Christian Petzold y el amor extremo

Jul 9 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 8384 Views • No hay comentarios en Christian Petzold y el amor extremo

 

Después de ser abandonada por su novio, una joven encarnará el antiguo mito de una ninfa acuática, quien debe asesinar a su amado al verse traicionada por él

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Undine (Alemania-Francia, 2020), apasionado opus 9 del infalible autor total alemán de 59 años Christian Petzold (Seguridad interior 00, Phoenix 14, En tránsito 18), la magnética historiadora-guía en el museo urbanístico del nuevo Foro Humboldt berlinés Undine (Paula Beer empoderada hermética) puede apenas reaccionar ante las palabras del guapo Johannes (Jacob Matschenz pasmado) que ha decidido romper su relación amatoria y ella le advierte que entonces deberá matarlo, aunque generosamente le concede una oportunidad de rectificar mientras ella dicta su conferencia, por lo que él debe esperarla sentado en la cafetería de enfrente donde se hallan discutiendo, pero el ingrato se larga, ella sorprendida lo busca hasta en los mingitorios y, al salir furiosa, choca con el buzo soldador de turbinas en las profundidades Christoph (Franz Rogowski pasmoso), se vuelca sobre ellos un acuario con bucito de juguete y ambos ruedan heridos y enamorados en forma fulminante, poco después él se topa en las aguas fluviales del Spree con un gigantesco pez gato que lo conduce a un barco naufragado de nombre Undine, ella lo secunda en una inmersión casi letal, viven su pasión yendo y viniendo de Berlín al suburbial Langese donde cada quien reside, un desencuentro amoroso con acusación de mentira y celos va a producirse cuando la pareja se cruza en un puente con el aplazado liquidable Johannes y su nueva mujer, pero la catástrofe en cadena se produce a raíz de que el tipo busca a Undine para reconciliarse con ella y el buzo es sacado del río con muerte cerebral, y sin embargo revive de súbito cuando la predeterminada mujer logre ahogar a su examante en una piscina y regrese al río para perderse en su interior, pero al resurrecto disminuido Christoph le restan aún dos años para reponerse física, moral y laboralmente, penando de sorpresa en sorpresa en la inútil búsqueda de su excompañera en el amor extremo.

 

El amor extremo glosa de hermosa y moderna e inesperada manera metaficcional, tan prodigiosamente válida cuan desasosegada y absorbente, la arcaica leyenda germánico-escandinava de la ninfa Ondina (Undine en alemán) a quien se le otorgó el permiso privilegiado de enamorarse una sola vez y para siempre de un ser humano del mundo de la superficie, aunque en caso de fallar debía matar al infiel y como castigo retornar a las aguas por toda la eternidad, pero aquí, según el poema fílmico de Petzold, queda de pronto excepcionalmente en suspenso ese destino fatal, en suspenso la condena de la ninfa por la fuerza del amor y del arraigo y el deseo femenino, tan en suspenso como la ejecución de la venganza posnazi en Pheonix y como la fuga rocambolesca de En tránsito, en suspenso pese a resultar Undine premonitoriamente penetrada por los cristales que se le clavan en el pecho tras reventarse mágicamente el acuario de la cafetería al instante mismo de sentir el flechazo de Christoph, en suspenso a pesar de encandilarse con las aguas y estar a punto de perecer ahogada durante su primera inmersión al lado de su nuevo amante buzo para flotar simbólicamente hacia la luz y ser revivida con respiración artificial boca a boca.

 

El amor extremo dicta una fábula misteriosa e inclasificable cuya intensa historia romántica se mueve con extraña libertad imaginaria entre una suerte de misticismo erótico y el llamado mitológico-legendario, entre la realidad más concreta actual y una irrealidad que parece asomar y querer manifestarse por doquier, entre la fantasía lírica y la prosa fílmica marcada por momentos hipnóticos, entre la nítida fotografía hipercalculada de Hans Fromm y la edición nerviosa de Bettina Böhler con repentinas elipsis tajantes, al servicio de esa sólida estructura narrativa donde resaltan como enormes hallazgos cerebrales y sensitivos la fusión de la maqueta urbanística y el edifico genuino en cuya base el amante infiel está dejando de esperar, la pasión expresada al incantatorio ritmo de la balada pop “Stayin’ Alive” y el galvanizante “Adagio” del Concierto para piano de Bach cual motivo recurrente, los largos trayectos maravillosos u oníricos entre Berlín y Langese, la exactitud topográfica e invocatoria de las calles y barrios berlineses, los flashes mentales de la pecera al estallar, la tierna e infantil representación en miniatura del buzo en un figurilla que será reparada para resurgir omnipresente en cada episodio significativo del relato, los tiempos imposibles de coincidir entre las presencias y las desapariciones de Undine, las imágenes del pez y la ondina que aparecen o no en los videorregistros subacuáticos, o el background desenfocado que muestra en sugerencia maldita el asedio de la mortífera Undine a su presa en la piscina.

 

El amor extremo se convierte muy inteligente y dialécticamente en una súbita e inesperada metafísica de la identidad y la no identidad, la identidad de Berlín con sus orígenes (su nomenclatura significa pantano) y desde su fundación en el siglo XIII, la identidad del palacio del viejo centro de la ciudad (donde trabaja Undine) cuya construcción fue reducida a escombros durante la Segunda Guerra y así mantenido durante todo el paréntesis de la RDA y ser al final reconstruido en la Alemania unificada para ser idéntico y caricaturescamente no idéntico al antiguo, el problema de la identidad que obsede y gobierna las metaficciones de Petzold (la vengadora mujer sin identidad que acababa disfrazándose de ella misma en Phoenix, el juego de suplantaciones del fugitivo atrapado En tránsito), el trueque de identidades que experimenta la exterminadora pasional ondina entre su concreción carnal y su esencia mítica, antes de sumergirse en las aguas y seguir reencontrándose allí amorosa y nostálgicamente con su amante.

 

Y el amor extremo desemboca en el duro lamento del derrelicto Christoph, cual ánima en pena abrazado al vientre encinta de su exasistente y nueva amante Monika (Maryam Zaree), sucedánea e insatisfactoria pero dramáticamente real.

 

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