Los Hermanos Dardenne y la devoción socavadora

Ene 18 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 3683 Views • No hay comentarios en Los Hermanos Dardenne y la devoción socavadora

/

 

/

POR JORGE AYALA BLANCO

En El joven Ahmed (Le jeune Ahmed, Bélgica-Francia, 2019), estremecido estremecedor opus conjunto 11 de los ya consagrados hermanos belgas autores totales exdocumentalistas de 68 y 65 años Jean-Pierre y Luc Dardenne (de La promesa 96, sobre migrantes hacinados como bestias cuando nadie hablaba de ellos, a la culpa dignificante de La chica desconocida 16), el impávido chavo arabedescendiente y huérfano paterno de 13 años Ahmed (Idir Ben Addi genial) quiere ser un buen musulmán por encima de cualquier desviación y ahora vive encapsulado en un hermetismo absoluto, increpa con acritud a la madre viuda (Claire Bodson) por su compensatorio alcoholismo incipiente, resuelve a la carrera los productos notables de su álgebra en la escuela, calla en el transporte al frívolo hermano que le impide memorizar sus versos del Corán, desprecia soberanamente a la hermana absorta al goce relacional, deserta groseramente de la reunión comunal asqueado por incongruencias con los dictados islámicos y se entrega con fruición a las solitarias oraciones cotidianas sobre su tapete ritual, pero sobre todo bebe hasta la última gota las palabras y anatemas de su imán Youssouf (Othmane Moumen), e incluso un buen día decide anticiparse a sus deseos, intentando clavarle sin más un cuchillito delicadamente envuelto y sabiamente oculto a la profesora acusada de apóstata y con novio judío Inés (Akheddiou), aunque todo le falla a la hora de la verdad, se le captura, se le confina en un misericordioso reclusorio de primer mundo, se le asigna un buenaondísima trabajador social (Olivier Bonnod) y se le autoriza la omnipermisiva rehabilitación en una granja esforzada, donde la linda chava campesina de su edad Louise (Victoria Bluck) puede enamorarse de él y hasta robarle unos besos que sólo sirven para maldita sea la cosa, pues trastornan con remordimientos religiosos a ese reprimidazo Ahmed tan obsedido por la Pureza, antes de insistir en la todoexpiatoria ejecución sagrada de la traumatizada y deshecha profa Inés, gracias a un cepillo de dientes afilado como navaja en la prisión, pero esta vez cayendo malherido él mismo, al desplomarse en su inútil tentativa de escalar una tapia muy alta, y quedar entonces al desnudo de la culpa y a merced de las contradicciones morales y mortales de su devoción socavadora.

 

La devoción socavadora ataca al mismísimo Huevo de la Serpiente, diría el feroz Ingmar Bergman en su obra maestra histórico-didáctica del 78, exacto a la semilla de una minimatanza terrorista ¿a lo Charlie Hebdo? porque los crímenes de odio serían el terco camino a la salvación, pero los Dardenne lo hacen con aparente dulzura, situando a su Ahmed límite entre esos dolientes héroes púberes en irrecuperables crisis materiales que eran indiscernibles en primera y última instancias por la chava precarista de Rosetta (99) y ese pasto fallido de benéficas adopciones de El chico de la bicicleta (11), un irritante irritable Ahmed/Ben Addi sujeto cautivo de una desesperante actuación archisobria en el extremo de la impenetrabilidad psicológica, partiendo de una crisis espiritual que sólo se insinúa, jamás se vuelve explícita ni acotada, nunca condenada ni justificable, más acá de las ideas pero más allá de su propia concreción, apenas vislumbrada a modo de una irresoluble adivinanza maléfica para mejor ser desbordada por todas partes.

 

La devoción socavadora reincide en la evidencia y la denuncia del choque de las necesidades naturales y ancestrales con las muy civilizadas instituciones públicas y privadas, aquí: la familia tradicional árabe, la escuela, la organización comunitaria, el adoctrinamiento religioso y sus dogmas primitivos, la cárcel abierta y la granja rehabilitadora, cuyos retóricos intereses sólo benefician y resguardan la buena conciencia de la sociedad establecida, pero redundan de manera forzosa e inhumana en el atropello y la limitación de la libertad del individuo, contribuyendo a producir los monstruos que han delineado de manera persistente y polémica e ingrata los Dardenne en cualesquiera horizontes (o carencia de ellos), sea el padre vendedor de su bebito en El niño (05), o sea la insolidaridad trabajadora de Dos días, una noche (14), siempre cebándose en los preadolescentes (o adultos con mentalidad preadolescente) por ser las criaturas más vulnerables e indefensas, culminando en el patético absurdo de Ahmed exigiéndole a la rústica joven rubita Louise convertirse al Islam.

 

La devoción socavadora reitera con púdica eficacia emocional garantizada su desdramatizada y desglamourizadora nota monocorde que finge sólo estar siguiendo al héroe acorralado en sus tropiezos y hieles por una body camera y una fotografía-acoso serpeante de Benoît Dervaux esta vez brutalmente partida en su continuum, a cada paso por la sintética y compactadora edición perversamente precisa de Marie Hélène Dozo) que evita soltar a su empecinado pequeño héroe mercurial en momento alguno, dando palos de ciego o de miope fundamentalista sin salir jamás de los laberintos de su cabeza.

 

Y la devoción socavadora aborda así el espinoso tema peligrosísimo del fanatismo, que resulta innombrable como tal, inamovible e indesmontable, siempre apelando a una postura hermética que se halla en el puesto de mando, el hermetismo del lamentable Ahmed que duplica y equivale al de la opinión e incluso a la postura político-social de los realizadores, escamoteada e implícita aunque virulenta y hasta provocadora, un hermetismo aparente cuya desembocadura última y recóndita no puede ser sino la nitidez y la diafanidad de la demanda de perdón implorado por el chavo caído con la espalda quebrada y un derrame interno evidenciado por la sangre saliendo de su oído, un hermetismo que exige el perdón de la víctima vuelta única tabla de salvación, y ese hermetismo resguarda entonces eficazmente, sin mediación retórica o discursiva alguna, el misterio de las pequeñas almas (Chéjov) más vivencialmente inmediatas.

 

FOTO: El joven Ahmed recibió el premio al mejor director en el Festival de Cine de Cannes 2019./ Especial

« »