Una denuncia contra el desprecio de los burócratas a la poesía
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En este texto, el poeta Eduardo Hurtado, hasta hace unos días al frente del proyecto de la Casa de la Poesía en Tijuana, denuncia el desdén de la nueva directora del Centro Cultural Tijuana por los proyectos que nacieron en administraciones anteriores
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POR EDUARDO HURTADO
La promesa de un nuevo pacto social, enemigo de la corrupción, la impunidad, la pobreza y la discriminación me llevó, junto con millones de ciudadanos, a votar por el candidato de Morena a la Presidencia de la República. Creo sin fanatismos, con un sano margen de duda, en la disposición del actual gobierno a escuchar disensos, reclamos y preocupaciones, como los que ahora mismo nos inquietan a quienes percibimos, a unas semanas del despegue hacia la ansiada transformación, que para los doctrinarios de última hora el cambio corre parejo con una absurda consigna: demoler, sin escrutinio y sin consensos, las instituciones surgidas en las últimas décadas, como si todo lo hecho, aún los logros más patentes, representaran un rastro que es forzoso borrar. Esta idea, según lo documenta la Historia, suele incubar acciones tan dañinas como aquellas que pretenden combatir quienes la sostienen. En días recientes hemos vivido, de manera específica en las instituciones culturales del Estado, ejemplos preocupantes de este síndrome. Los nuevos mandos burocráticos empiezan a ejercer un trato despectivo y prejuicioso contra ciudadanos y funcionarios, bajo el cargo no explícito de haber participado en un sistema pernicioso.
En este contexto, me ha tocado padecer un trato ofensivo y torpe (ofensivo por su torpeza) de la flamante directora del Centro Cultural Tijuana (Cecut), espacio emblemático del arte y del pensamiento humanista en México. Dado que el incidente retrata una conducta y una mentalidad que hoy dan señales de extenderse, considero indispensable narrar y analizar lo ocurrido. Tengo una trayectoria de más de cinco décadas como poeta, ensayista, editor y periodista. En la actualidad promuevo la creación de la Casa de la Poesía en la Frontera Norte, pensada como un espacio análogo, aunque con alcances mayores, a la Casa del poeta Ramón López Velarde, donde me ocupé de dirigir la agenda de actividades durante casi tres años. Realizo esta labor sin fines lucrativos, movido por el deseo de convertir a Baja California en un punto de referencia de la lírica en lengua española a escala internacional. Consciente de la relevancia del proyecto, Pedro Ochoa Palacios, hasta hace poco director del Cecut, me otorgó en comodato, sin ningún tipo de aportación económica, un espacio en las instalaciones de esta institución. El lugar, equipado con un escritorio, un teléfono y una computadora, formaba parte de una oficina que aloja un centro de documentación, el Cendoart. Con el cambio de gobierno, tocaba a la administración entrante del Cecut renovarme o revocar el contrato. Varias semanas después de tomar posesión, la nueva directora, Vianka Robles Santana, me recibió por fin en su oficina, en compañía de un colaborador cuyo nombre y título ignoro. Apenas iniciada la entrevista, la titular del Centro me invitó, sin más consideraciones de por medio, a desalojar el sitio que ocupaba en el edificio. Y enseguida, sin puente de por medio, me advirtió que la institución a su cargo no estaba en condiciones de sostener a la Casa de la Poesía. Le aclaré que nunca pedí ni insinué tal cosa; que del Cecut no esperaba otra contribución que su hospitalidad.
Aclarado el punto, la directora me notificó, una vez más de sopetón, que luego de recorrer las instalaciones en busca de un lugar donde reubicarme, sus colaboradores habían determinado asignarme un despacho anexo al estacionamiento del inmueble, el cual, precisó, adaptarían de la manera más digna posible. Se trataba, hablando en plata, de una confinación disfrazada de reasentamiento en un sitio al que convendría llamar, sencillamente, sótano. En busca de un trato más cercano a mi noción de dignidad, intenté hacerle notar a mi anfitriona que la Casa de la Poesía (cuyo modelo internacional más exitoso es la colombiana Casa Silva, en Bogotá) tiene como uno de sus objetivos hacer de un lenguaje universal, la poesía, un punto de convergencia entre Hispanoamérica y los Estados Unidos. Me esforcé en subrayar que el estado de Baja California, en especial la fronteriza ciudad de Tijuana, representan un espacio estratégico para su establecimiento y que, además, llamar a los bajacalifornianos a convertirse en los anfitriones de una iniciativa así bien puede contribuir a la urgente tarea de restablecer el tejido social. Su reacción me dejó patidifuso: “Sí, pero tengo sobre esta mesa proyectos más importantes, de ópera o danza, por ejemplo, que tampoco podré atender.” Su confusión desembocó en espontánea confesión: una iniciativa con la poesía como epicentro estaba entre sus últimas prioridades, acompañada de la ópera y la danza.
Luego, en el mismo tono exento de habilidades diplomáticas, me advirtió que en su equipo no existía un espacio para mí. “No vengo en busca de trabajo”, le dije, francamente indignado y con la esperanza de disipar cualquier duda. Fracasé: sin cambiar de página, ella pasó a notificarme que su administración había decidido conservar casi intocada la planta laboral. “Bien pensado”, comenté, “aunque tal vez hubiera sido prove- choso ratificar a dos o tres de los colaboradores que ocupaban puestos directivos, y según sé los reemplazaste a todos…” A botepronto, su adjunto formuló esta frase categórica: “Como debe ser en un cambio de régimen”. Con un ligero movimiento de cabeza, ella suscribió el aserto, que en mi sentir expone el enfoque de mis interlocutores: para ellos, que hasta hace poco operaban programas diseñados por administraciones panistas, el nuevo régimen no puede darse el lujo de preservar un sitio para quienes, a su entender, representan el antiguo régimen, ni de contemporizar con proyectos vinculados a un “arte elitista”, como la poesía. Enfoque fraguado en la tendencia reduccionista de algunos personajes que, como los que aquí nos ocupan, están empeñados en estrenarse como militantes de izquierda y se disponen, escudados en consignas recién aprendidas, a humillar a sus pares. Olvidan que hay instituciones que han sabido promover y difundir el arte y la cultura más allá del vaivén de los sistemas políticos. Quise esgrimir ante ellos las razones por las que, a mi parecer, no es buena idea desmantelar lo buenamente alcanzado. Diestros en el arte de la facundia, me impidieron hablar. Me puse de pie y pasé a retirarme. Dejé el lugar con el sentimiento de haberme topado con los bárbaros en un espacio diseñado para albergar el arte y la reflexión. Pero más allá del maltrato y el desdén padecidos en carne propia, preocupa de veras que una persona sin oficio político y, según sostienen muchos actores del medio cercanos a su trayectoria, sin habilidades para la gestión pública. La capacidad para resolver conflictos es una virtud que no puede faltar en los funcionarios: las formas son fondo. Es inadmisible que la directora de una institución cultural se confronte de manera constante con su capital humano: creadores, académicos, intelectuales y comunicadores.
A unas semanas de haber entrado en funciones, resulta imposible que la titular de la Secretaría de Cultura, Alejandra Frausto, esté al tanto del verdadero perfil de todas las personas llamadas a encabezar las instituciones culturales en los cuantiosos estados y municipios del país. Heterogénea y todo, es la comunidad cultural de Baja California la que puede y debe hacerle llegar a Frausto los datos y argumentos que le permitan ponderar en profundidad el historial de Vianka R. Santana. Lo que está en juego, por encima de cualquier personaje y de cualquier grupo, es la salvaguarda del Centro Cultural Tijuana.
FOTO: Hasta hace unas semanas, el Centro Cultural Tijuana, fundado en 1982, supo promover y difundir el arte y la cultura más allá del vaivén de los sistemas políticos. / Tomada de la página de Facebook del Centro Cultural Tijuana
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