Dos dramas desde Centroamérica
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El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos da voz a niños migrantes en entrevistas testimoniales; mientras la narradora salvadoreña Claudia Hernández cruza la frontera entre la experiencia y la ficción para contar la historia de tres generaciones de mujeres desplazadas por la guerra civil.
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POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA
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Dos novedades editoriales cruzaron la frontera, por coincidencia, a la par que la Caravana Migrante de miles de centroamericanos que atravesaron México con la ilusión y esperanza de llegar al Estados Unidos de Donald Trump, donde gobierna la desesperanza como realidad de inmigrantes y refugiados.
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Roza tumba quema (Sexto Piso, 2018), de la salvadoreña Claudia Hernández, y Yo tuve un sueño (Anagrama, 2018), del mexicano Juan Pablo Villalobos, abordan justamente historias comunes a los pobladores de Centroamérica, una región continental cuyas crisis continuas pueden emparentarla con Medio Oriente, aunque los conflictos armados se hayan extinguido, en apariencia, desde hace décadas.
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Desde la ficción, Hernández (1975) encarna en su primera novela a una ex guerrillera en busca de su hija, vendida por monjas a franceses durante la guerra civil salvadoreña. Desde la realidad, Villalobos (1973) da voz literaria a un coro de niños que persiguen a sus padres hasta Estados Unidos, tras haber cruzado la pesadilla, el infierno que es para ellos México, huyendo de las pesadillas e infiernos que son sus países.
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Historias de orfandades no sólo personales, sino sociales, nacionales, culturales, de quienes perdieron todo, incluso nombre y familia, como en la novela de la salvadoreña que nos recuerda con su prosa que Centroamérica ha dado su parte para la mejor literatura en español desde el siglo XIX, con un premio Nobel, Miguel Ángel Asturias, un Cervantes, Sergio Ramírez, y grandísimos poetas como Rubén Darío, Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, Jorge Debravo, Gioconda Belli, Roque Dalton; o narradores e intelectuales como Luis Cardoza y Aragón, Augusto Monterroso y Horacio Castellanos Moya.
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Dos libros, una novela y una crónica basada en entrevistas con menores de edad, ocurren simultáneamente y por azar durante una crisis más de centroamericanos buscando refugio. Sus páginas son el contexto y la historia que nos explican –con dedicatoria a los mexicanos– por qué guatemaltecos, salvadoreños, hondureños y nicaragüenses, incluyendo decenas de miles de niños, niñas y adolescentes, se arriesgan a morir, ser asesinados, esclavizados, prostituidos, discriminados, desaparecidos, robados…
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Dos escritores latinoamericanos de una misma generación, ellos mismos migrantes con residencia actual en España, que desmenuzan desde el pasado y el presente una crisis que ya se volvió continental.
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Relatos infantiles
Yo tuve un sueño. El viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos cuenta las historias de diez niñas y niños que Villalobos entrevistó durante 2016 en Los Ángeles y Nueva York, diez relatos dramáticos y de profundidad infantil, breves e intensos como las vidas de esos menores que un día abandonaron sus países centroamericanos, que los habían abandonado a ellos, para ir solos a Estados Unidos.
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Todos las voces sobrecogen y estremecen y toman la estafeta de otra obra fundamental sobre los miles de menores centroamericanos en espera de refugio en el país de Trump, Los niños perdidos (Sexto Piso, 2016), de Valeria Luiselli, ensayo que redituó a la escritora mexicana el American Book Award 2018. Y recuerdan a los dos protagonistas de Los niños del tren. La Bestia y el sueño imposible (Ediciones B), de Dirk Reinhard, quien presentó su amarga novela en la FILIJ 2016 y el Año Dual México-Alemania.
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A diferencia de un estudio o análisis, Villalobos deja las estadísticas y los mal llamados “datos duros” al final, para el epílogo que él ya no escribe, sino que delega al periodista español Alberto Arce, autor de Honduras al ras de suelo. Crónicas desde el país más violento del mundo (Planeta, 2016).
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Saber que Guatemala, Honduras, El Salvador (se agregaría la Nicaragua en rebeldía contra Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo) “sufren una crisis estructural de miedo y falta de oportunidades” –como señala Arce–, no cambia las tragedias de los menores entrevistados por Villalobos, las cimientan.
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O enterarse de que hay ciudades como San Pedro Sula con más de 100 asesinatos por cada 100 mil habitantes, que la han convertido desde hace años en la urbe más peligrosa del mundo –más que Damasco y Alepo, en Siria, Bagdad, en Iraq, o Kabul, en Afganistán, naciones con guerras civiles–, nos da una fría sombra del miedo que debieron sufrir los hermanitos guatemaltecos del relato de Villalobos “Prefiero morirme en el camino”, que se pierden “en la noche mexicana” al pedir aventón a un pistolero.
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La constante de las diez historias recopiladas por el mexicano es la violencia: adolescentes que escapan del reclutamiento de las pandillas; niñas que huyen por las violaciones tumultuarias de pandilleros; jóvenes buscan en el miedo a la incertidumbre del viaje olvidar la certeza del miedo en que sobreviven.
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Para ellos, sin embargo, el enemigo a vencer se llama México; su violencia, su corrupción policíaca, militar y gubernamental; su bestial crimen organizado que se ceba con los más vulnerables de los vulnerables: niños y niñas que huyen sin nada más que un gran miedo en busca del refugio en otro país.
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Yo tuve un sueño alude a la frase del discurso de Martin Luther King sobre la igualdad social de 1963 “Yo tengo un sueño” y aunque todas sus historias esconden tragedias, tratadas para el consumo humano, como las aguas negras, por el lenguaje literario, el periodismo y las técnicas de la narrativa de ficción, a la postre son esperanzas pues los jóvenes entrevistados lograron llegar a Estados Unidos y asentarse.
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Novela migrante
Roza, tumba y quema es una técnica arcaica de la agricultura que hace más daño que beneficios a la ecología y al suelo, y que es usada todavía en las regiones rurales más pobres del planeta que carecen de tecnologías avanzadas para sus cultivos. Consiste en derribar árboles y matorrales, se dejan secar y se queman, cultivos itinerantes, lo que erosiona los suelos, provoca incendios y la pérdida de bosques.
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Claudia Hernández toma esta figura agrícola para abordar la historia de tres mujeres, tres generaciones de una familia, marcadas por la guerra civil que se prolongó por 12 años en El Salvador, de 1980 hasta el 16 de enero de 1992 cuando se firmaron en México los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el gobierno y la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). El último conflicto armado en Centroamérica, según cálculos actuales, dejó 75 mil muertos, la mayoría civiles.
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Las tres mujeres de Roza tumba quema son metáforas del conflicto: una madre que permite al marido guerrillero llevarse a su hija al campamento rebelde; ésta termina embarazada de otro guerrillero muchos años mayor y su hija termina en manos de monjas que la venden literalmente a extranjeros; la niña crece en París, con padres adoptivos franceses, apenas sabe algo del país donde nació, nada de su madre, pero tal vez el mayor estrago de la guerra sea que ya ni siquiera habla español, el idioma materno, y para poder comunicarse con la mujer que la procreó tiene qué hacerlo a través de intérprete.
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Roza tumba quema, una agricultura migrante; Roza tumba quema, una novela móvil, migrante. La obra carece de nombres, de topónimos, salvo París, de fechas… Todo es acción, causas y consecuencias, víctimas. Las consecuencias de la guerra salvadoreña se convierten, en tiempos de la globalización, en universales, las mujeres de Claudia Hernández pueden ser las historias de cualquier conflicto bélico.
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Las tres mujeres sin nombre, sin apellido, sin país, pero con historias comunes de guerra y violencia, se pierden, se confunden y se funden en un laberinto literario en el que mete al lector la narradora salvadoreña, autora de dos libros de cuentos previos De fronteras, Olvida uno y Causas naturales.
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El hilo de Ariadna que guía la narración, el leit motiv del relato de las tres mujeres, que entre sí suman tres estadios en la vida de una mujer-nación, a semejanza del cordón umbilical, es una maternidad social, cultural, histórica, una unión más allá de las consecuencias del conflicto armado que las separó, maternidad que la novela nos señala desde la ilustración de portada con la reproducción de Ternura, pintura del ecuatoriano Oswaldo Guayasimín que muestra a una mujer con los ojos cerrados que abraza a una niña, igual que ella esquelética, pero de ojos abiertos, alucinados, que mira retadora al espectador.
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El eje de la historia es la mujer separada de su madre para convertirse en guerrillera. Muchos años después del fin de conflicto y con cinco hijas, decide buscar a la primogénita que perdió durante la guerra. Reúne dinero como puede y viaja a París, el París que es apenas recuerdo de sus clases escolares de niña. Y gracias a su tenacidad y amor logra confrontarse con ella, presentarse ante la joven afrancesada como la adolescente reclutada contra su voluntad por el FMLN, la sobreviviente, la madre.
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El padre de su hija apenas se alude. Era diez años mayor y ella no supo “de donde había llegado o como se llamaba porque, en ese tiempo y en esa situación, era una medida de seguridad no conocer el nombre verdadero de nadie ni de su procedencia”. Él, en cambio, la rebautizó con seudónimo de guerra. No hubo una historia de amor, en la novela sólo existe el reproche y la indignación del jefe guerrillero por el embarazo de la joven, la niña de quien literalmente se aprovechó en el campamento. “Cuando volvió a los dos meses de haberla tenido y amamantado, él tenía ya otra pareja”. La traición del amante no fue su castigo, lo fue el de la guerrilla de su padre y hermanos, que la separó de su hija.
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Las entrevistas en el volumen Villalobos y la novela de Hernández se complementan así para hacernos comprender de una manera global, desde el testimonio y la ficción, que la crisis de refugiados centroamericanos comienza en casa, con la violencia de toda índole que sufren los niños y adolescentes, se recrudece en las calles de las ciudades del istmo y sus conflictos sociales y políticos nacionales internos y se vuelve tragedia cuando llega a las noticias, aunque en la migración forzada todo sea un drama que rara vez cuentan sus protagonistas.
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FOTO: Roza tumba quema, de Claudia Hernández (Sexto Piso, 2018) / Yo tuve un sueño, de Juan Pablo Villalobos (Anagrama (2018). /Especiales
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