Lila Avilés y la condición femialienada

Ago 17 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 4816 Views • No hay comentarios en Lila Avilés y la condición femialienada

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El trabajo rutinario de Evelia, solitaria camarista de un lujoso hotel, nos lleva a conocer sus anhelos, y los azarosos encuentros con clientes y compañeros

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DE JORGE AYALA BLANCO

En La camarista (México, 2018), modestísima pero supersegura ópera prima de la egresada en dirección escénica y cortometrajista de 36 años Lila Avilés (colaboradora durante seis años en la compañía La Máquina de Teatro y asistente de dirección en la TVserie Mozart in the Jungle), con guión suyo y de Juan Carlos Márquez, la silenciosa y solitaria camarista indígena uniformada con ínfima pijama laboral más una aséptica red en el pelo de 24 años Evelia Eve (Gabriela Cartol avezada) realiza mediante automatizados movimientos las rutinarias labores de limpieza habitación por habitación del piso 21 a su cargo en un lujoso hotel capitalino del afluente Polanco, aunque reside en la inmostrable periferia urbana y telefonea cada vez que puede a casa para enterarse de la situación de su nene de 4 años cuyo cuidado ha cedido a una vecina a quien adeuda salarios, siempre obedeciendo a pie juntillas las órdenes generadas por un invisible jefe Miguel Ángel del todo inalcanzable y relacionándose en lo mínimo, pero se inscribe en los cursos de educación para adultos que imparte al interior del hotel un pomposo profe Raúl experto instructor para exámenes del Ceneval, y allí conoce a la risueña y desmadrosa camarista cuarentona atropellantemente obesa del piso 16 Miriam La Minitoy (Teresa Sánchez irresistible), con quien casi a la fuerza comienza a establecer nexos de amistad, botándose de risa franca juntas, compartiendo una oculta sesión aguantadora de toques eléctricos, al grado de pronto intercambiar favores y que Eve se desinhiba un poco, se atreva a coquetear explícitamente con un galante limpiaventanas y (Alan Uribe) que le había dibujado un corazoncito con agua enjabonada sobre un ventanal, y en otra ocasión ella tome la iniciativa de denudársele y desde la intimidad de una habitación desocupada masturbarse ante él encaramado afuera en su andamio adherido a otro ventanal, si bien la astuta Miriam se las ingeniará para que Eve obtenga un primer reporte negativo en su impoluto expediente, maniobrando así para lograr su nombramiento al piso 42 de todos tan ansiado, provocando un enojo impotente en la confiada Eve, quien habrá de recibir como premio de consolación el vestido rojo por el que penaba, enfrentada ahora sin protección alguna a la crueldad del cerco tendido por la condición femialienada.

 

La condición femialienada gira en torno a una omnipresente aunque no omnímoda heroína casi autista, reconcentrada en sí misma y con voliciones apenas detectables, aunque resguardando a veces chaplinescamente su dignidad y su autonomía pese a todo, en el centro de un microcosmos aséptico e hiperjerárquico como pesadilla aireacondicionada (diría Henry Miller) que puede parecerle tan incomprensible como a la desglamurizada huésped argentina que se la pasa quejando de los para ella indilucidables comportamientos extraños de la sociedad mexicana, pero se trata de una Eve ¿excluida y arrinconada en el paraíso terrenal del asfalto, cómo su nombre lo indica? que se sabe y asume perteneciente en términos laborales a una servidumbre en apariencia privilegiada pero que mucho tiene que ver con una esclavitud moderna, rompiendo con la relajienta visión paternalista del viejo cine mexicano y siguiendo la pauta de películas que hacen patente y microdramatizan lo que no debía visualizarse: el trabajo doméstico y enajenado al máximo (tipo la empleada doméstica de época Cleo de la emblemática cinta rupturista en ese sentido: Roma de Cuarón 18), con un estilo y un compás de planteamiento a imagen de su protagonista, un estilo siempre desdramatizado y un enfoque de contemplación desinvolucrada o de espera absoluta que simula estar empezando siempre de nuevo desde cero.

 

La condición femialienada acomete además, con atinado cálculo, un desempeño sucedáneo de artista plástica y fotógrafa artística, supraescénico y ajeno al diálogo explícito, apostándolo todo en cualquier momento al silencio, a los silencios concomitantes, al asfixiante mundo cerrado, a la ausencia de música de fondo, a las continuas miradas hacia el off screen en todos los bordes del encuadre, a las oquedades del no-relato o la narrativa-pese-a-todo, al juego de relaciones innominadas e invisibles con inmostrados personajes interactuantes desde el espacio en off con la efigie inmóvil de la heroína o de plano autoritarios y que sólo existen de manera hipotética o acusmática (del griego acusma: cosa escuchada), acorde con la condición recóndita y sustancial de esas afanadoras indeleble y sutilmente despojadas de relieve humano y hasta de identidad, atrapada como están esa Eve y sus congéneres en un espacio tóxico sin saberlo y en una pieza escénica meramente plasticista, disfrutando en frío, remarcando entradas y salidas en los bordes del plano fijo todoabarcador, la activación de los rincones y espacios fractales o fuera de la zona áurea del encuadre inamovible, las nucas expresivas de las amables empleadillas transportadas por el ascensor angloparlante, o el hundimiento inmovilizador de la figura disminuida de Eve sentada en un océano de sábanas blancas, y ese cierre en anillo hurgando espacios y tocando sillones y escapando de manera imposible por el duro ventanal compacto y compactante sobre la impiadosa urbe smoguienta.

 

Y la condición femialienada avanza y da en el blanco con un sigilo y una delicadeza sólo antes vistos en la doliente vivisección burocrática femenina con piscina Todo lo demás de Natalia Almada 16, pero aquí Avilés ha sustituido toda lamentación melodramática por el espasmo sentimental y la rabia, pues luego de la manipuladora traición femenina de la arribista Miriam, nuestra airada Eve sólo sabrá azotar el vestido rojo tan deseado contra las montañas de ropa blanca de la inmisericorde lavandería hotelera, hacia un final abierto que puede generar más interpretaciones que las sugeridas en primera instancia por esta fábula a lo Fanon acerca de otros nuevos, inadvertidos Condenados de la Tierra.

 

 

FOTO:  La camarista, protagonizada por Gabriela Cartol, estuvo nominada a ocho premiso Ariel en 2018 y fue premiada como Mejor Ópera Prima. / Especial

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