Chernóbil y el fin de la utopía

Ene 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 4239 Views • No hay comentarios en Chernóbil y el fin de la utopía

POR ILIANA OLMEDO MUÑOZ
Autora de Itinerarios de exilio (Renacimiento, 2014); @ilianaolmedom

 

En El fin del Homo sovieticus, Svetlana Alexiévich toma como punto de partida la pregunta sobre qué es la libertad y descubre que entre la población de la antigua Unión Soviética existe una división generacional, “Para los padres, la libertad es ausencia de miedo”, mientras que “Para los hijos, […] es no temer los propios deseos y tener mucho dinero, porque quien tiene los bolsillos llenos puede conseguir todo lo que se le antoje”. Pertenecen a “planetas distintos”. Alexiévich ha dedicado su obra a tratar de entender esta diferencia. Los cinco libros que ha escrito intentan desentrañar las particularidades del ser soviético (que incluye a rusos, turkmenos, ucranianos, bielorrusos y kazajos) y examinan desde distintos ángulos momentos claves de lo que fue la URSS. Es “la historia de la utopía”, como la autora la llama, “la historia de cómo la gente quería construir el Reino de los cielos en la tierra. ¡El paraíso! ¡La ciudad del sol! Al final todo lo que quedó fue un mar de sangre, millones de vidas humanas arruinadas”.

 

Uno de los momentos determinantes de esta historia y de su fracaso fue la explosión del reactor cuatro de la central nuclear de Chernóbil, ocurrido en la madrugada del 26 de abril de 1986. ¿Qué significó este accidente para los habitantes de la URSS? ¿De qué manera precipitó los hechos que llevaron al colapso de la Unión Soviética? ¿Cómo han determinado los efectos de la radiación el modo de vida de las personas que habitan las regiones afectadas? Alexiévich quiere que las personas (los testigos) respondan estas cuestiones, que refieran sus experiencias para que con sus relatos el lector construya sus propias conclusiones. Ciertamente son los seres comunes quienes elaboran la literatura polifónica de Alexiévich, así lo expresó en el discurso que leyó al recibir el Nobel. “No estoy sola en este podio. Me rodean muchas voces, cientos de voces. Ellas siempre han estado conmigo, desde la infancia”. Su gratitud revela su convicción de que sólo al escuchar es posible comprender el pasado. “El camino hasta este podio ha sido largo, casi cuarenta años yendo de persona en persona, de voz a voz”.

 

Voces de Chernóbil (Debate, 2015) apareció publicado en ruso en 1997 y con algunas enmiendas en 2006, cuando se cumplieron veinte años de la explosión, esta edición fue traducida al castellano. Ahora que han pasado treinta de ese desastre, el galardón otorgado a Alexiévich sirve de pretexto para una nueva edición. Voces de Chernóbil abre con una “nota histórica” que a partir de informes periodísticos (en la primera edición de 1996 y en la segunda de 2002 y 2006) da cuenta de los hechos (lo que se dice y lo que se sabe), por ejemplo, los datos del accidente, resultado de una prueba de seguridad fallida o la sentencia de los supuestos responsables, “como es natural, todos querían que se hubieran sentado en el banquillo de los acusados las decenas de funcionarios responsables, incluidos los de Moscú. También el estamento científico de aquel momento debería haber cargado con la responsabilidad. Pero se conformaron con los guardagujas”. El juicio fue una escenificación, quedaron muchas deudas pendientes y la mayor interrogante de todas: ¿a quién culpar?

 

El libro está estructurado en tres partes (o conjuntos temáticos), cada una muestra un aspecto de la catástrofe (la tierra de los muertos, la corona de la creación, la admiración de la tristeza) y está compuesta por monólogos elaborados a partir de entrevistas. La gente habla, se queja, narra su experiencia, lamenta, renuncia, concluye. El ama de casa, el liquidador, el ingeniero, el físico, la periodista que fue a Chernóbil. A través de sus muchos puntos de vista (personales, particulares, sesgados), ellos nos muestran retazos del gran escenario que permite reconstruir la trama de la tragedia, lo que sucedió en el pasado, hacer historia. Alexiévich editorializa estas entrevistas al ordenarlas y darles título, un ejemplo que no necesita mayor comentario es el “monólogo acerca del niño deforme que de todos modos van a querer”. Entre estas partes se intercalan los coros: coro de soldados, del pueblo y de niños, que reúnen fragmentos de entrevistas a estos grupos. Sobrecoge especialmente el de niños de Chernóbil, cuya sabiduría deslumbra porque deriva tanto de la ingenuidad y la inocencia como de haber sobrevivido al mayor desastre tecnológico del siglo pasado. Dicen: “Nos moriremos y nos convertiremos en ciencia –decía Andréi. –Nos moriremos y se olvidarán de nosotros –así pensaba Katia. –Cuando me muera, no me enterréis en el cementerio; me dan miedo los cementerios, allí sólo hay muertos y cuervos. Mejor me enterráis en el campo –nos pedía Oxana”.

 

Una de las claves de la estrategia y efectividad de los libros de Alexiévich es su capacidad para disponer la información que escucha, ella se ha calificado de oído humano. “Yo intento escuchar honestamente a todos los actores del drama del socialismo”, explica. En su manera de estructurar construye el discurso. En Voces de Chernóbil primero se entrevista a sí misma, “Este libro no trata sobre Chernóbil, sino sobre el mundo de Chernóbil. Sobre el suceso mismo se han escrito miles de páginas y se han sacado centenares de miles de metros de película”, pero ella quiere transcribir la experiencia de las personas, mostrar sus perspectivas y sus desgracias, que la elocuencia de sus testimonios sea más potente que cualquier ficción, análisis o investigación. “Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras”.

 

Hace unos días me preguntaron para qué sirve la literatura, y dije que para responder esto hay que leer a Svetlana Alexiévich, que nos enseña a oír. Sus libros revelan la grandeza y la miseria de la condición humana. En ellos se exponen las pautas que marcaron el siglo XX, el pasado del que venimos. Sus libros contienen la riqueza del testimonio y la profundidad de la filosofía, porque reflejan, así, con nuestra voz más simple, quienes somos.

 

Vóces de Chernóbil, Svetlana Alexiévich, Debate, Barcelona, 2015

 

 

*FOTO: Voces de Chernóbil, Svetlana Alexiévich, Debate, Barcelona, 2015/Especial.

 

« »