Jens Assur y el repudio sacrificial

Sep 8 • Miradas, Pantallas • 4438 Views • No hay comentarios en Jens Assur y el repudio sacrificial

Padre e hijo se enfrentan a sus propias soledades en un medio rural cada vez más hostil; uno desde la frustración personal y económica, y el otro desde el extravío adolescente. Cuervos, basada en la novela homónima de Tomas Bannerhed, aborda los vacíos existenciales del mundo rural sueco

 

POR JORGE AYALA BLANCO

En Cuervos (Korparna, Suecia, 2017), implacable ópera prima del fotoperiodista provinciano sueco e hipercrítico cortometrajista de 47 años Jens Assur (El último perro en Ruanda 06, Matar pollos para espantar monos 11, Una sociedad 14, Asquerosa chava caliente 15), con guión suyo basado en la novela homónima de Tomas Bannerhed, el tímido y silencioso adolescente segregado de sus condiscípulos Klas (Jacob Nordström) ama compensatoriamente a los pájaros que fotografía por doquier, finge escuchar con devoción los monótonos discursos paternos y ayuda a colocar vallas o recoger heno en la inhóspita granja familiar, se enamora de la imponente chica de Estocolmo errabunda Veronika (Saga Samuelsson) y la pierde, mientras su escurrida madre envejeciente Gärd (Maria Heiskanen) vive al cuidado de un hijo más pequeño y uncida a las labores primarias, sin siquiera beneficiarse del débito conyugal nocturno, por lo que necesita satisfacerse apenas genitalmente con un tosco ayudante en el erial (Peter Dalle), en tanto que, dominando y reinando muy por encima de ellos, pero en definitiva al margen del afecto, el terrible padre endurecido Agne (Reine Brynolfsson), el tirano de la granja que, paradójicamente, no es más que un enfebrecido esclavo del trabajo de vida completa, divagante cuando no labora, frustrado de la carrera de meteorología y apartado de su mínima comunidad rural, abarcando él solo el cuidado de reses y de su aserradero y de cosechas siempre malogradas, haciendo sacrificios infinitos para nada, apechugando con vacas misteriosamente fulminadas, rechazando sensatas siembras de papas en vez de granos y la imposible modernización propuesta en vano por el verdadero dueño (Jens Jorn Spottag) de la heredad centenariamente arrendada, hasta que el infeliz patriarca empieza a atentar contra sí mismo cortándose deliberadamente un dedo, es enviado a un siquiátrico, regresa con absurdos regalos navideños y, al enterarse por la madre que su hijo labora en un albergue de pájaros, acaba tiroteando aves y exterminado al ganado, antes de suicidarse, como única reacción psicológica y moral posible contra ese concertado repudio sacrificial.

 

El repudio sacrificial domina el arte de recrear un drama campesino actual como si fuera la intemporalidad helada pura, universal y eterna, al llevarlo a sus más rugosas, elementales y rústicas consecuencias, las que por básicas e íntimas y brutales parecerían más obviables, con paisajes desolados cual ámbito cumpliendo idéntica función que en el eje clásico Sjöström/Stiller/Bergman, y parvadas de aves migratorias como leit motiv y contrapunto, para asfixiar al Padre padrone de los Taviani (77) en otro microcosmos de sobrevivencia bárbara y rudo roce entre parientes como extraños mutuamente opresivos.

 

El repudio sacrificial deambula sonámbulo, a destiempo y anacrónico, en la vuelta de 1978-79, cual si se tratara del fin del tiempo en el culo del mundo, oscilando entre el angustioso vacío del padre, el pasmado vacío del hijo y el subrepticio vacío de la madre de clandestinaje copulatorio contra la cajuela de la camioneta familiar cuando puede, entre largas tomas del fotógrafo esteticista de Jonas Alarik, música fantasmal de Peter von Poehl y crepitante edición de Asa Mossberg, enmarcando la herencia machista del poder y el abuso.

 

El repudio sacrificial acomete con paciencia pero al escalpelo un casi malvado trabajo de vivisección sintética que linda con lo subliminal, síntesis que sin embargo produce al contrario una impresión general de morosidad estática y desesperadamente lenta, síntesis expuesta en un lenguaje hiperelíptico, síntesis de un relato diseminado y antienfático que parece dar vueltas sobre sí mismo aunque vaya vertiginosa y abismadamente hacia el abismo, síntesis de la miríada de incidentes narrativos expuestos con dos o tres planos y a veces con un solo plano-secuencia breve, síntesis plástica-expresiva de un emplazamiento oblicuo en cuyo primer término la hoja dentada de la sierra mecánica gira como invitando mórbidamente al padre que en el background acerca su mano hacia ella para que le destroce el pulgar derecho, síntesis observacional dentro del apretujado encuadre que atisba al padre en una leve franja fractal entre la pared de la casa y el auto partiendo con la familia a vacacionar, síntesis mostrativa casi indirecta donde apenas se muestra el escorzo de la ambulancia que sale por la izquierda llevando al padre hacia el psiquiátrico, síntesis interior a la que le basta un abiertísimo plano general para que a lo lejos el joven Klas le rompa la crisma al chavo que le hacía bullying con la nueva pareja de su madre y otro plano abierto para que el verdadero padre acarree una gigantesca piedra antes de abrazarla al arrojarse al río helado, síntesis de sugerencias establecidas con una precisión matemática diferencial y geométrica, síntesis exigente que obliga a la máxima atención y no admite mínima distracción por parte del espectador, síntesis cuya lectura deficiente de la imagen hace que se pierda el hilo de la narración, síntesis que satisface al mismo tiempo a la capacidad intuitiva-cognitiva y a la sensibilidad, síntesis donde todo parece ocurrir abruptamente sin preparación ni posibilidad de ínfimo suspenso, síntesis de la precisión y el rigor admirables.

 

Y el repudio sacrificial adopta finalmente una perfecta estructura circular, que termina donde había empezado, aves destripadas colgando de alambradas y devastados árboles espectrales e inextricable reguero de reses diseminadas, pero dándose el lujo de resignificar cada imagen invernal del prólogo, porque el leve perfil oteante del precoz estoico Klas está trepado sobre un tronco inmenso, y así, hasta redondear el sentido del relato a modo de un despiadado estudio de comportamientos bajo presión que sucumben a ésta o parten liberados por la rendija final de un encuadre recortado, para no dejar ni las huellas de tres soledades inconmovibles e incólumes.

 

 

FOTO: Cuervos está basada en la novela homónima del escritor sueco Tomas Bannerhed. / Especial

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