Las dos Romas de Cuarón y otras más
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Las calles, las avenidas, incluso las azoteas de la colonia Roma forman parte de una memoria fílmica que difícilmente pasaron de largo para el director de Roma, una cinta que ha desafiado los paradigmas comerciales de las plataformas audiovisuales. Este texto también revive momentos representativos de esta colonia en el cine mexicano, como Mariana, Mariana, Los olvidados y Una familia de tantas, entre otras
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POR CARLOS MARTÍNEZ ASSAD
El saber ya no requiere ser aplicado a la realidad; es lo que se transmite en silencio y sin comentarios de un texto a otro. Según Edward Said en su libro Orientalismo, “Las ideas se propagan y se diseminan anónimamente, se repiten sin atribución, se vuelven literalmente idées reçues: lo que importa es que están allí para ser repetidas, imitadas y de nuevo vueltas a imitar sin ser criticadas”.
Lo sucedido con la película Roma (2018) de Alfonso Cuarón, coincide con esa afirmación, aunque la diferencia es que las ideas no fueron anónimas porque son las del mismo director y cada espectador que ve Roma reproduce esa mirada previa. Su éxito reafirma la relación del nacimiento del cine con la democracia, cuando entre finales del siglo XIX y comienzos del XX surgieron las masas que comenzaron a frecuentar el espectáculo que nacía.
Esos son los dos ejes que contribuyen a explicar su éxito masivo y democrático. Por otra parte, la fama alcanzada por la película de Cuarón difícilmente pudo imaginarse cuando se comprometió su exhibición con la plataforma Netflix, en lugar de la tradicional pantalla en las salas de cine. No obstante terminó por lograr que su exhibición estuviera en los dos medios. Que el espectador pudiera verla en la pantalla grande o en las pantallas caseras son factores que se suman para entender la amplia recepción que ha tenido tanto de público como de crítica en México y en otros países.
También abonó en su éxito el tiempo que se vive en el mundo y, en particular en México, cuando un gobierno popular enaltece ese registro. Las coincidencias son muchas como la valoración de la igualdad y los derechos de las mujeres, incluidas las trabajadoras domésticas tan maltratadas por las prácticas sociales en diferentes países. No obstante, la película ha provocado en los espectadores el recuerdo de sus nanas y de esas mujeres esforzadas que siempre estuvieron presentes en la mayoría de los hogares de las clases medias.
Como afirmó Giambattista Vico, cada quien crea su propia historia, y eso es lo que ha hecho Cuarón con su película contando, además, su representación, es decir, cómo quiere que la vea el público, lo cual ha logrado con creces. Retrata la Ciudad de México de la misma manera que lo han hecho otros muchos cineastas; pero lo novedoso es que quienes la ven, terminan por incluirse en su propio cuadro familiar semejante al de la película.
Por todo eso Roma fue elogiada antes de existir por el relato que en extenso el director realizó previo a la existencia de su película. Algo poco usual es que, apenas iniciado el proceso de filmación, comenzaron a aparecer noticias alrededor para dar cuenta de las vicisitudes que pasaba. Se sabía que la fotografía sería del mismo director, que el delegado de la hoy Alcaldía de Cuauhtémoc en la Ciudad de México no le permitía filmar por las calles de la demarcación que el director había elegido, que ningún actor sabía bien a bien la trama de la película (algo que por lo demás sólo se había permitido a cineastas consagrados como Fellini), o que la historia giraba en torno a la represión de “El halconazo” del 10 de junio de 1971, que no resultó sino un episodio más como podía haber estado cualquier otro.
No resultaban originales todos esos detalles que se sumaban a la campaña publicitaria en ciernes, pero sí que hasta el público más alejado del cine, conociera los pormenores del proceso. La campaña publicitaria había iniciado a la manera de películas emblemáticas de la cinematografía mundial en las que las productoras empeñaban muchos de sus recursos. Algo semejante sucedió nada más y nada menos con Lo que el viento se llevó (1939) de Victor Fleming, desde que se inició la búsqueda de la actriz que debía encarnar a Scalett O’Hara y la película debió iniciarse aún sin conseguirla. También la accidentada filmación de Cleopatra (1963) de Joseph L. Mankiewicz, atrajo mucha atención. Funcionó muy bien para la campaña el romance iniciado por los protagonistas Elizabeth Taylor y Richard Burton; después fue la enfermedad de la actriz y los costos excesivos, lo que provocaba las interrupciones de la filmación. Poco importaban esos problemas para la maquinaria de Hollywood que podía enfrentar en cualquier superproducción y demostró que no había límites para la campaña publicitaria que el cine estadounidense podía montarse.
Cuando los televisores comenzaron a transmitir por Netflix el tráiler de la película Roma la campaña publicitaria se formalizó, usando las técnicas de un espectáculo en el que la cultura estadounidense es maestra. La plataforma generó expectativas dando la fecha de estreno pero no cumplió, dio otras y la exhibición volvió a ser pospuesta en diferentes ocasiones. Es evidente que había allí una estrategia de la empresa que impone otras formas de ver el cine mientras continuaban las negociaciones para que Roma pudiese exhibirse en salas de cine. Este es un requisito necesario para participar en los festivales y alcanzar los premios a los que sus productores aspiran. Por cierto, es en el cine donde hay más posibilidades de obtener alguno de los que otorgan numerosos festivales y agencias periodísticas por todo el mundo; pero Netflix tenía como meta alcanzar el Oscar, como en su momento lo hicieron las compañías Metro Goldwing-Mayer, Twentieth Century Fox y Warner Bros.
El aparato publicitario rindió frutos de inmediato porque pronto se conoció el interés que Roma suscitaba no sólamente en México sino también en otros países, cuyos nichos culturales son conocidos por las productoras. Y con justeza los espectadores encontraron atributos valorados por diferentes sociedades como el actual empoderamiento de las mujeres, la interculturalidad, y la vuelta al conservador entorno familiar.
Alfonso Cuarón continuó apareciendo dando su propia versión de la historia supuestamente mostrada en su película. No tuvo ningún problema para llamar la atención alguien que goza de tan bien ganada fama y simpatías por todas partes. En México el público se enteró pronto que se trataba de la memoria de su propia infancia en la colonia Roma. Se develaba así el por qué de un título que ha sido tan llevado y traído por el cine hollywodense para hablarnos de las epopeyas del Imperio romano con superproducciones en un cine con pantalla de 70 milímetros y en tecnicolor.
Así que lo primero que el director imaginó fue un contraste con las imágenes que se retenían del cine e imaginar toda la historia a contar en blanco y negro. Así daba el contexto de las películas mexicanas de las décadas 1940-1950 que tanta atención pusieron a la Ciudad de México. Es difícil no pensar en Del brazo y por la calle (1955), de Juan Bustillo Oro, y en La ilusión viaja en tranvía (1953), de Luis Buñuel, con magnífica fotografía y recreación de connotados espacios urbanos. Muchos de los guiños de la película son para Roberto Gavaldón que tanta atención puso en las marcas y señas citadinas, por ejemplo en Días de otoño (1963) y en las campañas políticas de partidos y sindicatos de La noche avanza (1952).
Otras son las películas que abundan, sobre los recuerdos infantiles, como Mariana, Mariana (1986), de Alberto Isaac, basada en la entrañable novela Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, acontecida también en la colonia Roma, donde Carlitos narra la historia. De la misma forma lo hace la niña en Elisa antes del fin del mundo (1997) de Antonio de la Riva. Por más que lo afirma el director, en Roma el espectador nunca escucha la voz del niño, en cambio aparece una y otra vez en todos los relatos que ha hecho Cuarón en los medios para contar su película.
Eso sí, un narrador omnisciente —como Dios— está en todas partes en el desarrollo de la historia, sabe lo que acontece en la casa que habita la familia de clase media que pretende ser típica de la década de 1970, donde la trabajadora doméstica Cleo está siempre, pero detrás de la escena, para poner orden donde nadie mueve un dedo cuando menos para intentarlo. Recoge la ropa desperdigada por el piso, la lava, hace la comida, limpia los desechos que deja el perro por el patio, le carga la bolsa del mercado a la abuela, echa furtivamente una mirada al televisor y lleva a los niños a la escuela. Incluso sustituye a la madre en la escena clave de la playa.
La cámara también sigue a Cleo en los encuentros con el novio, ya sea en el cine o en la intimidad de una habitación de hotel; por cierto en una escena de sexo que expresa más culturalmente los valores de cuando se filmó la película que el tiempo pasado que el director quiere mostrar. La misma mirada narradora va hasta los suburbios de la ciudad, capta la represión del Jueves de Corpus, única evidencia del tiempo político que se vivía entonces. Incluso está en la sala de partos del nosocomio del seguro social.
La memoria del cineasta sí se expresa cuando por medio de la fotografía recuerda a los grandes momentos del cine mexicano precisamente en la colonia Roma: la azotea y hasta un poco los contenidos de Una familia de tantas (1949), de Alejandro Galindo, que inicia con un paneo sobre la Ciudad de México hasta caer en las azoteas de la colonia Roma, con sus tendedores de ropa y sus tinacos de asbesto, hasta mostrar el templo de La Sagrada Familia. Un espacio muy próximo al recreado en la película de De la Riva con escenas de Elisa en la azotea con todo y lavadero. Los personajes de Los olvidados (1950), de Luis Buñuel, también deambulan por las calles de esa colonia, en particular por la Plaza Romita, frente a la capilla de Santa María de la Natividad de Aztacalco. Y una de las más bellas escenas de Roma, acontece en torno al cine de Las Américas en un emplazamiento definitivo en la resolución del conflicto de La risa en la ciudad (1962), de Gilberto Gazcón. Por cierto, reproducido con gran precisión por Cuarón y su espléndido equipo de arte, con la clara intención de empeñarse mayormente en la estética de la época, preocupación central del director como lo han puesto de relieve innumerables críticos que han celebrado su trabajo.
Son inabarcables las películas que utilizaron los escenarios de la colonia Roma y también han estado en la pantalla sus sitios más emblemáticos como el Multifamiliar Juárez, afectado por el sismo de 1957 y que se derrumbó luego del de 1985. En ¿Con quién andan nuestras hijas? (1956), de Emilio Gómez Muriel, se narraban los problemas de una familia de clase media, su forma de vida en condominio y se aprovechaba para exhibir los estupendos mosaicos de Carlos Mérida que adornaron los edificios.
Los alardes publicitarios, la respuesta del público, sus destacados méritos técnicos y la crítica que ha apoyado a Roma en numerosos festivales se verán no cuando su triunfo se corone con el codiciado Oscar, sino cuando la película forme parte del acervo cinematográfico sobre el cine de la ciudad. El cine que ha mostrado sus valores, su desarrollo, la sociedad que la habita, sus contenidos culturales, sus momentos políticos y, sobre todo, las épocas que fueron dejando el testimonio de sus cambios.
FOTO: Pina Pellicer en Días de otoño, de Roberto Gavaldón. Al fondo, el cruce de Paseo de la Reforma y Juárez, con la escultura de El Caballito y el edificio de la Lotería Nacional. / Especial
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