Gund-Kyi y la femiseducción global
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La cantante Chavela Vargas sigue siendo un personaje atractivo, como lo muestra este documental que, seis años después de su muerte, aún alimenta el enigma sobre su vida privada
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POR JORGE AYALA BLANCO
En el magno biopic documental apenas post mortem Chavela Vargas (Chavela, EU, 2017), regio trabajo conjunto de la pareja de estadounidenses formada por la prolífica veterana cineactivista sociopolítica con 5 documentales largos anteriores Catherine Gund (Aleluya Ron Athey: una historia de liberación 98, Haciendo gracia 04, ¿Qué hay en tu plato? 14) y la productora afroamericana de TVseries Daresha Kyi (cortos previos: La línea más delgada 88 y La tierra donde murieron mis padres 91), la cancionera septuagenaria aún señorial e irónicamente autoirrisoria Chavela Vargas de 1991, a punto de resucitar merced al rescate cabaretero en El Hábito por la actriz total Jesusa Rodríguez y la pianista-cantautora argentina Liliana Felipe, concede sus confesiones juguetonas a la urgente cámara de época (“Es más interesante hacia dónde vas que de dónde vienes, a esta edad; pregúntame lo que quieras”) y, de su plena nada frágil y sobrepoblada, mediante profusas tomas de archivo y encendidos testimonios ad hoc, surge una miríada de acontecimientos pretéritos, para trazar de nuevo el Latido Latino de su atropellada trayectoria vital (1919-2012), ardorosamente fluyendo y confluyendo, desde un pueblito perdido en la montaña costarricense (“Porque los mexicanos nacemos adonde se nos da la gana”), hacia el DF de mediados de los 30s, con difíciles inicios de carrera artística y expansión semiclandestina o estelar en bares y cabarets por su ostentosa identidad lésbica, en el Quid que “era de lo más elegante de México”, en La Taberna de El Greco, en el Catarí por 7 años, en el Eco que en realidad se llamaba El Escondite de Chavela Vargas adonde “iba toda la élite del mundo”, pero ante todo evocando las devastadoras parrandas ebrias de días en El Tenampa con el amigo instantáneo José Alfredo Jiménez, ensartando las reveladoras declaraciones desinhibidas de la guitarrista-compositora Marcela Rodríguez que no tienen pierde (“Andaba con políticos y acababa enamorando a las esposas porque era muy atractiva mujer”), la inmediatez legendaria que le salió del alma a la exorgiástica acapulqueña Chavela (“Amanecí con Ava Gardner”) y el autoexilio en Topoztlán.
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La femiseducción global va de la provocación que incitaba a la violencia (“Te gritaban de todo: marimacho, mujeres y hombres tenían que ver conmigo”), por la actitud, por el fantasioso atuendo andrógino con jorongo listado y por la tequilera figura retadora, hacia la sensualidad pura, la que resta por despojamiento: “Verla en la TV era un gozo, porque rompía el esquema de las cantantes de ranchero”, después de “decir no a los aretes, a los listones, a las trenzas, a los rebozos, a las crinolinas, a las joyas, a la coquetería, a las manos en jarra meneando la cabecita al afirmar ‘Que viva el agua de horchata y de jamaica porque estamos en el palenque’” (Eugenia León), la sensualidad que es renuncia al disfraz de género (“Vestida de mujer parecía travesti, la verdad”, reconocía ella misma) y se atreve públicamente a entonar, proclamar y convidar su fascinación por otras féminas (“Ponme la mano aquí, Macorina”), desde antes de 1950 hasta bien asomado el nuevo milenio.
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La femiseducción global ofrece sorprendentes resoluciones audiovisuales para las secuencias clave de su corriente sanguínea biográfica, cual si estuviera punteada y como infestada por grandes momentos de cine puro que son cosa rara en un documental histórico preponderantemente a base de entrevistas testimoniales ilustradas: los aplausos de los concurrentes y la sonriente aparición epocal de Chavela delgadísima y desencajada casi espectral solicitando su guitarra, las imágenes falsamente idílicas del pueblaco natal tico al amanecer mientras se plantea la compulsiva obsesión de la otrora Isabel por largarse para romper con la humillación de ser expulsada de la iglesia por usar pantalones en el clima represivo colectivo, el romance de Frida Kahlo y una deseada jovencísima Chavela impúdica en refajo se expone a base de fotofijas desconocidas con más vida que cualquier posible reconstrucción en vivo o en imagen animada (¿es La jeteada una traducción literal o literaria de La jétée de Chris Marker 62?), el ligue prácticamente senil con una indispensablemente omniprotectora joven abogada de fulgurante cabello dorado Alicia Elena Pérez cual aparición angélica que ella misma lamentosa y lúcida y jubilosamente comenta desde su prolongación hasta lo insostenible presuntamente traidora (“Cayó en un alcoholismo severo”), o así, y el resto, desde el punto de vista expresivo: una reconstrucción coral, no testimonios ilustrados sino una sinfonía de voces.
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La femiseducción global tiene su parte más dura y paradójicamente más fina hasta lo exquisito, cuando la señora reconoce a cámara que nomás ya no puede, prácticamente se cae en el escenario y, ya derrumbada y en el derrumbe más que físico, empieza a aparecer en lo sucesivo sobre una silla de ruedas ante sus admiradores fanáticos: la decadencia, pues, la decrepitud refulgente y sembrada de varias decenas de conciertos y homenajes desterritorializados, en Bellas Artes, en el Auditorio Nacional, en giras por foros extranjeros, con una capacidad de resistencia y permanencia casi sobrehumana, porque, tal como antes lo había reseñado el poco difundido aunque solvente y superemotivo documental mexicano ganador de un DOCSDF Su nombre es Chavela de Carlos González Ibarra (05), Chavela se había convertido en icono de culto internacional (Pedro Almodóvar, Miguel Bosé), como rescate de lo precursor inextinguible, en medio de la expansión de los movimientos LGBTTTI y la eclosión de la cultura queer.
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Y la femiseducción global abre y cierra en despedidas infinitas, como una estoica afirmación existencial, que equivale al más desgarrador acto de fe en la individualidad transgresora y, a fin de cuentas, trágica e irreductiblemente solitaria: “Soledad/ los arroyos están secos/ y en las calles hay mil ecos/ que me gritan sin cesar/ soledad…”
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FOTO: Este documental sobre la vida de la cantante Chavela Vargas se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 23 de agosto. / Especial