Una versión del poema de C.P. Cavafis
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La traducción es un “movimiento perpetuo de las palabras y sus dimensiones semánticas”, explica el poeta y traductor, quien dedica esta versión del poema de C. P. Cavafis a la memoria de su amigo, el cantautor Óscar Chávez, quien falleció el pasado 30 de abril
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POR EDUARDO LANGAGNE
i.m. Óscar Chávez
Somos traductores, intérpretes de una realidad que se transforma y nos interpela. Una realidad inédita, portadora de la maligna pandemia que tiene como estandarte al enemigo invisible que se desplaza con celeridad y malevolencia. Desde la cotidianidad interpretamos o traducimos para complacer la convivencia armónica. En el necesario resguardo desciframos las contradicciones del día a día para mantener la fortaleza del optimismo, que a veces amenaza con rasgarse como los trapos de limpieza pero tiene la cualidad de dispersarse favorablemente de manera semejante a los líquidos de higiene, que con su denominación química, solución, intentan confirmar ese destino; encumbrar su vocación, revalidar su provecho.
Dos de las acepciones que la Real Academia propone para la palabra traducir son explicar e interpretar, definiciones que ahora me obligan a reconocer la posible caída en la grieta cuando nos juzgamos intérpretes-traductores. Pero aun así asumo el frecuente tropiezo pleonástico en el que incurro como si subiera la escalera para arriba.
Hay frases y palabras polisémicas en cada idioma, existen contextos, ámbitos, connotaciones, formas dialectales. Las palabras se mueven en su tiempo, en su espacio, en su condición, en el uso del hablante, propietario del nombre de las cosas, dueño de su lenguaje. La traducción es un oficio desafiante. Es una profesión, aunque a veces sólo sea una profesión de fe, así la poesía. Traducir es un acto de escritura creativa, lo sabe quien se empeña en buscar cómo suena en la propia lo que fue escrito originalmente en otra lengua. El espléndido Tomás Segovia nos hizo entender “Ser o no ser, de eso se trata”, que contrasta expresivamente con otras propuestas de traducción de esa famosa línea de Shakespeare aceptada durante siglos en nuestro idioma. El lector contemporáneo puede acercarse a las novedosas propuestas de traducción de T.S. Eliot, de -por ejemplo- José Emilio Pacheco o Hernán Bravo Varela, y confirmar aquella idea impulsada por Eliot y Pound que tanto refrendamos ahora en el sentido de que cada generación conciba sus propias traducciones.
Nuestro fray Luis de León ya nos había sugerido lograr que las palabras suenen en la lengua de traslado como si hubieran sido originalmente escritas en ella. Finalmente, al traducir, el texto se impone, nos enseñó Borges. En México es frecuente encontrar materiales de Fernando Pessoa, un autor al mismo tiempo singularísimo y múltiple de quien muchos hemos realizado y publicado traducciones. El texto se impone. Otros muchos autores y poemas cuentan con una larga lista de traducciones, paráfrasis, adaptaciones y versiones, con distintos matices que buscan el traslado y la relectura del original. Movimiento perpetuo de las palabras y sus dimensiones semánticas.
The Waste Land cumplirá su primer centenario en 1922, La tierra baldía tiene en ese título el más aceptado como traducción, aunque se ha publicado también como Tierra yerma. El Cementerio Marino de Paul Valéry desde 1920, con un siglo cumplido ahora, ha mantenido el interés de quienes traducen. Una de las más recientes versiones fue publicada fragmentariamente en el “Periódico de Poesía” por Fabián Espejel, joven poeta que ofrece una grata recompensa para los lectores, sobre todo para quienes ya habrán conocido títulos de las considerables ediciones traducidas de poesía con las que hemos contado en los últimos años. Idiomas del mundo antiguo y contemporáneo, lenguas originarias de comunidades pródigas en cantos y cuentos, creaciones y recreaciones de poesía. Sensibilidad de cada momento, empeño de cada temporada, de cada estación traductora, vista universal de las colectividades lingüísticas. Buscamos distintos efectos en cada original. Atendemos poemas poco difundidos y formulamos maneras de leer poemas acreditados.
Expongo ahora una versión del poema de C.P. Cavafis, “Ítaca”, de 1911. Lo hago en una versión de décima espinela, estrofa de carácter igualmente clásico y popular, cultivada por Góngora, por Quevedo, por Sor Juana, y en México por Acuña, Díaz Mirón, López Velarde, Villaurrutia, Elías Nandino, Pita Amor, por citar algunos ejemplos solamente. La décima logra sumar los mesteres y alcanza en nuestra lengua una cosecha fructífera, aunque es cierto que cada vez más está del lado de la tradición oral.
El poema de Cavafis es uno de los más traducidos de este imprescindible autor. Existen versiones directamente del griego, por supuesto, pero otras muchas se realizaron con la intermediación del inglés o del italiano, idiomas que el poeta hablaba, además del francés, lengua de la que proceden desde hace siglos las primeras traducciones de poesía en lenguas cercanas y no cercanas a nuestro ámbito lingüístico. El inglés fue el idioma en el que Cavafis se formó en sus primeras lecciones de lectura y escritura, aprendió griego más tarde, todavía en edad temprana, cuando su madre viuda regresó a Grecia. Este hecho ofrece un dato biográfico solamente, pero sirve para recordar que Pessoa también se formó en esa lengua y buena parte de su primera poesía fue escrita en inglés. Pessoa falleció en 1935, Cavafis en 1933.
La versión de “Ítaca” que sigue en estas páginas es una propuesta para lectores de todas las edades. Una propuesta escrita en estos días de compartir rutinas en el aislamiento preventivo, el ambiente obliga a que aparezcan palabras que no están en el poema original pero desean interpretar y trasladar la atmósfera del mismo. La décima permite reunir mundos que francamente no están separados, el poeta popular y el poeta de gabinete pueden con ella celebrar la poesía.
Ítaca
C.P. Cavafis,
Versión de Eduardo Langagne
Si vas a un punto lejano
Ítaca habrás de llamarle
y al camino podrás darle
tiempo de cruzar el llano.
La aventura es estar sano,
que un virus no te detenga
y la paciencia te tenga
en la contingencia ileso
con tus refranes confeso:
“No hay mal que por bien no venga”.
Que no tengas en tu alma
una enfermedad mortal,
que tu tránsito normal
te dote de acción y calma,
que en donde crece la palma
no sientas sueño y letargo,
que el desierto no sea amargo,
la montaña sea escalable,
que el mar te sea transitable
y que el camino sea largo.
Las mañanas de verano
con qué placer y alegría
verás en la lejanía
puertos que nacen temprano.
Las mercancías a la mano
en diferentes mercados,
regalos nunca comprados,
perfumes, sensualidad;
sabiduría y potestad,
bienes nunca aquilatados.
Aunque ese lugar lejano
tengas contigo, en tu mente,
tu Ítaca es diferente
porque es un destino humano.
Y aunque lo adviertas cercano
no apresures nunca el viaje.
Vas colmando tu equipaje
de experiencia que perdure,
que tu fantasía procure
reconocer el paisaje.
Viejo, por fin, arribar
a Ítaca enriquecido,
porque en el tiempo invertido
todo fue siempre ganar.
Siéntate a reflexionar
qué ganaste en el camino:
enriqueciste el destino
con el más hermoso viaje,
Ítaca lleva el ropaje
que otorga un vestir genuino.
Ítaca no te ha engañado:
no tiene nada que darte.
Te has vuelto sabio en el arte
y eso es un saber honrado.
Herencia que te has ganado,
porque la feliz paciencia
ya se aloja en tu conciencia
y sabes qué significa,
pues Ítaca magnifica
el gozo de la experiencia.
FOTO: C. P. Cavafis, considerado el mayor poeta en griego moderno, aunque nació en Egipto, escribió el poema “Esperando a los bárbaros”, en el cual se basó J.M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura, para escribir su novela que lleva el mismo nombre. /Cortesía Booshen Navaratnam
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