Charles Bukowski: La importancia de atravesar el fuego
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El pasado 16 de agosto se cumplieron 97 años del nacimiento de “Chinaski”, el último escritor maldito del siglo pasado. En entrevista, David Stephen Calonne, especialista en su obra, aborda aspectos poco conocidos de su atormentada biografía: su gusto por la música clásica, su supuesta misoginia y su íntima faceta religiosa. El “viejo indecente”, más allá de las cañerías
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POR JUAN ÍÑIGO IBÁÑEZ
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“Los dioses se portaron bien conmigo. Me tuvieron jodido. Me obligaron a vivir la vida”, escribió en una ocasión Charles Bukowski (Andernach, Alemania, 16 de agosto de 1920 – Los Ángeles, EE.UU, 9 de marzo de 1994).
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“Me resultaba muy difícil salir de un matadero o una fábrica y volver a casa y escribir un poema que no me saliera plenamente del corazón. Y mucha gente escribe poemas que no le salen plenamente del corazón. La vida dura dio pie a la frase dura y por frase dura me refiero a la frase auténtica desprovista de ornamentos”.
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Bukowski, mejor conocido por su heterónimo “Henry Chinaski”, se pasó casi medio siglo intentando sobrevivir en piezas minúsculas, procurando mantenerse alejado de las multitudes y haciendo las dos cosas que más le importaban en la vida: “evitar el dolor y dormir bien por la noche”.
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“Decidió realizar trabajo de obrero porque no quería encajar en la sociedad estadounidense ni tener un trabajo convencional”, dice David Stephen Calonne, editor y compilador de varios libros de ensayos, entrevistas y relatos inéditos de Bukowski.
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“Quizá por la desfiguración de su piel y por el fuerte sentimiento de alienación, no era capaz de encajar, aunque quisiera. Fue un intelectual de la literatura que, por cosas de la vida, empezó a hacer un trabajo manual”, explica Calonne, quien también es autor de una celebrada biografía del escritor, publicada por la inglesa Reaktion Books.
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Pero, durante todos esos años, Bukowski jamás perdió el tiempo: fue un escritor esforzado e incesantemente productivo que nunca dejó de enviar sus poemas, relatos y artículos a prácticamente todas las revistas literarias de Estados Unidos, así como a varias en Europa.
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En 1969 y para no volverse loco decidió abandonar su trabajo en el Servicio Postal de Estados Unidos —en el que había trabajado por más de una década— para aceptar una oferta indeclinable para alguien como él, que a los 34 años estuvo al borde de la muerte a causa del excesivo consumo de alcohol, que buscó esconderse del frío en bibliotecas públicas o que vio en las peleas callejeras una forma de “expulsar la energía con honor”.
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“Hay veces que un hombre tiene que luchar tanto por la vida que no tiene tiempo de vivirla”, escribiría en 1972, desde la consagración de la fama. Y es que tarde —a los 49 años— pero seguro, los dioses terminaron por ponerse del lado de “Chinaski”. Su redentor: John Martin, dueño y fundador de Black Sparrow Press —una editorial contracultural e independiente de Santa Rosa, California— que le ofreció una remuneración de cien dólares mensuales de por vida por dedicarse exclusivamente a escribir. Ya podía “el viejo indecente” dejar de hacer “cosas increíbles” solamente para poder dormir, comer y vestirse. La senda del perdedor, finalmente, había terminado.
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El néctar que desde ese momento comenzaría a alimentar su obra sería la santísima trinidad de su vida: el alcohol, las mujeres y la poesía/música. Experiencias como su relación con Jane Cooney Baker, una misteriosa mujer mayor que fue su musa y por quien profesó una vehemente adoración, inspiraron su particular imaginario y conformaron su inigualable estilo.
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“Bukowski le escribió poemas y le dedicó una hermosa elegía cuando murió. Fue la primera mujer que lo aceptó tal y como él necesitaba ser aceptado. Fue también su compañera de borracheras y, además, ambos compartían tendencias autodestructivas”, comenta Calonne, quien en la actualidad es profesor en la Universidad de Michigan Oriental.
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Por momentos, tanto en la poesía como en la prosa de Bukowski se aprecia un continuo halo de nihilismo, una preponderancia temática de la muerte y una visión de la vida cotidiana cercana al horror, así como un anti-humanismo similar al de Robinson Jeffers. ¿Qué sucesos de su vida temprana crees que explican esta visión, por momentos, tan árida y sombría de la existencia?
La razón más evidente son los malos tratos que sufrió en su niñez. Como ha quedado plasmado en su trabajo, su padre fue un sádico que descargaba sus frustraciones pegándole. Su madre no intervenía en aquellas traumáticas y humillantes sesiones. Posteriormente, es probable que este maltrato le provocase un grave brote psicosomático de acné vulgaris, una enfermedad que le desfiguró el rostro. Este hecho lo empujó a retirarse aún más de la sociedad —ya había estado aislado de niño— y a sentirse un inadaptado. Además, la familia Bukowski era pobre y alemana, por lo cual de niño fue ridiculizado por su procedencia, y además no tuvo las ventajas materiales que tenían los otros jóvenes de su edad. Creo que todas esas influencias formativas explican lo que tú calificas como su visión sombría de la vida. Sin embargo, debemos recordar que muchos escritores del siglo XX compartieron esa visión sin necesariamente haber arrastrado las carencias de Bukowski, como Samuel Beckett, por ejemplo.
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En tu biografía de Bukowski dices que a lo largo de su vida buscó cultivar una imagen de “santo tonto”: una suerte de individuo absolutamente simple —casi lo opuesto a un intelectual— pero misteriosamente ligado con la divinidad y el genio. Aunque por lo visto Bukowski no se veía a sí mismo como una persona religiosa, su esposa, Linda, dijo en una ocasión que él había sido una de las personas más religiosas que jamás había conocido. ¿En qué sentido crees que la dimensión espiritual se manifiesta en la obra y en la vida de Bukowski?
Bukowski siempre tuvo esa dimensión espiritual. De hecho, eso fue lo primero que me llamó la atención de su vida y de su obra. Escribe mucho sobre la soledad, sobre la necesidad de encontrar una identidad interior, en vez de dejarse distraer por el ruido de la sociedad moderna estadounidense. Hay también en Bukowski un aspecto budista zen: habla de lanzarse a la vida, para luego volver a su mesa y escribir. Tenía la necesidad constante de observar lo cotidiano, cosas en apariencia insignificantes, masas humanas, mirarlo todo, y luego escribir sobre ellas para entender su significado.
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¿Cómo se relaciona el tema del sufrimiento con ese componente espiritual que observas en su trabajo?
El tema del sufrimiento es algo omnipresente en su obra. Muchas veces se pregunta por qué sufre, qué sentido tiene sufrir, y cómo debe sobreponerse. Pero es un proceso que siente que debe transitar solo, y que acepta con una especie de disciplina espiritual, aunque no utiliza exactamente esas palabras. El acto de escuchar música clásica también es una experiencia trascendente para él y que describe en sus poemas sobre Mahler, Sibelius, Shostakovich, Bach o Haydn entre otros; esta música lo pone en contacto directo con una especie de verdad superior, le da la sensación de experimentar la libertad definitiva. También siente esa emoción de libertad en momentos de amor romántico y sexual. Sí, Bukowski es un escritor religioso, algo que seguramente sorprenderá a mucha gente.
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Aunque en algunas obras Bukowski se presenta a sí mismo como un sexópata que ensalza lo que muchos podrían interpretar como una masculinidad triunfante y patriarcal; en varias otras también se aprecia un afán de exploración en torno al fracaso inherente a las relaciones amorosas, así como una visión del sexo como algo usualmente gracioso y tragicómico. Tomando en cuenta esto, ¿cuál crees que es la construcción que Bukowski hace de lo masculino?, ¿cómo crees que esta visión fue madurando a lo largo de su vida y de sus propias experiencias vitales?
Me gusta tu frase “la construcción de lo masculino” porque creo que describe muy bien lo que hace Bukowski. En muchos aspectos, él se opone al estereotipo del típico macho americano: prefería la soledad, le encantaba la buena literatura, escuchaba música clásica, escribía, pintaba y se mostraba muy sensible ante el sufrimiento ajeno, nada que ver con la descripción del típico macho americano. Pero también iba a los combates de boxeo, bebía más que un camionero, se metía en líos y a veces también era violento. Yo diría que lo masculino y lo femenino —aunque no deberíamos juntar ambos adjetivos— mantenían un delicado equilibrio dentro de su carácter. Creo que alcanzó un punto de vista más maduro en sus últimas obras en las que, como en la música de la etapa final de Beethoven, hizo las paces con los antiguos conflictos que latían en su interior.
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En Europa, mucho antes que en Estados Unidos, Bukowski fue considerado una suerte de rockstar y en 1978, durante su primera visita al viejo continente, en su paso por las ciudades alemanas de Mannheim, Colonia y Hamburgo, varias organizaciones feministas se quejaron por su presencia, aludiendo la misoginia de sus escritos. ¿Qué opinas de esas acusaciones?
Bukowski era un romántico. Adoraba a las mujeres, las tenía en un altar, pero también sabía que tenían la capacidad de destruirlo. Creo que lo que realmente buscaba era el amor, como todos los románticos. Es como Strindberg o Ingmar Bergman, quienes describen honestamente la “guerra de los sexos”. No creo que representase a las mujeres de forma más negativa o peor que a los demás, fueren hombres, poetas o políticos. Quizá, en su caso, en vez de misógino, sería más adecuado utilizar el término misántropo, como lo fueron Louis Ferdinand Céline o Robinson Jeffers.
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¿Por qué crees que aún persisten las acusaciones de misoginia en torno a sus obras?
Pienso que esas acusaciones persisten, pero sólo entre personas que no han leído todas sus obras, o que las han leído solo al pie de la letra. A Bukowski deberíamos compararlo con Catulo, el gran poeta de amor romano. Él lo estuvo leyendo mientras escribía Mujeres y El amor es un perro del infierno. Catulo estaba completamente enamorado de su mujer, Lesbia, pero escribió “Odi et amo” (Te odio y te amo). El éxtasis, las pesadillas y la violencia emocional del amor romántico, erótico y sexual son los grandes temas de Catulo, así como también los de Bukowski.
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Otro tópico que se repite en el imaginario de Bukowski es el tema del estilo: la respuesta a todo, como escribió en uno de sus poemas. Él decía que los gatos tenían estilo, y en la órbita de la escritura, alguna vez alabó la fluidez estilística del verso libre de Whitman. ¿Cómo interpretas su visión de lo que era para él el estilo?
En Bukowski, como en los existencialistas, el estilo se relaciona con la idea de autenticidad. Tienes que elegir tu forma de ser y no verte obligado a ser como los demás. Es responsabilidad tuya vivir tu vida de acuerdo a lo que sientes, y no según como los demás te digan que deberías hacerlo. Esto recuerda mucho a Henry David Thoreau. Bukowski creía que su poesía y su prosa debían surgir de su esencia, de su propio ser, de su fuerza creativa interior. El estilo, en él, significa ser fiel a lo que eres.
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Aunque Bukowski fue contemporáneo a Ginsberg y a Keruac —y aunque muchos han querido asimilar su voz literaria con la de los Beats— en múltiples entrevistas manifestó que no tenía nada que ver con ese movimiento. ¿Dentro de qué tradición literaria crees que se deba situar a Bukowski?
Dentro del canon de la literatura estadounidense, la obra de Bukowski se inscribe en la tradición de Walt Whitman, Robinson Jeffers, e.e. cummings, John Fante, William Saroyan y Ernest Hemingway. Su escritor ruso favorito era Dostoievski y Memorias del subsuelo fue una obra fundamental en él. También son significativos en él Louis Ferdinand Céline, entre los franceses, y Knut Hamsun, entre los escandinavos.
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¿De qué forma crees que esta doble herencia literaria —europea y anglosajona— puede apreciarse en el estilo de sus escritos?
Creo que, aunque su obra emerge de la oscura y perturbadora sensibilidad existencial de los escritores rusos y europeos, está profundamente mezclada con esa tradición estadounidense abierta, informal y, generalmente, muy divertida. Bukowski decía que admiraba a Hemingway, pero lamentaba que tuviese tan poco sentido del humor: la percepción rápida, el chiste ocurrente, el dicho ingenioso, la escatología, la provocación sexual… Él utilizaba todas estas técnicas cómicas para dotar a sus escritos de frescura y de una gran originalidad.
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Volviendo a los Beats, tanto en sus entrevistas como en sus libros, Bukowski solía mostrarse reluctante hacia ellos como movimiento. Sumado a eso, era reacio a asistir por mero ocio a eventos literarios como lanzamientos de libros y fiestas. Más que el mundo del arte en sí, ¿crees que fue quizás el ethos de los Beats (con su exaltación de sus experiencias vitales y místicas, su necesidad de estar “en el camino” y su cercanía con la naturaleza) lo que Bukowski quería evitar dentro del ambiente literario de Los Ángeles?
Pese a que en algunas ocasiones hizo comentarios negativos sobre los Beats, Bukowski comparte con ellos varias conexiones importantes. Los Beats y Bukowski publicaron en las mismas pequeñas revistas. Por ejemplo, Gary Snyder, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti y William Burroughs colaboraron con The Outsider. Bukowski elogió a Allen Ginsberg como el mejor poeta estadounidense después de Whitman; disfrutó hablando con Corso —alude a una cita con él en el cuento “Sólo escribo poesía para acostarme con chicas”— y escribió su encuentro con Neal Cassady, el “Dean Moriarty” de la novela de Jack Kerouac En el camino. También fue amigo de Hal Norse y de Jack Micheline, ambos del mundo Beat; y Ferlinghetti, uno de los Beats más importantes, fue su editor. Además, tanto los Beats como Bukowski trataron los mismos temas: la crítica al sistema, el antibelicismo, la manifestación abierta de los sentimientos, la sexualidad sin trabas, y la utilización del inglés americano coloquial en sus escritos.
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¿Por qué crees que tantas personas, especialmente jóvenes, siguen leyendo a Bukowski con tanta devoción?, ¿qué tipo de gente consideras que se siente identificada con sus temas y con la visión de la vida que proyectan sus obras?
Bukowski continúa hablando a las personas que piensan que la civilización moderna, la cultura moderna, está vacía de raíz, y que en nuestras vidas falta algo esencial. Él se ha convertido en una especie de símbolo de la búsqueda de eso que se ha ido perdiendo. El hecho de que diga la verdad, de que sea directo, honrado y sincero a la hora de exponer sus miedos y emociones más profundas es lo que atrae a la gente hacia sus obras. Para emplear una expresión americana: “dice las cosas sin rodeos”: no se priva de describir la depresión, las tendencias suicidas, la ira, las borracheras, la locura, muchas cosas que no se tocaban antes en obras literarias con tanta intensidad y franqueza. Pero también habla de los momentos positivos de paz y de reconciliación interior. Sí, la vida es una guerra continua, pero también hay un pájaro azul en nuestro corazón que quiere salir y cantar.
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FOTO: “La vida dura dio pie a la frase dura y por frase dura me refiero a la frase auténtica desprovista de ornamentos”, escribió Bukowski sobre su trabajo con el lenguaje. / AP.
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