Hu Bo y la acritud existencial
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Con esta obra el cineasta chino aborda el universo del malestar existencial retratado como un galerón de naturaleza muerta que tiene en lo estático su accionar
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Un elefante sentado y quieto (Da xiang xi di er zuo, China, 2018), intenso cinedrama prolongado por cuatro horas para constituir la magna opera prima y póstuma del precoz novelista chino e intransigente autor total fílmico por Bela Tarr formado que se suicidó apenas concluida su legendaria instantánea cinta única a los 29 años Hu Bo, con base en un episodio de su novela Inmensa ruptura, cuatro almas errantes cruzan sin proponérselo pero sin remedio sus vidas turbulentas involuntarias y sus destinos inciertos alrededor de un edificio de embutidos departamentos durante un solo traqueteado día: el cobarde hampón de poca monta en trance de ser desdeñado por su amante joven Yu Cheng (Zhang Yu bigotoncillo) que se ha refugiado en la cama de la mujer de su mejor amigo sólo para provocar que éste muera al tirarse al vacío y el traidor ahora en fuga deba pasársela persiguiendo además al causante del accidente mortal de un odiado hermano adolescente; el atormentado impasible estudiante Wei Bu (Peng Yu Chang enfundado en el capuchón de su chamarra) que por defender a un condiscípulo acusado de robo de celular empuja fatalmente por las escaleras a un bravucón y luego él mismo es expulsado de casa para irse a vivir con una abuela a la que encuentra difunta en su medrosa huida del temible vengador fraterno; el patético anciano familiarmente excluido pero silencioso al parecer todoaceptante Wang Jin (Liu Cong-xi estoico) a quien se le obliga a pernoctar en el balcón y sufre constantes chantajes sentimentales para aceptar su reclusión en un asilo geriátrico, a lo cual se rehúsa por no poder separarse de una adorada mascota canina que pronto acabará despedazada por otro perro y el viejo deba pagar por culpas ajenas que lo hartan al grado de secuestrar a su propia nieta para largarse a cualquier sitio lejano; y la amargada escolapia hija de una sobreexplotada alcohólica histérica Ling (Wang Yu-wen) cuya abusiva relación con el vicedecano de la secundaria es cruelmente expuesta en las redes sociales, logrando acabar con ese nexo, aparte de la catártica venganza a tubazos expeditivos de la chava contra el funcionario escolar en compañía de una reclamadora esposa fuera de sí, y el deambulatorio escape urbano de la linda joven compulsiva; uno a uno todos ellos unidos para abordar el tren nocturno al final cancelado que, acaso sembrados por el camino (como el hamponcete finalmente autopunitivo y sacrificial), quiméricamente los conduciría a la ciudad de Manzhouli en cuyo zoológico circense se enseñorea un mitológico elefante sentado y quieto que mira con soberana indiferencia a todos quienes lo rodean, de seguro tan inoculados, como los antihéroes protagónicos, de una inextirpable acritud existencial.
La acritud existencial se hunde en una exasperada pesadumbre y una náusea totalizante que llevan del realismo crítico y el asalto a la razón de Lukács a la bofetada metafísica, para desembocar en el más exacerbado aunque llano nihilismo, armando así una máquina de guerra para desarmar los delirios colectivos y las iniquidades padecidas que son emblematizadas por la antifotogenia a melódicos rasgueos percutivos (fotografía de Fan Chao, música de Hua Lun), cual corresponde a una plúmbea zona industrial en el miserable norte de China donde el único destino de los educandos de escuelas que se saben de quinta será volverse vendedores de comida en las calles estrechas como inhabitables callejones sin salida.
La acritud existencial conjunta con admirables lucidez y poder de convicción los avatares sincréticos de un estilo depurado al extremo que no desdeña el antecedente del neorrealismo más duro del aún genial De Sica (ese apego exclusivo del jubilado al perrito en Humberto D 52), ni el itinerante malestar de los chavos posBeat-posKurt Cobain de Van Sant (Elefante 03, Últimos días 05), ni por supuesto la alta dosis de momentos extáticos en apariencia muertos tipo El caballo de Turín del maestro Tarr 11 (a Hu Bo se le considera post mortem el Bela Tarr chino), donde lo que no se muestra significa más que lo mostrado y cuyo tristísimo, desesperado, pasmoso tremendismo se expresa de manera pasmada y antitremendista límite, donde el malestar profundo se manifiesta mediante lacónicas frases lapidarias (“La vida es un asco”/“Mi vida es un bote de basura acumulada sin parar”) e interminables instantes contemplativos de gestos perturbados o deambulaciones con body camera en irracionales acosos a las espaldas, y donde la arrebatada violencia física sucede en los espacios fuera de campo que crean los larguísimos planos ya de por sí insostenibles (el salto al vacío del cómplice engañado, el empujón al bravero por la escalera, el despedazamiento de la mascota ensangrentada) o de modo fulminante (los tubazos a la parejita rabiosa) o semioculta detrás de paredes-mampara (el cuerpo exánime de la abuela) o en forma elíptica por corte de guillotina (el tiro suicida por debajo de la mandíbula del amigo en efecto ladrón de celular), para plasmar sus contenidos como simples estados de ánimo (y ánima) redobladamente irrecuperables, con firmeza, generosidad oscura y púdica unción, como si fueran meras pulsiones del relato, de las tensiones visceralizadas.
La acritud existencial va en pos del mítico elefante sentado y quieto como un impulso irrefrenable, un deseo que de antemano se sabe incumplido, un ímpetu instintivo-reflexivo, acaso malsano en su origen pero esencial, de tranquilidad, impavidez y ostracismo asumido, la inalcanzable sabiduría de los inmóviles búhos baudelaireanos, la desconfianza hacia el placer-verdugo que de continuo azota al protagónico cuarteto con renovadas exigencias, por encima del recogimiento del blancuzco paisaje urbano y el sol moribundo.
Y la acritud existencial culmina con la reacia Ling participando en el improvisado patear de una pelota en la penumbrosa parada de un autobús sucedáneo del tren, antes de continuar el viaje por la dulce noche que siempre se escapa.
FOTO: Un elefante sentado y quieto fue la opera prima y póstuma del escritor y director de cine Hu Bo./ Especial
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