Cervantes y Shakespeare. El misterio de los rostros

Dic 17 • destacamos, principales, Reflexiones • 7163 Views • No hay comentarios en Cervantes y Shakespeare. El misterio de los rostros

POR ANTONIO ESPINOZA

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¿Cómo eran físicamente los dos grandes genios de la literatura universal: Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare? Es tal la abundancia de retratos de uno y otro, que a cuatro siglos de la muerte de ambos personajes, deberíamos saber con plena certeza cómo eran en vida. Mas esto no es así: su fisonomía sigue siendo un misterio. Si bien es cierto que Cervantes dejó un testimonio puntual de su apariencia física, el cuadro que supuestamente expresaba en detalle dicha apariencia y que se suponía ejecutado en vida del escritor, resultó falso. Peor todavía, los muchos cuadros que se hicieron después de su muerte, además de ser obras más bien mediocres, nos ofrecen imágenes tan diferentes y tan forzadas de Cervantes, que difícilmente podemos escoger alguna como la más cercana a la realidad. En el caso de Shakespeare, el asunto no es más afortunado, pues los varios retratos del dramaturgo –todos realizados después de su muerte–, nos presentan imágenes de su persona muy distintas. De hecho, cada vez que se anuncia el descubrimiento del “verdadero rostro” de Shakespeare, como sucedió el año pasado, la fiesta dura muy poco y luego vienen las dudas y los cuestionamientos. Revisemos brevemente la historia de las imágenes polémicas de los dos personajes.

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De rostro aguileño

En el prólogo de 1613 a sus Novelas ejemplares, Miguel de Cervantes Saavedra se describe físicamente de la siguiente manera: “Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos, y de nariz corva aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros, el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies: éste digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha […] llámase comúnmente MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA” (Novelas ejemplares, México, Editorial Porrúa, 28 ed., 2011, p. 1).

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Unas cuantas líneas antes de su descripción física, Cervantes asegura que le hizo un retrato el “famoso Don Juan de Jáuregui”, pintor y poeta con quien mantuvo amistad. Juan de Jáuregui (Sevilla, 1583-Madrid, 1641) fue efectivamente amigo de Cervantes, pero el retrato que supuestamente le pintó nunca ha sido localizado. El cuadro que pertenece a la Real Academia de la Lengua y que se exhibió recientemente en la Biblioteca Nacional de España, en la exposición Miguel de Cervantes: de la vida al mito, el más famoso y más reproducido de los supuestos retratos del escritor alcalaíno, no fue pintado por Jáuregui ni data de 1600. Fue donado a la Real Academia de la Lengua por el restaurador José Albiol en 1911 y desde un principio provocó acalorados debates entre los cervantistas. La polémica se prolongó durante muchos años, pero hoy sabemos que el cuadro no es auténtico. Es un hecho que la pintura se hizo después de la muerte de Cervantes y que el autor –que no fue Jáuregui– trató de ser fiel a la descripción física que dejó el novelista. El cuadro tiene dos inscripciones, una superior (“Don Miguel de Cervantes Saavedra”) y otra inferior (“Juan de Jaurigui. Pinxit, año 1600”), pero nada lo salva. Y es que en el afán del pintor por describir lo más exactamente posible los rasgos del escritor, la pintura resultó tremendamente acartonada y, lo peor, de ejecución débil y factura mediocre. Para colmo, la pieza se encuentra ya muy deteriorada, por las sucesivas restauraciones y manipulaciones que ha sufrido.

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Existe otro retrato atribuido a Jáuregui, en el que también se ha querido ver a Cervantes. El cuadro, nada malo por cierto, pertenece a la colección del Marqués de Casa Torres, pero no se ha podido demostrar que sea un retrato del autor del Quijote. Lo cierto es que todos los retratos de Miguel de Cervantes que existen fueron realizados después de la muerte del escritor. Desgraciadamente, la gran mayoría son de autores poco dotados, más bien menores, incapaces de realizar obras mayores. El único gran maestro que representó a Cervantes fue Francisco de Goya, quien en su famoso dibujo La Visión de don Quijote, que pertenece al British Museum, nos ofrece a un Cervantes que se confunde con su personaje, pues se trata de un loco y viejo hidalgo escribiendo sus propias aventuras. Esta interpretación se corresponde muy bien con el carácter fantástico y grotesco de la serie Los caprichos (1799) del genio español. Otro maestro español al que se atribuyó en un momento la autoría de un retrato de Cervantes fue Diego Velázquez. A mediados del siglo XIX, el cuadro circulaba como una copia realizada por Velázquez de un retrato de Cervantes supuestamente pintado por Francisco Pacheco. Sin embargo, la autenticidad de ambos cuadros fue muy pronto cuestionada. También se quiso ver la figura de Cervantes en uno de los personajes de otro cuadro de Pacheco: San Pedro Nolasco embarcándose para redimir cautivos (óleo sobre tela, 1600).

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Es muy variado el número de supuestos retratos de Miguel de Cervantes; entre los más conocidos están dos grabados en cobre, uno realizado en Ámsterdam en 1705 y otro en Londres en 1938, ambos inspirados supuestamente en el autorretrato del escritor en las Novelas ejemplares. El que no existieran retratos fidedignos de Cervantes, resultó un gran problema para la Real Academia Española, que en 1773 decidió preparar una edición monumental del Quijote. Apareció entonces un óleo atribuido a un tal Alonso del Arco, un cuadro que reproduce, con algunas variantes, el grabado inglés de 1738. La Academia optó entonces por encargar un dibujo a José del Castillo, quien tomó como modelo también el grabado inglés y realizó un retrato que fue grabado en 1780 por Manuel Salvador Carmona y se convirtió en la “versión oficial” del personaje hasta 1911, cuando hizo su aparición el falso retrato de Jáuregui.

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Hay otros retratos de Miguel de Cervantes. La mayoría son obras gráficas que han servido para ilustrar ediciones del Quijote y otras obras del ilustre Manco de Lepanto en distintas épocas y distintos países. Muchas de estas obras fueron inspiradas en obras precedentes, como el grabado holandés y el inglés ya mencionados. Muchas también fueron inspiradas en el autorretrato de Cervantes en las Novelas ejemplares, por lo que el personaje aparece con “rostro aguileño”, forzando así su fisonomía y haciéndolo inverosímil. Lo cierto es que aún cuando se hayan indicado como del inmortal novelista numerosos retratos, no existe cuadro alguno completamente digno de fe que nos permita conocer la verdadera apariencia física de Cervantes.

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Ser o no ser

En mayo de 2015 una noticia recorrió el mundo. La revista británica Country Life presentó lo que llamó “el descubrimiento literario del siglo”: un supuesto retrato inédito de William Shakespeare, el único realizado en vida del dramaturgo. El botánico e historiador Mark Griffiths afirmó haber descubierto al autor isabelino en la portada del libro: The Herball or Generall Historie of Plantes, publicado en Londres en 1597 y cuyo autor es John Gerard, pionero de la botánica. La portada del libro fue ilustrada con un grabado de William Rogers, quien dibujó cuatro figuras humanas que se pensaba eran imaginarias. De acuerdo a la revista, Griffiths logró decodificar los motivos florales y heráldicos alrededor de las figuras, para revelar su verdadera identidad. Según él, las figuras son el propio autor del libro (Gerard), un botánico llamado Rember Dodoens, el secretario del tesoro de la reina Isabel I (Lord Burghley) y Shakespeare. La supuesta figura del dramaturgo, que ostenta barba, bigote de puntas hacia arriba y una corona de laurel, sostiene en la mano derecha una planta llamada Fritillaria y en la izquierda una mazorca, objetos que al decir de Griffiths se refieren al poema Venus y Adonis y a la obra teatral Tito Andrónico (El País, 19 de mayo de 2015).

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No es la primera vez que se anuncia con bombo y platillo el “verdadero rostro” de William Shakespeare. En el año 2009 Stanley Wells, catedrático de la Universidad de Birmingham, anunció al mundo el descubrimiento de un supuesto retrato de Shakespeare que él cree que es la auténtica imagen del Bardo de Avon hecha en vida. Se dice que la pintura perteneció a Henry Wriothesley, tercer conde de Southampton y mecenas de Shakespeare. El cuadro, propiedad de la familia Cobbe desde principios del siglo XVIII, estaba clasificado como el retrato de un personaje desconocido y estuvo colgado durante tres siglos en la residencia Newbridge House en las afueras de Dublín. La colección fue heredada a principios de los años ochenta por Alec Cobbe, quien al visitar la exposición Searching for Shakespeare en la National Portrait Gallery en 2006, se sorprendió al ver un retrato del dramaturgo que pertenece a la Folker Shakespeare Library de Washington, pues se parecía mucho al de su colección.

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El retrato perteneciente a Alec Cobbe fue objeto de estudio durante tres años. Después de ser sometido a pruebas de rayos X, rayos ultravioleta y carbono 14, con el fin de determinar su autenticidad y la antigüedad tanto de la tela como del marco, se llegó a la conclusión de que el retrato fue pintado en 1610, cuando Shakespeare contaba con 46 años de edad. Para Stanley Wells, las pruebas científicas realizadas demostraron que el retrato de Cobbe es la versión original de un retrato hecho en vida de Shakespeare, del que posteriormente se realizaron copias, entre ellas el cuadro de la Folker Shakespeare Library y otro que pertenece a The Shakespeare Birthplace Trust. Wells sostiene que la autenticidad del cuadro original se refuerza con la cita de Horacio que aparece en la parte de arriba del lienzo: “Principum Amicitias!”, tomada de una oda dirigida a un dramaturgo.

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¿Realmente es Shakespeare el hombre del Retrato Cobbe? Son muchas las dudas al respecto. La verdad es que el hecho de que el cuadro se hiciera en vida del dramaturgo no demuestra nada. No se sabe ni siquiera quién pintó el cuadro pues carece de firma. Pero estas dudas no se dirigen solamente al retrato mencionado sino a los otros supuestos retratos de Shakespeare. Así pasa con el famoso Grabado Droeshut, que ilustra la portada del First Folio de las obras completas del dramaturgo, publicado en 1623. No se sabe cuál de los dos Martin Droeshut (padre o hijo) realizó el grabado ni cuáles fueron sus referencias para representar a un Shakespeare calvo. El retrato, sin embargo, tiene sus defensores, como Tarnya Cooper, curadora de la muestra Searching for Shakespeare, quien en el catálogo correspondiente afirma que la obra posee ¡mensajes ocultos!

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No existen pruebas documentales fiables que revelen la verdadera fisonomía de Shakespeare. El gran bardo isabelino sigue siendo un enigma. Representarlo calvo como lo hizo el autor del Grabado Droeshut o Gerard Johnson en el busto del monumento funerario ubicado en la iglesia donde el dramaturgo fue bautizado, la Santísima Trinidad, en Stratford-upon-Avon, Warwickshire, Inglaterra, es simple especulación. Lo mismo se puede decir de otro retrato famoso: el Retrato Chandos (óleo sobre tela, circa 1610), atribuido a John Taylor, que nos ofrece un Shakespeare también medio calvo. Pero los otros retratos no se quedan atrás. El mediocre Retrato Flower, perteneciente a la Royal Shakespeare Company, pintado en el siglo XIX, es la versión pictórica del Grabado Droeshut; el anónimo Retrato Grafton, perteneciente a la Biblioteca John Rylands, fechado en 1588, nos ofrece a un inverosímil Shakespeare de 24 años; el Retrato Coblitz (óleo sobre tela, 1847), de un pintor menor de nombre Louis Coblitz, nos ofrece a un Shakespeare con manos de hule.

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Volviendo a la exposición Searching for Shakespeare, cabe señalar que ésta fue organizada en torno a los seis retratos más conocidos que representan a Shakespeare, y que en el catálogo de la muestra Tarnya Cooper afirma que las nuevas pruebas “científicas” han ido descartando las posibilidades de cinco de los “aspirantes” a revelar el “verdadero rostro” del dramaturgo. Según el dictamen de los expertos, el único con posibilidades –aunque “nunca estaremos del todo seguros”, acota Cooper– es el Retrato Chandos. Lo curioso es que este cuadro es el que inició, hace siglo y medio, la hoy enorme colección de la National Portrait Gallery. Muy apropiado dictamen para el recinto que acogió la muestra.

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¿En qué se parecen los retratos de Shakespeare y los de Cervantes? En que nos ofrecen más dudas que certezas. Nadie ha podido demostrar la autenticidad de ninguno de los retratos que dicen representarlos. Sabemos cómo eran Erasmo, Tomás Moro y Enrique VIII, porque Hans Holbein pintó espléndidos retratos de todos ellos. Sabemos cómo era el Papa Julio II, porque Rafael le pintó un soberbio retrato. Sabemos cómo era Napoleón Bonaparte, porque Jacques Louis David le pintó varios retratos magníficos. Sabemos cómo era María Antonieta, porque Elisabeth Vigée-Lebrun le pintó un extraordinario retrato con sus hijos. No sabemos cómo eran Shakespeare y Cervantes.

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FOTO: Retrato falso de Cervantes que durante un tiempo se le atribuyó a Juan de Jáuregui (izquierda), y Retrato Chandos, supuesto retrato de Shakespeare atribuido a John Taylor, óleo sobre tela, hacia 1610. / Especial

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