El profundo deterioro artístico de la CND
/
La temporada de primavera de la Compañía Nacional de Danza ofrece ideas que entusiasman y otras que reflejan una falta de originalidad, a pesar del virtuosismo de los ejecutantes
/
POR JUAN HERNÁNDEZ
La temporada de primavera de la Compañía Nacional de Danza del INBAL, en el Palacio de Bellas Artes, evidenció la grave situación artística de la agrupación de ballet más importante del país.
Resulta impostergable, como lo hemos venido señalando desde tiempo atrás, la necesidad de una reestructuración de la compañía, centrando la atención en un proyecto artístico de corto, mediano y largo plazo que permita a la agrupación tener un lenguaje y hacerse de una personalidad que le dé identidad.
De poco sirven —y la historia reciente lo confirma— las producciones de coyuntura, que responden más a los intereses de los dirigentes de la institución que a un proyecto estructurado para combatir las debilidades y carencias del organismo creativo.
Nombrar a dos directores artísticos, uno de ellos operando a control remoto desde Europa (Elisa Carrillo), un productor ejecutivo, tres repositores (Valentina Savina, Stanislav Fečo y Mikhail Kaniskin), para montar una versión de Giselle, de la autoría del coreógrafo inglés Anton Dolin (1904-1983), estrenada en 1940, resulta insuficiente para conseguir una puesta en escena de indiscutible solidez.
Aventurarse, por otro lado, a presentar un programa integrado por obras de aspiración estilística contemporánea, hechas para otras agrupaciones y remontadas con la CND, lo único que deja claro es la incapacidad para generar producciones propias, que se conciban con base en metas artísticas definidas, que tomen en consideración el perfil y las necesidades del colectivo dancístico.
En relación con Giselle, la obra del programa 1, podemos decir que hace falta algo más que el aparatoso despliegue de repositores. El entendimiento del lenguaje y el estilo de un drama romántico como Giselle, debería ser fruto de un proceso largo de trabajo y experimentación.
Representar el ballet de repertorio es necesario y está fuera de discusión, pero requiere de un virtuosismo que permita olvidar la gran dificultad de la técnica; es decir, que el dominio de la ejecución se dé por descontado y de esa manera resalten la atmósfera, el sentido semántico del movimiento, el estilo y, con todo ello, la potencia del drama.
La apuesta a la coyuntura tiene como consecuencia la interpretación autómata de los bailarines —con la honrosa excepción de Antón Joroshmanov—. Los ejecutantes expresan en escena la preocupación que les causa la ejecución técnica, así como seguir el tiempo de la música. Enfrascados en alcanzar un nivel decoroso de las secuencias de movimiento, se olvidan de figurar sentimientos, que son la materia prima del drama del ballet romántico en el que la protagonista muere de amor.
Tampoco se avanza en el crecimiento de la compañía sólo por el hecho de interpretar obras contemporáneas, agrupadas en el programa 2; sobre todo porque el proceso de la experimentación con el estilo de movimiento no es suficiente para que los intérpretes desvelen el sentido escénico de las piezas.
Palladio, de Stanislav Fečo, se percibe como un ensamble de ejecuciones físicas que buscan su sentido en la musicalidad, a la manera de un divertimento. Sin embargo, el goce de la ejecución no aparece por ningún lado. Ebony concerto, de Demis Volpi —el autor de la versión de La consagración de la primavera, estrenada por la CND en el 2018, con base en un mito mexica que el coreógrafo no comprendió—, por su parte, se estanca en una fría y tensa interpretación.
En este contexto de insuficiente compenetración semántica, Casta diva, De Yazmín Barragán y Alan Marín, mueve a entusiasmo. Al parecer los bailarines se identifican con esta sensibilidad que les es más cercana y reconocible, aunque no por ello se trate de una obra maestra.
Lugar aparte merece la obra Por vos muero, de Nacho Duato, coreógrafo español de reconocido prestigio internacional. La reposición que llega tarde a México —la coreografía fue creada para la Compañía Nacional de Danza de España y estrenada en 1996—, aunque eso sería lo de menos si el montaje se hubiera realizado con el involucramiento del creador en la maduración de la puesta en escena. Lo que ocurrió fue que Duato envió a sus repositores y luego, en un viaje relámpago al país, dio el visto bueno al montaje.
El estilo de Duato es reconocible: la revisitación al Siglo de Oro, las disquisiciones barrocas, el teatro isabelino, el ir y venir de lo sagrado a lo profano para alcanzar la excelsitud de un retablo místico, en el que lo mismo es convocado Dioniso en una bacanal, que la Virgen de Dolores en una atmósfera sacra.
Toda esa belleza barroca se desvanece en la interpretación oficiosa de los bailarines, que ni de cerca rozan la dimensión epifánica que cimbre el tiempo-espacio de la figuración escénica.
Aún no se sabe, toda vez que los funcionarios se han negado a informarlo, el monto económico de este despliegue ambicioso de recursos, en época de supuesta “austeridad republicana” y transparencia. Importa porque son recursos públicos y la temporada de primavera de la CND nos dice que, en cuestiones artísticas, no se justifica.
Queda para la historia la imagen de Mikhail Kaniskin, uno de los repositores y esposo de Elisa Carrillo, al frente de la compañía para dar las gracias, haciendo a un lado a Cuauhtémoc Nájera, oficialmente el otro director artístico, quien evitó subir al escenario para avalar el trabajo de la compañía a la cual representa.
El desplante del bailarín de origen ruso resultó tan inapropiado como la propuesta misma de estos dos programas de la temporada reciente de la CND, que al tiempo será recordada como una muestra del deterioro artístico de la compañía de ballet más importante de México.
Teatro al momento
Last man standing, de Jorge Maldonado, dirigida por David Psalmon, con el colectivo TeatroSinParedes, alegoría sobre la lucha, la esperanza y la participación social en las resoluciones públicas, se presenta en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico (Revolución 1500, Guadalupe Inn), lunes a las 20:30 horas, hasta el 15 de julio.
Príncipe y Príncipe, de Perla Szuchmacher, dirigida por Artús Chávez, una reflexión sobre la diversidad de género, en una propuesta escénica dirigida al público infantil. Se escenifica en el Teatro del Centro Cultural Helénico, sábados y domingos a las 13 horas, hasta el 9 de junio.
Tom Pain (basado en nada), de Will Eno, dirigido por Adrián Vázquez, y la actuación de Luis Arrieta, es una propuesta escénica que desde el divertimento profundiza en temas dolorosos de la existencia humana. El monólogo se presenta en La Teatrería (Tabasco 152, Roma), los miércoles a las 20:30 horas, hasta el 11 de septiembre.
FOTO: La temporada de primavera de la CND se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes, del 25 al 28 de abril. / Brenda Jáuregui / CND
« David Lowery y la felicidad asaltabancos Una figura diminuta en los Alpes »