Una breve historia política de los Óscares

Abr 24 • destacamos, principales, Reflexiones • 3301 Views • No hay comentarios en Una breve historia política de los Óscares

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Entre las películas nominadas a los Premios Óscar destacan algunas con temáticas político-sociales, tendencia que no es nueva pero que refleja la intención de los estudios por adaptarse a las exigencias de las audiencias, un fenómeno que oscila entre el conservadurismo de la industria y la corrección política

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POR NAIEF YEHYA
Un falso sindicato una falsa fiesta
El 16 de mayo de 1929 tuvo lugar la primera ceremonia de premiación de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas (AACC). Debieron pasar 10 años más para que las estatuillas que diseñó el director de arte Cedric Gibbons (quien cómo cuenta la leyenda usó como modelo a Emilio El Indio Fernández) y que materializó el escultor George Stanley se llamaran Óscar. A partir de aquella primera ocasión en el período entre guerras, las imágenes que se difundieron del evento, al cual fue invitada poca prensa, sirvieron como parte del dispositivo promocional del glamur, la alta moda y el encanto del cine, una herramienta que sería indispensable para crear la ilusión del “sueño americano”. La ironía es que el 29 de octubre de 1929, fue el martes negro del colapso del mercado de valores de Wall Street que puso el broche final a los “locos años veinte” y a la desquiciada especulación financiera de la época. El fulgor de la opulencia y la catástrofe económica se entrelazaban en ese momento determinante de la historia del siglo XX. El deslumbrante espectáculo del cine hollywoodense era refugio, ideal y esperanza que acompañó a los auditorios por los años de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Estos reflejos fílmicos y distorsionados de la realidad lejos de mostrar un paraíso apolítico han suministrado consistentes dosis de ideología y propaganda para moldear la historia contemporánea.

 

La AACC fue creada en 1927 por Louis B. Mayer y otros jefes de grandes estudios, en parte para protegerse de los movimientos laborales y sindicatos que se formaban en Hollywood, y ejercer mayor control sobre los trabajadores, desde los constructores, técnicos y tramoyistas hasta los directores y estrellas. En cierta forma era una mezcla de club privado y gremio que representaba a los estudios cinematográficos, que entonces también controlaban la distribución y proyección. Mayer declaró: “Descubrí que la mejor manera de manejar [a los cineastas] era colgarles medallas… Si les otorgas trofeos y premios, se matarán para producir lo que yo quiera. Por eso se creó el premio de la Academia”. Los Óscares fueron un mero distractor con el valor agregado de dar cierta legitimidad a la Asociación. La ambigüedad original que aún guía la selección es por un lado promover la calidad artística de las obras y por el otro estimular el éxito comercial del producto, objetivos no siempre compatibles. A lo largo de su historia, los Óscares han sido otorgados en gran medida para celebrar valores de producción pretenciosos, descomunales gastos publicitarios, recreaciones históricas apócrifas y perspectivas ideológicas retrógradas. No obstante, a partir de los años cincuenta el Óscar fue la arena donde se disputaban los valores del viejo Hollywood (las grandilocuentes cintas de “prestigio”) contra las ideas innovadoras que venían del extranjero y de comunidades subrepresentadas a infectar la producción fílmica.

 

 

Los criterios sin criterio
Los intereses contradictorios (entre el conservadurismo rancio y la tentación progresista) de los miembros votantes de la Academia se traducen en criterios aparentemente esquizofrénicos. Por ejemplo, sólo cuatro westerns (el género estadounidense por antonomasia) han ganado el premio a Mejor Película y ninguno de ellos era de John Ford: Cimarrón, 1930, Danza con los lobos, 1990, Los imperdonables, 1992 y Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men), 2007. En 1968 premiaron el cursi musical Oliver! y el año siguiente el premio lo obtuvo el crudo drama clasificación X, Cowboy de medianoche. La visión limitada y convencional de la Academia quedó muy bien expuesta en el hecho de que Alfred Hitchcock nunca ganó un Óscar competitivo (aunque cuatro de sus películas de la década de los 40 ganaron Mejor Película) o que Ciudadano Kane, de Orson Welles, a pesar de nueve nominaciones haya sido un fracaso en los Óscares de 1941 o bien que Parásitos ganó como Mejor película pero ninguno de sus actores fue nominado.

 

 

Espectáculo, política y cancelación
La entrega de los premios de la Academia fue durante años un ritual indispensable para los estudios cinematográficos y una poderosa ceremonia de marketing. Durante más de nueve décadas los Óscares han navegado los cambios en el cine y la sociedad, a veces adaptándose a ellos otras resistiendo o incluso negándolos. Sin embargo, este espectáculo ostentoso llegó al siglo XXI pataleando con desesperación para no hundirse en las corrientes de los cambios sociales y culturales. Su irrelevancia no sólo se refleja en sus criterios apocados y nostálgicos sino en sus ratings en caída libre: en 2001 casi hubo 43 millones de espectadores, mientras la ceremonia del 2020 fue vista por apenas 23.6 millones. Cualquier show en la tele con semejante déficit de auditorio hubiera sido cancelado hace años, pero ningún otro espectáculo ofrece un estimulo comparable al narcisismo de las élites hollywoodenses como la Ceremonia de los Óscares.

 

El primer episodio de transgresión política y polémica racial en esta ceremonia fue cuando en 1940 Hattie McDaniel, quien era negra, ganó un Óscar como actriz de reparto por Lo que el viento se llevó. En un país racialmente segregado, era normal que la ceremonia tuviera una estricta política que prohibía la entrada a cualquiera que no fuera blanco. David O. Selznick tuvo que hacer una solicitud especial para que permitieran a McDaniel aceptar el Óscar que premiaba su papel de la sirviente Mammy y para que pudiera sentarse en un rincón remoto para disimular la vergüenza. Faltaban aún 24 años para que entrara en vigor la ley de los derechos civiles que prohíbe la segregación en sitios públicos y la discriminación en el empleo.

 

Aunque la Academia ha intentado evitarlo, el podio de los Óscares se ha usado para el teatro político, como en 1973 cuando la activista apache Sacheen Littlefeather subió a rechazar, a nombre de Marlon Brando, el Óscar que él ganó por su papel en El Padrino, debido al trato inhumano que les daba la industria cinematográfica a los pueblos originarios de Estados Unidos. En 1978 Vanessa Redgrave recogió su estatuilla por su papel en Julia y prácticamente sacrificó su carrera hollywoodense al manifestarse a favor de los derechos de los palestinos y en contra de “…un puñado de rufianes sionistas cuyo comportamiento es un insulto a la estatura de los judíos de todo el mundo y su heroica lucha contra el fascismo y la opresión”. En 2003 Michael Moore ganó el Óscar al mejor documental con Bowling for Columbine y aprovechó la atención del mundo para criticar la invasión de Irak y al gobierno de Bush Jr. Algunos aplaudieron, otros lo abuchearon y la música de fondo lo silenció. Mientras un sector liberal festeja a las celebridades que unen su voz desde la palestra a causas de justicia social, otros dicen repudiar la mezcla de política con entretenimiento, cuando en realidad sienten amenazados sus valores reaccionarios.

 

En un tiempo de reivindicaciones, en su mayoría legítimas, que en buena medida han iniciado en redes sociales como #BlackLivesMatter, #MeToo, #TimesUp y #WhiteWashedOUT, los Óscares han tropezado con sus propios prejuicios en varias ocasiones. En 2014 los miembros votantes del Óscar tenían en promedio 63 años, eran en un 94 por ciento blancos y 76 por ciento hombres. En 2015 y 2016 las veinte nominaciones en las principales categorías de actuación las obtuvieron actores blancos. Esto provocó el exitoso movimiento #OscarSoWhite. Desde ese momento la Academia ha tratado de evitar acciones y palabras ofensivas, insensibles o ignorantes para enmendar esos errores y no irritar más consciencias. Entre 1990 y 2012 había alrededor de 6 mil miembros, este año hay 9 mil 362, con un 31 por ciento de mujeres y 16 porciento de personas de color o minorías subrepresentadas. La dirección de la Academia entendió que su poder no los podía proteger de las masas en Twitter, Facebook e Instagram capaces lanzar linchamientos públicos y cancelaciones. El clictivismo digital puede movilizar a la opinión pública (sea lo que sea que eso significa en este tiempo), a grandes corporaciones y a políticos. La estrategia de cancelar personas e ideas ha sido rápida y eficazmente apropiada por la derecha para sancionar progresistas. Paradójicamente la lucha por la justicia social ha dado lugar a un neovictorianismo, a un espíritu censor revitalizado y a la autocensura. Al tratar de imponer una tolerancia a la diversidad se ha establecido un diversidad de intolerancias que amenazan las interacciones sociales y la creatividad.

 

 

El nuevo orden tóxico mundial
El fin de la era Trump trajo una sensación de desahogo y reivindicación entre los liberales, así como de rabia y frustración entre los conservadores que se han radicalizado de manera pasmosa en estos últimos cuatro años. Hoy más que nunca los republicanos y los fanáticos del expresidente y magnate con cinco bancarrotas están convencidos que existe una conspiración de élites demócratas y celebridades hollywoodenses que trafican y explotan sexualmente a niños, además de que practican rituales satánicos y caníbales. Por tanto, la primera ceremonia de los Óscares de la era Biden tiene lugar bajo dos amenazas virales: la pandemia de Covid-19 y la atmósfera política enrarecida por extremistas delirantes como los millones de seguidores de QAnon.

 

La selección de películas en 2021 es el resultado de una reforma para la elegibilidad que no sólo busca estimular la diversidad sino también promover una representación equitativa en la pantalla. Pero además se premia la producción de un año sin precedente en que la gran mayoría de los cines del planeta estuvieron cerrados (muchos de manera definitiva), en que miles de proyectos quedaron paralizados, otros desechados y en que la economía quedó en ruinas. A pesar de todo, gracias a las plataformas en línea, servicios de streaming, cines virtuales, cines al aire libre y hasta autocinemas se estrenaron muchas películas, algunas de ellas notables pero fue evidente la ausencia de nombres famosos y de los usuales proyectos de enorme presupuesto. Ni uno de los grande estudios está representado en la categoría de Mejor película.

 

Esto dio lugar a la selección más incluyente y variada de la historia, particularmente en las categorías más valoradas. El resultado es que las cintas elegidas para Mejor película son obras de calidad y consciencia (cinco de ellas presentan versiones disidentes de la historia y ofrecen puntos de vistas de minorías ignoradas). Tenemos una película acerca de la brutalidad histérica, desproporcionada y criminal que se aplicó en contra del movimiento de las Panteras negras en Judas y el Mesías negro, de Shaka King; la historia íntima de una familia coreana inmigrante que se establece en una comunidad rural en Minari, de Lee Isaac Chung. Por primera vez dos películas dirigidas por mujeres comparten nominación en esta categoría: una cinta acerca de la venganza a una violación: Hermosa venganza (Promising Young Woman), de Emerald Fennell, y una reflexión acerca de la pauperización económica de la clase media y la supervivencia de “tribus” móviles de trabajadores al servicio de una corporación obscenamente rica que es el epítome de la deshumanización laboral en Nomadland, de Chloé Zhao. También se nominó a El juicio de los siete de Chicago, de Aaron Sorkin, que trata del intento por desmantelar el movimiento antibélico en los años 60; el aterrador mosaico de una mente en descomposición senil en El padre, de Florian Zeller; la perturbadora historia de un baterista que pierde el oído en Sound of Metal, de Darius Marder y la intensamente celebrada reconsideración de la leyenda, chismes y vendettas entorno a Ciudadano Kane en Mank, de David Fincher.

 

Es evidente que la catástrofe epidémica que hemos vivido desde hace más de un año no figura en las películas seleccionadas, así como tampoco aparece la desesperanzada situación de un mundo en el que la noción de realidad compartida se diluye. Ya vendrán en los próximos años películas que hablen del aislamiento pandémico, de la desquiciada invasión del capitolio estadounidense y del daño psíquico que ha provocado la presidencia de Trump veremos cómo reacciona a esto la Academia. Los Óscares del 2021 estarán dolorosamente desfasados de su momento histórico. No obstante serán una oportunidad para preguntarnos hasta qué punto la selección y premiación siguió cuotas de raza, género, discapacidad, etnicidad, preferencia sexual o identidad, así como considerar si los Óscares corren el riesgo de volverse una especie de bolsa de trabajo para millonarios pertenecientes a minorías o un programa de asistencia social glorificado. No olvidemos que aparte del honor y el prestigio que da ganar un Óscar, ese premio se traduce en dinero y trabajo pero también es un elemento significativo para la “ideología” hollywoodense, es una inversión que a la larga se traduce en quién tendrá el privilegio de utilizar el poderoso megáfono de Hollywood para contar su versión de las historias.

 

FOTO: Imagen de la película El juicio de los siete de Chicago, de Aaron Sorkin./ Especial

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