ambas de clase baja, y quienes fueron juzgadas por el Santo Oficio en 1691 y 1796, respectivamente, por “andar en traje de hombre”?

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Documentos del Santo Oficio refieren que Antonia de Soto fue una esclava que luego de escapar de su amo Franco de Noriega en la ciudad de Durango, Nueva Vizcaya, conoció al indio Matías de Rentería, quien la instruyó en las artes de hechicería. Con estas habilidades hizo un pacto con el demonio para tener la fuerza necesaria para hacer labores de hombre, la que aprovechó para asaltar y asesinar a sus cómplices cuando éstos le robaban.

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Luego de seis años de fechorías, en 1691 entró de nuevo como esclava en la ciudad de Parral, ahora al servicio de don Nicolás de Medina. Luego de confesarse ante un padre jesuita, éste le puso como penitencia presentarse ante el Santo Oficio:

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El fiscal ha visto la denunciacion q. de si hace Anttonia/ de Soto Mulata esclaba de Franco de Noriega [vecino] de la/ Ciudd de Durango [hecha dicha] denunciacion ante el Comisaio deste Sto Offo del Rl y Minas del Parral, donde pa/ rece asiste al presente la [dicha] Antta de Soto en ser/ vicio de D Nicolas de Medina […] Por haver echo la susodha ayuda/ da del Demonio con pacto explicito según parece y/ con ciertas yerbas y piedresitas […] vestida en traje de hombre por el tiempo de/ seis años falto de la Casa de su Amo habiendo/ salido de ella huida y con el Consejo de un Indio/ llamado Matías de Renteria quien le dio las/ [dichas] yervas y Piedresitas para que executase [dicha]/ huida y se fuese con el como lo hiso- Y dice q de/ [dicha] denunciasion resultan distintas dudas […] y asentase en lo sierto como son el como con/traxo el Pacto con el Demonio para q la aiudase a/Torear, domar y Pelear…3

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De Gregoria Piedra sabemos que nació en la Plaza de las Vizcaínas, en la Ciudad de México. Creció por rumbos de la calle San Juan, Puente de Peredo y el Callejón de la Baca. Era conocida como Gregoria “la Macho” por su afición a vestir “traje de hombre”, jugar a la pelota, “picado”, rayuela y su preferencia por estar acompañada de mujeres. A causa de distintos pleitos estuvo presa en cuatro ocasiones en la cárcel de la ciudad, otros tres meses en la prisión de la Acordada y una estancia en el Hospicio de pobres. Por vender Cédulas y “recomulgar” (delito que consistía en tomar la hostia durante este sacramento, guardarla y volverse a formar cuantas veces se pudiera para usarlas después en actos de hechicería) fue detenida en la Iglesia del Sagrario y enviada a la Cárcel Eclesiástica.

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Se asegura q. algun tiempo estubo de Soldado en el Regimiento de los pardos, o en el de Caballeria ha estado presa en la/ Carsel de la Ciudad y por pleitos y borucas que ha tenido, haora dos años fue cojida/ en la propia Yglesia del Sagrario, por recomulgadora, ya en [ilegible] propio/ ya en el de hombre, y se paso a la Carsel Eclesiastica, parece que esa mal/dad la ejequtaba para bender las sedulas.

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Y se agrega más adelante:

En las Carceles parece, no se le ha observado mas, q. las molestias, q./ ha causado por estarla separando de las Mugeres, pero ha resado…4

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Desde los parámetros del teatro español, Catalina, Antonia y Gregoria eran unas “bandidas” pero con profundas diferencias entre ellas. Mientras Catalina fue una mujer instruida y pertenecía a la comunidad vasca –clase dominante que tenía una dinámica más libre con sus mujeres–, las otras dos eran mulatas, uno de los estamentos inferiores en la cadena de castas. Sobre su sexualidad, los documentos muestran que Catalina y Gregoria cortejaban a otras mujeres, quienes les correspondieron en muchos casos al grado de haber estado entre sus piernas, como narra Catalina en su autobiografía. Aun cuando el lesbianismo de Gregoria la llevó en varias ocasiones a la cárcel, Antonia nunca dio muestras de homosexualidad pero sí hizo un pacto demoniaco para ser el mejor arriero, actividad a la que se dedicó Catalina en sus últimos años de vida. Otro contraste relevante es que mientras Gregoria actuó contra la Iglesia, Catalina tomó las armas para defender los territorios del rey y conservar su virginidad, con la que ganó el favor del papa.

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Si bien en la sociedad colonial hubo soldados que recibieron recompensas por servicios, no fueron reconocidos por el Papa, no fueron retratados por un pintor de la Corte y ningún literato famoso escribió sus hazañas. Cualquier soldado habría tenido la valentía en el campo de batalla, cualquiera habría enamorado mujeres para luego dejarlas, cualquiera habría destacado en actividades tan varoniles y fálicas como la arriería y redituar a la Corona, pero no una mujer como Catalina de Erauso.

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1Bravo Villasante, Carmen, La mujer vestida de hombre en el teatro español, p. 21-32.

2Lise Segas, “Más allá de los problemas de género(s); El enigma del reconocimiento de la Monja Alférez a partir del relato «trans» de la Historia de la Monja Alférez (1625)”, en Studia Aurea, número 9, p. 205, Université de Bordeaux Montaigne, 2015.

3AGN, Ramo Insquisición, vol. 525, exp. 48, ff. 518 r.

4AGN, Ramo Inquisición, vol. 1349, exp. 28, ff. 18.

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ILUSTRACIÓN: Catalina de Erauso alcanzó la celebridad a inicios del siglo XVII. Escribió una autobiografía y en 1625 el dramaturgo Juan Pérez de Montalván escribió una comedia basada en sus aventuras./ROSARIO LUCAS

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