Cinco poemas

Mar 11 • destacamos, Ficciones, principales • 4305 Views • No hay comentarios en Cinco poemas

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POR CARLOS VICENTE CASTRO

Autor de Apócrifos + Circo + Un edificio en construcción (Mantis, 2016)

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Esperando en la parada del 39A

Una pick-up blanca se detiene a mis espaldas.
Sin pensarlo, volteo ingenuamente
hacia el copiloto que empuña, medio escondido,
un cuerno de chivo. O al menos eso creo que es
esa imponente arma negra y con mira, reluciente.
Los vidrios polarizados intentan ocultar
algunas personas inquietas en la cabina trasera.
Al sentir que una de ellas me regresa la mirada,
lento bajo los ojos como distraído hacia el piso
y sigo esperando la ruta que me lleve a casa.

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Punta Monterrey

El mar está inmerso en la contemplación de las estrellas”
podría ser una buena frase para comenzar
un poema tradicional usando este
smartphone
que para escribirlo completa las palabras.
Lo cierto es que era yo quien contemplaba las estrellas
frente al mar, hasta que la niebla borroneó algunas que,
intermitentes, todavía querían seguir brillando.
Pero también es mentira: soy yo quien quería que brillaran,
como tantas cosas del pasado que ya no existen
sino enfermas. Y el mar solo se asemeja a mí
porque padece tinnitus, ese zumbido ronco
del que no puede nunca librarse
en su ir y venir tan lejos de las estrellas.

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Parapente

Este es un ejercicio de escritura producto del desvelo,

para no arrojar, aunque no la haya, la pluma.

Pero tampoco una pluma es una pluma,

no conoció a ningún ave y de todas maneras

se relaciona con el vuelo.

De este modo escribo como si planeara

por la página en parapente, como si me deslizara en el papel

evadiendo águilas, pulsando las corrientes del viento,

orientándome desde cierta altura

con objeto de aterrizar en un terreno plano, o al menos

no caer entre signos de puntuación desesperados.

Este poema no corre riesgos innecesarios, ha de ser por su escritura

hilada al compás de una respiración que impide los nervios,

hay que estar tranquilo en las alturas, uno no sabe lo que escribe

hasta que ha perdido el vuelo

y mira en la cámara lo grabado.

El secreto no está en coleccionar horas entre las nubes,

sino en dominar el despegue

y las complicaciones del aterrizaje.

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Abejas

Los bomberos les echaron agua con jabón.

La espuma las atontaba, las arracimaba

entre las piedras del patio, obra además

de la escoba con que eran barridas

como volutas de madera que ya no sirven

al diseño original. Sus zumbidos

quedaron apagados tras del vidrio,

las sobrevivientes revoloteaban sin rumbo

alrededor de su reina.

Momentos antes, habíamos subido a la azotea

a mirar cómo el panal refulgía en lo alto de un árbol

de nombre desconocido, hermoso y letal

entre la transparencia de las alas.

La belleza es así:

nos impele a destruirla.

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Una tórtola de plumas grises

El domingo pasado, en la casa vacía,

escuché pequeños ruidos provenientes del pasillo.

Resultó ser una tortolita de plumas grises

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que había entrado por la cocina y hacía lo imposible
para atravesar el vidrio empañado del comedor.

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Cuando la encontré, tiritaba, escondida
en uno de los pliegues de la cortina beige.

Al inicio no me atrevía a atraparla:

el miedo de tocar algo tan vulnerable

me hacía desistir, hasta que la tuve

inmóvil entre las hebras de plástico de una escoba,

la tomé con mi mano izquierda y,

sintiendo su pequeño cuerpo latir en mi puño,

salí al jardín y la arrojé: voló huyendo

para volver seguramente a estrellarse

contra otra ventana.

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FOTO: Mathias Goeritz, Estrella, 1973

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