Gaspar Noé y la danza grifomacabra
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En el Berlín de los años 90, los jóvenes bailarines de una compañía de danza contemporánea responden frente a un monitor preguntas sobre su existencia artística, un ejercicio testimonial que se convierte en una fiesta donde la coreografía es cortesía del alcohol y el LSD
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Clímax (Francia-Bélgica-EU, 2018), avasallante opus 5 del irritantísimo excéntrico autor total francoargentino de 55 años Gaspar Noé (Stand Alone 98, Irreversible 02, Love: Amor en 3D 15), los veinte jóvenes bailarines de una compañía de danza rockontemporánea sexual y racialmente integrada desfila en el invierno de 1996 ante un indagatorio TVmonitor para rendir testimonio sobre sus más íntimas opiniones acerca de su vocación, su pasión y disponibilidad para el baile, la razón para emigrar de un Berlín sumido en las drogas, sus preferencias eróticas, su ansia de llegar al paraíso neoyorquino y su miedo a la pesadilla de abandonar la profesión, en seguida realizan en el laberíntico estudio las excéntricas rutinas que han ensayado durante meses y como punto final se distienden y desahogan en una fiesta etílica con edulcorada sangría y DJ afrogigantón Daddy (Kiddy Smile) durante la cual la linda coreógrafa delgada Selva (Sofia Boutella ultraerotizada) se refugia en la hiperlanzada lesbiana Lou (Souheila Yacoub) para huirle a su encimoso examante de ocasión el peloncito David (Romain Guillermic) a su vez acosado por el diminuto gay travestido Rocket (Kendall Mugler), el afropuritano Taylor (Taylor Kastle) sobreprotege a su afrohermanilla Gazelle (Gisèle Palmer) de los avances sexuales del abstemio Omar (Adrien Sissoko) y de otro par de reprimidazos afrocolegas ligadores fallidos pero de imaginación desinhibida (“Quiero metérsela”), la promiscua Psyche (Thea Carla Scott) que oculta un reciente embarazo por desconocer de cuál de sus compañeros es el producto, o así, incluyendo al encantador nenito de cuatro años con gafotas Tito (Vince Gallot Cumant) que funge como mascota colectiva de la mano de su también anteojuda madre Emmanuelle (Claude Gajan-Maull), muy orgullosa del exitoso ponche que preparó, pero niega haber sido la culpable de haberle añadido el LSD que poco a poco ha volcado sus efectos sobre las dos decenas de bailarines, haciéndolos que pierdan el control sobre sus actos, desatando sus bestias internas y convirtiendo en el transcurso de toda una noche su alegre reunión laboral en un sopor espástico, un violento extravío de los sentidos, una pesadilla, y finalmente en un trágico y asesino pandemonio, hasta la devastada mañana siguiente cuando se descubrirán los estragos de esa incesante danza grifomacabra.
La danza grifomacabra estructura su frenético relato coral por bloques, bloques de subliminales entrevistas a plano fijo sobre el eje de lo que sin duda será el más perfecto posible antiA Chrorus Line, bloques pulsionales tanto de largos planos secuencia con desenfrenada voladora cámara filmando en esfera o en cenitales top-shots ebriamente sostenidos como de planos cortos formidablemente ritmados por edición de Denis Bedlow y el realizador, bloques en el abismo y de vértigo con un continuum de música galvanizante, bloques de aplastamientos y rivalidades y enfrentamientos en medio de un colectivo colapso psicodélico, bloques con virtuosísticos malabarismos y body-shots del fotógrafo Benoît Devie, bloques enclaustrados en alucinadas penumbras monocromáticas (azulosas, verdosas rojizas las más) y pasillos-túneles interminables, bloques-excipiente de figuras retóricas temblorosamente trastornadas en su inclinación paulatina o de a tiro maniáticamente de cabeza, bloques heteróclitos que equivalen al orden del montaje narrativo hacia atrás del provocador y emblemático Irreversible, bloques de solos de danza tribal y desalmada con irrepetible vestuario semifantástico supuestamente epocal de Frédéric Cambier, bloques donde caben dos irónicos letreros sintetizadores de la vida humana: uno al derecho (“Nacer es una oportunidad única”) y uno perversamente invertido (“La muerte es una experiencia extraordinaria”).
La danza grifomacabra incluye como plato principal algunos momentos fuertes que deben resultar shocking e inolvidables per se, como en todos los filmes de Noé y aunque aquí ninguna chava sea violada con lujo de detalles en pasaje peatonal alguno (a semejanza de Irreversible) ni nadie nunca eyacule hacia la cámara espectadora (en incompetente competencia con Love: Amor en 3D), por lo que podrá disfrutarse de salvajadas como el autoacuchillamiento en los brazos y en la mejilla de una chava desesperada, la pipí que otra se hace en mitad del escenario y luego deberá trapear, el protector encierro del chavito pronto dando alaridos de angustia tras una puerta metálica cuya llave ha perdido la madre, la brutal patiza a la preñada para hacerla abortar al instante, la sañosa madriza racista al revés de los negros envidiosos del blanquito ligador ganatodas, las instintivas humillaciones al hartante gay compulsivo, la violación lésbica de la heroína drogada por su acosadora abusiva, el incesto fraterno aprovechando el viaje (“No le digas nada a papá”), todo ello con impertérrita discreción, bien motivada y a cuentagotas, casi tan perturbadores como la seductora archiasediada Selva simplemente rascándose los muslos bajo las mallas negras o los chavos arañándose la piel de sus tórax en el descenso lisérgico o la suástica dibujada con lápiz labial en la frente del infrabíblico David tundido, cadena de estallidos que se experimenta como un subterfugio feraz o una subrepticia esencia otra, que ya cumple con la crónica anunciada por este regodeo en el Clímax.
Y la danza grifomacabra dirige su frenética euforia en cortocircuito (y en coito circuito) al discurso hoy dominante de la obligación de ser feliz a-como-dé-lugar que ha denunciado La euforia perpetua de Patrick Bruckner, en el lúcido hastío de esa búsqueda denodada de la dicha a toda costa, que no es más que una desgracia ingenuamente denegada, y al revés, exacto como las imágenes patas arriba que tanto obseden a Clímax, con esos desatados celebrantes que primero deben pagar por el pecado de existir en soledad/sociedad, presas de los deseos de liberación que por sí mismos gritan con avidez.
FOTO: Clímax, la película más reciente del director francoargentino, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 31 de enero./Especial
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