Isabel Coixet y la valentía femilibresca
En 1959, Florence Green, una viuda de mediana edad, decide abrir una librería en Hardborough. Su iniciativa genera al poco tiempo la envidia de una de las mujeres más influyentes de este pueblo británico
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En De libros, amores y otros males (La librería/The Bookshop, RU-España-Alemania, 2017), subversivo epocal largometraje 13 de la prolífica veterana feminista barcelonesa de 57 años Isabel Coixet (Cosas que nunca te dije 96, Mi vida sin mí 03, La vida secreta de las palabras 05, Nadie quiere la noche 15), con guión suyo basado en la novela homónima de Penelope Fitzgerald, la hipersensible y aún bella viuda de guerra Florence Green (Emily Mortimer soberbia) ama hondamente la lectura al grado de tener que emprender largos paseos a las riberas de su pueblo costero inglés de Hardborough en 1959 para serenarse y asimilar los contenidos, y ser espiada por el inaccesible dueño fantasmal del palacio de la región Brundish (Bill Nighy), por lo que la buena mujer se atreverá cierto día a usufructuar sus derechos sobre una céntrica Old House muy codiciada para abrir una librería, la Librería, pasando por encima de los intereses seudoculturales de la empolvada matriarca conservadora Violet (Patricia Clarkson) y todas las retrógradas fuerzas vivas del villorrio representadas por el banquero cuadrado Feble (Hunter Tremayne), el abogado de doble cara Deben (Nigel O’Neill), el sinuoso contacto menor de la BBC Milo (James Lance), apenas contratando como mandaderito al pequeño escolapio anteojudo Wally (Harvey Bennett) y como fiel asistente a la avispada puberta hija de sirvienta Christine (Honor Kneafsey), pero llegando a captar la vehemente amistad libresca incuso del temido Brundish, causando escozor con las escandalosas novedades editoriales del momento, debiendo arrostrar competencias desleales y, funestamente, merced al dictado de una injusta nueva ley de expropiación de inmuebles comunales, y sólo saliendo a la defensa del establecimiento el bibliófilo Brundish de repente justiciero aunque sea para caer muerto de un infarto a media calle, la librería deberá cerrar y la indómita Florence emigrará a otros horizontes, pese a su admirable valentía femilibresca.
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La valentía femilibresca logra hacer de la visualidad pictórico-fílmica un ámbito libresco, con esos interiores verdosos y esos grisáceos paisajes marinos de nubes negras casi de novela gótica, esa estilizada fotografía de Jean-Claude Larrieu que vuelve cálidas la mezquindad y la flema y la mediocridad y la siniestrez cotidianas porque está secretamente inspirada en dramáticas filigranas escandinavas tipo El festín de Babette (Axel 87), esa música de Alfonso de Vilallonga repleta de efluvios líricos subrayados por las cuerdas, pero también valorando ultrahollywodescamente a lo Wyler (Jezabel 38) detalles u objetos realistas de alto contenido simbólico, como el rompedor-retador vestido granate oscuro que cual sirvientilla endomingada luce la protagonista en una reunión de gala con sus enemigos o el blanco atuendo jaspeado que viste en su visita para tomar un envidiado té ritual con Brundish, y los fetichizados libros en sí (formados en los estantes, empacados en grandes cajas de remesa ansiada, envueltos con cuidado e individualmente atados con un lazo), las burocráticas hojitas lanzadas al aire displicente, el Nescafé ofrecido cual signo de arribo a la modernidad, y el gigantesco perro-bibelot que arroja al suelo Violet en desquite impotente con corte oriental sobre el impulso.
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La valentía femilibresca confiesa su amor a los libros porque “al leerlos los habitamos” y cuya influencia se prolonga de forma tan sustancial cuan indefinida, predicando desde ya con el ejemplo emotivo, al hacer recitar a cámara las impías cartas redactadas por Brundish o Milo, y al ir poblándose de personajes que parecen arrancados de las páginas de libros clásicos y románticos o contemporáneos, como esa estoica Florence cuya valerosa fortaleza interior tipo Emily y Charlotte Bronte no hace más que consolidarse e incrementarse ante cada desafío social y antisocial, como el bello tenebroso envejecido Brundish extraído de Lord Byron que contradictoriamente detesta los libros románticos de las mencionadas hermanas Bronte y quema las cubiertas de los volúmenes que muestran la efigie de los autores (sus semejantes, sus hermanos, sus repelidos espejos, sus retratos ovales poeianos), o como numerosos personajes episódicos que resultan dickensianamente entrañables, a la manera del bondadoso barquero que no lee libros porque le basta con la realidad real Raven (Michael Fitzgerald) y la sofisticada londinense Kattie (Charlotte Vega) que rechaza a su novio Milo para simpatizar con la solar Florence porque cada una representa lo que la otra quisiera ser, o criaturas odiosas tipo la ajada arpía poderosa Violet y el traidor nato Milo.
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La valentía femilibresca disemina muy precisas y punzantes alusiones clave sobre varios libros que fungen a modo de guías de la cómplice acción temática radiada, libros tan emblemáticos como el Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (cuya pesadilla futura antilibresca sirve de gancho afectivo con el señorial Brundish), el himno a la pedofilia consentida Lolita de Vladimir Nabokov (cuya erotomanía desafía valerosamente el escandaloso del pueblo chico-infierno grande y sirve para confirmar la valentía de la heroína Florence), la vehemente fantasía aventurera falsamente infantil Vendaval en Jamaica de Richard Hughes (cuyo obsequio será crucial para la joven Christine) y el melancólico canto a la vida El vino del estío de Bradbury (cuyo tardío arribo sirve de adiós al recóndito autosacrificial Brundish).
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Y la valentía femilibresca da finalmente un sorpresivo y magistral giro en redondo para hacer del relato un grave testimonio desde el futuro, un futuro anticipado y gobernado en la presencia gloriosa e incendiaria de la nueva lectora voraz Christine progresivamente convertida en “figura imaginaria identificatoria” (Deleuze-Guattari) del film y en figura primordial autoidentificatoria, un futuro positivo pese al cúmulo de sordos enfrentamientos y derrotas porque se halla presidido por bradburianos libros vivientes.
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FOTO: De libros, amores y otros males, basada en la novela homónima de la escritora británica Penelope Fitzgerald, se exhibe en las salas comerciales de la Ciudad de México. /Especial