Kirill Serebrennikov y la subversión fanática
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El discípulo cuenta la historia, llevada hasta sus últimas consecuencias, de un joven que se toma La Biblia al pie de la letra
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POR JORGE AYALA BLANCO
En El discípulo ((M)juchenik, Rusia, 2016), verboso filme 7 del también director teatral ruso de 47 años Kirill Serebrennikov (Ragin 98, El día de Yuri 08, Traición 12), con guión suyo basado en la pieza Mártir del dramaturgo alemán contemporáneo Marius von Mayenberg, el empecinado e inafectivo adolescente de secundaria antes dócil hoy hiperintransigente Venya (Petr Skvortsov conductualmente empedernido sin tregua) se ha convertido en un terrible problema tanto para su sobretrabajada madre chantajista sentimental (Julia Aug) como para la medrosa directora del plantel (Svetlana Bragarnik) y la preocupada profesora de biología Elena Krasnova (Victoria Isakova), desde que el muchacho se ha clavado en el ensimismado estudio exclusivo de la Biblia, acatando literalmente la moral en ella predicada y asestando incendiariamente sus versículos condenatorios a diestra y siniestra, para devenir en feroz enemigo de las prácticas significantes de la institución, pues en la clase de natación del conciliador profe Oleg (Anton Vassilev) se rehúsa a coexistir pecaminosamente con chicas en bikini (“El Señor dijo que ‘Cualquiera que mire a una mujer para codiciarla ha cometido adulterio en su corazón’”) o se arroja vestido a la alberca, en casa cuestiona duramente a su madre por haberse divorciado o le grita harto de sus reproches, en la clase de biología se presenta brincando con disfraz de gorila para burlarse desde el creacionismo de la teoría darwiniana del origen y la evolución de las especies, ante el cura ortodoxo se aferra contra cualquier tolerancia conformista y se hace rociar histéricamente con agua bendita (“Está poseído por los demonios”), rechaza tener sexo con la chava más guapa de la escuela y sólo puede comunicarse con el infeliz compañero rengo buleado y con reprimidas tendencias homosexuales Grisha (Aleksandr Gorchilin) a quien somete sin dificultad y vuelve su discípulo al conminarlo a que por la fuerza de la fe haga crecer su pierna corta, hasta que ese terco desquiciado y ya sufriente Venya decide cargar con una cruz por las calles y, al grito evangélico de “No vine a traer la paz, sino la espada”, declara la guerra al colegio y, haciendo suyo el antisemitismo de San Juan Crisóstomo, le truena a la obsedida profa judía Krasnova su relación amorosa con el incomprensivo profe Oleg y llega incluso a atentar contra la vida de la misma repudiable mujer cuestionadora inutilizando el freno de su motoneta, y liquidando de una pedrada en la playa a su propio discípulo Grisha ya en súbita revuelta contra el muchacho y contra la subversión fanática que representa.
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La subversión fanática lleva hasta sus últimas consecuencias y exaspera la postura extrema de su héroe pivote y factótum del relato, jamás explicada ni contando con respaldo alguno de la ficción, sólo en ocasiones vista con mirada oblicua y sardónica, a la vez muy cerca y muy lejos del Vía Crucis que le endilgaba el germano Dietrich Brüggemann (14) a una púber que a costa de su seguridad defendía los valores de una impoluta fe cristiana contra su familia abusiva y su oscurantista medio rural, pero de ninguna manera asumida por Venya como una transgresión espiritual, aunque remueva la ignorancia timorata de su medio, sino con la ambigüedad de un espontáneo comportamiento dictado por el estudio indiscriminado de las sagradas escrituras y su aplicación literal en el corrupto tiempo presente, lo que equivale hoy a una reducción al absurdo, no exactamente pero concomitante con la idea del satirista polaco Mrozek que en su perturbadora obra Tango invertía aviesamente los términos de la rebelión juvenil en beneficio de una revuelta moral de los impolutos hijos ultraconservadores contra los podridos padres libertarios.
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La subversión fanática plasma la abominación intelectual y conductual desde otra abominación expresiva, formal y dramática, que la duplica o la multiplica: fotografía truculenta de Vladislav Opelyats, música efectista de Ilya Demutsky, edición a impactos de Yuri Karach, en las antípodas exactas del fascinante ejercicio minimalista hiperrealista que hacía el mencionado Vía Crucis alemán, ni fascinante ni ejercicio ni rigor minimalista alguno, sino precisamente las agresiones opuestas.
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La subversión fanática semeja un mero bombardeo de versículos bíblicos, marcados hasta con número en pantalla (Isaías, Juan o Mateo II:15) y perversamente ilustrados, o más bien paradójicamente contrapuestos con escenas cotidianas que ponen de manifiesto el absurdo de aplicar hoy los contenidos sacros de manera absolutista, ahistórica y antisocial, para ir revelando la naturaleza misma del fanatismo, como desprecio alevoso de quien, como afirma el genetista francés Albert Jacquard, se cree poseedor exclusivo de la verdad, encerrado en esa certidumbre, perdiendo lo esencial de su sensibilidad pensante, negándose a participar en el intercambio de ideas o experiencias, y dejando de plantearse interrogantes, lo opuesto de todo lo que define a cualquier actitud científica, genuinamente humana.
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Y la subversión fanática se sitúa al margen de cualquier delirio místico, de la victimación aceptada como el de la doliente niña española de Camino (Fesser 08) o del martirologio aceptado, sino más bien por el lado de la devoción/autodevoción narcisista, pues Venya vendría a ser lo contrario de un Jesús excéntrico, cuyo objetivo doctrinario límite jamás sería recuperar pureza alguna de la fe cristiana, sólo pretendiendo fustigar por fustigar, imponer y hacer imperar la tiranía de la letra, apabullar y sojuzgar a golpes de versículo, y al final, fatalmente, acariciar la propia decadencia acelerada y la alucinada pudrición homicida, siendo que, como conclusión, el Mártir del título dramatúrgico original no era Venya, porque lo será, por vulnerable debilidad predestinada, su discípulo Grisha, el chivo expiatorio de ese fanatismo febril instantáneo, ficticio e insostenible, pero no menos cruel que el auténtico.
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FOTO: El discípulo se exhibe actualmente en la Cineteca Nacional y en el circuito de salas comerciales.
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